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Amadeo Bordiga

El último comunista que desafió a Stalin

Traducción: Florencia Oroz

Fundador del Partido Comunista de Italia en 1921, hoy en día el nombre de Amadeo Bordiga es poco conocido, incluso entre los estudiosos de las tradiciones marxistas de ese país. Más de cincuenta años después de su muerte, sus escritos muestran por qué no debemos pasarlo por alto.

Entrevista por David Broder

Incluso después de la desaparición del Partido Comunista Italiano (PCI) en 1991, la influencia de Antonio Gramsci se ha extendido mucho más allá de las filas de la izquierda. Pero si Gramsci es más conocido por su reflexión sobre la cultura y la hegemonía que por su participación directa en el Partido, hay un velo de ignorancia aún mayor sobre su compañero Amadeo Bordiga. Fundador del partido en 1921, Bordiga fue expulsado en 1930, para luego ser silenciado y difamado por un partido cada vez más en manos del estalinismo.

Esto, junto con el retiro de Bordiga de la actividad política bajo el fascismo, han condenado su trayectoria a un olvido casi total. Incluso entre su pequeño grupo de camaradas, Bordiga se resistió a cualquier «celebridad», y en las décadas de la posguerra publicó sus escritos políticos de forma anónima. Sin embargo, aunque afirmaba con orgullo su propia «inflexibilidad» —sosteniendo que lo que pretendía era restaurar las ideas de Karl Marx frente a sus reiteradas falsificaciones—, Bordiga fue un pensador por derecho propio.

En 2020, cuando se cumplieron cincuenta años de su muerte, la serie Historical Materialism de la editorial Brill publicó una selección de obras de Bordiga que abarca su carrera desde 1912 hasta 1965. David Broder, de Jacobin, habló con su editor, Pietro Basso, sobre el olvido del nombre de Bordiga, su visión ecológica del comunismo y cómo desafió a Iósif Stalin cara a cara.

 

DB

Bordiga es poco conocido en los países de habla inglesa, pero también en Italia. Esto se debe en parte a la historiografía producida por el Partido Comunista: en su era estalinista lo denunció o ignoró, e incluso la literatura asociada al PCI en la década de 1970, como la biografía de Franco Livorsi, seguía siendo bastante despectiva. ¿Por qué?

PB

En la década de 1930, la denigración sistemática de Bordiga formaba parte de la «lucha contra la oposición trotskista», a la que se le acusaba de apoyar. En los años cuarenta, cuando el régimen fascista se desmoronó, los líderes del PCI estaban preocupados de que Bordiga pudiera volver a la actividad política. Palmiro Togliatti sabía que muchos cuadros de rango bajo y medio aún podían ver a Bordiga como una autoridad; reconoció que «excluir el bordiguismo» de las filas del Partido era «algo más difícil que excluir a Bordiga».

Por «bordiguismo» se refería a la dura crítica de la línea que había adoptado el PCI [especialmente en los años previos a la Segunda Guerra Mundial]. Su política se basaba ahora en la «unidad nacional» en nombre de la reconstrucción de una «Italia antifascista y democrática» junto con los partidos burgueses y la clase capitalista. De ahí la instrucción de Togliatti: construir un abismo físico, psicológico, ideológico y «moral» para dividir a estos cuadros de Bordiga y sus posiciones.

La denigración de Bordiga iba acompañada del intento de borrarlo mediante burdas falsificaciones. Por ejemplo, en las Cartas desde la cárcel de Gramsci, Bordiga es mencionado dieciocho veces, con simpatía: a pesar de sus diferencias de formación y posiciones políticas, estaban unidos por una militancia compartida y por sentimientos de amistad y respeto mutuo. Pero en la edición de 1947 de estas cartas, a cargo de Felice Platone, el nombre de Bordiga desapareció: todos los pasajes que se referían a él eran burdamente falseados. Incluso se hizo circular una foto falsa de la «boda de la hija de Bordiga» (que nunca tuvo lugar) en la que los supuestos novios eran saludados por una horda de camisas negras fascistas…

Este esfuerzo sistemático solo disminuyó en la década de 1960, cuando Italia se vio sacudida por un poderoso despertar de las luchas obreras y sociales. Estas últimas expresaron una crítica —a veces confusa e incoherente— al reformista PCI y su integración cada vez más orgánica en las instituciones burguesas y el capitalismo italiano. En este nuevo contexto surgió el deseo de volver sobre la historia real del movimiento comunista. Pero incluso en el 68 solo una pequeña franja de militantes tenía suficiente espíritu anticonformista para comprometerse directamente con sus posiciones.

