Entrevista por Bhaskar Sunkara
Esta semana, millones de sirios celebraron el fin de la sangrienta dictadura de Bashar al Assad. El rápido avance de Hayat Tahrir al Sham (HTS) y el colapso del régimen de Assad tomó a muchos observadores por sorpresa, y surgen nuevas preguntas sobre la ideología y el programa de HTS, así como sobre lo que viene a continuación para las minorías en el país.
El editor general de Jacobin, Bhaskar Sunkara, conversó con el periodista Anand Gopal sobre los orígenes de la revolución siria, la caída del país en la guerra civil y qué le espera al país en los meses que vienen.
BS
Antes de abordar los acontecimientos que se desarrollan hoy en Siria, ¿podrías hablarnos brevemente de los orígenes del baazismo sirio y de las raíces del descontento que condujeron a la revolución de 2011?
AG
El régimen sirio se remonta al golpe de Estado del Partido Baath en la década de 1960. El gobierno que surgió de él emprendió una reforma agraria y se ganó una base social entre el campesinado. Cuando Hafez al-Assad tomó el poder mediante un golpe de Estado en 1970, puso fin a las radicales medidas redistributivas de sus predecesores y forjó un Estado basado en una alianza entre un aparato de seguridad alauita y la burguesía suní.
El régimen de Hafez al-Assad proporcionaba servicios básicos de bienestar social que protegían a los pobres y a la clase trabajadora del libre mercado y ofrecían a millones de campesinos la oportunidad de ascender a la vida de clase media. A cambio, sin embargo, la gente debía renunciar a todo tipo de derechos políticos. El régimen era increíblemente brutal y no permitía disidencia alguna. Assad construyó una estructura carcelaria de horror, verdaderamente fascista. Un perverso pacto social sustentaba el régimen de Hafez: un mínimo de redistribución económica para los pobres, a cambio de aceptar una dictadura extrema.
Cuando Bashar al-Assad asumió el poder en 2000, ese modelo se estaba desmoronando. Lanzó una oleada de reformas neoliberales que desmantelaron ese tibio Estado de bienestar, al tiempo que no emprendía ninguna reforma política significativa. Ahora, la única base que tenía la población para apoyar al régimen había desaparecido: seguían sin poseer derechos políticos, pero ahora tampoco contaban con ninguna seguridad económica. Esto condujo al levantamiento de 2011, que fue un movimiento de masas, pacífico, compuesto principalmente por trabajadores y personas de clase media.
Las fuerzas de Assad respondieron a las protestas con brutalidad: abrieron fuego contra las multitudes y detuvieron y torturaron a decenas de miles de personas. Para defenderse a sí mismos y a sus familias, los manifestantes tomaron las armas y formaron grupos rebeldes, que en general operaron bajo el nombre de Ejército Libre Sirio (ELS). El régimen respondió con una campaña que incluía bombardeos y gaseo de civiles.
BS
Además del apoyo extranjero, ¿cómo se mantuvo Assad en el poder durante más de una década? ¿Cuál era la base social sobre la que se apoyaba su gobierno?
AG
Al principio, la base leal al régimen de Assad eran los alauíes y la burguesía suní de Damasco y Alepo. A medida que la revolución se militarizaba, el régimen explotaba con pericia los temores de diversas comunidades minoritarias, como los cristianos. A la gente de estas comunidades no les gustaba necesariamente Assad, pero creían que serían exterminados si Assad caía. Así, en 2012, la base social del régimen estaba formada por alauitas y otras comunidades minoritarias.
BS
A medida que Assad iba recabando el apoyo de Rusia e Irán y que el proceso revolucionario se iba debilitando, ¿podría decirse que la oposición a Assad fue adquiriendo un carácter más islamista? ¿Qué nos puedes decir sobre las divisiones ideológicas entre los rebeldes? ¿Cómo deberían relacionarse con ellas los socialistas?
