Entrevista de Wendy Brown
El lenguaje de El capital de Karl Marx, publicado originalmente en 1867, conformó el imaginario político tanto de los defensores del socialismo como de sus críticos. Desde el debate inicial sobre la mercancía, en el que Marx declara que los capitalistas están «enamorados del dinero» para añadir, en una prosa irónica cargada de Shakespeare, que «el curso del verdadero amor nunca discurrió sin tropiezos», hasta la icónica frase pronunciada en la sección sobre la «llamada acumulación originaria», según la cual en un futuro no especificado los «expropiadores serán expropiados», el lenguaje de El capital se volvió tan memorable como su mensaje. Retraducir este lenguaje tan conocido, tan complejo y tan canónico, plantea retos de enormes proporciones.
La teórica política Wendy Brown habló con Paul North y Paul Reitter, coeditores y traductores de una nueva edición de El capital de Marx en inglés, la primera que aparece en cincuenta años, sobre la importancia de esta empresa. En un amplio debate, Brown, autora del prefacio de la nueva edición, analiza el estilo literario de Marx y la relevancia de su análisis para comprender la explotación y la desigualdad en la actualidad. North y Reitter explican los retos de la obra y sus esperanzas de que tenga repercusión antes de la publicación de su nueva traducción.
Wendy Brown
¿Qué cambió en su comprensión de El capital con la nueva traducción? ¿Hay alguna palabra o pasaje recién traducido que pueda alterar significativamente la teoría de Marx para los lectores de lengua inglesa empapados de la traducción de [Ben] Fowkes?
Paul Reitter
Ciertamente creemos que salimos del trabajo de traducción y edición de El capital con una comprensión mucho más aguda de muchas de las ideas y argumentos más importantes del libro, con lo que nos referimos a cosas como las nociones de Marx sobre el valor y el fetichismo de la mercancía. Era de esperar, por supuesto. Traducir implica leer muy, muy de cerca y pensar largo y tendido sobre cómo se utiliza tal o cual término individual, y si el proceso de traducción y edición no te deja con la sensación de que profundizaste realmente en el conocimiento de la forma y el contenido de un texto, pues deberías estar sorprendido (y alarmado).
En cuanto a cambios más concretos en nuestra forma de ver el libro, he aquí dos. En primer lugar, habíamos infravalorado seriamente la sofisticación de las técnicas miméticas de Marx: hay lugares en los que hace una especie de imitación indirecta libre, esencialmente suplantando a alguien sin que esa persona hable directamente, un recurso inusual y, creemos, muy eficaz. En segundo lugar, habíamos infravalorado hasta qué punto Marx se esfuerza por localizar posibilidades positivas en desarrollos que a corto plazo causan mucho sufrimiento, como el rápido avance de la maquinaria. Según Marx, esto drena el contenido del trabajo y deja a muchas personas sin empleo, pero también hace que sea cada vez más necesario que los trabajadores sean capacitados una y otra vez, lo que les permite cultivar una improbable y gratificante versatilidad. Esto no justifica el capitalismo, por supuesto —ni mucho menos—, pero muestra una visión equilibrada del mismo que no suele atribuirse a Marx.
Hablemos ahora de la parte más importante de esta cuestión: ¿Cómo podría nuestra edición cambiar el juego, siendo el juego la recepción y el uso de la teoría de Marx, para los lectores que conocen El capital a través de la versión de Fowkes del texto? A lo largo de los años, se discutió mucho sobre cómo ciertas traducciones, en particular «acumulación primitiva» por «ursprüngliche Akkumulation» de Marx y «material» por «sachlich», llevaron a los lectores por mal camino. Estamos de acuerdo en que esas traducciones son engañosas, y tal vez las nuevas —en las que rompemos con la tradición y eliminamos «primitiva»— marquen la diferencia. Pero aunque los señalamos primero, estos casos no son los primeros que se nos vienen a la mente.
La formulación «trabajo improductivo» suscitó muchas críticas por parte de estudiosas feministas porque Marx la aplica al trabajo doméstico, es decir, al trabajo realizado mayoritariamente por mujeres. De hecho, Marx aclara que no está estableciendo una jerarquía cuando distingue el trabajo productivo del improductivo, subrayando que si estás llevando a cabo un trabajo productivo, en su sentido del término, no deberías celebrarlo, porque lo que esto significa es que estás siendo explotado. Estás haciendo algo que pertenece a otra persona y no te pagan por parte de tu trabajo.
El trabajo improductivo no se compensa, pero al menos no se realiza bajo las órdenes de un capitalista que se enriquece con el sudor de tu frente. Como ya se ha dicho, la aclaración no sirvió de mucho, y una de las razones es que la expresión «trabajo improductivo» es muy insultante, más insultante, creemos, que el original alemán, al que parece corresponder exactamente: «unproduktive Arbeit». En otras palabras, si traducimos la frase de la forma obvia, traduciendo «unproduktive» como «improductivo», obtenemos cierta amplificación, amplificación que se ha interpuesto, irónicamente, en el camino del debate productivo. Por eso en nuestra traducción «unproductive Arbeit» se traduce como «trabajo no productivo».
También pensamos que los problemas de traducción han reducido los debates sobre la sección del fetichismo, que tiende a reducirse a un par de puntos: las relaciones entre las personas aparecen como relaciones entre las cosas, o nuestro propio movimiento social aparece como el movimiento de las cosas, que, en lugar de controlar, nos controlan (en alemán tampoco está claro si «que» se refiere a «movimiento» o a «cosas»). El punto más amplio, el «secreto» que Marx insinúa en el título de la sección, recibe menos atención de la que debería, y esto puede deberse a que la traducción de Fowkes oscurece la oposición crucial en la formulación de Marx: las características sociales del trabajo que aparecen como las características objetivas de los productos del trabajo.
El cambio clave aquí es que en la nueva edición el término «Gegenständlichkeit» se traduce como «objecthood» (cualidad de objeto), en lugar de «objectivity» (objetividad). Cuando los lectores comprenden que Marx está interesado en la «cualidad de objeto» del valor, en cómo el valor, a pesar de ser algo no físico, se comporta como un objeto físico, es menos probable que entiendan la frase «características objetivas» como algo que significa «características que existen objetivamente», donde realmente no contrastan con «características sociales», ya que las características sociales también existen objetivamente.
WB
¿Cuál es la jugada más arriesgada en el trabajo que hiciste, ya sea en tu introducción o en la traducción del texto de Marx?
Paul North
«Arriesgado» es un gran adjetivo para este proyecto. Da justo en el clavo de la apuesta que supone la retraducción de un texto trascendente. No se trata sólo de un libro muy querido. Para quienes lo necesiten, El capital es un libro históricamente desesperado, un libro de época y un libro que aborda el sincero deseo de alivio del sufrimiento y una alternativa a las vidas desperdiciadas. A causa de la desesperación del libro, a causa, en definitiva, exactamente de los excesos capitalistas que el libro describe —que describe teóricamente por primera vez—, la gente cuenta con él para decir lo que necesita decir desesperadamente, según su posición social y su situación histórica.
Esto es tan cierto para los grupos de trabajadores que lo leen como para los académicos e incluso para los economistas de la corriente dominante que desprecian El capital. Hacer del libro lo que uno necesita que sea (esto es más cierto de los revolucionarios, y quizás sólo es excusable cuando lo hacen ellos). Una lectura muy disciplinada, se podría decir que dogmática, tiene sentido cuando necesitas reunir a una nación dispar para que se rebele. Así que cuando emprendimos la tarea de retraducir, algo solicitado por muchos lectores disciplinados, sabíamos que habría quejas e incluso a veces incredulidad sobre nuestras decisiones. También sabíamos que habría asombro y aprendizaje, cuando personas que ya lo leyeron muchas veces en la traducción anterior encontraran allí algo inesperado. Llevar a cabo el proyecto supone arriesgar los compromisos textuales y los sueños políticos de la gente. Pero ya es hora de hacerlo, en vista de mejores compromisos y —para ser sinceros— mejores sueños.
