Los estudios marxistas empíricos sobre la estructura de clases y la conciencia de clase tienen un valor incalculable para una política socialista sólida, y necesitamos más de ellos.
Notas publicadas en Capital
El mal funcionamiento del capitalismo no responde a una cuestión de moral ni es un problema de individuos codiciosos. Como argumenta Søren Mau, en tanto sistema de dominación, la economía capitalista siempre será desigual y antidemocrática.
Milei priorizó en su campaña las cuestiones económicas sobre las culturales, a diferencia de Bolsonaro. Pero ambos reflejan el espíritu destructivo del neoliberalismo en su fase nihilista.
Ya vivimos en una economía planificada. ¿Por qué no hacerla democrática?
Hace dieciocho meses, la economista Isabella Weber se enfrentó a intensas críticas por culpar de la inflación a los beneficios empresariales. Ahora su análisis aparece regularmente en la prensa económica, y los ideólogos neoliberales se quejan de ello.
La fantasía más desbocada de los ideólogos hipercapitalistas no es ampliar la democracia, sino restringir su alcance o incluso extinguirla.
Algunos pensadores sostienen que el capitalismo tal y como lo definió Marx ha llegado a su fin y que, en su lugar, estamos entrando en algo parecido a un neofeudalismo digital. Para entender cómo funciona el capitalismo hoy en día, los marxistas deben deshacerse del sesgo fabril.
David Harvey habla del estado del capitalismo, de los límites de la versión izquierdista del populismo y de las luchas francesas como antídoto contra las tendencias autoritarias de la crisis.
En ocasiones, el capitalismo recurre a una violencia excepcional para subordinar a los trabajadores. Sin embargo, lo más habitual es que ejerza una forma impersonal de poder económico que moldea nuestro entorno y nos obliga a obedecer a diario.
La explotación de la clase trabajadora es fundamental para el funcionamiento del capitalismo. El argumento socialista es sencillo: podemos vivir en un mundo sin opresión.
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