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(MARTIN BERNETTI/AFP via Getty Images)

Un escenario abierto en Chile

Los resultados de las elecciones municipales y regionales en Chile fueron decepcionantes para la izquierda, pero la victoria de las derechas fue tan escueta que tampoco permite hablar de un cambio de escenario. Si algo confirman los comicios es la incapacidad de todo el arco político para generar una adhesión estable.

El pasado 26 y 27 de octubre tuvieron lugar las elecciones municipales y regionales en Chile. Los resultados reflejaron una clara —más no contundente— victoria de las oposiciones de derecha al gobierno progresista de Gabriel Boric. La alianza de gobierno concurrió a estas elecciones conjuntamente con la centrista Democracia Cristiana con el fin de maximizar su desempeño electoral, aprovechando además la fragmentación de la oposición en cinco pactos electorales. No obstante, a pesar de los esfuerzos, respecto a las últimas elecciones locales, de 2021, dicho pacto electoral perdió 39 alcaldías, 409 concejalías y 18 consejerías regionales. Tampoco se vislumbra un escenario positivo de cara a la segunda vuelta en Gobernaciones Regionales que tendrán lugar en noviembre.

Para la izquierda chilena, los resultados fueron a todas luces decepcionantes. Sin embargo, la escueta victoria alcanzada por las derechas —que vino además acompañada de algunas inesperadas y dolorosas derrotas en comunas claves— no permite hablar de un resultado electoral que cambie de manera sustantiva el escenario político nacional. Por el contrario, las recientes elecciones municipales y regionales dejan un escenario abierto, en el que ninguno de los sectores políticos logró erigirse como una fuerza gravitante capaz de ofrecer un rumbo claro al país. Si algo confirman estas elecciones es la persistente incapacidad de las distintas fuerzas políticas para generar una adhesión estable dentro de la ciudadanía que perdure más allá de los ciclos electorales.

El Chile posterior al Estallido

En octubre de 2019 Chile se vio envuelto en la ola de protestas más grandes desde el retorno a la democracia en 1990. El Estallido Social chileno, como se le conoció, dio paso a un proceso constitucional que en buena medida representaba el ideario del campo progresista. No obstante, la propuesta constitucional fue rechazada por más del 62% de las preferencias en un plebiscito que, por primera vez, contó con voto obligatorio y que integró a buena parte de los sectores populares que por años habían optado por mantenerse al margen de los procesos electorales. El plebiscito constitucional de 2022 dejó en evidencia la brecha existente entre el progresismo chileno y la mayoría del país, y terminó por reconfigurar un escenario político que hasta entonces había sido favorable para la izquierda.

De ahí en más, el gobierno liderado por Gabriel Boric ha debido navegar en un escenario complejo. La coalición oficialista se ha caracterizado por constantes roces internos y ha enfrentado persistentes problemas para aprobar sus proyectos más emblemáticos al no contar con mayoría en ninguna de las cámaras del Congreso. A lo anterior se suma la crisis de seguridad que se ha instalado en el país como principal prioridad ciudadana y mayor flanco de críticas hacia la administración de Gabriel Boric. El gobierno también enfrentó otra dura derrota electoral ante la oposición en las elecciones de consejerías constitucionales de 2023, las cuales tenían la responsabilidad de redactar una segunda propuesta constitucional que, al igual que primera, terminó siendo rechazada en las urnas.

Pero las recientes elecciones revisten una serie de particularidades que dificultan cualquier análisis superficial. En primer lugar, es difícil establecer un punto de comparación «justo» para estos comicios. Las elecciones municipales y a gobernadores regionales de 2021 se realizaron simultáneamente a las elecciones de convencionales constitucionales en el marco del primer proceso constitucional chileno. Además, tuvieron lugar en un contexto sustantivamente distinto al de 2024, marcado por las altas expectativas en torno al proceso constituyente y todavía en el marco de la pandemia. Las elecciones de 2021 también contaron con voto voluntario, por lo que la participación fue significativamente más baja entonces (43,4%) en comparación con las recientes elecciones (84,5%). Sumado a la baja aprobación del gobierno del entonces presidente Sebastián Piñera tras el Estallido Social, la derecha alcanzó en 2021 uno de sus peores registros para una elección local desde el retorno a la democracia.

