Press "Enter" to skip to content
Manifestantes portando pancartas durante una concentración comunista en la ciudad de Nueva York en 1930. (Bettmann / Getty Images)

El Partido Comunista ayudó a forjar la historia de Estados Unidos

Traducción: Florencia Oroz

Un nuevo libro cuenta la historia del comunismo estadounidense como parte integrante de la historia de Estados Unidos del siglo XX. Presenta a los comunistas «como críticos sociales y agentes de un cambio social muy necesario».

El artículo a continuación es una reseña de Reds: The Tragedy of American Communism, de Maurice Isserman (Basic Books, 2024).

Pocos temas académicos inspiran pasiones tan intensas como la controversia sobre el lugar del Partido Comunista (CPUSA, por sus siglas en inglés) en la historia de Estados Unidos. En 1985 se alcanzó un nuevo nivel de resentimiento a raíz de un par de artículos publicados en la New York Review of Books por el antiguo «compañero de ruta» Theodore Draper en los que criticaba duramente la entonces incipiente oleada de publicaciones sobre el partido. Los historiadores se polarizaron en bandos opuestos de «tradicionalistas» y «revisionistas»: los primeros lo retrataban como una siniestra marioneta de los caprichos soviéticos, y los segundos hacían hincapié en las positivas contribuciones internas del CPUSA.

Sin embargo, hay indicios de que esta acritud puede estar llegando a su fin. Uno de ellos es la publicación de Reds: The Tragedy of American Communism, de Maurice Isserman, un historiador que fue el blanco inicial de la ira de Draper. El libro recibió elogios de ambos lados de la línea divisoria historiográfica, con el apoyo del tradicionalista Harvey Klehr y la revisionista Ellen Schrecker, entre otros.

Mediante la incorporación de los últimos estudios desde diversas perspectivas, Reds consigue ofrecer la historia más actualizada y autorizada del Partido Comunista disponible en un solo volumen. Escribiendo desde un punto de vista comprensivo pero crítico, Isserman ha producido lo que probablemente sea lo más cercano a una historia consensuada del partido.

Las contradicciones del comunismo estadounidense

El reto al que se enfrenta cualquier historia del CPUSA es aceptar las contradicciones del partido. Es incuestionable que sus miembros estaban en la vanguardia de los esfuerzos políticos por transformar Estados Unidos en un país más progresista, pero lo hacían bajo los auspicios de una organización cuyo estandarte era la terriblemente represiva Unión Soviética de Iósif Stalin. Al tiempo que reclutaba miembros con la atractiva perspectiva de formar parte de un movimiento internacional de liberación humana, la agotadora cultura antidemocrática interna del partido produjo militantes agotados, desertores, expulsados resentidos y autoritarios mezquinos. Y a pesar de la supuesta maestría de la dirección del partido en el análisis marxista, cometió repetidamente una serie de errores de cálculo estratégicos tragicómicos, que limitaron su atractivo en todo momento.

La turbulenta y paradójica experiencia del Partido Comunista, que terminó con su implosión tras las revelaciones de Nikita Jruschov en 1956 sobre los crímenes de Stalin, ha dado lugar a valoraciones críticas del largo arco de su historia. Los dos intentos académicos anteriores de recoger la historia del partido en un solo volumen, el de los socialistas Irving Howe y Lewis Coser, The American Communist Party: A Critical History (1919-1957), y The American Communist Movement: Storming Heaven Itself, de los tradicionalistas Harvey Klehr y John Earl Haynes, lamentaron la experiencia comunista estadounidense como un trágico desperdicio de potencial político que podría haberse canalizado hacia organizaciones menos benévolas.

Isserman está de acuerdo con los evaluadores más duros del partido en que la historia del CPUSA es «un cuento con moraleja de lo que salió mal, y ciertamente no un modelo a seguir por la izquierda estadounidense contemporánea, salvo para su propia desventaja». Pero también escribe en contra de la «demonización» del partido, ofreciendo en su lugar «no en ningún sentido un “pasado utilizable”, sino más bien un ejercicio para ganar perspectiva histórica». Isserman cuenta la historia del comunismo estadounidense como parte integral de la historia estadounidense del siglo XX y presenta a los militantes comunistas «como críticos sociales y agentes de un cambio social muy necesario y como blanco de la represión oficial y la histeria de masas». Isserman solo es capaz de captar las vicisitudes de la historia del CPUSA enfrentándose directamente a las muchas contradicciones del partido y negándose a caer en la apología o en la condena estrecha.

Formación, zigzagueo y caída

Las líneas básicas de la trayectoria histórica del Partido Comunista son bien conocidas e Isserman se atiene a su periodización habitual. Tuvo su origen en un par de partidos rivales que se escindieron del Partido Socialista tras la Revolución Rusa. Gracias a la orientación de la Comintern, estas facciones se unieron para formar una única organización antes de embarcarse en el conflictivo «Tercer Periodo» en 1928.

Posteriormente, la adopción de un enfoque más pluralista durante el «Frente Popular» de la década de 1930 le valió al CPUSA su apogeo de influencia, antes de dilapidar su popularidad defendiendo el pacto Hitler-Stalin. La invasión de la Unión Soviética por parte de Adolf Hitler hizo que el partido cambiara de nuevo su postura y apoyara el esfuerzo bélico antinazi. Sin embargo, el patriotismo del partido se vio recompensado por todo tipo de acoso gubernamental y ostracismo por parte de sus antiguos aliados políticos, que se intensificó tras el imprudente apoyo del partido a la campaña presidencial de Henry Wallace. Un éxodo masivo de miembros tras el reconocimiento oficial soviético en 1956 de los crímenes de Stalin marcó el fin de la influencia del partido en la vida política estadounidense.