 

DB

Además de resistir la propia influencia potencial de Bordiga, podría decirse que esto también fue funcional para construir una cierta visión de Gramsci, contraponiéndolo de manera simplista al hombre que había fundado el Partido Comunista…

PB

Sí. Y es importante comprender el papel decisivo que desempeñaron Bordiga y la facción comunista abstencionista en la fundación del partido. El intento de borrar a Bordiga llegó a presentar a Gramsci como su fundador. Esto era una mentira total: en el congreso fundacional de Livorno en 1921, Gramsci ni siquiera habló. La historiografía posterior reconoció al menos el papel preeminente de Bordiga y los abstencionistas en la escisión comunista del Partido Socialista, tras una década de batallas contra el reformismo.

Su fundación se produjo tras la lucha «derrotista» contra la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial y dos intensos años de lucha de la clase trabajadora (a los que Bordiga llamó «rojo 1919» y «ardiente 1920»). Los futuros miembros del Partido Comunista fueron líderes en estas luchas; surgió como un partido de trabajadores, de jóvenes, con el apoyo casi unánime de las Juventudes Socialistas. El grupo de «jóvenes intelectuales» en torno a L’Ordine Nuovo también se unió activamente a la fundación del nuevo partido, aunque algo tarde.

Naturalmente, la Revolución Rusa y la creación de la Tercera Internacional fueron factores clave. En Italia, el primero en comprender la importancia histórica y global de la revolución fue el grupo en torno a Bordiga; de manera reveladora, en diciembre de 1918 decidió llamar a su periódico Il Soviet. Pero la batalla de estos camaradas contra el reformismo había comenzado ya años antes; Bordiga llamó acertadamente al bolchevismo una «planta para todos los climas», internacional pero no importada.

Borrando a Bordiga se ayudó a borrar al revolucionario Gramsci y a reemplazarlo por uno «patriótico-democrático». Gramsci fue una figura compleja, en el punto de inflexión entre el comunismo revolucionario y el evolucionismo gradualista, el idealismo y el materialismo. Pero en un determinado período, contraponerlo frontalmente a Bordiga fue útil para presentar a Gramsci como el «padre noble» de la larga marcha del PCI a través de las instituciones del Estado burgués. Más tarde, [los herederos del partido] lo desecharon como a un viejo muñeco de trapo y lo reemplazaron con referencias bien diferentes, como Willy Brandt, [Tony] Blair y [Bill] Clinton…

 

DB

Muchos lectores conocerán a Bordiga principalmente por la polémica de Lenin contra su abstencionismo electoral en La enfermedad infantil del izquierdismo. En su introducción, usted resta importancia a esta cuestión, aunque el propio Bordiga acuñó la etiqueta de «abstencionista» para su corriente. ¿Puede explicar por qué esta cuestión fue —o no— importante para la fundación y los primeros años del Partido Comunista?

PB

El joven Bordiga criticaba el abstencionismo sindicalista o anarquista, que consideraba como una abstención de la lucha política en general. Argumentaba que la revolución social es un asunto político que exige una preparación adecuada a nivel político. Pero la política no debía identificarse con el campo electoral, es decir, el campo de la delegación, la manipulación, la demagogia, del que se excluye la propia acción política directa de los proletarios.

El punto de partida de Bordiga era que las elecciones podían ser un medio para que los socialistas difundieran su programa entre la masa de trabajadores, pero el éxito electoral no podía ser un fin en sí mismo. Su experiencia de casi una década en el Partido Socialista lo confrontó directamente con sus efectos degenerativos, ya que la «contienda» electoral se convirtió en la actividad definitoria del partido, pero también con las consecuencias «ignominiosas» de sus bloques con todo tipo de demócratas burgueses, liberales y masones, especialmente en el sur.

Este repudio del electoralismo se agudizó hacia mediados de 1919, cuando la victoria electoral de los socialistas sirvió de freno a la radicalización de un movimiento de clase que alcanzaba dimensiones insurreccionales.

