Entrevista de Hugo de Camps Mora[1]Hugo de Camps Mora escribe sobre economía política y sociología económica. Actualmente investiga enfoques críticos del turismo en la Universidad Birkbeck.
La desigualdad no es un fenómeno exclusivo de las sociedades capitalistas; de hecho, fue común en casi todos los órdenes sociales. En As Gods Among Men: A History of the Rich in the West [Como dioses entre los hombres: Una historia de los ricos en Occidente], Guido Alfani demostró que una fuerte crítica a la desigualdad fue una característica de las sociedades occidentales desde la antigüedad. Aristóteles argumentó que sería ingenuo esperar que alguien con mayor riqueza y recursos que la gran mayoría de las personas actuara de acuerdo con los valores de la comunidad. Sostuvo que un individuo así se comportaría como un dios entre los hombres.
Con figuras como Elon Musk ejerciendo cada vez más control sobre nuestro sistema político, esta crítica se volvió aún más oportuna. Alfani se sentó con Jacobin para hablar sobre esa historia de las críticas a la desigualdad desde Aristóteles hasta hoy. Lo que cambió es que los ricos desarrollaron mecanismos aún más exitosos para afianzar su poder político y argumentos falsos para defender moralmente esta situación.
HCM
El título de tu libro es As Gods Among Men: A History of the Rich in the West. ¿Quiénes son los ricos y por qué alguien preocupado por las injusticias y las desigualdades contemporáneas querría leer una historia sobre ellos?
GA
A lo largo de mi libro analizo una definición muy simple, que es el 1 % o el 5 % más rico. También examino otra posible definición, que es relativa en el sentido de que no define a los ricos como aquellos que pertenecen a un percentil específico, sino que los define como aquellos que son al menos diez veces más ricos que la riqueza media. La ventaja de esta otra definición es que permite que la prevalencia de los ricos cambie a lo largo del tiempo.
En cuanto a por qué deberíamos fijarnos en los ricos si estamos preocupados por nuestra situación actual, bueno, si consideramos al menos la historia occidental, que es la que conozco mejor, podemos darnos cuenta fácilmente de que la presencia de los ricos en la sociedad siempre dio lugar a ciertos problemas y preocupaciones, que son muy similares tanto hoy como en el pasado. Al reconocer esto, creo que podemos cambiar nuestra forma de ver los desafíos y problemas a los que nos enfrentamos para tratar de resolverlos.
HCM
Tu libro no solo estudia las diferentes formas en que los ricos adquirieron, perpetuaron o dilapidaron su riqueza a lo largo del tiempo, sino que también trata de cómo fue percibido este grupo en particular en la historia. Sostienes que Occidente se caracteriza por una tradición de sospecha y desdén hacia los ricos, un sentimiento que se remonta incluso a Aristóteles. ¿Podrías explicar este punto?
GA
A Aristóteles le preocupaba que, en una sociedad organizada democráticamente —y con ello se refería específicamente a la democracia ateniense—, si alguien poseía un exceso de virtud en comparación con los demás, incluido el acceso a los recursos económicos, no sería realista esperar que esa persona se comportara como todos los demás. Sostuvo que una persona así actuaría como un «dios entre los hombres», un concepto que inspiró el título de mi libro. Esta idea persistió en el pensamiento occidental hasta hoy, especialmente a partir de la Edad Media. Pensadores como Nicolás Oresme en el siglo XIV, que tradujo y comentó a Aristóteles, se hicieron eco de esta preocupación. De hecho, después del siglo XIV, el enfoque pasó de un exceso de virtud en general a un exceso de control sobre los recursos económicos en particular. Este tema sigue siendo relevante hoy en día, como se ve en el trabajo de Thomas Piketty sobre la desigualdad, donde argumenta que la desigualdad excesiva de la riqueza conduce a importantes problemas sociales.
HCM
Dices que el desdén hacia los ricos que existía en las sociedades occidentales se acentuó especialmente después de la Edad Media. ¿Podrías explicar cómo se desarrolló este sentimiento?
