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Ilustraciones: Romina Pereyra (rominapereyra.com)

Dos concepciones del bolchevismo de 1917

Traducción: Pedro Perucca

En un nuevo aniversario de la Revolución de Octubre, Lars Lih propone un nuevo paradigma para comprender la táctica bolchevique en las revoluciones de 1917.

¿Cuál es la mejor manera de pensar al bolchevismo en 1917? Durante muchos años toda la discusión giró en torno a una respuesta a esa pregunta: Lenin rearmó al partido con sus Tesis de abril que llamaban a la revolución socialista, poniéndolo así en el camino hacia el levantamiento armado de octubre a pesar de la decidida oposición que durante todo el año habían planteado «bolcheviques moderados» como Lev Kámenev. Esta narrativa del «rearme del partido» es defendida por las tres principales corrientes de investigación académica sobre 1917: la académica occidental, la tradición trotskista e incluso (en sus puntos clave) los historiadores soviéticos.

Pero en los últimos años varios hemos cuestionado algunas afirmaciones clave de esta narrativa. Yo publiqué mi primer artículo sobre el tema en 2011. Poco a poco fui elaborando lo que considero una narrativa rival, que bauticé como «el ajuste bolchevique». Este título propone un contraste cuantitativo con el del «rearme del partido», ya que el ajuste es mucho menos profundo que el rearme. Pero más crucial es su contraste cualitativo: el ajuste apunta a una táctica temporal respecto de la forma de presentar el mensaje bolchevique, mientras que la narrativa del rearme apunta a un cambio permanente en el contenido del propio mensaje.

El presente artículo es una de mis primeras exposiciones sistemáticas sobre el choque entre estos dos paradigmas. En primer lugar expondré a grandes rasgos las dos narrativas en liza y, a continuación, explicaré qué me impulsó a pasar de una narrativa global a la otra. El concepto de ajuste bolchevique nos ayuda a entender al bolchevismo a lo largo del año, así que examinaré detenidamente no solo los meses de marzo/abril, cuando se puso en marcha, sino también los de septiembre/ octubre, cuando el ajuste cumplió su misión. Comenzaré con un recuento de la narrativa del rearme.

Cuando los bolcheviques se reunieron en Petrogrado tras la revolución de febrero que derrocó al zar, estaban completamente desconcertados. El «viejo bolchevismo», con toda su herencia del pasado, era completamente inadecuado para hacer frente a los retos del momento. Cuando el líder bolchevique Lev Kámenev y Iósif Stalin llegaron a mediados de marzo, adoptaron posiciones semimencheviques (o quizá no tan «semi») sobre la guerra y la cooperación con el Gobierno Provisional «burgués». Afortunadamente, cuando Lenin entró en escena rearmó completamente al partido con sus Tesis de abril, en las que llamaba a la revolución socialista inmediata en Rusia.

En esencia, rechazó al viejo bolchevismo en favor del viejo trotskismo y la «revolución permanente». Las líneas de batalla dentro del partido estaban trazadas: Lenin y su fiel segundo al mando Trotsky tuvieron que librar una batalla campal durante todo el año con los bolcheviques «moderados» dirigidos por Kámenev, que tenía profundas diferencias políticas con Lenin. En contraste directo con Kámenev (y con casi todos los demás), Lenin y Trotsky definieron el poder soviético como una dictadura de partido único en lugar de una amplia coalición socialista. Al fin Lenin y Trotsky se salieron con la suya organizando un levantamiento armado justo antes del II Congreso, programado para octubre.

Así reza la narrativa del rearme. Tanto si Lenin y Trotsky son sus héroes como sus villanos, esta narrativa sirve a sus propósitos. Pasemos ahora a esbozar la narrativa rival, a la que he dado el título de «el ajuste bolchevique».

El núcleo de la perspectiva bolchevique de preguerra era una lectura de las «fuerzas en movimiento» dentro de la sociedad rusa que favorecían o se oponían a la revolución que se avecinaba. Según los bolcheviques, la revolución solo podría alcanzar su máximo potencial si el campesinado revolucionario rechazaba el liderazgo de los liberales antizaristas y, en su lugar, seguía la dirección del proletariado socialista. La aplicación de este análisis al periodo posterior a febrero era sencilla, dada la centralidad del sistema soviético recién establecido: el Gobierno Provisional debía ser sustituido por un vlast (poder, gobierno, autoridad) campesino-obrero, basado directamente en los soviets.