En segundo lugar, las recientes elecciones locales son en sí mismas difíciles de analizar debido a su alta complejidad. El pasado fin de semana fueron elegidos cuatro tipos de cargos subnacionales: 345 alcaldías, 2251 concejalías, 16 gobernaciones regionales y 302 consejerías regionales. Por otro lado, cada tipo de cargo contó con un sistema electoral propio y con sus respectivos marcos de alianzas. Solo a modo de ejemplo, mientras la Democracia Cristiana y el oficialismo lograron acordar un pacto unitario para disputar las alcaldías («Contigo Chile Mejor»), los distintos sectores del progresismo concurrieron por separado para disputar el resto de los cargos. Consecuentemente, la identificación de ganadores y perdedores depende, en buena medida, de la elección que se esté analizando.

Tercero, las elecciones fueron precedidas por una serie de polémicas que salpicaron a todo el espectro político. La derecha chilena, principalmente la derecha tradicional aglutinada en el pacto Chile Vamos (Renovación Nacional, Unión Demócrata Independiente, Evolución Política-Evopoli), se vio involucrada en una serie de casos de corrupción protagonizados en su mayoría por alcaldías de su sector. Por el otro lado, a tan solo una semana de realizarse los comicios, el gobierno debió solicitar la renuncia al entonces Subsecretario del Interior Manuel Monsalve tras una denuncia por violación presentada por una funcionaria del mismo Ministerio.

En resumidas cuentas, los elementos mencionados configuraron un escenario hostil para la izquierda y la centroizquierda chilena, y en buena medida explican los resultados electorales. Por otra parte, a pesar de las polémicas en las que se vio involucrada la derecha, los malos resultados arrastrados de 2021 suponían una vara baja a partir de la cual la oposición tenía amplio espacio para crecer en el marco de una elección que contó con voto obligatorio.

Balances del campo progresista

Los resultados obtenidos por el campo progresista chileno presentan un escenario de estancamiento e incluso de retroceso respecto a los avances de años anteriores, dependiendo del partido que se analice. El Partido Comunista, por ejemplo, perdió más de 50 concejalías y 6 consejerías regionales respecto a 2021. También enfrentó duras derrotas en comunas emblemáticas como Santiago Centro, lugar donde una de sus principales figuras, la incumbente Irací Hassler, perdió por un margen de más de 22 puntos porcentuales ante el candidato de la derecha Mario Desbordes. En tanto, el Frente Amplio, partido de izquierda en el que milita el presidente Boric, no pudo retener varias de las comunas que había conquistado en 2021, incluyendo Ñuñoa, Tiltil, San Miguel y Melipilla. Tanto en el Partido Comunista como en el Frente Amplio se observa una alta concentración de sus votos en un número pequeño de comunas urbanas ubicadas en el centro del país y una baja presencia en comunidades más pequeñas y alejadas de las grandes urbes.

Por otro lado, los cuatro partidos de centroizquierda que en su momento conformaron la «Concertación de partidos por la Democracia» (Partido Socialista, Partido por la Democracia, Partido Radical, Democracia Cristiana), coalición que gobernó Chile en cuatro periodos consecutivos entre 1990 y 2010, han experimentado un declive en las últimas décadas que volvió a confirmarse en las recientes elecciones.

A primera vista, estos partidos obtuvieron resultados satisfactorios y, en su conjunto, alcanzaron una buena cantidad de concejales (691), alcaldías (58), consejerías regionales (86) y gobernaciones regionales (3 electos en primera vuelta). No obstante, detrás de esos números se esconde una crisis importante. Lo que en su momento conformó a la Concertación se sitúa como el espació que más alcaldías y concejalías perdió en estas elecciones en comparación a 2021: 29 municipalidades y aproximadamente 320 concejalías menos. El continúo declive de lo que alguna vez fue la Concertación es materia de preocupación, tanto por la incapacidad de la centroizquierda para frenar su declive como por la incapacidad del Frente Amplio para capitalizar ese retroceso.

Pero los resultados obtenidos por este último no fueron catastróficos, e incluso hay algunos elementos positivos que rescatar. El Frente Amplio se posicionó como el partido más votado dentro del oficialismo en alcaldías (6,3%), concejalías (7,2%) y consejerías regionales (8,6%), a pesar de contar con poco más de siete años de existencia. El partido del presidente, además, no solo logró retener a través de candidaturas propias y afines comunas emblemáticas —como Estación Central, Valdivia y Viña del Mar—, sino además ganar en comunas de gran tamaño como Valparaíso y Peñalolén. También obtuvo algunas victorias en comunas más pequeñas y alejadas de las grandes urbes, incluyendo Catemu, Juan Fernández y Putaendo. Más aún, el Frente Amplio se posicionó como el único partido «grande» del oficialismo que logró crecer en concejalías electas, pasando de 128 a 141. Dichos números sitúan al Frente Amplio al mismo nivel que otros partidos emblemáticos dentro de la coalición, aunque todavía por detrás.

