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Vías democráticas al socialismo: Gramsci y Poulantzas

Traducción: Natalia López

La crisis del neoliberalismo ha reactivado el debate sobre el Estado en la estrategia socialista. En este contexto, el diálogo entre Poulantzas y Gramsci resulta fundamental para repensar la disputa por el poder y las formas de transición al socialismo.

Tras el largo eclipse durante el cual la ortodoxia neoliberal proclamó el retiro del Estado como actor histórico, y con ello el desguace de cualquier teoría sobre la naturaleza y especificidad del poder estatal, la cuestión del Estado ha reaparecido en los últimos años en el centro de los debates teóricos y prácticos de la izquierda, y en la izquierda marxista revolucionaria en particular. En Brasil, Venezuela y Bolivia, pero también en formas más complicadas y variadas en Europa Occidental, la izquierda ha tenido que responder a la necesidad de aclarar la cuestión de su relación con el Estado en términos institucionales concretos.

En algunos casos, los partidos y organizaciones revolucionarios ya han optado por asumir las responsabilidades y los riesgos de la participación gubernamental, con diversos grados de éxito; en otros, la cuestión seguirá siendo el centro de la coyuntura actual, sobre todo en vista de la crisis económica mundial y de los pronunciamientos a favor de diversas formas de intervención estatal para hacerle frente. Los llamamientos a «cambiar el mundo sin tomar el poder» encontraron sin duda cierto eco en diversos sectores del movimiento altermundialista de principios de siglo; sin embargo, lo cierto es que la realidad actual para una orientación revolucionaria responsable es la del retorno de la cuestión político-estratégica, por utilizar la estimulante fórmula de Daniel Bensaïd (2).

En este contexto, es útil volver a uno de los debates centrales del último gran florecimiento de la teoría marxista del Estado en los años 70, a saber, la crítica de Poulantzas a la noción de Gramsci de «guerra de posición» y a la tesis de Lenin de la «dualidad del poder». Aunque tal debate pueda parecer que habla en el lenguaje de una cultura política olvidada hace mucho tiempo, me gustaría argumentar que pocos debates en la tradición marxista son tan relevantes hoy en día como éste porque va al corazón del estatus no resuelto de la tradición marxista como, fundamentalmente y por encima de todo, una crítica teórica y práctica del Estado capitalista. Desde cierto punto de vista, las caracterizaciones de la naturaleza del Estado y del poder social y político que se encuentran en Poulantzas y Gramsci son ambos modelos para entender los movimientos contemporáneos, como un conjunto de posibles precondiciones teóricas para el compromiso práctico.

La crítica de Poulantzas: guerra de posiciones = dualidad de poder

La confrontación con Gramsci fue un acompañamiento productivo de cada fase de la trayectoria intelectual de Poulantzas, a menudo formulada en términos de una crítica avanzada inspirada en la lectura de Gramsci por Althusser (3). Pero sólo en el capítulo final de su último libro, L’Etat, le Pouvoir, le Socialisme, presentó una interpretación verdaderamente personal. De esta lectura se desprende una imagen de Gramsci muy diferente de otras dos que eran mucho más familiares para la izquierda de los años sesenta y setenta y cuya influencia se sigue sintiendo hoy en día. Para la primera de estas interpretaciones (procedente del eurocomunismo de derechas), la «guerra de posiciones» de Gramsci corresponde a una propuesta de «larga marcha a través de las instituciones» del Estado burgués, concibiéndose el propio Estado como la simple suma de sus partes, divisible, permitiendo una estrategia de conquista progresiva de posiciones individuales (de instituciones) luego sustraídas a la dominación política burguesa en el curso de una simple progresión aritmética, hasta que la pura fuerza de los números invada el corazón del aparato y la clase obrera tome posesión del Estado (concebido como instrumento de gobierno).

A diferencia de la «guerra de maniobra» (al menos en una de sus interpretaciones), no pretende asaltar la ciudadela en una batalla campal, sino que implica una «subversión lenta» que ataca al Estado burgués desde dentro. Los socialdemócratas de izquierdas actuaban de buena fe cuando propusieron esta interpretación en la década de 1970. Desde entonces, su lógica ha sido cínicamente pervertida y redistribuida en ciertos aspectos de la Tercera Vía neoliberal, que ha mantenido vínculos retóricos residuales con la tradición socialdemócrata.