Pero el abstencionismo nunca se convirtió en una cuestión de principios para Bordiga. Siempre que se vio obligado a elegir entre esta convicción y la disciplina del partido, optó por esta última. Lo hizo en las elecciones de 1919; en el II Congreso de la Comintern en 1920 [para el que preparó Izquierda comunista]; en 1921, como líder del Partido Comunista, cuando consideró correcto presentarse a las elecciones en una fase de reacción política; en 1924, cuando estaba en la oposición dentro del partido, e incluso cuando el recién nacido Partido Comunista Internacionalista se presentó a las elecciones de 1946 y 1948.

Bordiga, sin embargo, mantuvo una oposición inflexible a todos los bloques con partidos burgueses. De ahí su crítica a la Secesión del Aventino en 1924 [cuando los partidos de la oposición abandonaron el parlamento en protesta por el asesinato del diputado socialdemócrata Giacomo Matteotti por parte de los camisas negras]. Bordiga presionó con éxito para que los diputados comunistas rompieran con el bloque del Aventino, regresaran al parlamento y lanzaran un ataque frontal contra el fascismo, una tarea encomendada, no por casualidad, al bordiguista Luigi Repossi.

Bordiga estaba convencido de que la experiencia rusa tenía lecciones globales, pero que era un error superponer su situación a las de Europa occidental. En estos últimos países era necesario tener en cuenta la capacidad de la democracia para apaciguar el conflicto de clases e integrar a la oposición, y no solo por medios institucionales.

Resumió esta posición después de 1945: Lenin había dicho: «entren a los parlamentos y destrúyanlos desde dentro», pero muy pocos los utilizaron realmente como tribunas para la revolución proletaria. Paradójicamente, aunque nunca fue diputado, como líder del partido Bordiga fue uno de los militantes que mejor aplicó la táctica del parlamentarismo revolucionario de Lenin.

 

DB

Aquí toca un punto interesante sobre el «marxismo occidental». Por lo general, la noción de que los países occidentales tienen complejidades particulares se invoca como base para tácticas más «flexibles»: alianzas amplias, etapas democráticas intermedias entre el capitalismo y el socialismo, etc. Pero ya sea refiriéndose al «problema del sur» de Italia o a la «diferencia» de Occidente con respecto a Rusia, para Bordiga estas complejidades aumentaban la necesidad de trazar divisiones de clase nítidas y de montar un enfrentamiento frontal con las instituciones democráticas.

PB

Para Bordiga, el rechazo a la participación electoral y (por principio) a los frentes con fuerzas reformistas, democráticas y burguesas se justificaba por la necesidad de preservar la autonomía y el carácter revolucionario del Partido Comunista.

Ciertamente, se pueden señalar deficiencias tácticas en Bordiga, como hicieron algunos de sus seguidores más perspicaces, o, de hecho, su error al afirmar que la burguesía italiana preferiría versiones locales de Gustav Noske [socialdemócratas anticomunistas] a Benito Mussolini.

Incluso se puede atribuir las posiciones antidemocráticas de Bordiga al pensamiento libertario en lugar del marxista —como hizo Alessandro Mantovani— y señalar sus peligrosas consecuencias en términos de «indiferencia» ante la necesaria batalla para defender los derechos democráticos. Pero para evaluar la posición que Bordiga adoptó hace un siglo, debemos tener en cuenta el especial «poder histórico del parlamentarismo burgués».

Bordiga tenía razón al afirmar que las tácticas adoptadas en Rusia no podían transferirse mecánicamente a Europa Occidental. Eso sería subestimar el hecho de que los Estados capitalistas liberales-parlamentarios modernos son mucho mejores defendiéndose e interviniendo en el movimiento obrero que los autocráticos.

Además, históricamente hablando, no se puede discutir la predicción de Bordiga de que la burguesía democrática abriría el camino al fascismo, lo utilizaría y luego lo desecharía; ni su identificación de las crecientes tendencias burocrático-totalitarias en los Estados democráticos y del estrecho vínculo entre democracia y militarismo (del que Estados Unidos es el mejor ejemplo).

 

DB

Bordiga hizo hincapié en el internacionalismo. El libro de Sandro Saggiorno y Arturo Peregalli La sconfitta e gli anni oscuri señala cómo Bordiga no se dejó deslumbrar en absoluto por los éxitos de la «construcción socialista» en la URSS, que visitó en 1920; más bien, negó la posibilidad de «construir el socialismo» en un país atrasado.