Por otro lado, Tomás Vodanovic, alcalde incumbente y militante del Frente Amplio, alcanzó una victoria histórica con el 70% de los votos en la comuna de Maipú, la segunda más poblada del país, convirtiéndose así en el alcalde más votado de la historia del país con 227.693 preferencias. Las victorias de Macarena Ripamonti en Viña del Mar y de Camila Nieto en Valparaíso dejan al Frente Amplio con un conjunto importante de nuevos liderazgos con proyección nacional, a pesar de los más bien pobres resultados globales.

Finalmente, a pesar del sustantivo retroceso experimentado por los partidos de la otrora Concertación, la centroizquierda chilena todavía goza de una presencia importante en comunas más rurales y alejadas de las grandes urbes, en claro contraste con el Frente Amplio y el Partido Comunista. Consecuentemente, en lo que respecta a cargos electos, la centroizquierda continúa siendo un espacio determinante en el campo progresista chileno.

El avance disímil de las derechas

Chile Vamos sin duda se posicionó como uno de los ganadores de la jornada. La coalición obtuvo 122 alcaldías a lo largo del país (35 más que en 2021), 835 concejalías (101 más que en las elecciones pasadas), y se proyecta a conquistar la mayoría de las gobernaciones regionales en la segunda de vuelta de noviembre. No obstante, los avances alcanzados por la coalición pueden ser descritos, en el mejor de los casos, como escuetos. En lo que respecta a concejalías, su crecimiento fue escaso: Renovación Nacional creció un 2,7%, la Unión Demócrata Independiente solo un 0,2% y Evopoli incluso decreció un 2,3%. La coalición además experimentó un descenso en el número total de consejeros regionales electos respecto a 2021 (96 contra 107). Y su crecimiento en materia de alcaldes y concejalías electas tampoco es impresionante, considerando la anomalía que representaron las elecciones municipales de 2021.

Por otro lado, Chile Vamos, a pesar de obtener más alcaldías que el pacto oficialista, no logró superarlo en votos. El progresismo aglutinado en el pacto «Contigo Chile Mejor» alcanzó cerca de 3,5 millones de votos (30,8%), mientras que Chile Vamos obtuvo 3,1 millones (26,6%). A esto se suman dos derrotas inesperadas en lo que hasta este fin de semana eran bastiones de la derecha tradicional: Puente Alto, la comuna más populosa del país, en la que luego de 25 años el independiente de izquierda Matías Toledo destronó a Renovación Nacional del municipio, con una holgada victoria contra Karla Rubilar, exministra del gobierno de Sebastián Piñera. Y Las Condes, bastión de la Unión Demócrata Independiente, en donde la independiente Catalina San Martin derrotó a Marcela Cubillos, candidata respaldada por todo el arco de la derecha y también exministra.

La nota de preocupación, sin embargo, proviene de los avances realizados por Republicanos, el partido de extrema derecha liderado por el otrora candidato a la presidencia José Antonio Kast. A pesar de la sensación general de que Republicanos no obtuvo buenos resultados, dado que solo conquistó 8 alcaldías, un análisis más pausado indica lo contrario. El partido alcanzó 233 concejalías (221 más que en 2021), situándose como el tercer partido más votado, solo detrás de Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente. Más aún: en términos de votos, es el segundo partido a nivel nacional, con el 13,8%. En las consejerías regionales se repite la historia. Republicanos es el partido con más consejerías regionales (60) incluso por encima de Renovación Nacional (55), categoría en la que se posicionó como el partido más votado de Chile, con el 15,7% de los votos.

Los resultados electorales nos hablan, por tanto, de una derecha tradicional que logró recuperar parcialmente el terreno perdido en 2021, pero por sobre todo de una reconfiguración de fuerzas dentro del sector. En pocos años, el partido Republicano logró evolucionar desde una plataforma electoral pensada para sostener la candidatura presidencial de José Antonio Kast a un partido que se ha consolidado territorialmente a nivel subnacional. A pesar de la poca atención que ha recibido, su avance y consolidación constituyen la principal fuente de preocupación para las fuerzas de izquierda y de centroizquierda del país. 

