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El Papa León XIV en el balcón de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 8 de mayo de 2025.

Estadounidense, pero no trumpista

Traducción: Pedro Perucca

Prevost es el primer papa estadounidense, pero no es cercano a la administración Trump. Aunque quizás más moderado y atento a la unidad eclesiástica que el papa Francisco, expresa una continuidad del papado anterior.

El papa León XIV, Robert Francis Prevost, conocido por todos como «Bob», es el primer papa agustino y el primer estadounidense. Pero, a pesar de lo que pueda pensar la mayoría, no es el candidato de Trump, con quien tuvo la ocasión de polemizar al menos en un par de ocasiones. Al contrario, como se vio en su primer discurso tras el Habemus papam, Prevost hizo todo lo posible por subrayar la continuidad con el papa Francisco. La «paz desarmada y desarmante», la humildad, la apertura de la Iglesia a «todos, incondicionalmente» y la necesidad de construir «puentes», que recuerda claramente el último mensaje de Bergoglio. Un papa de continuidad, pero que demostró en su vida episcopal y cardenalicia saber conciliar las ideas de apertura y atención social con una concepción espiritual de la Iglesia.

Prevost es bergogliano, quizás más moderado y más atento a la unidad eclesiástica, pero su elección es totalmente parte del mundo del papa Francisco, de quien fue un colaborador leal y de confianza, que lo quiso al frente del Dicasterio para los Obispos con la decisiva y delicada tarea de elegir a los «pastores» fundamentales en la vida de la Iglesia. Y esta continuidad bergogliana se manifestó claramente con el agradecimiento explícito a Francisco, recordando su última bendición a Roma y al mundo, en el día de Pascua, y prometiendo «dar seguimiento a esa bendición» (incluso con la cita literal de esa invocación a «construir puentes en un mundo que va hacia la guerra»).

Otro rasgo bergogliano es el de la Iglesia «abierta a todos, incondicionalmente». «A todos, todos, todos», decía Francisco, y esta visión fue uno de los objetivos de ataque preferidos de los conservadores internos, como demostró una entrevista en el Corriere della Sera al cardenal Camillo Ruini, expresidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) y figura destacada del mundo más tradicionalista, que invitó a limitar el impulso tendiente a la apertura para concentrarse en la gestión de los fieles existentes.

Además, en el sentido bergogliano, y este es el aspecto más crucial para la vida interna de la Iglesia, el nuevo Pontífice hizo énfasis en su carácter «sinodal, que camina, que busca la paz, la caridad, cerca de los que sufren». El «Sínodo para una Iglesia sinodal», es decir, la idea de ampliar la participación en la conducción de la Iglesia, es quizás el acto de gobierno más innovador de Francisco, aunque quedó en gran medida inconcluso a pesar de dos asambleas mundiales, en 2023 y 2024. León XIV se apropió de inmediato de ese proyecto, en torno al cual convocará a debatir a la compleja y poderosa, pero también fragilizada, organización que fue llamado a presidir.

Prevost, en las descripciones de los componentes internos del cónclave, se situaba firmemente entre los bergoglianos más directos: no entre los más radicales, como Matteo Zuppi o el secretario del Sínodo, Mario Grech, o incluso el presidente del Consejo Económico, el alemán Reinhard Marx. Pero tampoco entre los más moderados, como el gran favorito de la víspera, el ya secretario de Estado Pietro Parolin. Este último parece hoy el gran derrotado, al que quizá no lo ayudó el revuelo mediático en torno a su posible elección. Parolin no parece haber convencido al componente claramente mayoritario del cónclave, los 108 cardenales nombrados directamente por Bergoglio (que podría haber velado por esta elección y haberla propiciado de alguna manera).

En cuanto a las relaciones con la administración estadounidense, no es un detalle menor el hecho de que el nuevo pontífice quisiera polemizar directamente con el vicepresidente J. D. Vance y con su personal y extravagante teoría del ordo amoris, de origen agustiniano (la orden de Prevost), que Vance declinó así: primero la propia familia, luego el prójimo. Lo que implica decir: pensemos primero en nuestras fronteras, en nuestra nación, y sólo después en los migrantes. J. D. Vance se equivoca, escribió Prevost en X, al compartir un editorial del National Catholic Register: Jesús no nos pide que hagamos un ranking de nuestro amor por los demás. En otro tuit de febrero pasado, además, Prevost defendió la carta enviada por el papa Francisco a los obispos de EE. UU., en la que criticó la política migratoria de Trump y volvió a cuestionar la teoría del ordo amoris de Vance. La relación con Trump será sin duda un aspecto que condicionará el nuevo papado, aunque nunca hay que perder de vista el carácter global de la Iglesia y su atención al mundo entero. El enfrentamiento, sin embargo, se dará, y probablemente gire en torno a los temas vinculados con la paz y la justicia social.