El movimiento más arriesgado tanto en la introducción como en la traducción es, creo, ver la crítica como algo más que dialéctica. Reitter ha dado a los lectores ingleses una prosa estilísticamente móvil en nombre de la increíble movilidad estilística de Marx en alemán. La dialéctica, o la versión de Marx que no siempre está segura de cómo funciona ella misma, se presenta en el libro, especialmente en el primer capítulo. Junto a las partes dialécticas, y a menudo adelantándose a ellas para hacer otro trabajo, hay modos como la polémica, la ironía, la personificación, la analogía, la ventriloquia y el reportaje.
Hay aquí suficientes estilos y voces para no perder los «momentos programáticamente extraños», como dice Reitter en el prefacio del traductor. Como traductor, escucha más de estos estilos que los traductores anteriores. Creo que puedo afirmarlo. Y esto no es bueno en sí mismo. No todas las traducciones necesitan ser estilísticamente juguetonas para ser fieles. Pero es un requisito para el libro de Marx, porque estos otros estilos son otros modos de crítica. Acertar con el estilo del autor puede tener un valor estético en las belles lettres, mientras que aquí, en un libro trascendente, tiene un valor crítico. Cada uno de los estilos de Marx es un intento de hacer lo que hace la crítica, de una manera diferente.
Cuando el narrador es irónico, eres testigo de una contradicción sin tener que resolverla. Te quedas un rato en ella, la experimentas. Cuando Marx hace hablar a la mercancía al modo de un ventrílocuo, con la voz más viva y coloquial, realiza la personificación, entre comillas, que el sistema del capital realiza dentro del mercado. El gran avance del volumen I (la segunda edición alemana, traducida aquí por primera vez) sobre los otros volúmenes (que fueron escritos antes y nunca revisados por Marx) es que Marx saca todos los estilos de su carcaj… y dispara.
Para criticar un sistema demasiado astuto y demasiado enorme para capturarlo —y francamente demasiado misterioso para que nadie sepa exactamente qué tipo de arma funcionaría contra él —, Marx ensayó de hecho todos los estilos que había estado practicando durante un cuarto de siglo en discursos en barricadas, cáusticas cartas a amigos, manifiestos escuchados en todo el mundo, conjuntos privados de tesis filosóficas, tratados irónicos y alegóricos, así como también, a veces, hablando una lengua hegeliana. Al final, es igual si los excesos y abusos del capital quedan al descubierto porque llevas la dialéctica más a fondo que él o porque ridiculizas a sus apologistas y los dejas como tontos. Cualquier estilo es un buen0 en tanto sirva para hacer avanzar la crítica.
WB
Mientras trabajaban en la traducción, ¿pensaron en cómo Marx podría haberse replanteado ciertos movimientos si hubiera teorizado el capitalismo hoy?
PR
Marx dice muy claramente que su objeto es la producción capitalista, no sólo su versión inglesa. Utiliza las circunstancias en Inglaterra para ejemplificar «la teoría que se desarrolla» en El capital sólo porque Inglaterra ha sido el lugar clásico de la producción capitalista «hasta el día de hoy». Así que, por supuesto, uno se pregunta en qué material ahora se basaría para ilustrar sus teorías, un siglo y medio después, y también se pregunta si seguiría señalando a un país como el lugar donde podemos ver cómo funciona la producción capitalista. Luego está su gran énfasis en los cuerpos físicos de las mercancías, o lo que él llama «Waarenkörper»: ¿seguiría señalando la doble naturaleza de la mercancía al hablar de ella como si fuera a la vez una cosa física y una «cosa-valor» no física?
Dado que, al menos en las principales economías del mundo, cada vez tratamos más con mercancías virtuales o sin cuerpo físico, ¿qué pasaría con su vocabulario? Está claro, debo añadir, que Marx no piensa en las mercancías sólo como algo físico, sino que su metafórica exige lo físico, al menos como ejemplo, para oponerlo a lo no físico, que al principio del libro es el valor. Uno se pregunta también qué tipo de medio elegiría para presentar su mensaje. Resulta que los libros han resistido bastante bien. Pero no deberíamos suponer que Marx seguiría el mismo camino, dado su evidente interés por llegar a un gran público y también por presentar la información de forma dinámica, inusual y multivocal. ¿Quizás tendríamos El capital en Substack?
Los movimientos básicos para exponer la plusvalía como la principal fuente de beneficios, para señalar la inversión de las relaciones sociales en una sociedad de mercado y para describir el fetichismo como el correlativo disposicional de las relaciones sociales invertidas, todo esto se mantendría igual. Obviamente, también sería necesario un volumen dedicado a la reproducción social, uno dedicado a la racialización como herramienta del capital pero también como uno de sus gestos fundacionales, un volumen sobre el Estado no sólo como un mero apoyo para los capitalistas (aunque los Estados puedan no haber sido sólo esto en el siglo XIX, hay muchas pruebas de que es en lo que se están convirtiendo hoy).
Y nos gustaría que Marx, una vez resucitado, investigara a fondo las crisis, dado todo lo que ha ocurrido desde 1883. Una nota: gran parte del trabajo de revisión y ampliación de El capital fue realizado por sus lectores más brillantes, desde Rosa Luxemburg a Michael Heinrich, pasando por tantos otros nombres que llenarían muchos volúmenes. Pero no hay que olvidar a éstos: [W. E. B] Du Bois, [Isaak Illich] Rubin, [Raya] Dunayevskaya, [Moishe] Postone. Y hablando de continuar el proyecto, no hay que olvidar tampoco la labor que cumplió su brillante familia en este libro y en sus otros escritos, su mujer, Jenny, y dos de sus hijas, Eleanor y Laura, que fueron editoras, compañeras de conversación, copistas y traductoras.
WB
Hablemos de la teoría laboral del valor y de su lectura de la misma. Es famosa la crítica comprensiva de [Jean] Baudrillard, que se centró en la absorción de Marx por la industria fabril, [que] reflejaba su propia época al hacer que el trabajo fabril fuera lo más importante. Más recientemente, ha habido críticas que van desde la oclusión de Marx del valor de la «naturaleza» hasta el auge del sector servicios, la economía de la información/comunicación, la robótica y la inteligencia artificial y, por supuesto, las grandes finanzas. La teoría del valor-trabajo es el núcleo de la respuesta de Marx a la pregunta: «¿De dónde viene la ganancia?». ¿Creen que se sostiene? ¿Importa si no es así?
PN
Antes de preguntarnos para qué sirve la teoría del valor-trabajo, si es que sirve para algo, una primera pregunta es: ¿De qué hablamos cuando hablamos de la «teoría valor-trabajo»? ¿Habló Marx realmente de ella? Y finalmente, ¿por qué estaba ahí en su teoría? Oigo las comillas implícitas en tu pregunta, como si la frase fuera un artefacto de una historia interpretativa específica; Baudrillard es uno de los muchos que se apropiaron de esa frase, y luego vino la abreviatura, como si fuera un monograma: TVT. En este sentido, algunos intérpretes de El capital fueron abusivos y reductores. Quieren un producto simple. ¿Quién no lo querría ante un libro tan complejo? Sin embargo, si juntamos a estos intérpretes en una fábrica y les pedimos que construyan una «teoría del valor-trabajo», probablemente obtendrán productos muy diferentes. Es decir, no debemos olvidar que la teoría también es una actividad productiva y que utiliza tecnologías diferentes.
¿Qué tecnología se empleaba cuando Marx, y antes que él [David] Ricardo, y antes que él [Adam] Smith, elaboraron un producto llamado «teoría del valor-trabajo»? De entrada hay una diferencia importante. Smith y Ricardo, aunque reconocían algunos de los problemas que surgían al centrarse únicamente en los insumos laborales, sostenían no obstante que el trabajo era lo que marcaba la diferencia. A todos los efectos, era el único factor determinante del valor y, por tanto, del precio y del beneficio. Además, para ellos el trabajo significaba la actividad física de producir un producto físico.
Si alguna vez hubo una teoría del valor-trabajo en Marx, fue una teoría crítica. Decidió —no sé exactamente cuándo, pero seguro que en la década de 1850— que había que trazar un mapa de todo el sistema del capital, que la verdad del sistema del capital no estaba en un acto concreto, como el trabajo, sino en el conjunto y que sólo podía explicarse desde el conjunto. Cuando se llega a los volúmenes II y III, resulta obvio que el todo precede incluso al trabajo; la competencia entre empresas, así como los flujos de capital entre sectores económicos, son ingredientes cruciales del beneficio per se, y son fuerzas que determinan la cantidad y la tasa de beneficio que cualquier sector, industria o empresa acaba obteniendo.