En la segunda interpretación (socialdemócrata de izquierdas), el terreno privilegiado de la «guerra de posición» gramsciana en Occidente es la sociedad civil. Se trata de una estrategia de lenta y minuciosa «construcción de trincheras», a una distancia suficientemente grande del Estado como para que el enfrentamiento decisivo con él se posponga en la práctica indefinidamente, sin efectos inmediatos sobre las luchas contemporáneas. Se define por oposición a la «guerra de maniobra», es decir, al enfrentamiento directo con el Estado que sólo los bolcheviques pudieron poner en práctica en el Este, dado el subdesarrollo de su sociedad civil, incapaz de ofrecer un sistema de trincheras capaz de proteger al Estado de cualquier asalto directo, contrariamente a lo que se pensaba en Occidente.

El legado de estas interpretaciones se deja sentir aún hoy en aquellas versiones del concepto de hegemonía que lo convierten en una «lógica de lo social» sin tener mucho que decir sobre la especificidad del poder estatal una vez disuelto en una «discursividad» omnipresente e indeterminada (4). En ambos casos, la guerra de posiciones de Gramsci se presenta como una ruptura definitiva con la teoría del Estado de Lenin.

Poulantzas, por su parte, veía en Gramsci a un teórico que se había impregnado plenamente de la estrategia leninista y, en una versión diferente, tercerinternacionalista, de la «dualidad de poder» -demasiado, de hecho, en el caso de Gramsci, según Poulantzas-, a pesar de toda la sofisticación de su concepción del Estado, una concepción que, en última instancia, permanecía atrapada en las metáforas topográficas propias de esta tradición. Poulantzas consideraba que «[u]na línea principal recorre los análisis y la práctica de Lenin: el Estado debe ser destruido en bloque por una lucha frontal en una situación de doble poder, y reemplazado-sustituido por el segundo poder, los soviets, un poder que ya no sería un Estado en el sentido propio porque ya sería un Estado pues estaría ya en proceso de extinción.» (5). Poulantzas pronto reconoció la diferencia entre esta tesis analítica y perspectiva estratégica, por un lado, y, por otro, su posterior degeneración estalinista en un «rechazo de la política».

Sin embargo, fue igualmente rápido en desarrollar la idea de una continuidad entre las perspectivas que habían informado la práctica bolchevique en 1917 y la teoría del Estado canonizada por la III Internacional. En particular, compartían una visión común sobre la localización de «la lucha de las masas populares por el poder del Estado» (fuera del Estado, en ese ámbito mal definido y difuso representado por la sociedad civil, concebida entonces como un residuo), sobre sus medios («la creación de una situación de doble poder»), sobre su concepción del poder político y social («una sustancia cuantificable» actualmente secuestrada por la burguesía dentro de un Estado-instrumento susceptible de ser apropiado por las fuerzas proletarias mediante una estrategia de doble poder que avance hacia la captura del aparato estatal existente) y sobre su objetivo (la toma y destrucción del Estado-fortaleza, al que debe sustituir «el segundo poder (soviets) constituido como un Estado de tipo nuevo»).

Estas perspectivas también se encontraban, según Poulantzas, en los Cuadernos de la cárcel de Gramsci. En L’Etat, le Pouvoir, le Socialisme (El Estado, el Poder, el Socialismo), escribe: «Por supuesto, no se pueden cuestionar las considerables contribuciones teóricas y políticas de Gramsci, y sabemos la distancia que tomó con respecto a la experiencia estalinista. Sin embargo, él tampoco (por más que hoy se le invoque de manera arbitraria) logró plantear el problema en toda su amplitud. Sus famosos análisis de las diferencias entre la guerra de movimiento (la de los bolcheviques en Rusia) y la guerra de posiciones se entienden esencialmente como la aplicación del modelo-estrategia leninista a «situaciones concretas diferentes», las de Occidente (6)».

Estos restos leninistas fueron decisivos para la forma en que Gramsci teorizó el Estado. Gramsci no había comprendido que «tomar o conquistar el poder estatal no puede significar una simple toma de partes de la maquinaria estatal, con vistas a su sustitución en beneficio del segundo poder». Seguía fascinado por la idea del Estado como una «fortaleza en la que entran caballos de madera» o comparable a «una caja fuerte en la que hay que entrar».