Al relatar esta historia, Isserman vuelve a contar los triunfos del CPUSA, que son el pan de cada día de la historiografía revisionista. Dejando de lado las acusaciones de «infiltración» comunista en los sindicatos, Isserman señala que los comunistas desempeñaron un papel clave en la creación de los sindicatos del Congreso de Organizaciones Industriales. En cuestiones de lucha contra el racismo estadounidense, a través de la campaña legal de Scottsboro y otros esfuerzos, «los comunistas actuaron de hecho como vanguardia».

La mayor contribución material del partido al antifascismo, la célebre Brigada Lincoln, luchó valientemente, aunque en última instancia sin éxito, para repeler a las fuerzas de Francisco Franco durante la Guerra Civil española. En épocas de mayor popularidad, el partido consiguió atraer a círculos de «compañeros de ruta» («no necesariamente un sinónimo de ser una marioneta ingenua, o un idiota útil, o los otros peyorativos que a menudo se asocian al término») para multiplicar su influencia. Afortunadamente, Isserman relega las actividades de espionaje del partido —tediosa fijación de los historiadores tradicionalistas— a un número de páginas apropiadamente limitado.

Estas piedras de toque de la historia del CPUSA son familiares, pero Isserman también destaca episodios menos conocidos del desarrollo del partido. El Comité de Defensa de Sleepy Lagoon fue un esfuerzo de defensa legal antirracista similar al de Scottsboro, solo que en nombre de los mexicano-americanos acusados en Los Ángeles. La sustitución de soldados enviados a luchar en la Segunda Guerra Mundial por mujeres permitió a los miembros del partido alcanzar la paridad de género hacia el final de la guerra. Y entre las muchas anécdotas incluidas que animan el texto, Isserman relata un divertido episodio de Ernest Hemingway peleándose con el CPUSA, pasando por la sede del partido para dejar una nota: «Dile [al columnista del partido] Mike Gold que Ernest Hemingway dice que debería irse a la mierda».

Solo en contadas ocasiones el toque ecuánime de Isserman le abandona. En uno de esos casos, Isserman sostiene que la decisión de los comunistas de pasar a la clandestinidad en 1920 fue un rechazo de las «normas» democráticas estadounidenses. Retrospectivamente, las repetidas incursiones del partido en la clandestinidad parecen estratégicamente imprudentes, pero no está claro qué normas democráticas estadounidenses cree Isserman que estaban violando al hacerlo. Los comunistas tenían al menos razones comprensibles para tomar esa decisión dada la represión gubernamental de la época, que se cobró otras organizaciones radicales como víctimas, sobre todo la Internacional de los Trabajadores del Mundo. Evidentemente, Estados Unidos no estaba a la altura de sus propias «normas» libertarias civiles profesadas. E Isserman no puede contenerse de ridiculizar entre paréntesis las limitaciones de los incipientes trotskistas del CPUSA. Pero estas son desviaciones menores de un relato por lo demás astutamente narrado.

Poco es mejor que nada

Isserman ha escrito que se inspiró para escribir Reds en el gran número de estadounidenses, en su mayoría jóvenes, que se interesaron por la política radical en la última década. Para estos recién llegados al izquierdismo, el libro de Isserman puede servir de introducción informativa a la historia del movimiento comunista en Estados Unidos. Pero, ¿se inclinará alguno de ellos a leerlo, y mucho menos a convencerse de la incapacidad de los comunistas para ofrecer un «pasado utilizable» a la izquierda de hoy? Las recientes y desafortunadas declaraciones de Isserman sobre la política actual hacen que esa posibilidad sea menos probable.

Aparentemente todavía atormentado por el espectro de la implosión de Students for a Democratic Society (SDS), de la que fue miembro en la década de 1960, Isserman anunció recientemente al mundo que renunciaba a su afiliación al Democratic Socialists of America (DSA) debido al supuesto azote de «entristas» leninistas infiltrados en la organización. Esta es una profundamente errónea interpretación de la situación del DSA (irónicamente, en una inversión de la historia de SDS, el ascenso de DSA ha causado crisis más severas para las organizaciones leninistas que viceversa). Pero, en última instancia, la salida de Isserman parece haber sido provocada por la creciente intolerancia hacia la política sionista dentro de la DSA. Su declaración de despedida, empañada por una lectura tendenciosa de las posiciones de la DSA con respecto a Palestina, dejará a su audiencia prevista cuestionándose si vale la pena prestar atención a su consejo.

¿Y cuál es el consejo de Isserman a la izquierda estadounidense de hoy? En línea con la actitud de los tradicionalistas, aconseja evitar los «errores» del CPUSA mediante un repudio total de un «modelo histórico viciado e irrelevante, la revolución bolchevique y el Estado soviético». Es cierto que efectivamente hay varios aspectos del historial comunista que no sería recomendable emular. Sin embargo, quienes están seriamente interesados en desenterrar un «pasado utilizable» no pueden permitirse el lujo de descartar alegremente a la organización de izquierdas más exitosa de la historia estadounidense hasta la fecha.

Cierre

Archivado como

Publicado en Estados Unidos, Historia, homeCentro, homeCentro3, Política, Reseña and Sociedad

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre