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El presidente Donald Trump habla junto al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu con una maqueta del Air Force One sobre la mesa, durante una reunión en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 7 de abril de 2025, en Washington, DC. (Kevin Dietsch / Getty Images)

Israel no puede seguir así por mucho más tiempo

Traducción: Pedro Perucca

Estados Unidos empieza a reubicarse en un nuevo escenario geopolítico global y Benjamin Netanyahu empieza a quedarse sin opciones para continuar con su ataque genocida contra Gaza.

La reciente liberación del rehén israelí-estadounidense Edan Alexander fue el resultado de negociaciones directas entre Estados Unidos y Hamás. Presentada como una medida para fomentar la confianza y establecer un alto el fuego más amplio, los representantes israelíes no participaron en las conversaciones.

Esto se consideró un punto de inflexión histórico en las relaciones entre Estados Unidos e Israel y precipitó un serio debate sobre la dinámica interpersonal entre Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Avigdor Lieberman, presidente del partido conservador israelí Yisrael Beiteinu, afirma que el eje Estados Unidos-Israel está atravesando «un nivel mínimo que no tiene precedentes». Algunos interpretaron esta dinámica como un teatro político, diseñado para encubrir nuevas escaladas sangrientas. Pero debemos ir más allá del temperamento de los individuos —en el que se centran tantos comentarios hoy en día— y fijarnos en las tendencias estructurales y en las tensiones estratégicas que conforman el telón de fondo de un orden mundial en transformación.

El fin de la unipolaridad estadounidense exige un cambio de paradigma en Oriente Medio y pone en entredicho certezas anteriores. El panorama general no es otra cosa que una reestructuración del sistema estatal mundial: un mundo en transición, en el que las potencias hegemónicas regionales están organizando sus propias esferas de influencia como parte del nuevo orden multipolar.

Estados Unidos, en declive con respecto a su antigua posición de superpotencia única e indiscutible, se ve obligado a conseguir el mejor acuerdo posible para su retirada controlada. El extenso aparato estadounidense es demasiado costoso de mantener y, lo que es más importante, las guerras que libró para asegurar el dominio de su imperio fueron fracasos abyectos y torpes. En este cambio, Israel va camino de tener menos utilidad estratégica para Estados Unidos, que no tiene intereses vitales en la volatilidad que caracteriza la era Netanyahu, como podría ser una guerra contra Irán.

Rendimientos decrecientes

Este proceso demostrará que el lobby israelí, aunque influyente, no dicta la política estadounidense. Esta teoría fue muy popular, pero siempre ha corrido el riesgo de subestimar los intereses propios de Estados Unidos. En lugar de dejarse arrastrar a regañadientes por Israel, con la cola moviendo al perro, lo contrario fue y es la dinámica predominante: Estados Unidos invirtió en Israel como guarnición para asegurar sus objetivos imperiales en Oriente Medio. Como dijo Joe Biden en 1986: «[Apoyar a Israel] es la mejor inversión de 3000 millones de dólares que hacemos. Si no existiera Israel, Estados Unidos tendría que inventarse un Israel para proteger sus intereses en la región».

El razonamiento de Biden tenía sentido para esa fase del imperialismo estadounidense, pero este enfoque se está viendo cuestionado ahora que ese activo se deprecia y, de hecho, se convierte en un lastre. En pocas palabras, la región exige estabilidad a medida que la multipolaridad se hace efectiva, y los Estados del Golfo quieren autoridad en este ámbito. Estados Unidos también prefiere una reconfiguración que pueda proteger sus intereses financieros y estratégicos a largo plazo, habiendo aceptado que las interminables intervenciones militares en Oriente Medio resultan perjudiciales. Mientras Estados Unidos se prepara para una escalada de la competencia con China, busca una solución en la que sus objetivos puedan flexibilizarse comercialmente a través de colaboradores del Golfo, en un contexto de integración regional.

Por eso aceleró conversaciones con Irán y es probable que este país acepte un acuerdo. Además, le puso fin a las hostilidades con los hutíes y, lo que es más notable, sin el apoyo ni la coordinación de Israel. Como se ha mencionado anteriormente, también han entablado conversaciones directas con Hamás, para gran enojo del gabinete israelí. En su reciente gira, Trump mantuvo conversaciones de alto nivel con representantes de varios Estados clave de la región, pero no con Israel. El portaaviones USS Harry S. Truman abandonó el mar Rojo con tres aviones de combate menos. No es de extrañar que Netanyahu comprenda que Israel tendrá que «desengancharse de la ayuda militar estadounidense».

A medida que se reposicionan sus intereses, Estados Unidos también está coordinando con los saudíes la naturaleza y la aplicación de un alto el fuego duradero en Gaza, un proceso difícil y complicado, ya que la separación genera sus propios dilemas. Esto explica en parte por qué un día un informe sugiere que la administración Trump planea expulsar a un millón de palestinos de Gaza a Libia y, al día siguiente, la embajada estadounidense en el país lo desmiente. Es plausible que las informaciones y contrainformaciones reflejen las divisiones dentro del establishment estadounidense sobre la cuestión, lo que nos lleva al futuro de la propia Gaza, en gran parte arrasada por Israel con el apoyo de sus aliados de la OTAN.

La propuesta de Trump y Netanyahu de crear una «Riviera» en una Gaza étnicamente limpia nunca iba a ser aceptada por la región; la representación generada por IA de un espectáculo tan grotesco publicada por Trump en las redes sociales era demasiado explícita. Pero el efecto material de esta propuesta fue acelerar el plan egipcio para Gaza, que rechazaba la limpieza étnica de la franja. Este plan fue respaldado por la Cumbre Árabe y, discretamente, también lo apoyaron Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia. Contrariamente a algunas informaciones iniciales, Estados Unidos no lo rechazó. El enviado para Oriente Medio, Steve Witkoff, dijo que era «un primer paso de buena fe por parte de los egipcios».

Israel se ve acorralado: necesita la normalización regional, pero su posición negociadora se vio socavada por sus acciones criminales y genocidas. Cada hora que pasa sin cambiar de rumbo, su posición se debilita. Moody’s Ratings advierte de «graves consecuencias para las finanzas del Gobierno» y «una mayor erosión de la calidad institucional» como resultado de los elevados riesgos políticos. Según algunas estimaciones, Israel podría perder unos 400.000 millones de dólares en actividad económica durante la próxima década.

A pesar de ello, Estados Unidos ahora negociará acuerdos con los Estados árabes sin plantear la normalización como requisito previo. A cambio, Trump consiguió una promesa de inversión saudí de 600.000 millones de dólares, que incluye uno de los mayores acuerdos armamentísticos de la historia. Esto también rompe el compromiso inquebrantable de Estados Unidos con la «ventaja militar cualitativa» de Israel, destinada a garantizar su supremacía militar en Oriente Medio. Trump también dejó claro en su discurso inaugural que la intervención occidental era una empresa fallida y le dio el visto bueno al desmantelamiento de las ONG estadounidenses de poder blando al poner fin a la financiación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

El fin de la anarquía

Esto ofrece a los actores regionales y al Consejo de Cooperación del Golfo una oportunidad histórica para disciplinar a Israel y promover un Estado palestino. Hay que decir que cualquier objetivo de este tipo por su parte no sería altruista, dada la falta de acción de estos regímenes para detener el genocidio en Gaza. Tienen incentivos para garantizar que su esfera regional en el nuevo orden mundial se afiance de una manera que les sea favorable. En este sentido, Arabia Saudí considera a Israel como una amenaza para la seguridad de sus ambiciones en la región, ya que su depravada política expansionista hacia los palestinos genera violencia cíclica e inestabilidad política. La justicia de la causa palestina es bastante secundaria (por lo que, inexcusablemente, no tiene prisa por actuar).