En el Sexto Comité Ejecutivo Ampliado de la Comintern, celebrado en Moscú en febrero de 1926, criticó a Stalin cara a cara, insistiendo en que todos los partidos de la Comintern debían tomar decisiones colectivas sobre cuestiones «rusas», al igual que lo harían con las «italianas»…

PB

El internacionalismo caracterizó su militancia de principio a fin y, yo diría, tiene una relevancia extraordinaria en la actualidad. Fue uno de los líderes de la Comintern más radicalmente convencido de que el choque entre el capitalismo y el socialismo era una confrontación global y que, como tal, tendría también un resultado unitario y global.

Esto no significaba perder de vista la diversidad de contextos, situaciones y momentos. Por ejemplo, Bordiga fue quizás el exponente más convencido del llamado «comunismo occidental» y el más tenaz en la defensa de la Nueva Política Económica (NEP) en Rusia, siempre desde una perspectiva internacionalista.

En el sexto Comité Ejecutivo Ampliado, en 1926, insistió en que la cuestión rusa no era solo rusa. Es decir, las decisiones de política interior y exterior del partido y el Estado rusos —en el desarrollo gradual de los «elementos socialistas» de la economía, o en relación con los campesinos, los neopartidarios y la pequeña burguesía— eran vitales para el resultado de un choque continuo y a escala mundial entre la revolución y la contrarrevolución. Por lo tanto, las respuestas debían decidirse conjuntamente, por toda la vanguardia comunista internacional.

Bordiga fue el único que defendió este argumento; desde hacía ya algunos años, se había desarrollado en los partidos comunistas una política de marginación, intimidación y silenciamiento de aquellos que no aceptaban la dirección que estaban tomando las cosas en Rusia y en la Internacional. Pero él expuso este argumento de todos modos. Cuando historiadores como E. H. Carr reconocen esto como una gran batalla política que anticipó lúcidamente el curso posterior de la Internacional y su rusificación, se limitan a estos puntos obvios.

Pero debemos añadir que, en su crítica del estalinismo, Bordiga evitó cualquier tipo de moralismo, individualizando los asuntos o idealizando la democracia sobre el burocratismo. Después de 1945, aunque escandalizó a algunas personas, sostuvo que, si bien el estalinismo era contrarrevolucionario en términos políticos (y parte integral de la contrarrevolución burguesa global), desempeñaba una función revolucionaria precisamente en la medida en que construía el capitalismo en Rusia.

 

DB

En 1930 Bordiga fue expulsado del Partido y se retiró de la vida política. Para explicar esta elección, Saggioro y Peregalli comparan su situación con la de Marx tras la derrota de las revoluciones de 1848. Bordiga caracterizó la derrota de finales de la década de 1920 como fundamental y duradera, argumentando que el partido solo podría reconstruirse después de que cambiara el período histórico. En una entrevista poco antes de su muerte, cuando se le preguntó por qué no había perseguido una lucha de facciones dentro de la Internacional, respondió: «No había nada que hacer». ¿Qué quería decir con eso?

PB

Esa fue siempre su respuesta. Porque los golpes que el fascismo infligió al Partido Comunista en 1923 y en 1926 prácticamente lo habían destrozado. En la década de 1930, el PCI de Togliatti también hizo poco o nada en suelo italiano. Gramsci fue a la cárcel como secretario del partido, pero poco a poco fue abandonado a su suerte.

Ciertamente, se puede criticar a Bordiga por romper los lazos incluso con sus camaradas más cercanos de la izquierda comunista, tanto en Italia como entre los que emigraron a Bélgica, Francia y Estados Unidos. Como escribió Paolo Turco, esta fue una forma cuestionable de entender su propia función como líder político. Porque en la década de 1930 hubo importantes luchas de clases, especialmente en España, Francia y China, y esta suspensión total de la actividad suscita muchas perplejidades.

Pero, históricamente hablando, el retroceso contrarrevolucionario fue devastador, tanto en profundidad como en velocidad, con el auge del nazismo en Alemania, el exterminio de la vieja guardia bolchevique, el pacto Molotov-Ribbentrop, el asesinato de Trotsky y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Esto también fue visible en la división del mundo en Yalta en 1945, con la llegada triunfal de un nuevo amo de la economía y la política mundiales, lo que Bordiga llamó un superimperialismo envuelto en barras y estrellas. Ante tal revés, ni siquiera un luchador inquebrantable como Trotsky logró grandes resultados.

