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Derecho de nacimiento, de Camila Barón (Rara Avis, 2024).

Derecho de nacimiento

Derecho de nacimiento, de Camila Baron, es un llamado explícito a rebelarse contra el supremacismo, a ponerle nombre a la opresión, a tomar partido por los oprimidos.

Lo primero que quiero decir respecto de Derecho de nacimiento, de Camila Baron (Rara Avis, 2024), es que se trata de un libro imperdible. Hay que leerlo. Es un diario de viaje, un cuaderno con notas de campo, un ensayo histórico y un análisis crítico. Al principio, uno tiene la sensación de estar acompañando a Camila en un viaje sin retorno hacia las fauces profundas del proyecto sionista de Israel; pero hacia el final del escrito la sensación se invierte, y parece que es ella, la autora, quien nos acompaña a nosotros, lectores, en un viaje a través de fronteras físicas y simbólicas mientras nos cuenta su propia historia de curiosidad, decepción y esperanza.

Derecho de nacimiento es un libro que me costó leer; me dolió página por medio, porque me sentí conmovido por el propio dolor y las preguntas de Camila al transitar ese territorio de la mano de la propaganda sionista, pero también porque imaginaba cómo sería si fuera yo el que recorriera esos caminos que, en tanto palestino, me están vetados. No puedo sino agradecer infinitamente a Camila por este testimonio de amor por la humanidad, que se encontró paso a paso con quienes ya llevan demasiado tiempo siendo colonizadores como para reconocerse parte de un universal humano que encuentra su identidad en la diferencia.

No sé si fue que leí el libro en medio de un episodio gripal o si es algo que viene más de adentro, pero a lo largo de sus páginas sentí a mi lado la presencia constante de la náusea que provoca la violencia colonial en todas sus formas. La náusea rabiosa de constatar que hay cinco millones de personas sacrificadas en el fuego del fascismo que no son reconocidas como tales por el paradigma chovinista del sionismo. La náusea triste de sentir cómo la propaganda antipalestina hace carne en personas que uno considera razonables. La náusea que causa el vértigo de volverse sujeto de la violencia colonial en los checkpoints, las quitadas de pasaporte, los «es que ustedes no entienden que ellos son animales», el temor de la vigilancia constante, aun siendo judía (pero una judía puesta a prueba, siempre bajo sospecha de no serlo realmente).

Hay razones por las que me gustaría poder haber escrito este libro. Camila escribe de forma cautivadora, nunca pierde la combinación precisa de sarcasmo anticolonial y profundidad filosófica que uno esperaría de una judía latinoamericana de izquierda, donde Hannah Arendt, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Mahmoud Darwish dialogan con la historia de nuestra propia historia colonial, abriendo las venas de Medio Oriente con las luchas sudacas de liberación. Me gustaría poder escribir así.

Creo que si me fuera permitido un recorrido similar por Israel/Palestina escribiría un libro muy distinto, sin tener que vérmelas con el supremacismo israelí como una carga que se te asigna aunque no lo quieras. Sería un sujeto sospechoso en otro sentido, probablemente más letal. Pero sería un libro que tendría su lugar justo al lado de este, en el estante de las crónicas rebeldes y melancólicas. Estaría inspirado por la misma furia antigenocida que debiese unir a palestinos y judíos. Quizá esa unión por ahora sea algo marginal y solo imaginaria. Un mundo paralelo en el que Israel no es lo que es, que nuestro problema no es ni la Shoah, ni la Nakba, ni la ya casi insoportable cuestión de las «soluciones» de uno o dos Estados. Un mundo en el que los habitantes musulmanes, cristianos, judíos y ateos de la Palestina histórica son capaces de unirse en la resistencia contra las aspiraciones coloniales británicas y sionistas, una resistencia inspirada por las luchas de independencia latinoamericanas y las revoluciones proletarias europeas.

Pero ese es el mundo imaginario que podría orientar una utopía emancipatoria para Palestina. Por ahora tenemos que visualizar un camino que acepte la barbarie que nos precede y abra caminos de utopía nuevamente.

Las catástrofes son absolutas para cada pueblo, y aun así pueden hilarse en una historia común. Es la historia de los oprimidos. Pero la opresión no es una cosa fija que ocurre siempre en el mismo lugar y de la misma forma. Es más bien una relación que produce un determinado tipo de sujetos. No hay nada original y esencialmente opresivo en una persona o grupo de personas, sino que pueden llegar a cumplir ese rol en determinada relación con otras. La Nakba se conecta con la Shoah, no por la identidad de sus víctimas, sino por la afrenta a la humanidad que significa cada una de estas catástrofes.

Por eso la historia de los oprimidos no es la historia de un grupo en particular, sino la historia de las condiciones sociales en las que ha sido posible la opresión, así como la travesía de ese interminable hilo rojo de la solidaridad que entrelaza y envuelve en cada momento a los oprimidos, unidos por la violencia que reciben y la que ejercen para liberarse. Armados con esta certeza, podemos afirmar que existe una profunda intimidad histórica entre los palestinos que han enfrentado durante más de un siglo al sionismo —hasta el punto de sufrir la limpieza étnica y el genocidio por parte del Estado de Israel— y los judíos que han enfrentado durante siglos el odio antisemita hasta el punto de vivir la barbarie genocida del nazismo europeo. 

Del mismo modo, lo que determina el carácter opresivo de Israel no es la identidad de su pueblo o sus gobernantes, sino la naturaleza del régimen colonial que sostiene en contra de los palestinos, e incluso en contra de sus propias minorías judías no europeas. Israel es el producto de un proceso colonial previo al Holocausto, que comenzó en el siglo XIX y se sostuvo en una alianza con el imperialismo. Por lo mismo, no tiene ningún sentido vincular la crítica al Estado de Israel con el antisemitismo: ni el sionismo es lo mismo que el judaísmo, ni Israel representa a todos los judíos del mundo, ni un Estado colonial construido sobre la base de la limpieza étnica y el genocidio puede reclamar para sí el estatus de oprimido y merecedor de la solidaridad de otros oprimidos del mundo.

Si en medio de la conmoción fui capaz de entender este libro, creo que Camila estaría de acuerdo con esta lectura. Y creo que es esta afinidad la que ubica a este libro en la primera línea de un esfuerzo internacional por la construcción de una alianza palestina-judía para la liberación. ¿Qué liberación? La de los palestinos sometidos al régimen colonial de Israel. La de los ciudadanos israelíes convertidos en contingente militar atrincherado en el supremacismo. La de Medio Oriente como región que todavía no logra sacudirse los autoritarismos funcionales a Estados Unidos y Europa. La liberación de la humanidad de un esquema geopolítico y económico que ha hecho posible la colonización de Palestina, el Holocausto y el genocidio perpetrado por Israel.

Este libro tiene forma de diario. Es una revelación íntima. Y uno se siente envuelto por el silencio de la reflexión interna de la autora, como un abrazo de esperanza a pesar de todo. Pero también es un llamado explícito a rebelarse contra el supremacismo, a ponerle nombre a la opresión, a tomar partido por los oprimidos. Visto así, no hay que dejarse engañar por el formato íntimo. Este libro es un manifiesto revolucionario. Gracias, Camila, por este regalo.

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Publicado en Guerra, homeCentro, homeIzq, Imperialismo, Israel, Palestina, Política, Reseña and Sociedad

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