La elección de un nuevo nombre es una oportunidad para que los papas recién elegidos den pistas sobre su agenda para la Iglesia católica. En 2005, Joseph Ratzinger eligió el nombre de Benedicto XVI para reflejar su convicción de que la civilización europea corría el riesgo de olvidar sus raíces en los grandes monasterios benedictinos de la Alta Edad Media. En 2013, Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre de Francisco para evocar la famosa cercanía de San Francisco con los pobres. Al elegir un nombre que ningún papa había utilizado antes, también sugirió su voluntad de romper con las tradiciones de la Iglesia en otros aspectos.
Poco después de su elección como León XIV, Robert Prevost explicó que había elegido ese nombre en homenaje a su predecesor León XIII (r. 1878-1903), haciendo referencia específica a la encíclica Rerum novarum, la encíclica de 1891 que marcó el primer compromiso importante de la Iglesia con las cuestiones laborales tras la Revolución Industrial. Aunque León no fue el primer pensador católico en abordar la economía política, sí fue el primer papa en situar las cuestiones económicas y laborales en el centro de su papado, lo que le valió el título de «padre de la doctrina social católica».
La Rerum novarum fue el primer gran esfuerzo de la Iglesia católica por reconocer un mundo transformado por las nuevas tecnologías industriales, la proletarización de las masas y las ideologías emergentes del socialismo y el nacionalismo. Al invocar este legado, León XIV señala su intención de ofrecer una respuesta católica «a otra revolución industrial y a los avances en el campo de la inteligencia artificial que plantean nuevos retos para la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo».
¿Qué debemos pensar de este gesto hacia la Rerum novarum? Las creencias del nuevo papa serán, por supuesto, de gran interés para los más de mil millones de católicos de todo el mundo. Pero sus opiniones sobre la economía política no son solamente una preocupación interna de los miembros de la Iglesia. Cualquier movimiento político o coalición que incluya a católicos —es decir, casi todos— tiene interés en comprender cómo se utilizará la influencia del papado.
Para los católicos de derecha —algunos de los cuales se apuraron a celebrar la elección del nombre de León XIV—, el mensaje parece claro. Cuando citan las denuncias de la Rerum novarum contra los socialistas o la defensa del carácter «sagrado e inviolable» de la propiedad privada, no están citando erróneamente el documento. León XIII no era un radical y, a primera vista, la Rerum novarum parece un texto conservador: una defensa moral del capitalismo en respuesta a una clase obrera cada vez más movilizada. Sin embargo, aunque los anticomunistas suelen destacar sus pasajes más tradicionales, el legado del documento entre los pensadores católicos es más complejo. Los católicos de izquierda trataron con la misma frecuencia a la Rerum novarum como un texto fundacional, posicionando su trabajo como una continuación del proyecto iniciado por León XIII. Y no sin razón: aunque la derecha católica tenga razón al ver una sensibilidad conservadora en la Rerum novarum, el documento marcó un punto de inflexión en el compromiso de la Iglesia con la vida social y económica moderna.
Revolución y reacción
El compromiso de León XIII con la preocupación por los trabajadores supuso un cambio definitivo en la respuesta de la Iglesia a la agitación social y política. Su predecesor inmediato, el archirreaccionario y antisemita Pío IX (papa entre 1846 y 1878), consideraba que las demandas de cambio social eran principalmente una amenaza para los privilegios políticos y financieros de la Iglesia, sobre todo para el dominio soberano del Papa sobre los Estados Pontificios, que él creía incuestionable y ordenado por Dios.
Esa creencia no era compartida por muchos de sus súbditos. En 1849, las fuerzas revolucionarias lo derrocaron temporalmente durante la efímera República Romana, y en 1870, las tropas italianas capturaron Roma e integraron de forma definitiva los Estados Pontificios al Reino de Italia, ya secular. Pío IX respondió con artillería teológica: publicó encíclicas en las que cargaba contra el «comunismo» y el «socialismo», términos que habían adquirido una nueva resonancia política tras las revoluciones de 1848 y la publicación del Manifiesto comunista ese mismo año. Sin embargo, sus condenas —como ejemplifica la Nostis et nobiscum (1849)— mostraban escasa conciencia de los cambios sociales y económicos que impulsaban este nuevo radicalismo político. Para Pío, la agitación política en Europa no era más que obra de «astutos enemigos de la Iglesia y de la sociedad humana» que agitaban a las masas, «a quienes engañaron con mentiras y deslumbraron con la promesa de una condición más feliz», incitándolas a despojar a sus superiores sociales y a saquear las riquezas de la Iglesia. Incluso insinuaba que los comunistas podrían estar conspirando con los protestantes para lograr ese objetivo. Más allá de lo que se piense sobre el contenido teológico y político de estas denuncias —que muchos pensadores católicos cuestionaron desde entonces—, lo cierto es que Pío IX ofrecía poco análisis económico de fondo, más allá de insistir en que los trabajadores y los pobres debían conocer su lugar.