Pero hubo un contratiempo inesperado: al principio de la revolución el electorado de los soviets (obreros, soldados, campesinos) no aceptó el liderazgo bolchevique, sino que depositó su confianza en un «acuerdo» entre el Soviet y el Gobierno Provisional. Según este acuerdo, el Gobierno Provisional llevaría a cabo los objetivos revolucionarios y, a cambio, el Soviet le prestaría un apoyo vital. Ante la desagradable realidad política de un estatus minoritario para los bolcheviques, los dirigentes del partido tuvieron que hacer un rápido ajuste.

El ajuste resultante puede resumirse así: debemos superar la condición minoritaria de los bolcheviques empleando todas las herramientas de las campañas de agitación que ahora están disponibles debido a la libertad política posterior a febrero. En sus Tesis de abril Lenin llamó a esta táctica «explicación paciente», pero esta frase decorosa es bastante eufemística. En la vida real, la «explicación paciente» consistía en consignas gritadas por agitadores roncos que proponían un mensaje muy impaciente. El mensaje bolchevique, reducido a su esencia, puede resumirse así: el «acuerdo» sencillamente no funcionará, ni siquiera en sus propios términos, porque las fuerzas de clase que están detrás del Gobierno Provisional nunca aceptarán realmente los objetivos revolucionarios de la base soviética, es decir, el rápido fin de la guerra imperialista y la tierra para los campesinos. Por lo tanto, debemos rechazar la táctica del acuerdo e instalar en su lugar un gobierno exclusivamente soviético, que sea homogéneo en términos de clase.

En la primavera de 1917, los bolcheviques se comprometieron en voz alta a abstenerse de cualquier intento de establecer el «poder soviético» (vsia vlast sovetam) hasta después de que su mensaje antiacuerdo hubiera obtenido el apoyo mayoritario del electorado soviético. Así, en su origen, el ajuste se dirigió explícitamente contra los activistas bolcheviques más impacientes o «izquierdistas» que presionaban a favor de un derrocamiento precipitado y prematuro. Pero el apoyo mayoritario necesario llegó más rápido de lo que nadie hubiera esperado, de modo que el II Congreso de los Soviets, convocado para finales de octubre, ya contaba con una clara mayoría contraria al acuerdo. Basándose en este apoyo, el II Congreso instaló un gobierno soviético exclusivo y aprobó decretos que anunciaban con bombos y platillos una serie de pasos dramáticos hacia los objetivos revolucionarios. El nuevo gobierno estaba formado únicamente por bolcheviques, porque eran el único partido que apoyaba el poder soviético exclusivo (más tarde, el flamante partido de los eseristas de izquierda también se unió al gobierno soviético). La táctica del acuerdo estaba esencialmente muerta, y con ella la necesidad del ajuste bolchevique. La guerra civil subsiguiente se desarrolló bajo una lógica diferente.

Tal es la narrativa que incorpora el ajuste bolchevique como tema central. Como interpretación de los acontecimientos, choca en cada punto importante con la narrativa del rearme. En lugar de profundas rupturas y divisiones, encontramos consensos esenciales; en lugar de un nuevo objetivo de revolución socialista inmediata en Rusia, encontramos un mensaje que subraya la incapacidad de la táctica del acuerdo para alcanzar los objetivos ya comúnmente aceptados; en lugar de la centralidad del levantamiento armado, nos centramos en el II Congreso y sus decretos… y así sucesivamente.

Ilustraciones: Romina Pereyra (rominapereyra.com)

¿Qué me llevó a pasar del paradigma estándar del rearme a este otro? En primer lugar, la desconfianza y el malestar con lo que escuchaba de los especialistas. Había leído bastante sobre el bolchevismo de preguerra y, en particular, sobre los escritos de Kámenev y Stalin (por la sencilla razón de que sus escritos de preguerra son fáciles de conseguir). Existe un abismo entre las opiniones que expresaron a partir de 1905 y las que se les atribuyen en marzo de 1917, pero ningún historiador sintió la necesidad de abordar esta discrepancia.

