Ha sido una semana turbulenta para el mercado de valores. La intención de Donald Trump de remodelar el orden capitalista mundial ha provocado el frenesí de los inversores. ¿Hacia dónde se dirige todo esto? Quién sabe. Pero ante una posible guerra comercial, vale la pena dar un paso atrás y reflexionar sobre la forma que adopta hoy el sistema financiero global.
Para empezar: ¿Cuáles son los acontecimientos más importantes en Wall Street en los últimos años? La respuesta corta: los gestores de activos masivos, sobre todo los «Big Three» (BlackRock, Vanguard y State Street), se han convertido en los actores dominantes en el sistema financiero y la economía en general. ¿Qué hacen los Big Three? Proporcionan un servicio financiero básico a los inversores: a cambio de una comisión, los gestores de activos invierten el dinero de sus clientes en los mercados financieros, en su mayor parte en el mercado de valores o en «acciones públicas».
Eso suena bastante inocuo hasta que uno comprende de cuánto dinero estamos hablando. Tomemos el ejemplo de BlackRock. A fines de 2024, esta sola empresa poseía 11,5 billones de dólares en activos bajo gestión (AUM). Si añadimos Vanguard y State Street, los tres grandes gestionan en conjunto más de 26 billones de dólares.
¿Qué representa esa cantidad de dinero en términos prácticos? En conjunto, los tres grandes son el mayor o el segundo mayor accionista de casi todas las empresas que cotizan en el S&P 500, es decir, de las mayores corporaciones del mundo. En promedio, controlan juntos más del 20% de cada una de esas empresas: el 25% de Chevron, el 21% de Costco, el 20% de General Motors, etc.
Desde que los grandes bancos dominaban las economías de Estados Unidos y Alemania a fines del siglo XIX y principios del XX que no veíamos una fusión de propiedad y control de empresas a una escala que justifique el apodo de «capital financiero». Mientras tanto, los «gestores de activos alternativos» también han crecido a un ritmo rápido en las últimas décadas. La gestión de activos alternativos es una categoría amplia que incluye capital privado, inversión inmobiliaria, fondos de cobertura y más. Blackstone, el mayor gestor de activos alternativos, supervisa ahora más de un billón de dólares.
Aunque no operan a la escala de los Big Three, los gestores de activos alternativos cobran comisiones mucho más altas por dólar de activos gestionados y desempeñan un papel importante en el capitalismo moderno. Desde el auge de las compras apalancadas en la década de 1980, la amenaza de ser adquiridos por gestores de activos alternativos como las empresas de capital riesgo ha impuesto disciplina a las empresas. Esto, a su vez, refuerza el poder de los accionistas, incluidos los tres grandes. Más recientemente, los gestores de activos alternativos se han expandido aún más hacia las infraestructuras (aeropuertos, servicios públicos, oleoductos), medida que amenaza con privatizar aún más los bienes públicos. También crearon ramas de «crédito privado» que les permiten funcionar como bancos pero sin la misma supervisión reguladora.
Para complicar aún más la situación, BlackRock ha participado en una serie de adquisiciones (Global Infrastructure Partners, HPS Investment Partners y Preqin) e incluso ha intentado comprar la empresa que gestiona el Canal de Panamá. En la medida en que esto represente una intención de los tres grandes de expandirse más allá de los mercados que cotizan en bolsa y establecer una mayor presencia en la gestión de activos alternativos, su poder podría crecer aún más.
¿Qué nos dice esto sobre el capitalismo actual?
Hay mucho debate sobre lo que significa todo esto, pero la mayoría de los observadores coinciden a la hora de señalar tres características básicas del nuevo capital financiero que afectan al gobierno corporativo. En primer lugar, para ciertos gestores de activos, la «salida» de cualquier empresa en la que hayan invertido no es una opción. En el pasado, los inversores insatisfechos con el rendimiento de una empresa simplemente vendían o amenazaban con vender sus acciones. Los tres grandes no pueden permitirse ese lujo. Dada la magnitud de sus posiciones, la venta masiva de acciones tendría efectos adversos en todo el mercado, lo que a su vez perjudicaría sus carteras en general. Entre los productos clave que ofrecen a los inversores se encuentran los fondos de índices de mercado cruzado, que por su diseño incluyen a casi todas las empresas.