 

DB

Cuando el líder del PCI, Togliatti, regresó a Nápoles en marzo de 1944, después de casi dos décadas en el exilio, una de las primeras cosas que preguntó a sus camaradas fue «¿qué está haciendo Bordiga?». Bordiga a menudo negaba su propia importancia individual. Pero durante la Primera Guerra Mundial había sido un líder carismático del bando pacifista, y en 1943-44 podría haberse convertido en un punto de referencia para las oposiciones revolucionarias entre la base del PCI. Estas oposiciones eran a menudo políticamente confusas, pero afirmaban defender las tradiciones del partido fundado en 1921…

PB

En aquel momento dramático, el recuerdo de los primeros años del partido aún estaba vivo entre muchos militantes y cuadros, dentro o al margen de la organización del PCI. Existía la posibilidad a la que aludes. Pero parece que Bordiga estaba en contra de animar a los cuadros proletarios a abandonar el PCI. Quizás esperaba la posibilidad de que no solo pequeños grupos o individuos se unieran a las posiciones de la izquierda, sino una sección combativa de la clase. Digo «quizás» porque no hay pruebas definitivas.

Pero, sin duda, gente de todos los bandos le incitaba a volver a la política activa. Él se resistió. Consideraba que la situación era contrarrevolucionaria y que estaba destinada a seguir siéndolo durante un tiempo. Para él, simplemente no existían las condiciones para volver a la situación de principios de la década de 1920 y tratar de «competir» con el «viejo y gran PCI» en igualdad de condiciones. La reorganización de los revolucionarios internacionalistas aún se encontraba en sus tortuosas primeras etapas.

De finales de 1944 a 1965-66, Bordiga, no obstante, llevó a cabo una intensa actividad. Esta actividad era muy diferente de la del período 1911-26, aunque continuaba con ella. Esta actividad tenía como objetivo volver a presentar el pensamiento marxiano y marxista «sin adulterar».

 

DB

Bordiga siempre insistió en la necesidad de «regresar» a un marxismo clásico preestablecido, refiriéndose provocativamente a sus «mandamientos tallados en piedra». De hecho, se le estereotipa ampliamente como alguien que no hace más que repetir inflexiblemente verdades invariables. Entonces, ¿por qué argumenta que sus escritos de posguerra fueron innovadores?

PB

Vale la pena hablar de este rol, aunque seguramente lo habría descartado con uno de sus mordaces comentarios. Porque su reinterpretación del pensamiento marxista es realmente original y anticipatoria. En su texto de 1903 «Estancamiento y progreso del marxismo», Rosa Luxemburgo escribe que, ante nuevas cuestiones prácticas, los revolucionarios pueden «sumergirse una vez más en el tesoro del pensamiento de Marx, para extraer de él y utilizar nuevos fragmentos de su doctrina».

Medio siglo después, Bordiga y el colectivo de trabajo que lo rodeaba se enfrentaron a la colosal tarea de restablecer las piedras angulares de la teoría marxista. Esto significaba no solo recurrir a «fragmentos» singulares, sino trabajarlos de arriba abajo. Porque nada había sobrevivido a la adulteración llevada a cabo por el estalinismo y al hábil uso capitalista de esta adulteración.

Así que utilizó las herramientas del marxismo sobre todo para examinar la experiencia de la «construcción del socialismo» en Rusia. Lo hizo con las categorías de la economía política marxiana, yendo directamente a la base económica de la vida social en la Rusia de Stalin y preguntándose si las categorías del capitalismo occidental también se aplicaban allí. Este enorme esfuerzo de investigación de la evolución social de Rusia involucró a todo el colectivo del Programma Comunista.

Para Bordiga y sus camaradas, lo esencial no era la propiedad estatal o privada de los medios de producción, sino la rentabilidad y la extracción de plusvalía. Estos eran los criterios clave en torno a los cuales se organizaba la producción en Rusia, junto con la centralidad de la fábrica, la producción de mercancías, el intercambio de mercado, la venta y compra de mano de obra, los salarios, la contabilidad monetaria, los precios…

Si estas categorías se mantuvieran, no podría haber planificación socialista. Porque en lugar de que la producción se llevara a cabo sobre la base de necesidades sociales estudiadas de antemano, el tan cacareado plan no era más que una especie de registro ex post de los resultados obtenidos por empresas o sectores individuales, con algún tímido intento de corregir sus excesivos «desequilibrios».