Fiel al espíritu de la formulación leninista, Gramsci concebía la sociedad civil como una tierra baja fuera del Estado, el lugar de la construcción de un posible contrapoder. Desde allí, el movimiento obrero podría librar una «guerra de posición» que le permitiría finalmente atacar la ciudadela del Estado burgués con el objetivo de destruirla y sustituirla por una forma de organización social más satisfactoria. Al final, por tanto, aunque más sofisticada y menos susceptible al instrumentalismo vulgar que sus variantes estalinistas o socialdemócratas, la perspectiva propuesta por Gramsci al movimiento obrero occidental seguía siendo la problemática de la estrategia del «doble poder», en la medida en que «la modificación decisiva de la relación de fuerzas no se juega en el interior del Estado, sino entre el Estado […] y las masas supuestamente fuera del Estado» (7).

La alternativa de Poulantzas: el Estado como condensación de una relación de fuerzas y la vía democrática al socialismo

En sus obras anteriores, en particular Poder político y clases sociales, Poulantzas ya había intentado desarrollar un análisis más matizado de la naturaleza del Estado capitalista y sus distintas modalidades de poder. Poulantzas consideraba crucial comprender hasta qué punto el Estado capitalista ya estaba atravesado, desde dentro, por antagonismos y luchas de clases. En otras palabras, la política no tiene lugar «fuera» de la fortaleza del Estado, sino que constituye su propia materialidad: el Estado como condensación de una relación de fuerzas. Más concretamente, Poulantzas rechazó la metáfora topográfica de un lugar «más allá del Estado» en el que podrían reunirse las fuerzas de un Estado futuro, de otro tipo (8).

Puesto que todas las relaciones sociales son siempre ya relaciones internas de fuerza dentro de un Estado dado, son interpeladas por ese Estado a la vez que lo constituyen. « Es en este sentido preciso que, una vez establecido el Estado, no se puede concebir ningún ámbito social real (un saber, un poder, una lengua, una escritura) como un estado primario anterior al Estado, sino siempre en relación con él y con la división en clases (9).» Básicamente, para Poulantzas (y para proponer una variación de una famosa fórmula derrideana), «no hay fuera del Estado» (10), porque el Estado se define desde el principio como coextensivo en sí mismo con la formación social. El resultado estratégico de este análisis fue la idea de una «vía democrática al socialismo» dentro del Estado existente.

Esta fue la contribución final del Poulantzas maduro al debate sobre la «crisis del marxismo», formulada explícitamente como una superación de la «guerra de posiciones» gramsciana, el representante más sofisticado de la tradición de la «dualidad de poder». Profundamente enraizado en los debates de la época (por ejemplo, el debate sobre la dictadura del proletariado en el PCF) e indudablemente influido por la experiencia chilena y el fracaso de la revolución portuguesa, Poulantzas estaba particularmente preocupado por la ausencia, dentro de la estrategia de la dualidad del poder, de una teoría de la «transformación del aparato del Estado». En su opinión, «este largo proceso de toma del poder» consistía en «desplegar, reforzar, coordinar y dirigir los focos difusos de resistencia que las masas siguen teniendo dentro de las redes estatales […] de tal manera que estos focos se conviertan, en el terreno estratégico que es el Estado, en los focos efectivos de poder real» (11).

La vía democrática al socialismo propuso una «guerra de posición» librada dentro del propio Estado existente, que, una vez redefinido en términos relacionales y estratégicos, incluía el terreno que Gramsci, a ojos de Poulantzas, había seguido identificando con la «sociedad civil». Esta estrategia debía llevarse a cabo en luchas de intensidad y profundidad variables, algunas cerca del corazón del aparato estatal, otras a cierta «distancia» de él. «Las formas de articulación […] de las transformaciones del Estado y de la democracia representativa […] de la democracia directa y del movimiento de autogestión» (12) fueron fundamentales para la estrategia del poder «bifurcado» (en lugar de dual).

