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El presidente electo Donald Trump habla durante el AmericaFest de Turning Point USA en el Centro de Convenciones de Phoenix el 22 de diciembre de 2024, en Phoenix, Arizona. (Rebecca Noble/Getty Images)

Trump no será tan poderoso como parece

Traducción: Florencia Oroz

Donald Trump fue un presidente espectacularmente débil durante su primer mandato. Todo apunta a que será espectacularmente débil durante su segunda estancia en la Casa Blanca también.

Un mes antes de las elecciones en Estados Unidos publiqué esto en Facebook:

Como todos, no tengo ni idea de lo que va a pasar el día de las elecciones ni los días posteriores. Hay una línea de predicción, sin embargo, que creo que es conveniente atender. El argumento es que si Trump gana, y el GOP toma el control del Congreso, como lo hicieron en 2017, el efecto MAGA será mucho más poderoso que la última vez porque, como Axios informa esta mañana, «la gran mayoría de los líderes del Congreso son ahora leales a Trump. Los días de los nunca-Trump empoderados básicamente han terminado, al menos en el Congreso».
Creo que esto malinterpreta la dinámica del primer mandato de Trump, sobre todo cuando los republicanos controlaron el Congreso entre 2017 y 2019. Uno de los mayores escollos no fueron los nunca-Trump, sino los tipos más ultraderechistas del Freedom Caucus. La gente olvida con qué frecuencia esta gente causó dolores de cabeza tanto a Trump como al liderazgo del GOP. ¿Por qué? Porque decían: «Oye, tenemos el poder, vamos por todo». Pero eso causó un montón de problemas para otras partes de la agenda del GOP. Es lo que llevó repetidamente a estancamientos sobre inmigración, presupuestos y una serie de otros asuntos. La derecha era maximalista y se negaba a ceder en todo lo que no fuera eso, lo que obligaba a los líderes del GOP —incluidas sus partes derechistas— a hacer tratos con los demócratas.
Lo que detuvo a los republicanos, en otras palabras, no fueron los moderados —aparte del hecho que todo el mundo recuerda a McCain votando en contra de deshacerse del Obamacare (la gente olvida todos los demás votos del Obamacare que resultaron en fracaso debido a los tipos de MAGA)— sino los derechistas.
No estoy diciendo que esa dinámica se repetirá. Estoy diciendo que es un error pensar que porque los republicanos anti-Trump fueron purgados, el GOP ha resuelto sus problemas de coordinación interna y acción colectiva.

Como revelan los acontecimientos de la semana pasada en torno al fracaso de los republicanos y de Donald Trump a la hora de dar forma a la última ley de gasto del Congreso, acerté bastante en esta predicción. Debo confesar de entrada que me equivoco en un buen número de predicciones. La más dolorosa fue que estaba seguro de que Clinton ganaría en 2016, una predicción que mis críticos, comprensiblemente, nunca me han dejado olvidar ni a mí ni a mis lectores.

Pero una cosa en la que sí acerté de pleno sobre el primer mandato de Trump, antes incluso de que empezara, fue que sería un presidente espectacularmente débil; el fracaso, más que el éxito, sería su suerte. La razón de ese fracaso y esa debilidad, argumenté una y otra vez, tenía poco que ver con la irresponsabilidad personal de Trump o su incorregible incompetencia, por considerables que fueran y son. Estaba relacionado con la disfunción interna del Partido Republicano y del movimiento conservador.

Continué defendiendo ese argumento durante todo el primer mandato de Trump y fui frecuentemente criticado por ello. Lo que volvió aún más sorprendente, en estos últimos meses, ver a personas afirmar que el nuevo Trump, el Trump que se postuló y ganó en 2024, ha aprendido las dolorosas lecciones de su primer mandato, cuando sus subordinados clave se opusieron a él y aún más republicanos clave lo abandonaron. La última vez que revisé, casi nadie estaba dispuesto a reconocer que la historia de su primer mandato no fue Prometeo desencadenado, sino mucho ruido y pocas nueces.

En cualquier caso, como sugiere este post de Facebook de octubre, no estoy convencido de que Trump 2.0 sea necesariamente tan diferente de Trump 1.0. No tiene nada que ver con Trump personalmente. Siempre he pensado que centrarnos en sus defectos personales y en su desafortunado liderazgo nos ha distraído de la podredumbre más profunda del Partido Republicano y del movimiento conservador.

Bueno, con los acontecimientos de la semana pasada, los medios de comunicación finalmente se han dado cuenta de la verdad: la disfunción continúa. El problema, para Trump, sigue siendo el mismo de siempre: no los llamados moderados de su partido, sino la derecha dura. Los medios de comunicación, que antes y después de las elecciones anticipaban un nuevo coloso conservador, parecen, al menos por el momento, haber puesto algo de moderación en su perspectiva.

Todas esas afirmaciones sobre un Partido Republicano ahora y recién sometido a Trump, temeroso de enfrentarse a él (o, supongo, a Elon Musk, quien ahora se considera el verdadero Mefistófeles del momento)? Esto es lo que el New York Times dijo al respecto el jueves:

Hace solo dos días, el presidente electo Trump y Elon Musk amenazaron con asegurar un desafío primario para cualquier republicano de la Cámara que votara a favor de un proyecto de ley que no incluyera un aumento del límite de la deuda. Esta noche, 170 de ellos hicieron precisamente eso.

De nuevo, nada de esto es nuevo. Como he argumentado en repetidas ocasiones, cada vez que el Partido Republicano ha querido cruzarse con Trump, lo han hecho. Hay muchas razones para esto, pero una fuente clave es una combinación de cambios en la estructura del partido, la financiación de campañas y los negocios estadounidenses. Como muestra Paul Heideman en un libro revelador que saldrá (creo) el próximo año con Verso, estos derechistas duros que hundieron los planes de Trump para elevar el límite de la deuda no son solo puristas ideológicos y fanáticos; el GOP ha tenido esos desde siempre. El problema es que tienen fuentes de financiación independientes y enormes niveles de apoyo en sus distritos.

Como dijo uno de ellos al Times, «Me encanta Donald Trump, pero él no me votó para el cargo; lo hizo mi distrito». Estos representantes reflejan un cambio drástico, que Heideman remonta a las décadas de 1980 y 1990, en el funcionamiento del poder en el partido y en la forma en que los políticos obtienen financiación, y el negocio ha vuelto a su modo histórico de ser políticamente poderoso pero internamente desorganizado y, por tanto, incapaz de imponer ninguna disciplina al partido desde el exterior, como antaño pudo hacerlo.

Esto no favorece el poder ni la coherencia del partido, sino todo lo contrario. Al igual que vimos impotencia e incoherencia en el primer mandato de Trump, lo estamos viendo ahora, incluso antes de que haya comenzado su segundo mandato. Como he estado argumentando desde las elecciones, la idea de que algo de esto va a ser más fácil en enero es una tontería. El Partido Republicano va a tener la mayoría más exigua en la Cámara de Representantes —menor que la mayoría que tendrá en el Senado, algo que casi nunca le ha ocurrido a un partido político en la historia reciente de Estados Unidos— y eso va a colocarlo, así como a Trump, en una posición aún más débil de la que él y el partido tenían cuando fueron votados para llegar al poder en 2016.

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