AG
En primer lugar, debemos analizar el contexto de Siria antes de la revolución. El régimen de Assad había cooptado y erradicado a la izquierda durante cincuenta años, así que lo que quedaba de la izquierda siria no estaba arraigado en las comunidades de la clase trabajadora, y el lenguaje izquierdista era ajeno a estas comunidades. Por supuesto, Siria no es el único caso en este sentido: es la historia de todo el mundo.
A partir de la década de 1990, el régimen permitió que el discurso islámico impregnara la sociedad como parte de su giro neoliberal. Fomentó la proliferación de organizaciones benéficas islámicas para que desempeñaran las funciones que antes realizaba el Estado. Al mismo tiempo, millones de sirios emigraron al Golfo para trabajar y regresaron con una visión más islámica.
De esta manera, para 2011, el islam político se había convertido en un auténtico modo de expresión entre la clase trabajadora siria. Aun así, en los inicios de la revolución, los manifestantes exigían un Estado laico y democrático. Pero desde el principio hubo dos corrientes dentro del levantamiento. La mayoría eran trabajadores que vivían en barrios de chozas alrededor de las grandes ciudades o en pequeñas ciudades de provincias. Exigían libertad política y mejores condiciones de vida. Y una minoría eran activistas de clase media y media-alta, a menudo con títulos universitarios, que se centraban principalmente en reivindicaciones de libertad política y consideraban las reivindicaciones de clase como secundarias o irrelevantes. Este último grupo se introdujo en las redes internacionales de ONG y adoptó el lenguaje neoliberal occidental de los derechos humanos y los derechos individuales.
A medida que avanzaba la revolución y las ciudades se liberaban del régimen de Assad, estas dos corrientes se movían en direcciones diferentes. Los rebeldes laicos del ELS eran corruptos e ineficaces, y no ofrecían una ideología que pudiera dibujar para los pobres y la clase trabajadora una visión positiva de un tipo diferente de sociedad, en la que se satisfarían las necesidades de la gente. Fueron los islamistas quienes ofrecieron un programa coherente para responder a estos agravios. Se distinguían de los rebeldes laicos por ser mucho menos corruptos y, en las zonas que controlaban, daban prioridad a cuestiones como la distribución de pan. Esta es una razón importante por la que los islamistas se convirtieron en hegemónicos en la revolución.
Así que el dominio del islamismo en la revolución no se debió simplemente a la intervención exterior, aunque los Estados extranjeros, especialmente Turquía y Qatar, ciertamente empujaron las cosas en esa dirección. Se debió, en última instancia, a la naturaleza del régimen de Assad y a las divisiones de clase dentro del propio levantamiento.
Hay pocos grupos de izquierda significativos en cualquier lugar de Medio Oriente, y la razón de ello se debe en parte a los fracasos de la izquierda, en parte a la represión estatal y en parte a lo cambiante de la economía política. Eso significa que la izquierda occidental no debe aplicar pruebas de pureza, sino analizar las condiciones sobre el terreno basándose en una comprensión realista del contexto. Los propios rebeldes islamistas son una mezcla; algunos son verdaderamente reaccionarios, mientras que otros se han moderado y son vehículos significativos para la liberación nacional.
BS
¿Por qué disminuyó repentinamente el apoyo a Assad en los últimos días?
AG
El régimen de Assad ya había estado a punto de caer en dos ocasiones anteriores. En 2013, cuando los rebeldes presionaban sobre Damasco, fue salvado por Hezbolá. El grupo libanés irrumpió en el país y reforzó las fuerzas de Assad mientras cometía horribles masacres, incluidas violaciones y decapitaciones. Luego, en 2015, los rebeldes capturaron la provincia de Idlib y amenazaron la costa, el corazón de los leales a Assad. Esta vez, quien intervino fue Rusia, y su fuerza aérea lanzó bombas que mataron a miles de hombres, mujeres y niños.
Así que el régimen hace tiempo que viene tambaleando. Y en los años transcurridos desde la intervención de 2015, incluso cuando las líneas de batalla se congelaron, se debilitó aún más. El Estado fue vaciado y entregado a lo que en realidad eran bandas y señores de la guerra bajo los auspicios de diversas personas relacionadas con la familia Assad y sus secuaces.
