El Mundial de Catar representa la culminación de décadas de fútbol capitalista, una victoria de las grandes empresas y de los regímenes represivos y una tragedia para los hinchas y los trabajadores que hacen posible el juego.
Notas publicadas en Deporte
En 1914 nació la Sociedade Esportiva Palmeiras. Se suele silenciar el hecho de que en su fundación, además de asociaciones culturales y clubes de barrio de italianos, participaron militantes anarquistas, antifascistas, sindicatos radicales y deportistas negros.
Si hay algo que prueba que el fútbol se convirtió en una enorme mercancía global es la elección de Qatar como sede de la Copa del Mundo. Pero el deporte puede —y debe— promover otros valores.
Las hinchadas del Rayo Vallecano en España, del St. Pauli en Alemania, del Demirspor en Turquía y del Livorno en Italia militan las mismas ideas y tienen un horizonte común: derribar el capitalismo.
Hoy se cumple un año de la muerte de Diego Armando Maradona. Su trayectoria como futbolista y como técnico fue una búsqueda no de épica sino de subversión.
Los dirigentes de la FIFA insinúan que la Copa del Mundo podría celebrarse cada dos años. El plan demuestra nuevamente que las autoridades siempre anteponen las oportunidades comerciales a la calidad del juego que amamos.
Al fin y al cabo, Simone Biles es una trabajadora. Y ha hecho bien en anteponer su salud mental, al igual que cualquier trabajador debería poder quedarse en casa enfermo en lugar de dedicar su fuerza vital a servir a otra persona.
Es una imagen hermosa: los mejores atletas del mundo reunidos con ánimo de competir amistosamente. Pero las olimpiadas se convirtieron en una máquina despiadada que exprime a los trabajadores.
Bielsa es un tipo que para ganar un clásico entregaría hasta los dedos de una mano, pero jamás un valor primordial. Su locura es su integridad. En eso parece marxista.