La cuestión palestina está, al mismo tiempo, íntimamente ligada a la competencia interestatal regional y sirve de plataforma para someter a Israel. Las preguntas son: ¿hasta qué punto y con qué ritmo? Otro factor importante es la exigencia de armonía regional por parte del capital internacional —dada la geografía comercial de la economía mundial—, que ya no puede seguir dependiendo de que Estados Unidos bombardee nuevos mercados para abrirlos.

Si bien un grupo más reducido de intereses relacionados con la fabricación de armas prefiere un conflicto permanente, hay flujos comerciales más amplios y mucho más diferenciados que se ven obstaculizados por esta dinámica. Esto explica en parte por qué el Financial Times se pronunció abiertamente a favor de un alto el fuego desde octubre de 2023, y por qué otras publicaciones del establishment, como The Economist, están rompiendo lentamente con la política de Israel hacia Gaza.

La presión está aumentando y las relaciones se están tensando. Este mes, Gran Bretaña, Francia y Canadá publicaron una declaración conjunta en la que condenan la expansión militar de Israel y la falta de ayuda que llega a la Franja; por primera vez, se amenazó con sanciones selectivas. En respuesta, Netanyahu afirmó que esto representaba un «gran premio por el ataque genocida contra Israel del 7 de octubre». La última declaración es en sí misma cínica, dado que sus firmantes no se arrepintieron de haber proporcionado armas, apoyo técnico y cobertura política a Israel.

Sin embargo, estas naciones tienen que tener en cuenta su reputación, la seguridad mundial y la competencia económica. No es casualidad, por ejemplo, que Rachel Reeves haya dicho que Gran Bretaña tiene como objetivo un importante acuerdo comercial con el Golfo, tras las recientes negociaciones entre la Unión Europea y la India. Estos acuerdos se verían trastornados si se le permitiera a Israel llevar a cabo hasta el fin el genocidio y la limpieza étnica de Gaza, dadas las consecuencias que ello tendría para la región.

En cuanto a España, la semana pasada se reunieron en Riad más de trescientos funcionarios e inversores para celebrar un Foro Empresarial Hispano-Saudí en el que se cerraron importantes acuerdos. Al mismo tiempo, España pide un embargo de armas a Israel e insta a sus aliados europeos a hacer lo mismo. También pidió medidas concretas para avanzar hacia un Estado palestino. Estos y otros temas se debatieron en una cumbre de alto nivel conocida como el «Grupo de Madrid», celebrada hace pocos días, en la que participaron representantes de países europeos, entre ellos Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, junto con enviados de Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Turquía, Marruecos, la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica. Israel se está convirtiendo en un problema para Occidente, ya que inhibe su sector privado y sus acuerdos regionales, en lugar de ser un socio racional y rentable.

Netanyahu, aislado y perdiendo valor estratégico para Estados Unidos, no tiene un camino viable por delante. Es posible que esté negociando su propio «día después», utilizando su única baza restante: infligir más sufrimiento a los palestinos y aumentar brutalmente las apuestas. Su reciente viaje a Hungría estuvo relacionado con los procedimientos de la Corte Penal Internacional (CPI). Y aunque es cierto que la CPI es un instrumento colonial, no hay garantía de que se pueda evitar la tendencia a consolidar la culpa en torno a un solo individuo; cabe esperar un giro más duro de Occidente contra Netanyahu, a medida que los estados traten de distanciarse de la catástrofe que desataron conjuntamente en su intento de restablecer las relaciones con Oriente Medio, así como con el Sur Global.

Netanyahu también se enfrenta a un lodazal legal interno por acusaciones de corrupción, mucho más difíciles de eludir. Pero la cuestión subyacente y fundamental es que el reajuste geopolítico que acompaña al emergente sistema mundial multipolar relega la importancia relativa de Israel a la política estadounidense en la región, y no solo a la de Netanyahu.