Reforzando la democracia representativa -como garantía de igualdad jurídica-, Poulantzas proponía superar el riesgo de degeneración hacia una autarquía estalinista; reforzando el poder de la democracia directa -como garantía de participación activa de las masas-, proponía superar el riesgo de «reformismo tradicional» que, según él mismo admitía, estaba implícito en esta estrategia. En cuanto a lo que conllevaría precisamente dicha transformación del aparato estatal, y si podría conducir al Absterben [marchitamiento] del Estado como había anticipado al menos una tradición marxista anterior, son enigmas que Poulantzas nunca fue capaz de resolver.

Estos enigmas siguen siendo los mismos para nosotros hoy, en formas inmediatamente prácticas. Muchos de los debates que figuran en la agenda de los movimientos sociales y políticos contemporáneos pueden caracterizarse como incluidos en esta problemática de la vía democrática al socialismo, con todas sus aperturas y todos sus peligros, ya se trate de los problemas de la relación entre la sociedad civil y el Estado, entre los movimientos sociales y sus «expresiones» políticas, y entre la democracia directa de base y su «representación» en el aparato estatal existente.

El resurgimiento del interés internacional por el pensamiento de Poulantzas da fe de su relevancia teórica y, en última instancia, política en la coyuntura actual (13). En la medida en que la propuesta de una vía democrática al socialismo pretendía superar lo que se ha visto como una persistencia de residuos leninistas que comprometían los intentos de Gramsci de romper con una teoría instrumentalista del Estado, la legitimidad de esta propuesta, y su utilidad contemporánea, pueden juzgarse, al menos en parte, sobre la base de la exactitud de su caracterización de la teoría que le sirvió de punto de partida.

Dos cuestiones, aparentemente de carácter puramente teórico o filológico, deberían ayudarnos a plantear el problema de forma más concreta. En primer lugar, ¿comprende Poulantzas adecuadamente los presupuestos teóricos de la concepción gramsciana de la relación entre Estado y sociedad civil? En otras palabras, nos preguntamos si Gramsci postula efectivamente un terreno fuera del Estado, un terreno en el que podría surgir un nuevo poder político, capaz de tomar el control del Estado (aparato) y sustituirlo.

En segundo lugar, ¿se entiende la concepción gramsciana del poder social y político como una «sustancia cuantificable» en manos de una determinada clase, y por tanto susceptible de ser enfrentada a otra «cantidad» de poder en manos de otra clase? En otras palabras, ¿la guerra de posiciones de Gramsci no es realmente más que una variante sofisticada de la estrategia del doble poder, en sus presupuestos fundamentales, todavía abierta a las mismas críticas que Poulantzas dirigió a sus versiones leninista, tercerinternacionalista y socialdemócrata? ¿O, por el contrario, desarrolló Gramsci una teoría que combinaba los puntos fuertes y la sofisticación de la investigación de Poulantzas, evitando al mismo tiempo sus consecuencias potencialmente desarmantes en el terreno político?

Gramsci y el Estado integral

La característica más sorprendente e irónica de la crítica de Poulantzas a la teoría del Estado de Gramsci es que, como muchas otras interpretaciones de finales de los sesenta y principios de los setenta, no tiene en cuenta la que fue la contribución más importante de Gramsci a la teoría del Estado: el concepto de Estado integral como identidad-distinción dialéctica de la sociedad civil y política.

Resulta doblemente irónico que Poulantzas haya tomado el relevo de aquellas interpretaciones que consideraban que, para Gramsci, los términos se referían a dos terrenos distintos de la formación social: en primer lugar, porque una de sus estrechas colaboradoras, Christine Buci-Glucksmann, fue una de las primeras en llamar la atención sobre la importancia del «concepto general de Estado» o, del «Estado integral» en Gramsci, para entender la novedosa articulación de estos conceptos en los Cuadernos de la cárcel (14); en segundo lugar, porque, de todos los teóricos marxistas anteriores, Gramsci es quizá el que más lejos llega en la búsqueda de una ruptura definitiva con una teoría exclusivamente instrumentalista del Estado. Más concretamente: con el concepto de «Estado integral», Gramsci describe la formación de los Estados modernos en Occidente como -por utilizar los propios términos de Poulantzas- una condensación de las relaciones de fuerzas entre las clases y en el seno de las mismas.

