El trabajo del sociólogo Michael Burawoy, que murió en un accidente de tráfico el 3 de febrero pasado, combinaba en igual medida optimismo y realismo. Hijo de emigrantes de la Unión Soviética, comenzó su carrera en las minas de la Zambia posterior a la independencia.
Mientras los liberales y la mayoría de los marxistas desestimaban el «socialismo realmente existente» y prestaban poca atención al trabajo fuera del mundo capitalista avanzado, Burawoy se fijó en la clase trabajadora de Oriente y del mundo anteriormente colonizado para comprender las perspectivas de la izquierda en el siglo XX. Al final, tanto África como el bloque soviético lo desilusionaron, pero este desencanto fue fruto de una reflexión lúcida sobre la realidad material. Estaba demasiado comprometido con el trabajo de campo y la investigación como para arribar a conclusiones de otra manera.
Sin ilusiones
En Zambia, Burawoy trabajó en la Unidad de Investigación de Personal de la Oficina de Servicios de la Industria del Cobre como empleado de oficina elaborando planes de evaluación de puestos de trabajo, un puesto desde el que trató de actuar como participante y observador del proceso laboral. De este estudio surgió The Colour of Class on the Copper Mines, en el que Burawoy señaló que la barrera de color solo se desplazó, pero no desapareció después de la independencia. Cada vez que ascendían a los negros, sus supervisores blancos ascendían aún más, lo que provocaba una sobrecarga administrativa.
Siguiendo a Karl Marx y Frantz Fanon, Burawoy explicó esta persistencia de la jerarquía racial tras la independencia basada en intereses de clase. La reproducción tras la independencia de lo que hoy llamamos «capitalismo racial» incitó a Burawoy a profundizar en las fuerzas difíciles de discernir que hacen que las desigualdades sean resistentes.
Después de su estancia en África, Burawoy decidió cursar un doctorado en la Universidad de Chicago. Sus estudios allí y el trabajo de campo que los acompañó culminarían en su clásico libro Manufacturing Consent: Changes in the Labor Process Under Monopoly Capitalism. Como operador de maquinaria en la empresa de equipos agrícolas y de construcción Allis-Chalmers en la década de 1970, Burawoy participó en los juegos que los trabajadores de Chicago practicaban para hacer la vida agradable y soportable. Estos juegos, inventados para pasar el tiempo, tenían el efecto irónico de hacer a los trabajadores más productivos porque se divertían mientras se sometían voluntariamente a la disciplina capitalista, que aumentaban a través de sus propios actos.
Las ideas de Burawoy sobre la fábrica estadounidense fueron una ampliación de las de Antonio Gramsci sobre el fordismo. El sardo escribió con asombro manifiesto sobre cómo los jefes del Nuevo Mundo construían el consentimiento dentro de las satánicas fábricas del capitalismo. Los hallazgos de Burawoy, y su interpretación marxista-gramsciana, transformaron el estudio sociológico del trabajo.
Cuando comenzó su carrera, la sociología industrial era miope. Se centraba en la empresa a expensas de fuerzas históricas y estructurales más amplias. Se negaba a hablar del sistema capitalista en su conjunto como la matriz general en la que se configuraba la empresa. Burawoy sacudió la sociología industrial al añadirle una combinación de marxismo y observación participante, una combinación de análisis macroestructural y punto de vista subjetivo considerada herejía hasta que él mismo, y aquellos a los que influenció, la institucionalizaron. Pero su herejía no se detuvo ahí.
Los siguientes pasos de Burawoy lo diferenciaron de la mayoría de los marxistas, que, ante las profundas críticas, se habían encerrado en sus silos intelectuales. En lugar de desestimar las críticas formuladas por los enemigos del marxismo, las incorporó. Por ejemplo, Robert Merton sostenía que Burawoy no había demostrado sus afirmaciones de que la naturaleza antidemocrática de la burocracia industrial en Estados Unidos emanaba de la naturaleza capitalista de la economía, y no del industrialismo como tal. Una defensa de la crítica marxista de la explotación requeriría una comparación con la burocracia industrial en una sociedad no capitalista.
Burawoy se apropió de la crítica de Merton y la utilizó para dar forma a un marxismo heterodoxo basado en sus estudios sobre el trabajo en el mundo comunista. Para Burawoy, el realismo estaba ausente en gran parte del pensamiento de la izquierda y la derecha. «Tanto los marxistas ortodoxos como los economistas neoclásicos son culpables de un error metodológico», sostuvo en un artículo del que fue coautor con el sociólogo húngaro János Lukács. Este fue el error de
comparar una realidad empírica de una sociedad con un tipo ideal de otra. Los marxistas han tendido a realizar un análisis crítico del capitalismo a través de una comparación generalmente implícita con un socialismo especulativo: una sociedad sin clases en la que los individuos se reconcilian con la colectividad a través de su consciente creación de la historia. Este tipo ideal no suele examinarse y, por lo tanto, es utópico. Al mismo tiempo, los marxistas [críticos] evitan examinar el socialismo realmente existente (…) como un contraste relevante con el capitalismo. Por lo general, han considerado estas sociedades como una transición entre el capitalismo y algún socialismo «verdadero» (…), una forma de capitalismo (…) o un legado de modos de producción «asiáticos» precapitalistas».
Esto no era solo heterodoxia, era una herejía. Al hacer estas afirmaciones, Burawoy molestó y perturbó tanto a los marxistas críticos como a los no críticos durante la última década del socialismo de Estado. Figuras como G. A. Cohen, que construyó una teoría marxista en diálogo con el liberalismo precisamente desestimando el socialismo realmente existente, así como marxistas no reconstruidos que ignoraron los horrores del socialismo de Estado, se enfrentaron a la orden de realismo de Burawoy.
