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Donald Trump en un evento de campaña el 29 de agosto de 2024, en Potterville, Michigan. (Bill Pugliano / Getty Images)

El precio que fue pagado

Traducción: Natalia López

La victoria de Trump fue posible porque supo apoyarse en las ansiedades de la clase trabajadora estadounidense sobre el declive económico. Y a menos que el programa económico de la izquierda sea igual de fuerte, seguirá dejando campo abierto para el avance de la derecha.

El triunfalismo habitual del creciente contingente de ultraderechistas estadounidenses y los lamentos de los comentaristas liberales era algo que cabía esperar luego de la victoria de Trump en las elecciones presidenciales del pasado martes 5 de noviembre. Mientras los liberales se lamentan de que la mitad de su país sea o bien intrínsecamente malvada o bien estúpida, la extrema derecha celebra sus fantasías de dominación total sobre personas a las que percibe como débiles: desde las mujeres hasta los inmigrantes, pasando por las personas trans y una larga lista de etcéteras.

Pero cada uno de estos dos grupos —liberales y ultraderechistas— representan, como mucho, el 20% de la población estadounidense. Son elocuentes y ruidosos, sí, y es mucho más probable que se les escuche tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación tradicionales. Pero están lejos de ser la mayoría. Entender lo que ha ocurrido realmente en estas elecciones, por tanto, exige comprender cómo han votado los demás, y por qué razones. Y es algo bastante más complejo que la explicación habitual de «Estados Unidos viró a la derecha».

Que los trenes circulen con puntualidad

Por supuesto, dada su retórica protofascista cada vez más virulenta, es realmente preocupante que tanta gente haya votado a Donald Trump. Pero eso no significa que aquellas personas hayan optado conscientemente por el fascismo. El fascismo no se impone entre la mayoría porque su odio a las minorías prevalezca sobre cualquier otra preocupación. Se impone porque los fascistas prometen orden, prosperidad y, como se decía de la Italia de Mussolini, «que los trenes circulen con puntualidad».

Los fascistas, en otras palabras, prometen ser gestores eficaces, razón por la cual suelen tener buenos resultados en periodos de crisis política o económica. La extrema derecha moderna, tanto si se la considera fascista como si no, promete cumplir esta promesa protegiendo e impulsando «la economía».

Hay una estadística que capta esta dinámica con más eficacia que ninguna otra. El 73% de quienes votaron a Trump declararon que la inflación había causado «graves dificultades» a sus familias. Para Harris, esa cifra representa solo el 25% de sus votantes. Casi en espejo, el 78% de los votantes de Harris declararon que la inflación no había causado a sus familias «ninguna dificultad», mientras que los votantes de Trump que afirmaron tal cosa fueron el 20%.

La sensación de declive experimentada por la clase trabajadora estadounidense en las últimas décadas es difícil de exagerar. Un estudio de 2018 del Centro de Investigación Pew descubrió que, en términos reales, el salario medio en Estados Unidos apenas si varió desde 1979. Sin embargo, las ganancias de los de arriba han aumentado sustancialmente. Cuando golpeó la pandemia, estos problemas se agudizaron aún más. Casi 10 millones de trabajadores estadounidenses perdieron su empleo, y entre 2021 y 2024 la inflación superó el crecimiento de los salarios, lo que significa que quienes conservaron su trabajo perdieron en términos de poder adquisitivo.

Pero los efectos de esta crisis no se sintieron de manera uniforme: los hogares de la clase trabajadora experimentaron este declive económico de manera mucho más aguda que los de la clase alta, como indica la estadística de inflación anterior. Así, entre la clase trabajadora estadounidense existe la percepción profunda y generalizada de que las cosas están empeorando. Las tasas oficiales de pobreza no han variado mucho en los últimos años pero se mantienen bastante altas, en torno al 11,5% (es decir, unas 38 millones de personas), a lo que se le suma el dato de que los negros, los latinos y las mujeres tienen más probabilidades de vivir en la pobreza que el resto.

Pero el grueso del apoyo a los populistas de derecha no suele proceder de los pobres. Procede de votantes de clase trabajadora que temen convertirse en pobres. De hecho, los altos índices de pobreza y desigualdad en Estados Unidos refuerzan el mensaje del populismo derechista de Trump. Ver la magnitud de la pobreza y la falta de vivienda refuerza la ansiedad que sienten los hogares de clase trabajadora ante la caída de su nivel de vida. Sin una red de seguridad social, saben que si pierden su empleo o ven caer sustancialmente sus ingresos, puede que no haya vuelta atrás.