Para Bordiga, el problema era la fábrica, no el hecho de que la fábrica tuviera un jefe. Porque la producción capitalista subyacente es la producción (de beneficios) en unidades separadas, cada una de las cuales defiende su propia existencia en el mercado nacional/global y expande su negocio más allá de los límites al extender/intensificar su explotación de la mano de obra viva. Tal mecanismo es incompatible con un plan social racional para la producción y el consumo.

Pocos marxistas han demostrado tan claramente que una economía socialista es algo muy diferente de una economía de Estado. Como destacó Liliana Grilli, Bordiga también respondió a la pregunta de si es posible tener un «capitalismo sin capitalistas».

La forma que había adoptado el desarrollo social en Rusia era nueva. Pero si Onorato Damen veía esto como una forma «última» de capitalismo, en la lectura de Bordiga la URSS de Stalin tendía hacia el capitalismo total. No era su forma más avanzada; más bien, el capitalismo estadounidense estaba a la vanguardia.

Bordiga demostró que, detrás de sus adornos estatistas, el gran industrialismo estatal en la URSS era todo menos «totalitario»: contenía e incluso exigía muchos elementos de la empresa privada, como la subcontratación a empresas menores, y la tendencia general en la URSS era hacia una reducción de los elementos estatales. ¡Ya estaba escribiendo esto en la década de 1950!

En este contexto, las figuras capitalistas clásicas —empresarios privados individuales— tomaban forma dentro de las redes que conectaban la empresa y el mercado y el proceso despótico de extracción de plusvalía. Todavía no admitían ese papel, pero la «confesión» llegaría, en su totalidad, en los años de la perestroika de Mijaíl Gorbachov y después. Los tiburones de la era [Boris] Yeltsin no necesitaban ser lanzados en paracaídas desde el extranjero.

 

DB

¿Pero Bordiga también estaba interesado en esta «vanguardia» del capitalismo en Estados Unidos?

PB

Sí, en las décadas de la posguerra, el otro campo principal de aplicación de la crítica de Bordiga —y las herramientas afiladas del «marxismo clásico»— fue Estados Unidos. El país líder del capitalismo occidental y mundial despegó después de la Segunda Guerra Mundial, difundiendo (incluso más allá del Telón de Acero) la utopía de un capitalismo próspero y popular, capaz de superar la polarización de clases en la práctica.

Para esta antología he seleccionado diez textos de 1947 a 1957 que tratan sobre Estados Unidos, desde su «asalto a Europa» hasta la guerra de Corea y el modelo social estadounidense. Ya en la década de 1950, Bordiga se centró en el intento de Estados Unidos de «promover» al proletario al rango de consumidor, obligándolo a endeudarse a través del mecanismo disciplinario maníaco del «consumo estandarizado y prefabricado, a menudo perjudicial». Un intento que finalmente se demostraría como un farol, y uno perjudicial.

Estos textos se superponen con otros que muestran los diferentes cursos de la evolución del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial, destacando el divorcio entre propiedad y capital, el cambio en el centro de gravedad del capital de la producción a las maniobras del mercado especulativo y la inflación del Estado (exactamente lo contrario de la promesa burguesa de un «gobierno a precio reducido»).

Aquí tenemos la economía capitalista enmarcada como una «economía desastrosa», y una crítica de la economía derrochadora sin parangón en otros marxistas, si no en forma más académica en István Mészáros y algunos otros después de él (todos ignorantes de Bordiga).

 

DB

Por ejemplo, en su Homicidio de los muertos

PB

Exactamente. Y esto fue mucho antes de la actual —y muy interesante— recuperación de la dimensión ecológica del pensamiento de Marx por [John Bellamy] Foster, [Paul] Burkett, [Kohei] Saito, etcétera. Bordiga mostró que en el «marxismo original», el asalto capitalista al trabajo vivo y el asalto del capital contra la naturaleza eran dos caras de la misma moneda. Utilizando este criterio, identificó el «feroz hambre de catástrofe y ruina» del capitalismo tardío.