La propuesta de Gramsci del concepto de «Estado integral» fue precedida de profundos análisis históricos sobre el surgimiento del Estado capitalista moderno, su desarrollo como proyecto ético que inviste al conjunto de la sociedad tras la Revolución Francesa, y luego su degeneración en una fase de revolución pasiva frente a las revueltas obreras. En vista de la vasta bibliografía que ha aparecido sobre este tema durante el reciente y rico periodo de entusiasmo por la filología gramsciana, no es necesario volver sobre los detalles de estos descubrimientos (15).

En su lugar, nos centraremos en el nuevo concepto que Gramsci desarrolló como resultado de esta investigación. Con el concepto de Estado integral, Gramsci pretendía analizar la interpenetración y el refuerzo mutuo de la «sociedad política» y la «sociedad civil» (que debían distinguirse entre sí analítica y no orgánicamente) dentro de una forma unificada (e indivisible) de Estado. Según este concepto, el Estado en su forma integral no debe limitarse a la maquinaria de gobierno y a las instituciones jurídicas (al Estado entendido en sentido instrumental, por oposición a la «sociedad civil»).

El concepto de Estado integral, por el contrario, pretendía constituir una unidad dialéctica de los momentos de la sociedad civil y la sociedad política. La hegemonía civil proporciona la base social para el poder político de la clase dominante en el aparato estatal, que a su vez refuerza sus iniciativas en la sociedad civil. Para Gramsci, la sociedad civil es el terreno en el que se desarrolla la competencia entre clases sociales por el liderazgo político, o hegemonía, sobre otras clases sociales.

El mantenimiento de esta hegemonía depende enteramente, sin embargo, «en última instancia», del control sobre el monopolio legal de la violencia encarnado en las instituciones de la sociedad política, o del Estado en el sentido restringido de aparato estatal. Sin embargo, entendido en su sentido pleno, según Gramsci, «el Estado es el conjunto de actividades prácticas y teóricas mediante las cuales la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominación, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados» (16). O, como dijo Gramsci: «La noción general de Estado incluye elementos que deben vincularse a la noción de sociedad civil (en este sentido, podría decirse, Estado = sociedad política + sociedad civil, es decir, una hegemonía blindada por la coerción)» (17).

En consecuencia, para Gramsci, la sociedad civil no debe concebirse topográficamente, como un terreno fuera del Estado. Mucho más que un dominio intacto más allá del Estado, la sociedad civil, en esta visión, consiste en una serie de prácticas y relaciones dialécticamente interpeladas dentro del propio Estado (integral), formando su «base social» (18). Al mismo tiempo, se negó a abolir la distinción entre el Estado (en el sentido restringido de «aparato estatal») y la sociedad civil (como también es el caso de Gentile y su comprensión actualista especulativa del intento de Estado totalitario fascista en el que el Estado lo es todo) (19). Por el contrario, mantuvo ambos términos, tanto en su unidad como en su distinción, como una relación dialéctica entre diferentes niveles de formación de clase y eficacia política, incluso después de su elaboración del nuevo concepto de Estado integral en octubre de 1930.

Para Gramsci, más que lugares o terrenos geográficos, «sociedad política» y «sociedad civil» se entienden como relaciones sociales y políticas diferenciales dentro del «Estado integral»; la primera entiende el Estado en términos de consolidación del poder político de una clase en las instituciones (estatales), o si se prefiere, en términos de grado de coerción; la segunda, en términos de constitución de ese (posible) poder político entre las fuerzas presentes en el terreno social (criterio del consentimiento). Gramsci estaba así en condiciones de revelar la unidad del Estado capitalista, al tiempo que analizaba las diferentes combinaciones y articulaciones de coerción y consentimiento que lo componen, permitiendo así determinar con mayor precisión los ejes de desarrollo capaces de conducir a su transformación.

Poulantzas se equivocaba, pues, al explicar que Gramsci presuponía un terreno exterior al Estado en el que podía surgir un nuevo poder político. Al igual que Poulantzas, los Cuadernos de la cárcel intentaban captar la especificidad del Estado capitalista como una condensación de las relaciones de fuerzas entre las clases, condensación lograda bajo la dominación de la burguesía. Del mismo modo, Poulantzas se equivocó al explicar que para Gramsci la ruptura decisiva se produce «entre el Estado […] y su exterior supuestamente absoluto, el segundo poder» (20).

