Diane Keaton en su interpretación nominada al Óscar como la periodista y sufragista Louise Bryant en Rojos, la película de Warren Beatty de 1981 (Paramount Pictures).
Pese a la seguridad que Diane Keaton —quien lamentablemente falleció a comienzos de octubre— transmitía en sus actuaciones, siempre había en ella un dejo de inquietud. Dotada de un talento inmenso y versátil, capaz de pasar del psicodrama más profundo a la comedia más liviana, Keaton parecía estar siempre buscando algo apenas fuera de su alcance. A veces era una verdad emocional más honda en los personajes que interpretaba. Otras veces, el lugar perfecto para vivir, una búsqueda que la hizo célebre como restauradora de casas históricas. Y, en ocasiones, la perfección física, una obsesión que se manifestó en su larga lucha contra la anorexia (cuyas complicaciones, según se dice, habrían influido en su muerte). Para bien y para mal, Keaton fue una perfeccionista: nunca satisfecha con los altos estándares que se imponía, siempre buscando ir un poco más lejos.
Fue intensamente iconoclasta, en sus actuaciones, en sus elecciones de carrera y hasta en su modo de prepararse para un papel. En una entrevista, Jack Nicholson recordó que Keaton, a diferencia de la mayoría de los actores de Hollywood, solía memorizar los guiones completos antes de comenzar el rodaje, en lugar de aprender sus líneas escena por escena. Esa disciplina reflejaba sus raíces teatrales: un origen inusual para una actriz nacida y criada en Los Ángeles, que solo alcanzó el éxito después de mudarse a Nueva York, comenzar en producciones teatrales independientes y, finalmente, llegar a Broadway. Allí, al protagonizar la obra de Woody Allen Play It Again, Sam —una irónica variación sobre Casablanca—, encontró su papel revelación y el camino hacia el estrellato cinematográfico.
Si El Padrino reveló su capacidad para la gravedad moral contenida, Annie Hall mostró su encanto radiante y su inteligencia cómica. La película, escrita específicamente para ella por Allen, fue el vehículo que la catapultó al estrellato. Aunque Allen se reservó la mayoría de los mejores diálogos para su propio personaje, Alvy Singer, la Annie Hall de Keaton (su verdadero apellido era Hall; adoptó el de soltera de su madre al descubrir que ya existía otra Diane Hall inscripta en el sindicato de actores de Nueva York) se convirtió en uno de los personajes más perdurables del cine. En muchos sentidos, Annie Hall fue el prototipo de la manic pixie dream girl: una mujer excéntrica y curiosa que se reinventa a través del vestuario y la identidad, y que finalmente alcanza una cierta paz interior —aunque eso implique dejar atrás a Alvy. La película también permitió que Keaton mostrara su talento como cantante, con una recordada actuación en un club nocturno durante el primer acto.
Manhattan (1979) marcó su última colaboración con Woody Allen —hasta un breve reencuentro en los años noventa— y el final de su relación sentimental. A partir de entonces, se inclinó hacia roles más dramáticos, en la línea de Buscando al señor Goodbar, encarnando a mujeres atormentadas y de vida interior compleja. Entre esos papeles destacan Después del amor, junto a Albert Finney, y sobre todo su interpretación nominada al Óscar en Rojos (1981), de Warren Beatty.
Rojos dramatiza las vidas de la sufragista y periodista Louise Bryant (Keaton) y su compañero, el periodista radical John Reed (Beatty), mientras cubren las primeras luchas obreras y, finalmente, la Revolución rusa de 1917. Aunque el film reconoce el giro oscuro del experimento soviético, muestra la lealtad de Reed a la causa revolucionaria junto con la mirada más ambigua de Bryant ante los costos personales de su compromiso. Keaton ancló la historia en las dimensiones humanas y emocionales de la convicción y la pérdida, ofreciendo una interpretación deslumbrante que equilibró amor, lealtad e idealismo.
Otro papel importante llegó con la comedia negra Crímenes del corazón (1986). Junto a Sissy Spacek y Jessica Lange, Keaton interpretó a una de las tres hermanas Magrath, reunidas en su casa de la infancia en un pequeño pueblo de Misisipi después de que la menor mata a su esposo abusivo. Oscilando entre el melodrama sureño y la comedia negra, la película mostró a Keaton como la presencia estabilizadora del grupo, el contrapunto perfecto de Spacek y Lange, y reafirmó su talento para el trabajo en conjunto y su instinto para realzar a sus compañeras de elenco.
Fuera del cine, Keaton se convirtió en defensora de la arquitectura colonial española y ayudó a salvar y restaurar varios edificios históricos de California, incluida la célebre Ennis House en las colinas de Hollywood, diseñada por Frank Lloyd Wright.
Pese a la compostura y confianza que irradiaba en pantalla, Keaton sufrió intermitentemente de anorexia, víctima de la cultura dietética de Los Ángeles y de su perfeccionismo, que también abarcaba la apariencia física. A lo largo de los años mantuvo relaciones con varios de sus colegas —entre ellos Woody Allen, Al Pacino y Warren Beatty—, y conservó buenas relaciones con todos, que hablaron de ella con cariño en años posteriores. Nunca se casó y crió sola a sus dos hijos adoptivos. Persona de vida privada reservada, fue discreta sobre sus problemas de salud, y su muerte el 11 de octubre tomó por sorpresa al público.
Ya fuera en una comedia romántica o en un drama psicológico, Keaton fue siempre una presencia luminosa en pantalla. Sus actuaciones se adecuaban con precisión al tono del material; nunca sobreactuó ni improvisó sin convicción. Es, sin duda, una de las grandes figuras de la historia del cine: una actriz de sutileza, inteligencia y profundidad extraordinarias. En una era de encasillamientos, Diane Keaton se mantuvo aparte como una auténtica potencia camaleónica, capaz de moverse entre diversos géneros con una preparación minuciosa y una precisión siempre pensada.
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