Ansiedad y competencia

El individualismo competitivo —evidente en todas las sociedades ricas, pero especialmente omnipresente en Estados Unidos— contribuye a reforzar estos sentimientos de aislamiento y miedo. Se anima a la gente a creer que tiene que competir permanentemente con quien tiene al lado, sea por puestos de trabajo, por productos básicos o incluso por parejas románticas. Quienes fracasan son considerados «perdedores».

Ver el éxito de los que están en la cima —y toda la gloria y el estatus que lo acompañan— anima a los hombres de clase trabajadora a fantasear sobre lo mucho mejor que podría ser la vida si fueran capaces de vencer a la competencia y ganar por una vez. Estas fantasías tienen que ver tanto con el control de los recursos como con el hecho de ser tratados con dignidad y respeto. Así, la ansiedad económica que experimenta la clase trabajadora estadounidense no tiene que ver solo con la economía, sino también con la identidad.

Son estas ansiedades económicas e identitarias las que explican el aumento del apoyo a Trump entre la clase trabajadora. No se trata solo de que haya prometido arreglar la economía, una promesa que la gente está más dispuesta a creer, dado que muchos de ellos se habrían sentido mejor cuando él era presidente. Es que interpela directamente las ansiedades de la clase trabajadora estadounidense, especialmente las de los hombres, que sienten que están luchando con uñas y dientes para mantener su lugar en la jerarquía social.

Trump explica estos sentimientos diciendo a la clase trabajadora que la amenaza a la que se enfrentan procede de los inmigrantes y de la asistencia social, y no de los capitalistas codiciosos. Pero más que eso, se identifica a sí mismo como un «ganador» y proyecta el potente mensaje de que, en una economía como la que Trump propone, esos hombres de clase trabajadora también podrían ser ganadores. A los liberales les encanta castigar a los votantes de Trump por su estupidez y su racismo. Pero esa es una postura intelectualmente perezosa: Trump duplicó su porcentaje de votos entre la población negra y se aseguró casi la mitad de los votos latinos. Está claro que aquí pasa algo más.

Los hombres de clase trabajadora, preocupados por su estatus, acudieron en masa a Trump porque pensaron que votar por él era la única manera de evitar el declive económico. Para estos hombres, el declive económico no solo significa pobreza, sino convertirse en un «perdedor». Trump aprovechó estos sentimientos de ansiedad avivando el odio contra los grupos marginados y animando a los jóvenes a identificarse con su propio poder y éxito.

Pero hay algo que brilla por su ausencia en los análisis y haríamos bien en recordar: esta no es la única forma de responder a la ansiedad de la gente por el declive económico. Existe otra: abordar realmente las causas de ese declive.

Sin respuestas

La presidencia de Trump no solucionará los problemas a los que se enfrenta el trabajador estadounidense promedio. Sus recortes de impuestos pueden proporcionar un impulso a los mercados de valores y al crecimiento a corto plazo, pero no aumentarán el nivel de vida de las mayorías.

La única forma de mejorar el nivel de vida de la gente es invertir en la economía cotidiana. Esto significa fortalecer las infraestructuras físicas y sociales, las redes de transporte y energía y los sistemas de sanidad y educación de los que dependen los ciudadanos para llevar una vida digna. Llevar a cabo esta inversión de forma que apoye la descarbonización crearía de hecho más puestos de trabajo y mejoraría los resultados en materia de salud.

Mejorar el nivel de vida de las mayorías también significa apoyar al movimiento obrero, que no solo lucha por mejores condiciones, sino que brinda a las personas un sentimiento de pertenencia y comunidad en el trabajo. Apoyar a los trabajadores y a las comunidades para que se organicen es la mejor manera de contrarrestar el miedo que con tanta facilidad se propaga en las sociedades competitivas e individualistas.

Combatir a la extrema derecha requiere inversión en la economía cotidiana. Pero también requiere que reemplacemos las sociedades en las que las personas viven con el miedo permanente a desplomarse en la jerarquía social por aquellas en las que se sienten parte de una comunidad que siempre estará ahí para apoyarlas.

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