Sin perjuicio de la continuidad, Prevost también debe haber convencido por su mayor moderación —razonando con criterios laicos, lo que dentro de la Iglesia podría ser una cualidad radical—, su rigor espiritual y un equilibrio en la gestión capaz de tranquilizar incluso a los más moderados. Solo cuando se sepa si los conservadores volcaron sus votos en el nuevo papa León XIV o si, por el contrario, mantuvieron su posición en torno a los nombres «insignia» o si incluso intentaron patrocinar a una figura como el cardenal Pizzaballa o el propio Parolin, se comprenderá hasta qué punto la estructura doctrinal de Prevost apareció también como una garantía para ellos.

Prevost nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, de padres de origen francés, italiano y español. Estudió en el Seminario Menor de los Padres Agustinos y se licenció en Matemáticas, pero luego estudió Filosofía. Ingresó en la Orden de San Agustín y el 29 de agosto de 1981 pronunció sus votos solemnes. A los 27 años fue enviado a Roma para estudiar Derecho Canónico en la Pontificia Universidad San Tomás de Aquino y allí fue ordenado sacerdote en 1982. Mientras preparaba su tesis doctoral, en 1984 fue enviado a la misión agustiniana de Chulucanas, en Perú, y en 1987 llegó a la misión de Trujillo, también en Perú, como director del proyecto de formación común de los aspirantes agustinos. Se sumergió en la vida misionera de la Orden y fue ascendiendo en los distintos grados: prior de la comunidad, rector de formación y profesor de los profesos, hasta llegar a ser profesor de Derecho Canónico. Pero también se le confió la pastoral de Nuestra Señora Madre de la Iglesia en los barrios pobres de la periferia de la ciudad. En 2002 fue nombrado prior general de la Orden de San Agustín, cargo para el que fue confirmado en 2007 para un segundo mandato. Es el periodo en el que reside en Roma y comienza una intensa actividad viajando por unos cincuenta países. En 2014, el papa Francisco lo nombra administrador apostólico de la diócesis peruana de Chiclayo y, al año siguiente, es nombrado obispo y luego vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Peruana. En 2023, Francisco lo nombra prefecto de uno de los dicasterios más sensibles, el de los Obispos, y también presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. En el consistorio del 30 de septiembre es finalmente nombrado cardenal.

Prevost tiene una evidente sensibilidad por los temas bergoglianos, y la elección del nombre León, que remite al autor de la Rerum Novarum (la primera gran encíclica de doctrina social de la Iglesia) parece anticipar un programa de apertura social. Es uno de los que también defendió la Laudato si’ de Francisco, sosteniendo que el dominio sobre la naturaleza «no debe convertirse en tiránico». Es el primer papa estadounidense, pero tiene una vida misionera en Sudamérica. Y el cuidado manifestado que puso al dar su primer mensaje y hablar también en español, saludando a la diócesis peruana, da cuenta de su visión global.

En una entrevista de hace unos años, subrayaba la importancia de tener obispos «pastores y no gestores». La huella misionera fue fundamental en su concepción de la fe y del servicio cristiano: «Mi vocación, como la de todo cristiano, es ser misionero y anunciar el Evangelio allí donde uno se encuentra». «No hay que esconderse detrás de una idea de autoridad que hoy ya no tiene sentido», es otro de sus mensajes.

En cuanto a la elección de los obispos, nunca respaldó hipótesis de renovación radical como las que se plantearon en algunos ámbitos de la Iglesia, como por ejemplo la de la participación de los fieles y también de los laicos. «Hay que escuchar también al pueblo de Dios», dijo Prevost, pero esto «no significa que sea la Iglesia local la que deba elegir a su pastor, como si ser llamado a ser obispo fuera el resultado de un voto democrático». Lo mismo ocurre con las mujeres. Hay que escucharlas, porque «su punto de vista es un enriquecimiento», pero si se habla de mujeres que puedan oficiar como sacerdotisas, consideró que «es algo que la tradición apostólica dejó muy claro». Sobre el controvertido tema de las bendiciones a parejas homosexuales, que fue objeto de la Carta Fiducia Supplicans, firmada por el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, mano derecha de Francisco, adoptó una actitud pragmática al sostener que «cada conferencia episcopal necesita una cierta autoridad» y, por lo tanto, dejó la decisión a las diferentes realidades geográficas y culturales. En cuanto a los abusos sexuales, se lo acusó de encubrir algunos casos en Perú, los que sin embargo fueron rotundamente desmentidos por la diócesis.

La elección del cónclave parece, en cualquier caso, un parto político bien orquestado, una construcción que desmiente las profundas divisiones internas y la incapacidad de la Iglesia católica para hacer frente a sus propias debilidades. La rapidez de la humareda blanca, dados los plazos y la heterogeneidad del colegio cardenalicio, envía al mundo un mensaje de solidez que desmiente los rumores de divisiones y cuestionamientos al antiguo papa, y realiza una jugada de ajedrez al apostar por un papa estadounidense que, sin embargo, no es solo norteamericano sino que habla español. Los personajes más conocidos y quizás más poderosos del mundo son sin duda dos estadounidenses, pero podría tratarse de una dialéctica inédita.

 

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