Esto es una antología; tuve que tomar decisiones y dejar muchas cosas fuera. Pero sí incluí una serie de pasajes de Bordiga sobre el saqueo capitalista de la naturaleza, sobre el hecho de que la tierra y los recursos naturales no deben ser propiedad de nadie, ni siquiera propiedad colectiva, sino administrados en interés de la especie. No se trata de un anticapitalismo banal: más bien, hay una atención crítica y poco romántica también hacia las formas que precedieron a la producción capitalista (bien resumidas por su colaborador Roger Dangeville).

Bordiga fue uno de los primeros en elaborar un comentario sobre los Grundrisse de Marx, diez años antes que Roman Rosdolsky, del que he extraído un fragmento titulado «¿Quién teme a la automatización?». En la década de 1950, Bordiga explicó que los marxistas serían los últimos en tener ese miedo.

En su análisis del capitalismo contemporáneo, su hipertrofia financiera, especulativa, consumista y cargada de deudas, su monstruosa hipertrofia militarista, su destrucción del medio ambiente, su opresión neocolonial de las personas de color, etc., Bordiga fue un previsor.

Y su crítica de las características degenerativas del «supercapitalismo» estadounidense no tenía ni una pizca de antiamericanismo; más bien, era una crítica de las tendencias generales del modo de producción capitalista y del creciente daño que causaba a la vida humana y natural. Esta es una crítica particularmente relevante para hoy. De hecho, fue un académico estadounidense quien lo comprendió, argumentando que Bordiga está en contra del productivismo…

 

DB

¿Te refieres a Loren Goldner?

PB

Sí, el énfasis que pone en esto es muy interesante. En la era estalinista existía una especie de identificación entre el socialismo marxista y el desarrollo de las fuerzas productivas. Bordiga descarta sumariamente cualquier identificación de este tipo, incluso si hay partes del mundo en las que es necesario desarrollar las fuerzas productivas.

En 1953 elaboró un programa inmediato para las primeras transformaciones revolucionarias que debían llevarse a cabo en los países capitalistas desarrollados. En el centro de esto estaba la subproducción: recortar miles de millones de horas de producción nociva o inútil, desinvertir, aumentar los costes de producción y desarraigar el superconsumo. Esto no era más que volver a proponer el Manifiesto comunista

Para Bordiga, lo fundamental era la reducción drástica de la jornada laboral y la explosión del tiempo para la vida de la especie. A partir de su profundo estudio de Marx y el marxismo, incluidos textos pasados por alto o descubiertos recientemente, llegó a definir el comunismo como un plan de vida para la especie humana. Esto significaba un plan unitario e internacional de producción y consumo, basado en la satisfacción de las necesidades humanas genuinas. Él «anticipó» estos temas que hoy nos afectan dramáticamente.

 

DB

En cuanto a los temas actuales, cabe mencionar la sección de este volumen dedicada al «Gigantic Movement for the Emancipation of the Coloured Peoples». Es fácil imaginar que Bordiga no veía más que el enfrentamiento final entre la burguesía y el proletariado. Pero reconoció el poder disruptivo de las revoluciones anticoloniales (aunque no creyera que estuvieran construyendo el socialismo) y rechazó cualquier visión del mundo como «plana» e indiferenciada. ¿De dónde surgió este interés?

PB

Mi presentación de Bordiga no tiene nada de hagiográfico. Por lo tanto, no tenía necesidad de ocultar la realidad de que en el II Congreso de la Comintern en 1920 Bordiga, al igual que su compañero delegado italiano Giacinto Serrati, quedó perplejo por las tesis que se aprobaron sobre la cuestión colonial. Al no haber estudiado esta cuestión, temía que fomentara la dilución del papel del proletariado y de los partidos comunistas en los países coloniales o semicoloniales. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, con el poderoso levantamiento anticolonial en tres continentes, Bordiga se corrigió y adoptó plenamente, diría yo, la visión hacia la que antes había dudado.

Uno de los factores que dividió a Bordiga de algunos de sus camaradas (y no solo en Italia) a principios de la década de 1950 fue su considerable indiferencia hacia las revoluciones anticoloniales. Bordiga, junto con varios camaradas, se embarcó en una lectura sistemática de estas revoluciones, que él veía como auténticas revoluciones sociales, pero agrarias, antifeudales y nacionales, limitadas al establecimiento de relaciones sociales burguesas. De ahí su crítica paralela a la fraseología socialista de sus líderes. Pero al ampliar el espacio de las relaciones sociales capitalistas, en fuerte contradicción con la hegemonía de las grandes potencias, y al llevar a vastas masas de explotados a la arena de la política global, en última instancia representaron un factor favorable al renacimiento del movimiento proletario internacional.