Para Gramsci, tal momento de ruptura tiene lugar en el seno del propio movimiento obrero, como ruptura con su constitución económico-corporativa, cuando las masas pueden romper con su integración paralizante de la revolución pasiva y construir su propio proyecto hegemónico como clase, reduciendo la capacidad de acción de la burguesía (o más bien, su capacidad de dominación) aumentando su propia capacidad de acción. El camino hacia el poder político del proletariado implicaría, en primer lugar, la modificación del equilibrio de fuerzas en el seno del Estado integral, la dislocación del refuerzo mutuo de la coerción y el consentimiento explotado por la burguesía para mantener su propia dominación de clase.

El aparato estatal de la burguesía sólo podía ser neutralizado a condición de que el proletariado le privara de su «base social» mediante la elaboración de un proyecto hegemónico alternativo. Gramsci concibió este proyecto en términos concretos, en términos de «aparatos hegemónicos»: la amplia gama de «instituciones» y prácticas -desde la prensa hasta las organizaciones educativas, las iniciativas culturales y los partidos políticos- mediante las cuales una clase y sus aliados pueden enfrentarse a su adversario en una lucha por el poder social y luego político, o por la dirección de la sociedad en su conjunto (21).

El poder político se concibe aquí no como un instrumento o una «sustancia cuantificable», sino en términos relacionales: como la capacidad, o incapacidad, de una clase para actuar en relación con otra, pero también como la disposición de las iniciativas de una clase en la sociedad política para estar en sintonía con su «base social» en la sociedad civil. En otras palabras, para Gramsci, el poder político es inmanente, no simplemente en el Estado como condensación de relaciones de fuerza (relaciones entre clases); es inmanente en los proyectos hegemónicos a través de los cuales las clases se constituyen a sí mismas como clases (relaciones internas de clase) capaces de ejercer el poder político (frente a una masa incoherente de intereses «corporativos»).

El potencial de una clase para ejercer el poder político depende, por tanto, de su capacidad para encontrar las formas institucionales adecuadas a la differentia specifica de su particular proyecto hegemónico, es decir, las formas que le permitan no sólo hacer la transición del orden económico-corporativo al orden propiamente político, de la sociedad civil a la sociedad política, sino también, y de forma decisiva, una vez adquirido el poder estatal, permanecer en plena sintonía con su base social.

En la forma asimiladora de un Estado integral reforzado por la revolución pasiva, la burguesía había encontrado un medio de promover su propia forma contradictoria de modernización. Le quedaba al proletariado encontrar lo que la tradición marxista había llamado un «nuevo tipo de Estado», o, contra la Herrschaft de la burguesía, encontrar lo que Lenin llamaba su propio «poder de un tipo completamente diferente», que permitiría la reabsorción de la díada sociedad política-sociedad civil en lo que Gramsci describió en términos de sociedad «regulada» (22).

El retorno de la dualidad del poder

Poulantzas tenía razón, entonces, al decir que la noción de Gramsci de la guerra de posición presuponía una variante más sofisticada de la estrategia de la dualidad del poder, pero no por las razones que él había imaginado. Tal como fue concebido inicialmente por Lenin, el concepto de «dualidad del poder» no era una cuestión de elegir una proposición estratégica frente a otra, ni implicaba un simple rechazo de la confrontación con el aparato estatal existente con sus mecanismos de democracia parlamentaria (sobre los que Lenin nunca dejó de explicar que podían ser tácticamente útiles para el movimiento revolucionario, en determinadas coyunturas), en nombre de una forma más «auténtica» de poder político.

Por el contrario, este concepto se refería a la realidad del «estado de excepción negativo» entre las dos revoluciones de 1917. De hecho, la tesis de la dualidad del poder no apareció explícitamente en el pensamiento de Lenin hasta el momento muy concreto del «interregno». Presente «en estado práctico» en las Tesis de Abril, formulada explícitamente en un artículo publicado en Pravda el 22/9 de abril de 1917, y recibiendo su exposición más famosa en Las tareas del proletariado en nuestra revolución (escrito el 23/10 de abril, pero no publicada hasta diciembre), la tesis de la dualidad del poder [dvoelastie] fue concebida como una forma de pensar conjuntamente la «extremadamente original» situación de « entrelazamiento» o «amalgama de dos dictaduras», los soviets junto al gobierno provisional.

