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Grupo de partisanos búlgaros del Frente de la Patria en 1944. (Archivo Histórico Universal / Universal Images Group vía Getty Images)

La liberación de Europa 80 años después: Bulgaria

Traducción: Natalia López

Bulgaria cuenta con una de las tradiciones más antiguas de lucha antifascista en Europa, que se remonta a la década de 1920. Las narrativas interesadas de las fuerzas políticas contemporáneas han oscurecido este rico patrimonio.

Cuando se habla del movimiento antifascista búlgaro (o más bien de los movimientos), la mayoría de las fuentes se centran exclusivamente en la pequeña resistencia armada y la coalición del Frente Patriótico, que derrocó al régimen monárquico-fascista aliado del Eje que estuvo en el poder entre 1941 y 1944. Sin embargo, un análisis más detallado nos muestra que el antifascismo búlgaro tuvo una vida mucho más larga.

Cabe destacar dos acontecimientos que tuvieron lugar en Bulgaria en 1923 y que compiten por el título de «primera rebelión antifascista de la historia mundial»: la resistencia campesina al golpe militar del 9 de junio contra el gobierno agrario de Aleksandar Stamboliiski y el levantamiento comunista (aunque también en gran parte campesino) contra el gobierno autoproclamado de Aleksandar Tsankov a finales de septiembre de 1923.

«Dictadura terrorista abierta»

En el momento del golpe antiagrarista, los comunistas declararon una posición de neutralidad, calificándolo de «lucha interna entre la burguesía urbana y rural». Esto, a pesar de que los campesinos constituían el núcleo del movimiento comunista en la Bulgaria mayoritariamente agraria, tanto durante el mal organizado levantamiento de 1923 como durante la guerra de guerrillas de la década de 1940.

Uno de los líderes del Partido Comunista Búlgaro (PCB), Georgi Dimitrov, que defendió la línea de neutralidad en junio de 1923, definió al fascismo como «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero». El golpe militar y el posterior régimen autoritario de la irónicamente llamada Alianza Democrática —que literal y metafóricamente decapitó al gobierno mayoritario de Stamboliiski— encarnaron esta definición.

La camarilla capitalista-militar en torno a Tsankov, apodado «el chupasangre» por sus oponentes, no solo aplastó brutalmente ambas rebeliones y proscribió definitivamente a la oposición comunista, sino que también restableció los intereses del gran capital agrario e industrial bajo el pretexto del proteccionismo económico. Se trataba de intereses que Stamboliiski había restringido mediante una reforma agraria redistributiva, una fiscalidad progresiva y un impulso hacia una federación balcánica.

El nuevo régimen también revirtió la dirección progresista, marginal pero creciente, de la política búlgara durante las décadas anteriores, marcada por huelgas, proyectos de ley y reformas, e impulsada por alcaldes comunistas, parlamentarios y líderes sindicales electos. Hoy en día, la visión hegemónica en Bulgaria borra el legado progresista y democrático de los comunistas y los agrarios del periodo de entreguerras, al tiempo que celebra la «democracia» capitalista de ese periodo como un ideal al que aspirar.

¿Quiénes son los «héroes» recordados por los anticomunistas radicales búlgaros? Tsankov, por ejemplo, miembro de una élite de derecha cada vez más radicalizada que simpatizaba con Benito Mussolini y más tarde con Adolf Hitler, fundó el Movimiento Nacional Social, de inspiración nazi. Este grupo quedó relegado por una formación aún más radical liderada por los militares, Zveno («Eslabón»), que prohibió todos los partidos políticos y sindicatos tras otro golpe de Estado en 1934.

Las ambigüedades del antifascismo

Zveno persiguió a los comunistas y allanó el camino para el régimen dictatorial monárquico-fascista de 1935-1944, que alineó a Bulgaria con el Eje. Tsankov fue nombrado primer ministro en el exilio por el Eje cuando el Ejército Rojo entró en Sofía en septiembre de 1944 y las guerrillas comunistas locales tomaron el poder.