Una operación de rescate

Netanyahu y sus aliados siguen controlando el Estado israelí, lo que lo hace aún más peligroso y volátil, pero su gobierno se está fracturando y es insostenible. La política de Netanyahu solo conduce a una mayor reducción de la fortuna de Israel. También hay que decir que este conflicto no es entre un puñado de pacifistas y una clase dirigente israelí unida. Existen rupturas dentro de la élite empresarial, el ejército, los servicios de seguridad y entre figuras políticas prominentes. También debemos tener en cuenta a los elementos más fanáticos y mesiánicos, los colonos y otros, que probablemente se volverán más peligrosos a medida que evolucione la situación, fragmentando aún más la cohesión del Estado. A medida que los horrores se intensifiquen, las divisiones se volverán más desesperadas. Un político, Moshe Feiglin, argumentó recientemente en el Canal 14 que «cada niño, cada bebé, es un enemigo»; otro, Yair Golan, advirtió que «Israel está en camino de convertirse en un Estado paria, como lo fue Sudáfrica… Un país sensato no lucha contra civiles, no mata bebés por diversión y no se fija como objetivo expulsar a poblaciones».

El propio ex primer ministro israelí Ehud Olmert adoptó una postura crítica, diciendo en una «Cumbre Popular por la Paz» que «Gaza es palestina y no israelí. Debe formar parte de un Estado palestino». Esto, argumentó, es la base para lograr la normalización. Los exjefes del Mossad y del Shin Bet también firmaron una carta junto con un ex subjefe del ejército israelí instando a Trump a no escuchar a Netanyahu y a poner fin a la «guerra». Estas intervenciones se basan, por supuesto, en el interés propio y en el conocimiento de que Netanyahu se quedó sin opciones. La misión ahora es una operación de rescate: un intento de realinear a Israel y a Estados Unidos en la medida de lo posible. Es notable que los defensores de Israel, que antes se mostraban tan seguros en los medios de comunicación, ahora guarden silencio. No hay una línea propagandística única en torno a la cual aglutinarse; el discurso se derrumbó por completo. Mientras tanto, el movimiento internacional de solidaridad con Palestina justificó sus principales reivindicaciones y su evaluación de la magnitud y los objetivos del horror desatado en Gaza.

Este movimiento fue la vanguardia de la conciencia moral en estos últimos meses y también fue políticamente inclusivo, a pesar de las calumnias dirigidas contra él. Ahora, en Occidente, los «grandes y buenos» comenzaron a dar un giro. Aunque sin llegar a identificar la naturaleza apartheid del Estado israelí, el columnista del New York Times Thomas Friedman escribe: «Este Gobierno israelí se está comportando de una manera que amenaza los intereses fundamentales de Estados Unidos en la región. Netanyahu no es nuestro amigo». En The Guardian, Jonathan Freedland predice que Trump traicionará a su antiguo aliado. El exvicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, afirma ahora que Israel está cometiendo genocidio. Emmanuel Macron va a copresidir una cumbre en Nueva York con Arabia Saudí para establecer un Estado palestino.

Insistimos, estas medidas se basan en intereses, no en la moralidad. En el caso de Francia, Macron está luchando por los objetivos europeos y franceses en Oriente Medio, para los que la lealtad a Israel reporta cada vez menos beneficios. Al igual que Estados Unidos, necesitan un nuevo medio para interactuar con la región. Otros esperan el proceso de saneamiento a largo plazo del Estado israelí que será necesario, reduciendo la cuestión a una aberración especialmente grave en la figura de Netanyahu.

Nada puede darse por sentado en los argumentos aquí expuestos, sobre todo porque es probable que el gabinete israelí se vuelva cada vez más irritable. En cada etapa, el movimiento palestino global debe seguir movilizándose, institucionalizando y universalizando sus posiciones como lo hizo hasta ahora. Solo gracias a su determinación, y contra todo pronóstico, el pueblo palestino terminó siendo quien, en última instancia, constituye el factor crucial y decisivo en el cálculo regional general. La lucha del pueblo palestino por la dignidad, la libertad y los derechos humanos demostró en la práctica lo que siempre afirmó: la existencia es resistencia.

 

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