Las bases sociales de estas «dictaduras» eran muy diferentes: una era «un Estado en el sentido propio de la palabra», es decir, un aparato estatal fundado en la ley y, en última instancia, en los derechos de propiedad privada; la otra era «el nuevo tipo de Estado» de la Comuna de París, fundado y funcionando sobre la base de iniciativas populares. Estas dictaduras eran, en el sentido más estricto, formas incompatibles de poder político cuyo antagonismo conduciría a la desaparición de una u otra. Lenin insistió en el carácter excepcional de esta bifurcación: «No cabe duda de que este “ entrelazamiento ” no puede durar mucho tiempo. No puede haber dos poderes en un Estado. […] La dualidad del poder refleja sólo un período transitorio en el desarrollo de la revolución» (23).

La noción de Gramsci de una guerra de posición proletaria contra la lógica de la revolución pasiva parte de los mismos presupuestos que Lenin en su análisis de 1917 sobre la naturaleza de clase de las diferentes formas de Estado. Su análisis histórico de la consolidación del proyecto hegemónico burgués en el marco de un Estado integral cualitativamente nuevo, y su oposición a una hegemonía proletaria ampliada y progresiva vuelta contra las formas revolucionarias pasivas y esclerosantes que adopta un proyecto hegemónico burgués en crisis, le permitieron captar la naturaleza específicamente burguesa y capitalista del Estado existente, «en última instancia», más allá de los diversos elementos y contradicciones que pueda contener.

Sin embargo, mientras que la tesis de Lenin describía una situación que ya se había producido (y no había sido prevista), la teoría de Gramsci, elaborada en un momento de derrota en el seno de una cárcel fascista, pretendía reunir las fuerzas que harían posible el retorno de tal situación de doble poder. A diferencia del ultraizquierdista intransigente de los años de fundación del PCI, el Gramsci de los Cuadernos de la cárcel reconocía que tal proceso podría necesitar pasar por una fase de transformación desde el interior del Estado existente; su tardía adhesión a la estrategia del frente único y su consejo final al movimiento obrero italiano sobre la necesidad de un amplio frente antifascista para reconstituir las instituciones representativas (contra la locura del dogma del tercer periodo de la Internacional Comunista) abogaban explícitamente por tales transformaciones en la coyuntura dada.

Esto seguía siendo, sin embargo, una maniobra táctica, subordinada al objetivo estratégico último de dotar a las clases subalternas de las formas institucionales necesarias para su transición de grupo dirigente a grupo dominante, fundando un «nuevo tipo de Estado» que consistiría en la ausencia misma de Estado. Así que, para modificar una de las formulaciones de Poulantzas al final de Estado, poder y socialismo, no se trata de «una simple alternativa» entre la «vía democrática al socialismo» y «la guerra de posiciones», porque esta última, en el sentido de Gramsci, consiste siempre en un despliegue táctico de la primera (24).

Con Gramsci, la vía democrática al socialismo toma nota de la realidad del Estado integral existente (como único lugar del poder político y, en consecuencia, como horizonte sobre el que debe operar el movimiento obrero) y, al mismo tiempo, de la realidad del modo de existencia de este Estado particular como Estado burgués y capitalista fundado sobre una condensación específica de las relaciones sociales burguesas, tanto en la sociedad civil como en la sociedad política. Fue sobre la base de este reconocimiento que Gramsci fue capaz de formular en términos concretos la posibilidad de un tipo completamente diferente de condensación, a saber, la intensificación de las fuerzas sociales dentro del movimiento obrero que sería capaz de volver a poner a la orden del día «el tipo completamente nuevo de Estado» que determinó los contornos de la experiencia política de octubre de 1917.

