Press "Enter" to skip to content
First lady Jill Biden, US president Joe Biden, US president-elect Donald Trump, and Melania Trump stand together at the White House on January 20, 2025, in Washington, DC. (Andrew Harnik / Getty Images)

Los demócratas solo tenían una misión, y fracasaron

Traducción: Florencia Oroz

Durante nueve años, los demócratas se centraron en una sola cosa: impedir que Donald Trump llegara a la presidencia. En el proceso, dejaron de lado las preocupaciones de la clase trabajadora, perdieron votantes cruciales y fracasaron —no una, sino dos veces— en su objetivo.

Durante los tres últimos ciclos electorales, el principal proyecto del Partido Demócrata ha sido mantener a Donald Trump fuera de la presidencia. Impulsar políticas para mejorar la vida de los trabajadores fue, en el mejor de los casos, una ocurrencia tardía y, en el peor, una distracción. Todos los demás aspectos de la política se hicieron a un lado para favorecer este único objetivo, con «vote blue no matter who» emergiendo como grito de guerra.

Pero a pesar de la importancia de derrotar a Trump en áreas políticas importantes como la sanidad, la educación, la vivienda, la protección de los trabajadores, etc., la estrategia ha fracasado dos veces. Los trabajadores no solo se enfrentan ahora a los inmensos desafíos de un segundo mandato de Trump sin ningún progreso palpable que pudiera haberse logrado durante los años de Joe Biden, sino que los demócratas también han dañado dramáticamente su reputación y han perdido decenas de votantes de la clase trabajadora en el proceso en vano.

En 2016, Bernie Sanders, que se presentaba con una lista de políticas diseñadas para favorecer a la clase trabajadora, se enfrentó a una oposición única dentro de su propio partido y fue presentado como un riesgo político inaceptable. Hillary Clinton y el establishment demócrata, en lugar de aprender del sorprendente éxito de la campaña de Sanders, lo culparon de la derrota en las elecciones generales.

Sanders se enfrentó a la misma hostilidad en 2020, con las élites del partido coordinando el abandono de varios oponentes populares en las primarias para potenciar las chances de Joe Biden. Al final, cuando Biden pasó por encima de Bernie para llegar a la Casa Blanca, lo mejor que los demócratas pudieron decir de él fue: «¡Eh, al menos no es Trump!».

En estas últimas elecciones presidenciales, Kamala Harris, especialmente hacia el final de su campaña, sucumbió a la fantasía de que la gente tenía suficiente miedo del potencial dictatorial de Trump y de perder la democracia como para mirar más allá de la total falta de propuestas relevantes de su partido para mejorar sus condiciones materiales. Como han sugerido incluso personas cercanas a la campaña, se equivocaron.

Como quedó evidenciado durante esta resaca postelectoral, se animó a los trabajadores a dejar sus preocupaciones materiales y morales tras la cortina de la cabina electoral y marcar las casillas azules. Olvídate de Gaza, ¡estamos hablando de Trump! Harris amonestó a los manifestantes de solidaridad con Palestina en un mitin en Detroit: «Si quieren que gane Donald Trump, díganlo», dijo. «Si no, hablo yo».

La campaña de Harris tuvo un comienzo tardío pero esperanzador, abordando (al menos en la retórica) la desigualdad económica e incorporando a Tim Walz a la candidatura en un llamamiento a algunos segmentos de la clase trabajadora. Pero las prescripciones políticas de la campaña nunca estuvieron a la altura de aquellos primeros días.

En conjunto, la campaña de Harris dejó de lado la sanidad universal (Harris ya no apoya Medicare for all, a pesar de su notable popularidad), la vivienda asequible (la propuesta de vivienda de Harris-Walz «redobla el paradigma existente: más subvenciones públicas, más incentivos fiscales y más esperanzas vacías de que los promotores resuelvan la crisis de la vivienda»), reformas laborales como la aprobación de la Ley PRO (un resultado improbable sin la reforma del filibusterismo y la persistente falta de voluntad política) y un aumento del salario mínimo (Harris finalmente profesó su apoyo a los 15 dólares la hora más adelante en su campaña, pero ni siquiera eso está a la altura del actual coste de la vida), entre otras políticas que podrían mejorar las decaídas condiciones de los trabajadores. Los derechos reproductivos fueron la única excepción, y Harris solo pareció interesada en darles prioridad por razones de carrera electoral, intentando ganarse a las mujeres blancas con educación universitaria.

Aquellos votantes que no «entendieron la tarea» votando a un tercer partido, sin tomar partido o sin siquiera acudir a las urnas se convirtieron de facto en partidarios de Trump, como demostró un anuncio de la campaña de Harris en el que se comparaba a los votantes de Jill Stein con los trumpistas. Si algo de esto te suena familiar, recordemos que un estratega demócrata de Carolina del Sur afirmó que «un voto a Bernie [es] un voto a Trump» (sin tener en cuenta el detalle de que, a diferencia de Jill Stein, Sanders se presentaba en realidad en la línea electoral del Partido Demócrata).