Desafección política y rechazo a los partidos

Más allá de los resultados alcanzados por los distintos sectores, las recientes elecciones también nos hablan de un electorado desafecto de la política y de los partidos en general. Las victorias del independiente de izquierda Matías Toledo en Puente Alto y de la independiente de centroderecha Catalina San Martin en Las Condes —ninguno de los cuales fue apoyado por los principales partidos del país— son solo dos ejemplos puntuales de lo que fue una verdadera avalancha de candidatos independientes electos. Sin ir más lejos, de las 345 alcaldías en disputa, 103 quedaron en manos de candidatos independientes, sin respaldo formal de ningún partido o coalición. Dicha cifra aumenta a 208 si se consideran además las alcaldías electas independientes con al apoyo de algún partido. A nivel de concejalías, de un total de 2251 escaños, 931 quedaron en manos de independientes.

Sumado a lo anterior, los otros grandes protagonistas de la pasada jornada electoral fueron los votos nulos y blancos, los cuales alcanzaron el 10,7% para las elecciones de alcaldías, 17,8% para gobernaciones regionales, 21,5% para concejalías y un 25,8% para consejerías regionales. En varias localidades, incluso superaron a los pactos electorales más votados. Sin sorpresas, fue precisamente en las comunas populares en donde más personas optaron por no emitir una preferencia por alguna de las candidaturas.

Tanto los votos nulos y blancos como la creciente influencia de los independientes en la política subnacional son indicadores potentes de la crisis del sistema de partidos chileno y su creciente retraimiento territorial en favor de figuras sin militancia política orgánica. Ambos indicadores refuerzan la idea central aquí desarrollada de que ningún sector político logró erigirse como una fuerza gravitante tras las elecciones. Por el contrario, los malos resultados de la izquierda y el progresismo parecieran explicarse mejor por la persistente desafección política, especialmente respecto a los gobiernos de turno, más que por una genuina victoria de las derechas.

Rumbo a las presidenciales

Es imposible abordar las recientes elecciones sin considerar el «costo de la oficina», vale decir, los costos reputacionales y organizacionales asociados a liderar un gobierno. Dicha variable no es menor para partidos como el Frente Amplio, dadas las dificultades orgánicas para sostener un rendimiento electoral estable de los partidos nuevos y de izquierda que además participan de gobiernos.

Por otro lado, tanto en Chile como en Latinoamérica se ha establecido como norma la dificultad de los partidos incumbentes para sostener sus respectivas posiciones electorales. La última vez que un gobierno en Chile logró elegir a uno de los suyos para el siguiente periodo presidencial fue en el año 2005, tras la victoria de la presidenta socialista Michelle Bachelet. La oposición al gobierno de turno, además, ha resultado victoriosa en elecciones locales de manera ininterrumpida desde 2012 a la fecha. Las elecciones recientes municipales y regionales parecieran confirmar esta tendencia.

Lo que también pareciera confirmarse es la existencia de ciertos cambios en el sistema de partidos chileno, con un Frente Amplio que a pesar de sus decepcionantes resultados ha logrado consolidarse como una fuerza importante dentro de la izquierda, una centroizquierda que sigue contando con una importante presencia territorial pero que continúa sumida en una inexorable crisis y un partido Republicano que sigue afianzando se presencia territorial. No obstante, si hay algo que confirman las pasadas elecciones es la centralidad de la independencia política en el marco de un sistema de partidos profundamente desacreditado y cada vez menos gravitante a nivel comunal.

Los comicios no arrojaron victorias inapelables y ningún sector político puede afirmar representar el sentir mayoritario del país, más allá de adhesiones circunstanciales. A pesar del claro avance de las derechas, y en particular de su versión más extrema, Chile y en particular sus sectores populares todavía están lejos de demandar un proyecto neoliberal como el representado por la actual oposición.

Las elecciones presidenciales del próximo año, por tanto, se encuentran abiertas, y la izquierda junto con el resto del progresismo chileno tienen tiempo de revertir la tendencia electoral que vienen arrastrando desde el plebiscito constitucional de 2022. Quizás el desafío más acuciante sea saber conectar con el sentir de los millones de nuevos votantes que fueron integrados tras la introducción del voto obligatorio y que en su mayoría provienen de aquellos sectores populares que la izquierda dice representar. 

 

[*] El análisis precedente utilizó como principales fuentes de información el Servicio Electoral de Chile (SERVEL) y la plataforma Decide Chile.



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