Varios comentarios de activistas en 1917 también arrojaron dudas sobre la dramática ruptura con el viejo bolchevismo alegada por la narrativa del rearme. Mijaíl Kalinin, por ejemplo, un bolchevique de larga data, protestó en abril de 1917 planteando que simplemente no veía ninguna contradicción entre las Tesis de abril de Lenin y el «viejo bolchevismo». También me llamó mucho la atención un comentario de Nikolai Sujanov, el gran cronista de la revolución, en el que afirmaba que el socialismo en sí mismo no formaba parte del mensaje bolchevique en 1917. Estos y otros detalles quizás menores no encajaban en la historia estándar y me provocaron para investigar más a fondo.

El resultado fue un artículo publicado en 2011 titulado «El triunfo irónico del viejo bolchevismo: los debates de abril de 1917 en su contexto». Esto resultó ser la salva inicial en una lucha aún en curso por un nuevo marco interpretativo. Releyendo ahora el artículo, creo que sigue siendo válido, dentro de lo esperable. He aprendido mucho desde su publicación, pero nada que cuestione mis principales conclusiones. Al contrario, mis argumentos son ahora mucho más sólidos. Mi artículo exponía tres conclusiones principales. En primer lugar, Sujánov tenía razón: la «revolución socialista» en la propia Rusia no formaba parte del mensaje bolchevique en 1917. Claro que los bolcheviques (y no solo ellos) creían que la revolución socialista estaba en el orden del día a escala internacional, y también que Rusia tenía un papel importante que desempeñar en el proceso. Pero Lenin ciertamente no había olvidado las objeciones marxistas habituales al socialismo en un país abrumadoramente campesino.

La narrativa del rearme no solo insiste en que Lenin llamó a la revolución socialista en las Tesis de abril (no lo hizo), sino que todo el proyecto de poder soviético solo tiene sentido si Rusia estaba entonces experimentando una revolución socialista. Desde que escribí mi artículo he podido documentar el siguiente hecho notable: inmediatamente después de la publicación de las Tesis de abril, el venerable marxista ruso Gueorgui Plejánov —que en 1917 se encontraba en la extrema derecha del espectro socialista— argumentó que Lenin necesitaba plantear la revolución socialista en Rusia, ya que era la única justificación posible para el poder soviético. Pero, continuó Plejánov, la idea de la revolución socialista en un país campesino no tiene sentido, y por lo tanto la idea del poder soviético no tiene sentido.

Tanto Lenin como Trotsky (en 1917) escribieron artículos para refutar lo que Trotsky denominó desdeñosamente «sociología plejanovista». «¿Revolución socialista en un país campesino?», exclamó Lenin, «por supuesto que no dije nada tan tonto. Pero, ¿qué tiene eso que ver con el poder soviético? El poder soviético se justifica en términos estrictamente democráticos, ya que los soviets representan a la inmensa mayoría de la población de Rusia». Y he aquí el hecho asombroso: en lo que respecta a la posteridad, la «sociología plejanovista» se impuso ampliamente. La lectura consensuada de las Tesis de abril que prevalece hoy en día proviene directamente de Plejánov, ignorando lo que Lenin y Trotsky (en 1917) tenían que decir al respecto. Una razón importante del triunfo de Plejánov es el sorprendente apoyo de Trotsky a su argumento en 1924.

En mi artículo de 2011 utilicé el término «viejo bolchevismo» como etiqueta para el bolchevismo de antes de la guerra y de la revolución, pero ahora considero que esta etiqueta es desaconsejable. El propio Lenin lo utilizó en la primavera de 1917 con un giro polémico muy específico, lo que hace que el término sea inutilizable para un análisis objetivo. No obstante, mi principal conclusión se mantiene: el bolchevismo de preguerra era directamente aplicable a la situación posterior a febrero. Esta continuidad surgió de la hipótesis de la hegemonía: una dirección proletaria del campesinado para alcanzar objetivos revolucionarios y, en última instancia, avanzar hacia el socialismo. De hecho, la hegemonía se convirtió en el mito rector de la Unión Soviética a lo largo de su historia.

Cuando Lenin publicó sus Tesis de abril, ciertamente se encontró con la confusión y el rechazo de algunos de sus compañeros bolcheviques. Pero la literatura histórica carece por completo de cualquier estudio empírico detallado del contenido de los debates bolcheviques. ¿Cuáles eran exactamente las cuestiones en disputa y qué se daba por sentado como lugares comunes bolcheviques? Aquí me limitaré a enumerar las cuestiones en las que a nadie se le ocurrió discutir el consenso del partido: la guerra es imperialista, por lo que el «defensismo revolucionario» es inaceptable; el Gobierno Provisional es contrarrevolucionario en su esencia y ya está mostrando sus dientes contrarrevolucionarios; la unidad del partido entre mencheviques y bolcheviques solo es posible con compañeros «internacionalistas» que acepten estas actitudes hostiles hacia la guerra y el gobierno; el pleno poder soviético es el objetivo más urgente, pero solo después de que el electorado soviético esté dispuesto a apoyarlo.