GA
Efectivamente, sobre todo a partir de la Edad Media, quedó claro que los ricos solían ser vistos de forma negativa y como pecadores. Los teólogos de la época releyeron la Biblia y enfatizaron algunas de las críticas más severas a los ricos, como la afirmación de Jesús de que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos». En realidad, el problema era especialmente problemático para los plebeyos que se hacían ricos. El problema no estaba realmente en los nobles, quienes, según los teólogos, tenían acceso privilegiado a los recursos como parte del plan de Dios para la organización de la sociedad. En teoría, los nobles también eran responsables de proteger a sus súbditos, creando una especie de intercambio entre noble y súbdito. La preocupación radicaba en los plebeyos: ¿por qué eran ricos? ¿Por qué acumulaban riqueza en lugar de usarla para ayudar a los pobres?
Para alguien como Tomás de Aquino, la respuesta estaba clara: eran pecadores, y el objetivo era evitar que el pecado se extendiera. Tomás de Aquino incluso desaconsejó que los plebeyos se dedicaran al comercio internacional, por temor a que se hicieran demasiado ricos. Lo que era aún peor era cuando los ricos ganaban su dinero a través de los préstamos. Aquino, reflexionando sobre las enseñanzas de Aristóteles, argumentó que el dinero no debería generar más dinero: «nummus non parit nummos», como dice la frase latina. Participar en tales prácticas, y en particular prestar con intereses, era esencialmente cometer un pecado porque significaba hacer que alguien pagara por el tiempo, y como el tiempo pertenece a Dios, se consideraba básicamente similar a robarle a Dios.
A pesar de los esfuerzos de los teólogos, al final no lograron impedir que los gobernantes permitieran a sus súbditos enriquecerse, ya que los gobernantes querían que las personas adineradas de sus comunidades pagaran impuestos y proporcionaran fondos cuando fuera necesario. No obstante, estos teólogos contribuyeron significativamente a la profunda desconfianza de nuestra cultura hacia aquellos que acumulan riqueza, especialmente en las finanzas, que todavía se percibe como menos legítima que la riqueza obtenida a través del espíritu empresarial, la innovación u otras áreas en las que uno puede enriquecerse.
HCM
Uno de tus principales argumentos es que, si este grupo en particular logró llegar a nuestros tiempos dado el desdén existente hacia ellos, es porque se esperó de ellos, y a veces incluso se les obligó, a actuar de maneras muy particulares. ¿Cómo se esperaba que se comportaran los ricos para lograr cierto nivel de legitimidad?
GA
Como acabo de explicar, este aumento del grado de desdén hacia los ricos se produce muy claramente a finales de la Edad Media. La cuestión es que estos plebeyos seguían enriqueciéndose cada vez más, y nadie podía detenerlos. Entonces la sociedad se vio obligada a adaptarse a esta realidad: en el siglo XV ya no era posible decir simplemente: «bueno, todos los ricos son pecadores». Estaban ahí y formaban parte de la sociedad.
Es entonces cuando se empieza a reflexionar sobre cómo pueden ayudar a la sociedad en su conjunto. Y una forma muy eficaz de expresarlo es la que utilizó Poggio Bracciolini, un humanista italiano que a principios del siglo XV escribió un tratado sobre la avaricia. Básicamente, dice que los ricos en una ciudad son como un granero privado de dinero. Y funcionan de manera similar a los graneros públicos que se establecen para enfrentar la amenaza de la hambruna. Su punto es que, si tienes una crisis y necesitas ayuda —en particular recursos financieros, porque, por ejemplo, necesitas pagar una guerra o la defensa— no le vas a pedir ayuda a los pobres, porque no tendrán nada que darte.
En cambio, puedes pedírsela a los ricos, porque sus recursos privados pueden utilizarse para el beneficio público. Y puedes preguntarles, amablemente: «¿Pueden prestarnos algo de dinero?». Y si no lo hacen, puedes, con menos amabilidad, obligarlos a prestar el dinero o a pagar impuestos, o incluso expropiarlos hasta cierto punto. A lo largo de la Edad Moderna, encontramos que estos préstamos forzosos en tiempos de necesidad eran bastante omnipresentes en casi todos los estados de Europa.
HCM
Hablas de cómo, dependiendo de la fuente de su riqueza y su estatus, los diferentes miembros de la élite adinerada fueron vistos en términos muy diferentes a lo largo de la historia. En particular, mencionas las diferentes formas en que se vio a la aristocracia frente a los plebeyos ricos. ¿Podrías profundizar en este punto?