La incapacidad de la administración Biden durante sus cuatro años al frente de la Casa Blanca para dar pasos significativos y convincentes en sus promesas de campaña más importantes royó la confianza que aún quedaba en los huesos.

Por ejemplo, la condonación de la deuda de los préstamos estudiantiles nunca llegó a materializarse como se había prometido. En julio de 2024, la deuda federal por préstamos estudiantiles ascenderá a 1,62 billones de dólares, con unos 42,8 millones de prestatarios. El gobierno de Biden ha cancelado casi 180.000 millones de dólares de deuda estudiantil federal a 4,9 millones de prestatarios (principalmente a través del programa de condonación de préstamos para el servicio público y de los planes de amortización en función de los ingresos), aunque en diciembre retiró sus planes de cancelar la deuda de unos 38 millones más.

En cuanto a la promesa de Biden de ser el presidente más favorable a los trabajadores, puede que sea cierta en términos relativos, pero su gobierno también se quedó corto al no defender la Ley PRO (lo que incentivó a Harris para utilizarla como promesa electoral) y bloquear la huelga de los trabajadores ferroviarios por la baja por enfermedad remunerada en otoño de 2022. Aunque su administración hizo progresos en cuestiones laborales —especialmente a través de nombramientos como el de Jennifer Abruzzo como consejera general de la Junta Nacional de Relaciones Laborales—, es probable que este progreso sea efímero debido a la posición antagonista de la administración entrante en materia de derechos laborales.

Asimismo, a pesar de la inmediatez tangible del colapso climático (nunca tan clara como tras los incendios de Los Ángeles), no se ha declarado ninguna emergencia climática. La Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés), que podría no sobrevivir a un segundo mandato de Trump, es inadecuada para hacer frente a este momento, dado que no logrará reducir las emisiones a los objetivos fijados en el Acuerdo de París.

Bernie Sanders resumió la situación tras las elecciones: «No debería sorprender mucho que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora se encuentre con que la clase trabajadora lo ha abandonado a él». Los demócratas no solo fracasaron en la realización de su propio y vacío proyecto, sino que cualquier legado duradero de la administración Biden —así como el de sus colegas demócratas— puede quedar pronto anulado, como un mero paréntesis entre los mandatos de Trump.

La IRA, la Ley CHIPS y la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleo se erigen como las políticas emblemáticas de la administración Biden, con la IRA aclamada como la legislación federal sobre el clima más importante jamás aprobada. Sin embargo, a medida que nos acercamos a la próxima administración Trump, estas posibles políticas heredadas se enfrentan a serias amenazas. La histórica legislación climática de Biden ya está en el punto de mira de la senadora Shelley Moore Capito, miembro principal de la Comisión de Medio Ambiente y Obras Públicas. Capito pretende desmantelar el Fondo para la Reducción de los Gases de Efecto Invernadero y las Subvenciones Globales para la Justicia Medioambiental y Climática, que en conjunto representan 30.000 millones de dólares, aproximadamente el 8% de los fondos asignados al clima. En enero, Biden firmó memorandos para bloquear futuras perforaciones de petróleo y gas en 625 millones de acres de aguas federales. Pero en virtud de la Ley de Revisión del Congreso, los legisladores solo necesitan una mayoría simple de votos para negar la acción ejecutiva, o Trump puede simplemente emitir un memorando revocándola.

Además, la descomunal figura de Trump proyecta una sombra sobre todo lo que está en su órbita. La historia tiene una forma de redondear los bordes y embotar los detalles hasta que los acontecimientos y las personas aparecen como meras impresiones. Es difícil imaginar que el legado de Biden sea más fuerte que la imponente narrativa de Trump y la erosión del tiempo.

Está por ver si el próximo mandato de Trump se definirá por la incompetencia masiva, por las lecciones aprendidas de su primer mandato o por cualquiera de las innumerables posibilidades intermedias. Lo que es seguro es que estas elecciones no han sido tanto una victoria de Trump como una derrota demócrata. Con su legado en serio peligro y cuatro años más de Trump por delante, uno esperaría que los demócratas aprendieran de su fracaso a la hora de lograr su máxima prioridad.

Pero si de algo saben los demócratas es de no aprender lecciones. Y ahora que Trump ha tenido un mandato completo para acumular cargos penales, poner a prueba la lealtad de sus aduladores y alimentar sus crecientes agravios, su segunda presidencia tiene el potencial de ser aún más consecuente que la primera.

Cierre

Archivado como

Publicado en Artículos, Elecciones, Estados Unidos, homeIzq, Partidos, Política and Sociedad

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre