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Italia: un movimiento está naciendo

Traducción: Natalia López

La huelga del 22 de septiembre en Italia muestra un movimiento contra la guerra que nace de la indignación, pero que también es consciente de que para incidir realmente hay que «parar todo». Ahora se necesitan convergencias capaces de recoger el impulso unitario surgido desde abajo.

Ha nacido un movimiento. Un movimiento amplio, articulado en torno a una huelga general, en solidaridad con la Flotilla, pero sobre todo con Gaza y contra el genocidio en curso. La huelga del 22 de septiembre puso en evidencia una fuerza latente en la sociedad italiana —entre el mundo del trabajo y el estudiantado, pero con un alcance mucho más general— cuya consistencia se percibía en particular en las redes sociales, aunque también en todos los espacios de socialización. Se reactivó, de hecho, un imaginario ligado a la huelga, y en especial a la huelga general, como hacía mucho no ocurría en nuestro país.

Las marchas y concentraciones desbordaron las previsiones en todas partes, con bloqueos de la circulación —más que de la producción— y la capacidad de convocar a sectores muy diversos. Es justo reconocer a los sindicatos Usb, Adl, Cub y Sgb el haber sabido captar la necesidad de esta fecha, que además coincidía con la salida al mar de la expedición de la Global Sumud Flotilla. El 22 de septiembre tuvo una fuerza decisiva porque fue convocado inicialmente por los portuarios de Génova, quienes dieron credibilidad a la consigna «Bloqueemos todo» gracias a su precedente bloqueo del transporte de armas y luego con el apoyo a la Flotilla. Pero el «paro por Gaza» desbordó por completo cualquier delimitación organizativa. Un pueblo se reapropió de la huelga general, que no pertenece a las estructuras sindicales sino a las y los trabajadores.

En Roma, la multitud llenó durante horas la Piazza dei Cinquecento, al punto de hacer imposible cualquier conteo preciso: la propia policía cambió varias veces las cifras oficiales, pero la participación superó ampliamente las 100 mil personas, capaces de rodear la estación Termini —cerrada temporalmente—, protagonizar luego una larga marcha que llegó hasta la autopista de circunvalación y finalmente ocupar la facultad de Letras en La Sapienza. En Milán más de 50 mil personas irrumpieron en la estación Central, provocando la reacción desmedida de la policía con heridos y detenidos, dejando ver cuál será la respuesta del gobierno y de las derechas a este movimiento, intentando además oscurecer mediáticamente la masividad. Hubo cargas y camiones hidrantes también en Venecia, donde el puerto fue bloqueado durante cinco horas, igual que en Génova y Livorno; en Bolonia se cortó la autopista y en Pisa la Fi-Pi-Li, en abierta violación masiva de la llamada ley de seguridad. Hubo grandes marchas en Florencia, Nápoles, Turín, Trieste, Palermo, Ancona, Bari y muchas otras ciudades.

Las plazas italianas, desbordantes de participación y determinación, fueron más allá de las siglas sindicales y sus identidades. Se afirmaron por cuenta propia, excediendo a las organizaciones, con una dinámica que ahora habrá que hacer crecer, respetando su autoorganización y sus recorridos.

Este carácter resalta el error de la CGIL al convocar su propia huelga el 19 de septiembre. Fue una medida justa y valiosa en tanto única en el sindicalismo mayoritario europeo, pero concebida de modo autorreferencial, más por razones organizativas que para aportar al desarrollo de este movimiento amplio y al bloqueo real de la producción. El 22 de septiembre, en cambio, fueron muchos y muchas las y los afiliados de la CGIL que se sumaron, lo que hace todavía más llamativo que la página principal de Collettiva, su periódico, no reflejara la jornada al menos hasta el cierre de este artículo.