La parte principal del volumen I se pregunta qué es el valor. Pero, ¿qué es el trabajo? La principal crítica de Marx al concepto de valor de la economía política clásica cambió de hecho el significado de «trabajo» en las sociedades en las que domina el capital. Vale la pena recordarlo. En los últimos cincuenta años se ha producido un renacimiento de la comprensión del proyecto de El capital de Marx. Gracias al rigor filológico de la segunda edición de MEGA (Marx-Engels-Gesamtausgabe) en Alemania, al trabajo genealógico del grupo en torno a Enrique Dussel en México en la década de 1980, y a estudiosos dispares que trabajan sobre el «valor» desde la década de 1970, tenemos un sentido mucho mejor de lo que Marx hizo con y para Smith y Ricardo. Su TVT, lo que el economista neokeynesiano Paul Samuelson llamó en un famoso artículo de 1971 «la teoría del valor-trabajo sin diluir», tiene poco que ver con Marx.
El renacimiento en la comprensión del proyecto de El capital muestra a Marx alejándose bruscamente de la escena artificial y primitivista del trabajo «no diluido». De hecho, la teoría del valor de Marx se centra en el trabajo «diluido». Lo que cambió en las sociedades de mercado fue que dominaba el trabajo abstracto, no el concreto. La idea de que el trabajo concreto crea valor debe derivar en última instancia del misticismo, donde el espíritu se transfiere del trabajador al objeto, materializándose en un objeto como su «valor». En la década de 1840, Marx seguía pensando así. Con la crítica de la economía política, sin embargo, Marx rechazó este misticismo: era la mentira del sistema, la mentira necesaria que él llamó «fetichismo». Daba lo mismo cambiar el fetichismo de la mercancía por el fetichismo de la escena primitiva del trabajo. Los obreros no iniciarán la revolución. Sólo el proletariado puede hacerlo. Los trabajadores utilizan sus habilidades para fabricar objetos de uso, pero el proletariado fabrica valor, independientemente de los productos que fabriquen físicamente.
Las presiones que el valor, como abstracción, ejerce sobre los trabajadores forman al proletariado. El valor es una abstracción de su trabajo privado individual causada por las exigencias homogeneizadoras del intercambio. El trabajo abstracto presiona a los trabajadores cualificados individuales, con músculos y mentes, para formar un proletariado homogéneo oprimido por un ideal impersonal que utiliza sus músculos y mentes para sus fines y luego los descarta a ellos y a sus portadores en cuanto puede. Diane Elson, economista, pensadora social y estudiosa del género, llamó a esto en un ensayo de 1979 «la teoría del valor del trabajo», una reinterpretación que ahuyenta a los intérpretes abusivos. El trabajo está a las órdenes del valor. Marx lo consideró uno de sus principales avances. Dado que el valor sigue rigiendo el trabajo en la industria manufacturera, que representa casi el 30% del PIB mundial, esta teoría sigue siendo necesaria. Además, se puede argumentar que no cambia fundamentalmente cuando el producto es un «servicio». Un servicio, como el ligeramente demencial servicio denominado «soluciones empresariales» (demencial porque no se especifica el contenido y especialmente rentable precisamente por ello), es una mercancía sujeta a las mismas fuerzas que un producto físico (o no físico).
Ya sean servicios financieros, sanitarios, tecnológicos o educativos, un servicio que se produce para el intercambio también es una mercancía. Los trabajadores que proporcionan «soluciones empresariales», desde los consultores en el extremo superior de la escala salarial hasta los del otro extremo, los conserjes que vacían los cubos de basura en los cubículos de los consultores, se rigen por la ley del valor. Su trabajo debe producir valor para la consultoría y, para ello, el valor de su trabajo se compara con el valor de todos los demás trabajadores de servicios. Lo mismo ocurre con las finanzas, que apuestan por los flujos futuros de producción y servicios. Las finanzas se rigen por el valor futuro, la plusvalía que se extraerá de esos flujos para los inversores. El verdadero beneficio de la teoría del valor del trabajo, este producto teórico de Marx, recuperado cien años después por Elson y otros, es que da a la inmensa mayoría de la población mundial una explicación sólida y técnica sobre la inmensa degradación de la vida.
WB
¿Todo el mundo debería leer El capital? ¿Todavía? ¿Ahora?
PR
Sí, por supuesto: todo el mundo debería leer El capital. Si buscan una respuesta amplia y realmente convincente a esta pregunta, consulten el prólogo que Wendy Brown escribió para nuestro volumen. Aquí expondré algunos puntos compactos. Sobre la lectura de El capital ahora: el destino del planeta depende de si podemos frenar al capital, y el libro sigue siendo la crítica más brillante y completa del sistema capitalista y del fundamentalismo de mercado. Si quieres entender el desarrollo del pensamiento económico o el debate crítico sobre el capitalismo, no hay forma de evitar El capital. Hay que leerlo porque es, a su manera, una gran, gran lectura: sí, difícil y técnica a veces, pero también ingeniosa, conmovedora y poderosa. Algunas formulaciones te dejarán sin aliento. Encuentra un grupo de lectura de El capital —o funda uno— y ponte en marcha. Grupos de estudiantes, de trabajadores, artistas, movimientos y, sí, incluso economistas llevan 150 años haciéndolo.
WB
Muchos no estudiosos de Marx piensan que su crítica se refiere a la distribución de la riqueza, es decir, a la desigualdad. ¿Se presta El capital a esta lectura o logra disuadir a los lectores de ella?
PN
David Ricardo escribió un libro en 1817 cuyo objetivo declarado era descubrir «las leyes que regulan la distribución de los productos de la tierra». Cincuenta años más tarde, Marx argumentó que la distribución de la riqueza es, por un lado, un efecto superficial de un proceso mucho más profundo y, por otro, una apariencia engañosa que nos aleja de enfrentarnos a ese proceso más profundo. Las sociedades de mercado no tienen riqueza; tienen capital. Y el capital en ellas está desigualmente distribuido, por supuesto. Sólo los capitalistas lo tienen; los trabajadores en general no lo tienen, o no tienen mucho. (Según el blog de economía Motley Fool, el 10% más rico de Estados Unidos posee el 87% de las acciones. La situación mundial es mucho más cruda, por supuesto).
El término «riqueza» implica algo que está ahí, esperando a ser distribuido, un montón inerte. También implica que los actores sociales tienen la agencia en la ecuación. Tú o yo podemos conseguir riqueza, y si la conseguimos, podemos hacer lo que queramos con ella. Implícitamente, también creemos, cuando nos enfrentamos a la «riqueza», que las razones de su desigual distribución también están en manos de los agentes sociales, y que los obstáculos a la redistribución son psicológicos o morales, a saber: el interés o la codicia. Marx no está de acuerdo. Incluso diría, creo, que «distribución» es un término demasiado neutro. Es formalista, como si estuviéramos mirando desde una milla de altura un campo sembrado de rocas. Muchos términos económicos se adoptaron de las ciencias físicas, según el sueño de los economistas de llegar a ser tan rigurosos como consideran que eran las ciencias físicas.
Por ejemplo, la distribución de las rocas sedimentarias, ígneas y metamórficas en la Tierra. En geología, si nos fijamos en su distribución, estamos mirando, como desde arriba, una imagen inerte, un fotograma congelado. Por el contrario, Marx diría que la «distribución» es el resultado de un proceso cuyo objetivo no era la «distribución» per se. El proceso en su conjunto, el sistema del capital, tiene como objetivo reproducirse una y otra vez, y expandirse. La distribución es un indicador importante de la forma en que se reproduce y expande, pero si sólo se mueven las rocas, no se han tocado las fuerzas que las pusieron ahí. A lo largo de millones de años, las rocas vuelven a donde estaban.
El sistema del capital hace su magia de Sísifo mucho más rápidamente. Sus fuerzas —producción y reproducción, competencia, crisis— mantienen al capital distribuyendo el excedente a los capitalistas, por férrea necesidad. Esto se debe a que el capital no es inerte, depende de una combinación de violaciones: extracción de recursos hasta su agotamiento mientras se devuelve la contaminación a la tierra; expropiación de tierras, recursos, poblaciones y vidas una vez externas al sistema; extorsión del trabajo de los obreros; explotación del trabajo para producir plusvalía no compensada. Todos estos «ex» continúan porque las fuerzas obligan a ello.
