Las particularidades de la etapa actual del capitalismo presentan tanto dificultades como oportunidades para América Latina. Pero para que la región logre defender sus intereses frente a las grandes potencias es indispensable que recupere la bandera del desarrollo.
Artículos publicados por: Valentino Cernaz
Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires. Escribe artículos de análisis político en diversos medios de comunicación,Luego de las elecciones primarias, la extrema derecha representada por el ultraliberal Javier Milei se ha posicionado como favorita para llegar al gobierno de Argentina. Pero aún no está dicha la última palabra: todavía es posible evitarlo.
La profunda crisis económica argentina se conjuga con un creciente descontento social cuyas consecuencias todavía no se definen con claridad. Con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, vale preguntarse hasta dónde puede llegar esta situación.
El mundo de hoy no ofrece ningún tipo de estabilidad ni proyección de futuro para las personas. La incertidumbre generalizada es un estado indeseable; pero si se aborda correctamente, puede ser una oportunidad para la construcción de una opción superadora.
En lo que hoy conocemos como Burkina Faso existió alguna vez un líder revolucionario que se ganó el apodo de «Che Guevara africano»: Thomas Sankara. Su breve presidencia puso en marcha un proyecto revolucionario inédito en el continente.
La histórica victoria de Gustavo Petro en Colombia representa un paso adelante de gran trascendencia para los progresismos latinoamericanos. El próximo desafío electoral en la región tendrá lugar en Brasil, donde se enfrentan dos modelos antagónicos.
La enorme mayoría de medios de comunicación hegemónicos, instituciones y partidos políticos de Occidente se han posicionado en contra del gobierno de Putin. Sin embargo, esas posturas a menudo han decantado en una rusofobia generalizada.
El campo progresista de América Latina difiere mucho de aquel que configuró la «Marea Rosa» de principios de siglo. Ha perdido la impronta integracionista y, sin un líder que lo cohesione, se inclina más por gestionar lo existente que por proponer algún cambio de fondo.