Desde esta perspectiva, el desafío para la izquierda contemporánea en su respuesta al retorno de la cuestión político-estratégica (25) no se reduce simplemente a una confrontación responsable con la realidad del Estado existente y el terreno político que este define. De manera aún más crucial, esta cuestión remite a la necesidad de actualizar el análisis inicial de Lenin sobre la realidad del doble poder, es decir, a la comprensión de que el movimiento obrero debe desarrollar su propia forma de poder político y llevar con determinación sus consecuencias institucionales hasta el final.

Esta vía democrática hacia el socialismo tiene la vocación de superar el Estado capitalista y, en este sentido, un despliegue táctico de los análisis de Poulantzas dentro de la perspectiva estratégica de la guerra de posiciones gramsciana en pos de un «nuevo tipo de Estado» podría resultar la forma más viable y efectiva del legado de Poulantzas en la actualidad.

 

Este artículo se publicó en la revista Contretemps n° 8

 

Notas

1.Este texto fue escrito originalmente en respuesta a las contribuciones de Daniel Bensaïd al seminario Projet K del verano de 2006. Por tanto, está dedicado a su memoria.

2.Véase, por ejemplo, N. Poulantzas, Pouvoir politique et classes sociales [1967], París, Maspero, 1982, pp. 37, 147-149, 210, 216, 221. Para un análisis de las primeras lecturas althusserianas de Gramsci, véase mi libro The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Historical Materialism Book Series, Brill Academic Press, Leiden, 2009.

3.Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en su Hégémonie et stratégie socialiste, Les Solitaires Intempestifs, 2009, han sido los principales promotores de este tipo de lectura.

4.N. Poulantzas, L’État, le Pouvoir, le Socialisme, PUF, 1978, p. 278.

5.Ibid., pp. 283-284. Véase también «Une révolution copernicienne dans la politique» en La Gauche, le Pouvoir, le Socialisme. Hommage à Nicos Poulantzas, ed. C. Buci-Glucksmann, PUF, 1983, pp. 37-41.

6.N. Poulantzas, L’État…, op. cit., p. 285.

7.Véase Bob Jessop, State Theory. Putting the Capitalist State in its Place, Cambridge, Polity, 1990, p. 230.

8.N. Poulantzas, L’État…, op. cit., p. 44.

9.En francés en el texto. Alusión a Jacques Derrida: «No hay hors-texte». (Nota del editor).

10.N. Poulantzas, L’État…, op. cit., p. 285.

11.Ibid., p. 293.

12.Cf. la recopilación titulada Poulantzas lesen: Zur Aktualität marxistischer Staatstheorie, ed. L. Bretthauer, A. Gallas, J. Kannankulam e I. Stützle, VSA, Hamburgo, 2006, y The Poulantzas Reader, Verso, Londres, 2008.

13.Christine Buci-Glucksmann, Gramsci et l’État: pour une théorie matérialiste de la philosophie, París, Fayard, 1975.

14.Para el estudio filológico más detallado, véase Guido Liguori: «Stato-società civile», en Fabio Frosini, Guido Liguori (eds.), Le parole di Gramsci. Per un lessico dei Quaderni del carcere, Roma, 2004, pp. 208-226. Domenico Losurdo, *Antonio Gramsci dal liberalismo al comunismo critico.*, Roma, 1997, ofrece una visión sintética de la evolución histórica de Gramsci, en particular de su noción original de revolución pasiva.

15.Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, vol. IV, trad. F. Bouillot & G. Granel, Gallimard, 1990, cahier 15, § 10, p. 120.

16.Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, vol. II, trad. M. Aymard & P. Fulchignoni, Gallimard, 1983, nota 6, § 88, p. 83.

17.Ibid., cuaderno 6, § 136.

18.Ibid., libro 6, § 10.

19.N. Poulantzas, L’État…, op. cit., p. 286.

20.Sobre el concepto de «aparato hegemónico», cf. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, vol. I, trad. cast. I, trad. M. Aymard & F. Bouillot, Gallimard, 1996, cahier 1, § 48; y vol. II, op. cit., libro 6, §§ 136 y 137.

21.Sobre el concepto de Lenin de «poder de un tipo completamente diferente», véase «Sur la dualité de pouvoir» [1917], disponible en francés en www.marxists.org.

22.V. I. Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución» [1917], disponible en francés en www.marxists.org.

23.N. Poulantzas, L’État…, op. cit., pp. 285-286.

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