Irónicamente, fue el capitalista rentista Kimon Georgiev —coorganizador del golpe de Estado del 9 de junio de 1923, exministro de la Alianza Democrática, fundador de Zveno y líder del golpe de 1934— quien asumió el poder tras el avance soviético. Lo hizo con el apoyo de los comunistas, a pesar de su pasado fascista.

El BCP, que más tarde reivindicó la plena propiedad de la lucha antifascista, no fue la única fuerza que luchó contra el fascismo. Las formaciones anarquistas búlgaras a lo largo de la primera mitad del siglo XX se opusieron vehementemente al capitalismo, la monarquía y el nexo militar-industrial subordinado a los intereses imperiales en la periferia de Europa. Lucharon junto a los comunistas y los campesinos tanto en 1923 como en 1944.

El movimiento agrario posterior a la Primera Guerra Mundial también se opuso al gran capital, a los intereses de las grandes potencias y a la guerra, aunque su Guardia Naranja paramilitar distaba mucho de cooperar con los comunistas. Sin embargo, estas posibles alianzas progresistas quedaron marginadas en el marco del Frente Patriótico durante la Segunda Guerra Mundial.

Organizado por los comunistas tras la violación por parte de Alemania del Pacto Ribbentrop-Molotov a mediados de 1941, el Frente unió a una amplia coalición de socialdemócratas, agrarios e incluso elementos fascistas pero antialemanes, como Georgiev. Acordaron poner fin a la alianza del Eje, retirar las tropas de Serbia, conceder amnistía política, derogar las leyes antisemitas y abolir la monarquía. El supuesto ideal compartido de restaurar las libertades democráticas nunca se llevó a la práctica después de 1944.

Narrativas rivales

Hoy en día, una sociedad búlgara fuertemente polarizada, en medio de una polarización mundial creciente, solo cuenta con dos narrativas públicas dominantes y opuestas sobre estos acontecimientos. Envuelto en una política oligárquica neotradicionalista y neonacionalista, el Partido Socialista Búlgaro (BSP) —socialista solo de nombre— se presenta como el heredero del levantamiento antifascista de 1944 y del período de gobierno socialista, de una manera que aparentemente se traduce sin problemas en lealtad a la Rusia postsoviética contemporánea. Sin embargo, el BSP deja de lado medio siglo de organización popular sin concesiones entre trabajadores, campesinos y soldados, tanto en formas democráticas como guerrilleras, así como la política progresista antirracista y feminista del comunismo antes y después de la guerra.

En contraposición a ello se encuentra una amplia gama de partidos anticomunistas. Aunque simpatizan con las políticas antimigratorias, antifeministas y antisociales del BSP, lamentan el legado de 1944 como una «ocupación del ejército soviético» y lloran a las víctimas del «terror rojo». Estas fuerzas políticas olvidan convenientemente la persecución y la violencia anticomunistas de la época de entreguerras y atribuyen la liberación antifascista de Europa a Estados Unidos y sus aliados occidentales, legitimando la violencia pasada y presente de la OTAN y sus aliados.

Hay lecciones positivas que extraer de la izquierda búlgara de entreguerras: su organización antifascista persistente y profunda entre las masas populares a pesar de las condiciones políticas volátiles, su combinación de tácticas parlamentarias y guerrilleras y su capacidad para coordinar una coalición estratégica como el Frente Patriótico en un momento crítico.

Sin embargo, aprender de los errores del pasado es igualmente vital. Presentar 1923 o 1944 como un caso de «rebelión antifascista democrática en todo el país» —por no hablar de «revoluciones socialistas»— oscurece las opciones políticas confusas y limitadas, los retos y los compromisos a los que se enfrentó un movimiento violentamente perseguido en condiciones de extrema adversidad.

El fracaso del PCB a la hora de apoyar la rebelión campesina de 1923 todavía nos persigue. El historial del PCB de alienar (antes de perseguir y asesinar posteriormente) a aliados naturales como los agrarios y los anarquistas mientras favorecía coaliciones de última hora con antiguos enemigos, ha dejado un aire incómodo en nuestro panteón antifascista.

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