Ya que estamos hablando de cuestiones de relevancia actual, añadiré que la antología también contiene un texto sorprendente sobre los Disturbios de Watts de agosto de 1965. El artículo sobre cómo la «ira negra» sacudió los pilares podridos de la civilización burguesa y democrática es también uno de los últimos textos de Bordiga antes de su muerte en 1970. Allí la cuestión racial se enmarca como una cuestión social, y la revuelta negra como una revuelta proletaria.

Él lo acogió con «gran entusiasmo», también porque destrozó el tejido de las ficciones legales y la hipocresía democrática. Permítanme citar un pasaje de este texto (podríamos decir, un saludo del propio Bordiga al gran movimiento surgido como consecuencia del asesinato de George Floyd). Dijo, en 1965:

había algo profundamente nuevo en este ardiente episodio de rabia. Para aquellos que lo siguieron no con fría objetividad sino con pasión y esperanza, el episodio no solo fue vagamente popular, sino proletario. Y esto es lo que nos hace decir: La revuelta negra ha sido aplastada. ¡Viva la revuelta negra! Lo que es nuevo —para la historia de las luchas de emancipación del trabajador negro mal pagado, ciertamente no para la historia de la lucha de clases en general— es la coincidencia casi exacta entre la pomposa y retórica proclamación presidencial de los derechos políticos y civiles y la explosión de una furia subversiva anónima, colectiva e «incivilizada» por parte de los «beneficiarios» del gesto «magnánimo»; entre el enésimo intento de tentar al esclavo atormentado con una miserable zanahoria, que no costaba nada, y la negativa instintiva de este esclavo a dejarse vendar los ojos y volver a doblar la espalda.

«Sin conciencia teórica», continuó,

sin necesidad de expresarla en un lenguaje articulado, pero haciendo su declaración con sus cuerpos y sus acciones, gritaron que no puede haber igualdad civil y política mientras exista desigualdad económica, y que la forma de acabar con esta desigualdad no es con leyes, decretos, conferencias y sermones, sino derrocando por la fuerza las bases de una sociedad dividida en clases. Es esta laceración brutal del tejido de ficciones legales e hipocresías democráticas lo que desconcertó a la burguesía (¡no podía ser de otra manera!). Esto es lo que despertó un entusiasmo tan grande en nosotros los marxistas (¡no podía ser de otra manera!). Esto es lo que debe dar que pensar a los proletarios apáticos, dormitando en el falso mimo de las metrópolis de un capitalismo históricamente nacido con piel blanca.

Como ha dicho recientemente Tithi Bhattacharya, el capitalismo no puede dejar de ser también racista (y creo que he demostrado lo mismo en mi propio libro Razzismo di Stato). También en este tema Bordiga fue más allá de sus propias posiciones iniciales, adoptando y aplicando la perspectiva de Lenin hacia «el Este».

 

DB

En definitiva, ¿qué crees que logra la reedición de estos textos?

PB

Hace aproximadamente una década, Peter Thomas identificó acertadamente el momento gramsciano, un momento que, yo añadiría, fue concomitante con el ascenso de gobiernos progresistas, especialmente en América Latina, que generó la ilusión de un camino gradual y de «frente amplio» hacia un «socialismo del siglo XXI».

En los últimos años, especialmente en los países de habla inglesa, hemos visto cada vez más un «retorno a Marx» directo. Esto se explica por el advenimiento de una crisis trascendental del capitalismo y, por lo tanto, de agudas luchas de clases.

Invariablemente, en una fase así, hay un intento de redescubrir la experiencia revolucionaria del pasado, en toda su riqueza y colores caleidoscópicos. Esto significa tratar de extraer lecciones e indicaciones de la reflexión del pasado (también en relación con las fuerzas, los recursos y los métodos de la contrarrevolución; y uno de los juicios aparentemente paradójicos de Bordiga sostenía que «el marxismo es una teoría de las contrarrevoluciones»).

Por eso podemos decir que la perspectiva de un «momento Bordiga» no está tan lejos. En contra de la imagen que Bordiga quería dar de sí mismo, como un hombre que simplemente martilleaba viejos clavos, finalmente será redescubierto como un marxista del y para el futuro.

Cierre

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