GA
El hecho es que se esperaba que la nobleza contribuyera en ciertas crisis, como las guerras, pero básicamente se esperaba su aporte fuera con mano de obra. Históricamente, la nobleza tuvo grandes riquezas en términos de bienes inmuebles, pero poca riqueza líquida que pudiera proporcionar de inmediato. Así que tuvieron que aportar sus propias habilidades marciales y muchas veces sus propios soldados, pero tradicionalmente no fueron más gravados que los demás, sino que simplemente tenían un contrato social diferente.
Lo interesante es que la nobleza era el componente de los ricos que se consideraba más legítimo en la Edad Media y en el período moderno temprano, pero no hoy en día. Ahora pasamos a una situación en la que culturalmente consideramos que la riqueza «hecha», ganada, es más legítima que la riqueza que simplemente se heredó. Esto es algo que también es una característica de nuestra cultura occidental actual. El problema hoy en día, por supuesto, es que, aunque en la mayoría de los países nos deshicimos por completo de la nobleza, tenemos lo que yo llamo «aristocracias de la riqueza», que no necesitan de títulos nobiliarios para existir.
HCM
También estudias la conexión entre riqueza y poder político. Examinas los casos de multimillonarios como Silvio Berlusconi o Donald Trump, que utilizaron directamente la política para su beneficio personal. ¿Qué podrías decir sobre la propensión y la capacidad de las élites contemporáneas para participar en política en comparación con otros períodos históricos?
GA
No creo que alguien como Silvio Berlusconi, que puede ser el precursor de este movimiento de personas superricas que se convierten en primeros ministros o presidentes (electo por primera vez en Italia en 1994), hubiera sido elegido para un cargo similar en cualquier país occidental en la década de 1960. Del mismo modo, tampoco creo que lo hubiera sido alguien como Donald Trump.
El punto es que, por un lado, en las últimas décadas vimos a los más ricos y a los más acaudalados en general desempeñar un papel mucho más activo y directo en la política; por otro lado, es bastante claro que en las últimas décadas del siglo XX, nosotros, como votantes, nos volvimos colectivamente más tolerantes con la participación de los superricos en la política.
HCM
Hemos hablado del papel que se esperaba que desempeñaran los ricos a lo largo de la historia, y parece que fue constante después de la Baja Edad Media. ¿Siguieron desempeñando este papel en crisis recientes, como la Gran Recesión y la pandemia de COVID-19?
GA
En crisis recientes, se le pidió a los ricos que ayuden de forma muy similar a como se hizo en el pasado. En todos los países occidentales se le pidió a los ricos que contribuyan más, ya sea mediante contribuciones excepcionales, mejorando la naturaleza progresiva del sistema fiscal, o mediante la introducción de impuestos sobre el patrimonio o la herencia. Sin embargo, se hizo muy poco. Podemos verlo fácilmente si observamos las recientes reformas fiscales en los países occidentales, donde muy pocos introdujeron medidas significativas para aumentar las contribuciones de los ricos.
Incluso teniendo en cuenta todas las crisis —desde la Gran Recesión que comenzó en 2008 hasta la crisis de la deuda soberana, pasando por el COVID-19 y ahora por la guerra en Ucrania—, hubo una demanda social constante para que los ricos contribuyan más. Sin embargo, con la excepción de un país como España, donde al menos se tomaron algunas medidas en este sentido, esto no se concretó en políticas reales en otros lugares. Esta situación plantea una gran pregunta: ¿por qué esta demanda no se tradujo en políticas que se implementaran?
HCM
Una de las cosas que mencionas en tu libro es que esta excepcionalidad es especialmente, considerando los altos niveles de deuda pública tras la Gran Recesión. ¿Por qué esto hace que la situación sea aún más preocupante?
GA
Muchos países aumentaron su deuda de manera significativa durante la pandemia de COVID-19, e incluso antes, con crisis como la de la deuda soberana. Durante este período, en Occidente también hubo una tendencia a alejarse de lo que quedaba de la política de impuestos progresivos. Si se combinan estos dos factores —aumento de la deuda pública y alejamiento de una tributación progresiva—, se llega a una situación en la que no le se pide a las personas más acomodadas que contribuyan más para cubrir los costos de las crisis actuales. Esto esencialmente pospone el momento en que habrá que pagar la verdadera factura de la crisis y, debido al sistema fiscal menos progresivo, la carga de la crisis no recae en los más ricos. En cambio, se desplaza el peso de la crisis a las clases media y media-baja, en mayor medida que a principios del siglo XX.