Igual de importante es que Burawoy se opuso a marxistas ortodoxos críticos como Ernest Mandel y Tony Cliff, que sostenían que la URSS y sus satélites eran capitalistas de Estado o degenerados, es decir, no merecían una consideración comprensiva y analítica como estudios de caso del socialismo. A diferencia de los marxistas «occidentales» u otros marxistas críticos, se sumergió en las fábricas socialistas estatales, trabajó allí como obrero y buscó las promesas del socialismo en las vidas de los trabajadores bajo estos estados autoritarios. Su objetivo no era ofrecer una disculpa por el socialismo de estado, sino ver si había un camino hacia la reforma dentro de él. Esto, insistió, podría ofrecer más esperanza que las teorías marxistas occidentales abstractas de la revolución.
La búsqueda de Burawoy de una transición democrática desde el interior del socialismo de Estado culminó en frustración. Los marxistas críticos que argumentaban que los burócratas «socialistas» estaban de hecho construyendo el capitalismo resultaron, para su consternación, tener parcialmente razón. Sin embargo, como demostraron sus libros y artículos, la transición del socialismo de Estado al capitalismo no era una conclusión inevitable. Y lo que es más importante, el cumplimiento de la predicción de los marxistas críticos no salvó la «ortodoxia» en su totalidad.
Como también subrayan otros marxistas heterodoxos en los estudios sobre el socialismo, es muy probable que surjan tendencias burocráticas similares a las del socialismo de estado del siglo XX durante cualquier intento de transformación socialista. Por lo tanto, los marxistas necesitan más análisis sobre qué tipo de dinámicas sociales, junto con las formas clásicas de lucha de clases, pueden asegurar los logros del trabajo y expandirlos democráticamente en tales circunstancias.
Cuando llegó a los cincuenta años, el trabajo en fábricas se había vuelto poco práctico. Esta fue una de las razones por las que Burawoy dirigió su atención a la academia y al trabajo intelectual. En colaboración con sus estudiantes de posgrado, estudió la mercantilización del conocimiento y el uso cada vez más explotador y extractivo del trabajo intelectual y manual en las universidades. Dedicó sus últimas dos décadas y pico a transformar la educación superior desde dentro, en solidaridad con los profesores, estudiantes y trabajadores manuales que llevaban mucho tiempo librando la lucha.
Reconstruir la herejía inacabada
Al hablar con estudiantes, amigos y colegas en duelo, me llama la atención un sentimiento que todos compartimos: además de la conmoción, las inusuales formas de negación y la tristeza que provocó, la inesperada brusquedad de la pérdida de Burawoy ha dejado muchos intercambios intelectuales inconclusos. Había tantas conversaciones que tenía la intención de tener y que pospuse porque parecían demasiado egoístas o demasiado triviales.
Un ejemplo de lo trivial: con frecuencia me he preguntado si alguna vez he viajado en uno de los autobuses que él ayudó a producir mientras trabajaba en fábricas húngaras. Burawoy contribuyó a la producción de las cajas de cambios de Ikarus, uno de los pocos bienes producidos por el socialismo que se utilizaban públicamente en la Turquía capitalista de la época de la Guerra Fría. Nunca podré contarle las horas que pasé todos los días en los autobuses húngaros mientras iba a la universidad inmediatamente después de la Guerra Fría. Leía sociología urbana crítica y fantaseaba con organizar a los viajeros para conseguir programas de transporte público más sólidos, de modo que millones de personas no sufrieran siendo atropelladas y amontonadas de manera degradante. En mi ingenuidad juvenil, también imaginaba que esa autorganización urbana sería la puerta de entrada a una lucha revolucionaria más amplia.
Al igual que la inversión emocional de Burawoy en el potencial del proletariado de Europa del Este para construir el socialismo democrático, mis planes para organizar a los viajeros de Estambul nunca se materializaron. Pero el fracaso, como ha señalado el filósofo Alain Badiou, es una categoría que hay que replantearse. El triunfo de las fuerzas antiutópicas no significa necesariamente que debamos abandonar nuestros objetivos fundamentales. Sin embargo, nos recuerda que deben reconstruirse continuamente.
El 4 de febrero, el día después de su muerte, les conté a mis alumnos de grado cómo había aprendido a enseñar en piquetes de huelga gracias a Burawoy, y cómo eso encajaba en su trayectoria investigadora y en mi pedagogía. Algunas semanas después los llevé a la huelga conjunta de trabajadores de limpieza y de investigación, después de una hora entera discutiendo el análisis antimarxista de Max Weber sobre los mercados, las luchas de clases y los sindicatos. Después, los expuse a un mes completo de Weber, con su visión oscura del mundo social y sus penetrantes análisis de sus fuerzas antiutópicas. Siguiendo el ejemplo de Gramsci y Burawoy, animo a los estudiantes a actuar como observadores participantes de los procesos políticos, pero también les inculco un realismo sobre lo que es la política y cuáles son sus límites.
El pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad, como señaló Gramsci, solo pueden desarrollarse a través de un compromiso honesto con lo mejor del pensamiento conservador, junto con un compromiso en la acción transformadora. Desde las minas de cobre de Zambia hasta las fábricas estadounidenses, húngaras y rusas, y, en última instancia, su análisis de la universidad y la cuestión palestina, la obra de Burawoy resume la apasionada pero sobria ciencia social que necesitamos desesperadamente.
Así como Burawoy reconstruyó a Marx, Gramsci y Fanon para su época, el camino hacia una sociología herética futura pasa por reconstruir a Burawoy para los tiempos venideros.