En segundo lugar, para los tres grandes, sus fondos indexados (fondos de inversión y fondos cotizados en bolsa, que proporcionan a los inversores acceso a todo el mercado de una sola vez) forman parte de una «estrategia de inversión pasiva» entre los gestores de activos. Estas empresas no intentan «superar al mercado» activamente ni apostar en favor de los ganadores y en contra de los perdedores. En su lugar, se comprometen a mantener la más amplia gama de activos a largo plazo.
Por último, los dos puntos anteriores son resultado de la condición de «propietarios universales» de los tres grandes, lo que significa que son dueños de casi todo. Debido a su exposición a todo el mercado que cotiza en bolsa y a que operan con un modelo basado en comisiones, los gestores de activos tienen interés en que los precios de las acciones se aprecien continuamente. Para ellos, la función del mercado de valores no es recaudar capital que empresas específicas puedan utilizar para ampliar las inversiones en sus compañías. Más bien, se trata simplemente de aumentar la riqueza de los inversores.
¿Qué significa esto para el universo laboral?
En Estados Unidos, las instituciones laborales respondieron inicialmente al auge de las finanzas intentando subirse a la ola de la primacía de los accionistas, utilizando sus crecientes fondos de pensiones para hablar como accionistas, presentando propuestas de accionistas y empleando otros mecanismos de gobierno corporativo con la esperanza de empujar a las empresas a actuar de forma responsable. Con el tiempo, los sindicatos y otros movimientos sociales también trataron de comprometerse con grupos de capital más grandes, como las pensiones públicas y la industria de gestión de activos, con objetivos similares en mente.
La lógica detrás de este enfoque es que los fondos de pensiones, en particular, representan el «capital de los trabajadores». Por lo tanto, estos fondos no deberían realizar inversiones que perjudiquen activamente a los trabajadores a cuyos intereses se crearon. Por ejemplo, no es difícil ver la irracionalidad de que los fondos de pensiones públicos, cuyos beneficiarios son empleados públicos, elijan invertir en empresas que buscan activamente privatizar los bienes públicos.
Este movimiento del capital de los trabajadores ha sido parte de un esfuerzo más amplio por inculcar principios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) en los cálculos fiduciarios de los inversores institucionales. Aunque los criterios ESG se han convertido en un pararrayos para la derecha, la idea básica no es radical. Todo, desde el aumento del nivel del mar hasta la remuneración de los ejecutivos y la amenaza de huelgas, introduce riesgos que los inversores deben tener en cuenta. A lo largo de los años, los organizadores han conseguido que algunos inversores institucionales pongan en práctica sus marcos ESG reduciendo las inversiones en sectores como el de los combustibles fósiles y el tabaco y colaborando con los gestores de activos para resolver los conflictos laborales en las empresas que figuran en sus carteras.
Sin restar valor a estos esfuerzos, es importante destacar que el capital de los trabajadores y las estrategias ESG más amplias básicamente dan por sentado los límites estructurales del nuevo capital financiero. El problema, sin embargo, es que este coloso financiero está profunda e inevitablemente integrado en procesos que impulsan la explotación, la degradación ecológica y el recorte del sector público.
Esto no quiere decir que se trate de un sistema exclusivamente «parasitario» que se beneficia a expensas de la «economía real». Es cierto que el increíble crecimiento del poder de Wall Street en la última generación se ha producido, en cierta medida, a expensas de la autoridad de las empresas individuales. Pero la capacidad de las finanzas para imponer disciplina a las empresas también ha fortalecido la autoridad de la patronal sobre los trabajadores. Wall Street y Main Street están inextricablemente unidas.
Los movimientos laborales y otros movimientos sociales se han relacionado con el nuevo capital financiero de una manera similar a la de la proverbial rana en una olla hirviendo: consiguiendo pequeñas victorias aquí y allá mientras el agua se vuelve cada vez más caliente. Construir un poder de la clase trabajadora que tenga la oportunidad de mejorar significativamente el nivel de vida y preservar el planeta requerirá un cálculo mucho más serio de la estructura de propiedad y el control en la economía capitalista del siglo XXI. No hay una salida fácil a este lío, salvo romper el ciclo que nos trajo aquí en primer lugar.