En este contexto, León XIII asumió el papado en 1878. En algunos aspectos, continuó con las posturas reaccionarias de Pío IX. León nunca reconoció la legitimidad del dominio italiano en Roma, aunque la liquidación de las capacidades militares del papado significaba que no tenía poder para reclamar los territorios que Pío había perdido. En su encíclica de 1885, Immortale Dei, León se sumó a la condena de su predecesor de las ideas de soberanía popular y libertad de prensa. Incluso la Rerum novarum, aunque se considera acertadamente como un documento histórico sobre cuestiones laborales, comienza expresando su preocupación por la revolución política.
Como es habitual, la encíclica se conoce por su «incipit», sus primeras palabras —Rerum novarum—, que a veces se traducen literalmente como «de cosas nuevas» para enfatizar la voluntad de León XIII de abordar los cambios sociales y económicos. Pero esta traducción es engañosa: rerum novarum es una expresión latina que se refiere a las revoluciones políticas. León XIII justifica su giro hacia los temas económicos explicando que «despertado el prurito revolucionario» (rerum novarum semel excitata cupidine) conducirá naturalmente a demandas de cambios económicos, exactamente lo contrario de la afirmación marxista de que los cambios políticos son consecuencia de causas económicas.
Fe y salarios
Lo que distingue el enfoque de León XIII del de su predecesor reaccionario —y lo que hace de la publicación de la Rerum novarum un momento decisivo en la historia de la Iglesia— es que León no se limita a la denuncia moralizante de este «prurito revolucionario». Aunque lejos de ser un revolucionario él mismo, entendió que, en un mundo secularizado, la Iglesia ya no podía argumentar solo desde la autoridad. Gran parte de su papado lo dedicó a revitalizar el estudio y la filosofía dentro de la Iglesia, con el objetivo de presentarle argumentos más persuasivos a favor del catolicismo a personas que ya no podían ser obligadas a obedecer.
Del mismo modo, en la Rerum novarum reconoció que una respuesta católica creíble a la revolución industrial debía comenzar con un análisis de las fuerzas económicas en juego. León XIII describe un mundo en el que se fueron «entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios», y en el que «un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios». Repite las condenas de Pío IX al socialismo y lamenta que los socialistas puedan explotar estas condiciones para difundir su mensaje herético. Pero al hacerlo, León admite que la desigualdad y la opresión económica son problemas reales que la Iglesia no puede permitirse ignorar. Aunque rechaza las soluciones socialistas, sus críticas no se basan en el absolutismo de la autoridad papal ni en la invocación de la revelación divina, sino en argumentos seculares sobre economía política.
Al abordar estos temas en una encíclica papal —una declaración oficial y autorizada de doctrina—, la encíclica estableció un claro precedente: las cuestiones económicas quedaban dentro del campo de la reflexión moral católica. Así, inauguró una tradición de doctrina social de la Iglesia. La importancia de la Rerum novarum se refleja incluso en los títulos de las encíclicas posteriores sobre temas sociales: la Quadragesimo anno de Pío XI («En el cuadragésimo año», 1931) y la Centesimus annus de Juan Pablo II («El centésimo año», 1991) definen ambas a la publicación de la Rerum novarum en 1891 como un hito fundamental en el compromiso del catolicismo con el mundo moderno. Pío XI la describió como «la Carta Magna sobre la que debe fundarse toda actividad cristiana en el campo social», y desde entonces fue citada extensamente por papas y pensadores católicos de todo tipo.
El Papa contra la lucha de clases
Si bien la Rerum novarum moldeó sin lugar a dudas a generaciones de reformadores y pensadores sociales católicos, el análisis y las soluciones que propone son algo confusos y decepcionantes. Aunque los críticos católicos del capitalismo suelen invocarla, quienes la citan en detalle suelen ser conservadores que defienden el libre mercado. Esto se debe a que el núcleo de la teoría política de la Rerum novarum —y la premisa básica que subyace a sus prescripciones— es la idea de que el conflicto de clases es una ilusión y no algo que surge inevitablemente en una economía de mercado basada en la empresa privada.
Dice León XIII:
Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra (…). Es esto tan ajeno a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente podríase llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital.
Esta visión del capitalismo como una unidad armoniosa y orgánica de clases que cooperan entre sí difícilmente convencerá a un marxista —ni a cualquier otro socialista— o, de hecho, a cualquiera que haya experimentado de primera mano la vida en una sociedad capitalista. Y la descripción de la sociedad de clases como «armoniosa» resultará igualmente poco convincente para quienes conozcan los detalles históricos del surgimiento del capitalismo y su sustitución de otros modos de producción.
León XIII reconoció que esta armonía entre el capital y el trabajo no se daba en Europa, y tenía una explicación preparada: la influencia decreciente de la Iglesia católica. Para León, el problema del conflicto de clases había surgido de una fe insuficiente, y la solución residía en el poder unificador de la religión. «Pero la Iglesia, con Cristo por maestro y guía», escribió, «trata de unir una clase con la otra por la aproximación y la amistad». Al carecer de una explicación material o estructural de las causas del conflicto de clases, y estando poco dispuesto a considerar las propuestas de los socialistas, León puso su fe en una solución sobrenatural.
Esto no quiere decir que León careciera por completo de recomendaciones prácticas. El papa elogió a los sindicatos como medio para que los trabajadores defendieran sus intereses, aunque creía que debían organizarse según criterios sectarios, para proteger a los trabajadores católicos de las ideas «heréticas». Apoyaba la regulación de las horas de trabajo, las condiciones laborales y el trabajo infantil. Y, reconociendo los dolorosos problemas causados por la distribución desigual de la riqueza, argumentaba en términos vagos que «las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad».
De León a Francisco
Desde la perspectiva del siglo XIX, las propuestas de León XIII podían parecer bastante progresistas. Pero al proponer remedios para los sufrimientos de la sociedad capitalista, León XIII se vio limitado por su creencia en la santidad de la propiedad privada, con lo que descartaba cualquier solución redistributiva. La primera parte de la Rerum novarum está dedicada a defender el derecho natural a la propiedad privada, haciéndose eco de los argumentos de John Locke y de otros pensadores liberales tempranos. Aunque critica a los ricos por utilizar su riqueza para dominar y oprimir a la clase trabajadora, insiste en que «cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de conservarse inviolable». Instó a los ricos a utilizar su riqueza para el bien común, pero subrayó que hacerlo era una cuestión de «caridad cristiana, la cual, ciertamente, no hay derecho de exigirla por la ley».
Curiosamente, la Rerum novarum no hace ninguna referencia al tratamiento tradicional de la propiedad en el derecho canónico y por filósofos católicos como Tomás de Aquino, quien argumentó que la propiedad privada es un producto del acuerdo humano, no de la ley natural, y que los necesitados tienen un derecho moral a los bienes excedentes de los ricos. Pasando por alto esta tradición, León denunció al socialismo como una afrenta a la razón y a la fe, y advirtió que los esfuerzos por redistribuir la riqueza estaban condenados al fracaso, ya que «todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas».
Tomados al pie de la letra, estos elementos de la Rerum novarum parecen rechazar el núcleo de la política progresista. Y en su temor a la revolución socialista, eso bien pudo ser lo que León XIII pretendía: un programa modesto y paternalista que aliviaría parte del sufrimiento de los trabajadores, al tiempo que preservaría el orden capitalista. Entonces, como ahora, había católicos deseosos de invocar la autoridad de la Iglesia católica contra cualquier movimiento de cambio social. Pero si el texto de la Rerum novarum puede resultar desalentador en este sentido, su legado siguió un camino diferente, que puede ofrecer una perspectiva sobre lo que León XIV espera ahora revivir o reinterpretar.
Dada la elevada condición del papado entre los católicos, el rechazo abierto de una encíclica papal —ya sea por parte de papas sucesores o de otros pensadores católicos— es extremadamente raro. Sin embargo, las contribuciones posteriores a la doctrina social católica, incluso cuando se expresaban en términos elogiosos hacia León XIII y sus escritos, tendieron a moderar sus conclusiones de manera que abrían la puerta a una crítica más completa del capitalismo y a soluciones menos tentativas.
En 1931, Pío XI, al tiempo que elogiaba efusivamente el sabio juicio de León, dejó de lado la idea de que la propiedad privada debía ser «sagrada e inviolable» y sugirió con cautela que el Estado podría «determinar con mayor precisión, tras considerar las verdaderas exigencias del bien común, lo que está permitido y lo que no está permitido a los propietarios en el uso de sus bienes». Y en 1967, Pablo VI, al tiempo que insistía en que seguía los pasos de León, argumentó que el bien común a veces requiere la expropiación de la propiedad privada. En 2015, el papa Francisco llegó a insistir en que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada».
En cuanto al conflicto de clases, los papas siguieron una trayectoria similar, y la visión de unas clases que colaboran armoniosamente fue sustituida por recordatorios de que la lucha social debe proseguir sin odio ni intereses partidistas estrechos.
No es la Rerum Novarum de tus abuelos
A pesar de la tendencia de los papas posteriores a modificar o ignorar discretamente el contenido específico de la Rerum novarum, perduró su prestigio como documento fundacional del pensamiento social católico. Y si el recién elegido León XIV se posicionó como continuador de la labor iniciada por León XIII, es casi seguro que lo que tiene en mente es esta tradición más amplia y no la letra de la Rerum novarum. En un discurso pronunciado en una conferencia sobre la doctrina social católica celebrada en el Vaticano el 17 de mayo, menos de diez días después de su elección, el nuevo papa hizo algunos comentarios que dan pistas sobre cómo podría desarrollarse su interpretación de esta tradición.
La Iglesia católica, dice el papa León, «no quiere levantar la bandera de la posesión de la verdad», una observación provocadora y en contradicción con las posiciones de algunos de sus predecesores, que tendían a desconfiar y temer a cualquier movimiento social o teoría económica que se desarrollara fuera de la guía maternal de la Iglesia. Incluso sentado en un trono en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, León describió a la «doctrina social» de la Iglesia no como un pronunciamiento dictado desde lo alto, sino como un proceso de aprendizaje y compromiso: «Una doctrina no equivale a una opinión, sino a un camino común, coral e incluso multidisciplinar hacia la verdad». Para León XIV, esta búsqueda debe basarse en «compromiso de encontrar y escuchar a los pobres».
El llamamiento de León al diálogo y al encuentro dista mucho de las declaraciones magisteriales de su homónimo sobre la santidad de la propiedad privada. Huelga decir que no se trata de un respaldo oficial a una política de izquierda. No obstante, el planteamiento del nuevo papa parece sugerir una continuación de la apertura intelectual y la disposición a considerar perspectivas ajenas a la Iglesia católica, que fueron un rasgo controvertido del pontificado del Papa Francisco. Para los defensores de una política económica progresista que desean colaborar con los católicos, esto puede ser una señal alentadora. En la época de León XIII, la defensa entusiasta de la Iglesia de la propiedad privada y la economía de mercado reflejaba el temor de que la agitación anticapitalista supusiera una amenaza existencial tanto para las instituciones de la Iglesia como para su autoridad moral. Esos temores reaccionarios no desaparecieron totalmente del catolicismo, pero más de un siglo de experiencia histórica y de compromiso con los movimientos sociales fue remodelando gradualmente la perspectiva de la Iglesia.
León XIV no parece preocuparse por si el capital privado estará disponible como baluarte político de la Iglesia. En cambio, sus comentarios sugieren el temor de que una economía cada vez más inhumana, impulsada por algoritmos y sin regulación ponga en peligro los valores básicos de «la dignidad humana, la justicia y el trabajo». Es poco probable que los principios económicos liberales de la Rerum novarum ofrezcan una solución satisfactoria en este sentido. Pero la doctrina social católica es más que un simple documento, y León XIV puede recurrir a los recursos de una tradición que meditó durante siglos sobre los peligros de la codicia, el pecado de buscar el dominio sobre los demás y la primacía del bien común.
La inesperada elección de un ciudadano estadounidense al trono papal fue, naturalmente, motivo de orgullo para muchos en su país de origen, aunque su historial de reprimendas a políticos estadounidenses (entre ellos el reciente converso al catolicismo J. D. Vance) hizo reflexionar a algunos conservadores. En Estados Unidos, donde los donantes y personas influyentes de derecha tienden a moldear la percepción de la Iglesia católica, la tradición de la doctrina social católica descendiente de la Rerum novarum se expone a menudo de una manera que favorece el libre mercado, el «gobierno pequeño» y los derechos de propiedad inviolables. Algunos pueden interpretar así la invocación de la encíclica por parte de León XIV. Pero él no es únicamente ciudadano estadounidense. En 2015, adquirió la ciudadanía peruana, país donde pasó la mayor parte de su carrera y donde era obispo de Chiclayo.
En Perú, cuna de la teología de la liberación, invocar la «doctrina social católica» no implica un anticomunismo reflexivo. A menudo refleja una crítica al fracaso de las economías de mercado a la hora de atender a los pobres y un llamamiento a la redistribución de la propiedad y a sistemas de bienestar sólidos. El tiempo dirá si el primer papa nacido en Estados Unidos le debe más a sus influencias norteamericanas o a las sudamericanas.