Habrá tiempo, esperamos, para corregir ese rumbo, porque la tragedia humanitaria en Gaza, el genocidio perpetrado por Israel y el intento en curso de limpieza étnica no se detienen, al igual que la expedición de la Flotilla. La necesidad de una movilización unitaria y cada vez más amplia sigue intacta. Puede ser útil hoy una manifestación nacional unificada, pero no es necesariamente el único camino. Los intentos del 22 de septiembre de bloquear nodos logísticos claves —puertos, estaciones, autopistas, circunvalaciones— señalan los objetivos ya identificados por quienes se movilizaron: la idea de que para ayudar a Gaza es necesario afectar los circuitos de distribución y, al mismo tiempo, frenar al menos una parte significativa de la producción. Una consigna tan espontánea como indispensable. Porque devuelve al centro el poder de las y los trabajadores, la práctica de la huelga como expresión de fuerza democrática frente a un dominio ciego y sordo. Y porque es urgente convocar a todo el país —y a Europa, a sus pueblos, sindicatos y movimientos— a un sacudón que evite que la masacre se consume en silencio y, sobre todo, que contribuya a detenerla.

El camino aún es largo. Pese a las prácticas masivas y contundentes, y al bloqueo de la circulación impulsado por el movimiento, la huelga no se tradujo todavía en un paro generalizado de la producción —algo que habría sido diferente si más sindicatos hubiesen actuado de manera convergente— salvo en sectores del empleo público y de la educación. La tarea es relanzar la movilización para superar ese límite. Y se puede contar con un ingrediente esencial de todo movimiento de masas que trasciende las condiciones materiales inmediatas: la indignación.

La Flotilla por Gaza es, en aguas abiertas, la manifestación de esa indignación y de la determinación de hacer algo —cualquier cosa— para enviar una señal que los Estados y gobiernos no saben o no quieren enviar. El 22 de septiembre también se sumaron declaraciones importantes de reconocimiento del Estado palestino, que no deben despreciarse, aunque sin medidas concretas —boicot económico activo a Israel, sanciones, corte de suministros militares, aislamiento diplomático— no pasan de ser hojas de parra destinadas a la opinión pública interna antes que a una estrategia real de solidaridad. Con todo, confirman que un «Estado palestino» existe en el derecho internacional, lo que representa un indicio clave para subrayar la ilegalidad y el carácter criminal del proyecto israelí, y para reivindicar el derecho del pueblo palestino a una tierra, un Estado y una libertad que hoy les son negados.

La indignación moral que hoy se expresa en Occidente, también en las calles, es un recurso fundamental. Indignación por la masacre infinita de un pueblo inerme, por una injusticia casi secular, por una desproporción obscena de fuerzas, por una narrativa occidental hipócrita y malintencionada al servicio de los intereses de Estados Unidos, la Unión Europea e Israel. Es la misma que hoy caracteriza al gobierno de Meloni, que se niega a reconocer al Estado palestino y que busca resaltar los incidentes de Milán como la imagen clave del 22 de septiembre, para encubrir su apoyo a Israel.

Hacía muchísimo tiempo que no se veía en Italia un movimiento de carácter internacionalista y en solidaridad con un pueblo oprimido. A diferencia del pasado, esta solidaridad tiene un fuerte tinte humanitario, pero también logra entrever las distorsiones mundiales —económicas, sociales y políticas— que sostienen la opresión, e interrogarse sobre los destinos del mundo. De ahí que, junto al «no a la guerra» y en particular al rechazo al rearme europeo y al militarismo trumpista que guían hoy a un Occidente en crisis, se sumara la exigencia de detener la masacre.

Se trata de un recurso moral, pero también político, como en tantas movilizaciones internacionalistas del pasado: baste recordar el movimiento contra la guerra de Vietnam o el de comienzos de siglo contra la guerra de Irak, al que se definió como la «segunda potencia mundial». Con respecto a este último, sin embargo —enorme, pero incapaz de frenar la invasión—, hoy surge una conciencia distinta: para incidir de verdad hay que «parar todo».

Si es cierto que ha nacido un movimiento, habrá que cuidarlo y hacerlo crecer, favoreciendo su autoorganización, creando comités y coordinaciones locales, y construyendo nuevos espacios de convergencia entre organizaciones diversas. Espacios que logren recoger el impulso unitario que emergió desde abajo y que, con la urgencia de la situación, apunten cada vez más a un escenario de confrontación global.

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Publicado en Artículos, Guerra, homeCentro, homeIzq, Imperialismo and Italia

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