HCM
Algunos de los ricos de hoy creen que ya le aportan mucho a la sociedad a través de sus asociaciones filantrópicas y donaciones. En tu libro, sin embargo, desconfías de esta narrativa de que ya colaboran lo suficiente con el resto de la sociedad y que, por lo tanto, no deberíamos quejarnos del papel que ocupan. ¿Por qué?
GA
Bueno, hay dos razones para ello. En primer lugar, la filantropía es un concepto moderno interesante que requiere que no se obtenga nada a cambio de lo que se da. Pero la cuestión es que no toda la filantropía es realmente filantropía. Cuando alguien como Cosme de Médici en Florencia fundó nuevos monasterios o la primera biblioteca pública de Europa, estaba claro para todos que estaba haciendo algo por su ciudad y por el estado, pero que de esta manera también estaba reclamando el poder. Así que no era un regalo; era algo diferente. Para la gente de esa época, eso estaba bien. Pero hoy estamos en una democracia. La cuestión es que, posiblemente, parte de lo que llamamos «dar», ayuda a construir influencia política y cultural; ayuda a posicionar a los ricos dentro de la sociedad y, en el peor de los casos, básicamente sirve como una forma de evadir impuestos. Como mínimo, nos gustaría saber cuál es exactamente el acuerdo que se nos ofrece.
Luego está el segundo problema, y esto es realmente algo que creo que debería entrar más en el debate. No se trata solo de cuánto se da para ayudar, sino también de quién decide cómo se utilizarán esos recursos en beneficio de la sociedad. El tipo de contrato social que tenemos no solo exige que los ricos paguen proporcionalmente más impuestos que los demás sino que también los obliga a aceptar que la sociedad, a través de sus instituciones democráticas, decida cómo se utiliza el dinero.
El problema surge cuando los ricos empiezan a creer que saben mejor que el gobierno cómo utilizar su dinero. Aunque todos tendemos a pensar que somos los mejores jueces de cómo debe gastarse nuestro dinero, también tenemos que aceptar que la forma adecuada de influir en la política es votando a los partidos que luego asignarán el dinero de una manera que nos parezca aceptable, y no tratando de evadir impuestos para luego utilizar parte de ese dinero ahorrado para hacer el «bien» en un área de nuestra propia elección.
HCM
¿Deberíamos esperar que la tendencia actual de creciente desigualdad, con sociedades más rígidas y mayor poder político de las élites, continúe a lo largo del siglo XXI? ¿O podríamos esperar más bien que la sospecha y el desdén hacia los ricos, que afirmas que caracteriza a la cultura occidental, logren evitar que se comporten como dioses entre los hombres?
GA
Basándome en lo que veo en la dinámica política actual de los países que conozco un poco, creo que la tendencia continuará por un tiempo. ¿Qué pasará después? Bueno, si la tendencia continúa, esto también significa que potencialmente habrá una creciente preocupación social al respecto. ¿Y qué pasará en ese momento? Bueno, técnicamente vivimos en democracias, así que tal vez los votantes simplemente cambien sus preferencias y empiecen a promover partidos que sugieran una forma diferente de organizar la interacción con la economía, por ejemplo, partidos que sean más favorables a la tributación progresiva, a los impuestos sobre las herencias, etc. Si eso no sucede porque, por ejemplo, la política está en manos de cierta parte de la élite adinerada, entonces realmente corremos el riesgo de que la sociedad se vuelva inestable.
Esto es lo que ocurrió en la historia occidental cada vez que se consideró que la parte más rica de la sociedad era insensible a la difícil situación de las masas. Esto lo vemos, entre otros ejemplos, en las revueltas de la Edad Media y en la Revolución Francesa. También en los siglos XIX y XX. Por eso, creo, la campaña desarrollada en los últimos años «In Tax We Trust» [«Confiamos en los Impuestos», impulsada por personas superricas que quieren pagar más], planteó en una carta al encuentro de Davos que en última instancia la elección sería entre impuestos y antorchas [como símbolo de una turba popular enfurecida]. Y es exactamente eso: nadie debería querer antorchas, ni siquiera los ricos.
Notas
↑1 | Hugo de Camps Mora escribe sobre economía política y sociología económica. Actualmente investiga enfoques críticos del turismo en la Universidad Birkbeck. |
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