Forzado por la competencia, no «distribuyes la riqueza»; más bien, arrancas tanto excedente del trabajo como puedes, tantos recursos de las economías «menos desarrolladas» como puedes, tanta cuota de mercado de otros capitalistas como puedes. Como capitalista, no lo haces porque seas codicioso; lo haces porque no tienes elección. El sistema lo exige. Si queremos una distribución diferente, tendremos que luchar no contra la desigualdad sino contra los cuatro «ex» —explotación, extorsión, extracción, expropiación— y sólo podemos ganar finalmente, pensaba Marx, cambiando los sistemas.
WB
Ya que estamos hablando de una nueva edición de El capital, deberíamos hablar del proceso de trabajo. ¿Cómo funcionó su labor de colaboración?
PN
Recibí una llamada de Princeton University Press preguntándome si de verdad iba en serio el respaldo positivo que envié para una propuesta de traducción realmente descabellada: por fin alguien iba a sentarse a hacer una traducción al inglés del volumen I de El capital , desde cero. Tenía que ser conceptualmente rigurosa y tener en cuenta las principales relecturas y descubrimientos de los últimos 150 años, como había planteado. Marx no era «marxista», como le dijo a su yerno Paul Lafargue. Es decir, no escribió ni un conjunto de ideas verdaderas y fijas para la posteridad ni un conjunto de reglas para la revolución. El libro es inquisitivo, divertido y difícil también, sin duda, lleno de maquinaciones dialécticas y explosiones retóricas.
En resumen, tenía que ser el traductor adecuado. En cierto sentido, si tomabas lo que Paul Reitter había traducido anteriormente y lo unías, ya te acercabas a Marx. Había hecho una excelente versión de la autobiografía de Salomon Maimon. Maimon, de quien Immanuel Kant pensaba que entendía su densa e importante Crítica de la razón pura mejor que nadie, a pesar de ser un judío del campo (observación mía, no de Kant). Reitter también tradujo a [Friedrich] Nietzsche y Karl Kraus, dos escritores escrupulosos de pensamientos sin escrúpulos.
Pero seguía sin estar seguro de que fuera posible traducir al inglés la obra de Marx en múltiples voces y estilos y, al mismo tiempo, tocar todas las heridas y cicatrices del sistema del capital. Haría falta devoción, sí, pero también un profundo conocimiento del texto y un oído excelente. A pesar de las preocupaciones, me puse manos a la obra. Empezamos a trabajar juntos, lo que significaba que Reitter traducía horas al día y me enviaba páginas, que yo leía, cotejaba con el alemán y respondía cuando era necesario.
A base de mucho trabajo, encontró un Marx en inglés que hablaba en muchos de esos estilos, una voz mucho más directa y que hablaba a los lectores. El peligro para este libro, con toda su complejidad, es que hable más allá de los lectores, un peligro que Marx reconoció vivamente para su propio original alemán. Intenté que fuéramos honestos sobre el vocabulario conceptual —discutimos, con humor y deferencia, sobre los significados y las interpretaciones— durante cinco años. Reitter producía resmas de prosa flexible que variaba con el libro, la voz generalmente directa y objetiva, cuando estaba justificado se enredaba en nudos dialécticos, siempre avanzando hacia la siguiente demostración, el siguiente argumento, un trabajo que a menudo resultaba divertido.
La nuestra era una imagen de cooperación, en el sentido de Marx: una división del trabajo en la que aprendimos a depender unos de otros. Los dos escribíamos notas finales y ahora es difícil saber quién escribió cuál. Sobre todo, a medida que avanzaba el proyecto, nos convencimos, una vez más, pero de forma diferente y más personal, de lo importante que sigue siendo el análisis de Marx para poner ante los ojos de quienes lo sufren los excesos y las mentiras del capital.
Sobre la entrevistadora
Wendy Brown es Catedrática de la Fundación UPS en la Facultad de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, Nueva Jersey.