La economía lícita se hundió, en parte debido a las sanciones y en parte a la imposibilidad de atraer inversiones. Una de las principales exportaciones del régimen era ilícita, la droga fenetilina. La corrupción en las filas del régimen era inmensa: absolutamente nada podía moverse o suceder sin sobornos. A los reclutas del régimen a veces no se les pagaba o ni siquiera se les daba de comer. Comunidades como la alauita vieron a sus jóvenes avanzar sin remedio por una cinta transportadora de privaciones y muerte.
El régimen afirmaba formar parte del «Eje de la Resistencia» contra Israel, pero en realidad era poco más que una banda sin ideología, centrada en Assad y su familia, en la que todos los demás —la clase trabajadora alauí, los cristianos, etc.— eran carne de cañón. Lo único que impedía un levantamiento desde dentro de la propia base social de Assad era el miedo a la oposición.
Este es el contexto de los acontecimientos de las últimas semanas. Hezbolá se vio muy debilitado por Israel, y Rusia está inmersa en Ucrania. Cuando los rebeldes lanzaron una ofensiva, las filas del régimen se disolvieron. Desprovistos del apoyo aéreo ruso y con la moral por el suelo, la gente simplemente se negó a morir por Assad. Por tanto, fue la profunda podredumbre del régimen, y no la fuerza de la oposición, lo que provocó el colapso de Assad.
BS
¿Qué significa la caída de Assad para el futuro de Siria? ¿Hay perspectivas de que logre instalarse algún gobierno estable o es más probable que asistamos a una guerra civil todavía más fragmentada?
AG
Es demasiado pronto para decirlo, pero hay una cosa segura: la dictadura de Assad era uno de los regímenes más brutales del siglo XXI. De manera que lo que venga después será mejor que lo que había antes. Siria lleva trece años sumida en una guerra civil en la que han muerto más de 500.000 personas y muchas más han sido desplazadas. Ahora, por primera vez, hay una posibilidad real de que el sufrimiento termine. Y tras cincuenta años de dictadura, en los que casi todas las familias conocen a alguien que ha sido asesinado o desaparecido por el régimen, la sensación de catarsis entre los sirios es profunda, incluso entre la antigua base social de Assad.
Contrariamente a la propaganda assadista, no ha habido masacres ni limpieza étnica en los antiguos territorios del régimen; de hecho, los barrios cristianos han sido lugares de alegres celebraciones. En tiempos por lo general oscuros para todo el mundo, la victoria de la revolución siria es algo que todo izquierdista —y, de hecho, todo ser humano— debería celebrar.
Esto no quiere decir que todo vaya a ser de color de rosa. Aunque el HTS, el grupo que lidera la coalición rebelde, ha hecho todo lo posible por presentarse bajo una luz positiva ante los sirios y el mundo, tiene un extenso historial de represión de la disidencia en la provincia de Idlib, el rincón del país que ha controlado durante los últimos años. No hay motivos para esperar que el HTS establezca una democracia, a menos que se vea obligado a ello por los movimientos populares. Mientras tanto, otra alianza rebelde, el Ejército Nacional Sirio (ENS), respaldado por Turquía, libra una guerra contra las regiones autónomas kurdas.
Mientras que el HTS es una fuerza de cuadros disciplinada y semiprofesional, el ENS está formado por mercenarios y ladrones. Joe Biden y Donald Trump han señalado que no apoyarán a los kurdos, lo que significa que la zona autónoma probablemente será invadida por el ENS. La posibilidad de una limpieza étnica de kurdos apoyada por Turquía en ciudades como Kobani es alta. Por último, Israel está aprovechando la situación para destripar los depósitos de armas de Siria —y, por tanto, los medios de defensa del país—, al tiempo que posiblemente se expanda desde los Altos del Golán para robar más tierras sirias.
Quedan muchos retos por delante. Pero es importante tener en cuenta que durante cincuenta años fue prácticamente imposible hacer política en la Siria de Assad. Solo ahora, con la caída del régimen, puede comenzar realmente la lucha por la democracia.