Todas estas posiciones eran lugares comunes entre los bolcheviques de Petrogrado en marzo y también se dan por sentadas durante los debates de abril. Los recelos hacia las Tesis de Lenin provenían de quienes consideraban que sus consejos retrasarían el poder soviético.

Esas fueron mis conclusiones. Nadie se comprometió seriamente a refutarlas, ya que eso requeriría una investigación genuina y meticulosa. En cambio, fui desafiado por críticos que utilizaron argumentos estándar que habían sido empleados durante mucho tiempo para ilustrar la narrativa del rearme. Llamo a estos temas repetidos anekdotchiki o «anécdotas», ya que, aunque se repiten en todos los relatos sobre la revolución rusa, nadie se molestó en ir más allá del párrafo (como mucho) necesario para volver a plantearlos. Sin embargo, me sentí obligado a responder a estos desafíos, y la década transcurrida desde «El triunfo irónico» se llenó en gran medida de artículos y ensayos en las redes que analizan este o aquél tema repetido. He aquí una breve muestra de dos de estos anekdotchiki. Las comillas implican una paráfrasis de muchos autores.

Cartas desde lejos. «Desde el exilio en Suiza, Lenin envió sus Cartas desde lejos a Petrogrado. Eran un desafío directo a la política bolchevique de marzo, por lo que los editores de Pravda, presas del pánico, censuraron a su propio líder. Publicaron solo una carta y la castraron con enormes recortes». De hecho, solo una carta llegó a Petrogrado antes que el propio Lenin y fue publicada rápidamente. Creo que soy el primer estudioso que examina detenidamente las diferencias reales entre el borrador original de Lenin y la carta publicada en Pravda. Los cambios editoriales fueron necesarios porque en varios puntos Lenin estaba mal informado o desactualizado sobre los rápidos acontecimientos en Petrogrado (había escrito su carta dos semanas antes en Zurich). Por ejemplo, en su borrador original, Lenin había utilizado el ahora inapropiado título de «Soviet de Diputados Obreros». Los editores de Pravda cambiaron cada vez que aparecía este título por el correcto «Soviet de Diputados Obreros y Soldados». En resumen: la versión impresa era una declaración contundente y precisa de las opiniones de Lenin, y los líderes bolcheviques de Petrogrado no tuvieron ningún problema con ella.

Trece a dos. «Tal fue el escándalo creado entre los bolcheviques por las Tesis de Lenin, que fueron rechazadas de plano por el comité del partido de Petrogrado con una votación desigual de trece contra dos». Me bastó con leer las actas correspondientes a esa sesión del comité para darme cuenta de que había algo muy erróneo en esta dramática anécdota: ¡mucho más que dos oradores hablaron a favor de las Tesis! De hecho, nadie en la sesión las rechazó de plano. Algunos activistas del partido, aunque las aprobaban en general, tenían dudas sobre tal o cual punto y querían plantear sus preocupaciones en las próximas reuniones del partido. Otros querían que constara en actas que el comité apoyaba sin reservas las Tesis en su conjunto. Por trece votos a favor y dos en contra, la comisión decidió permitir que los críticos expusieran sus argumentos.

En otras palabras, lejos de un rechazo total de las Tesis, el voto de trece contra dos fue simplemente una negativa a amordazar a los activistas que tenían dudas sobre puntos específicos. Pero el comité aprobó las Tesis de Lenin en su conjunto y envió un proyecto de resolución a tal efecto a los comités locales. A resultas de ello, tal como señaló en 1923 el miembro del comité Vladimir Zalezhsky, «distrito tras distrito mostró su solidaridad con las Tesis, y en la conferencia del partido en toda Rusia que comenzó el 22 de abril, la organización de Petersburgo en su conjunto habló a favor de las Tesis».

Tras llegar a esta conclusión leyendo las actas, me encontré con una voz que me apoyaba desde la tumba. A principios de los años treinta, dos participantes en esta reunión escribieron a las autoridades competentes del partido solicitando que se aclarara este mismo punto. La petición no fue atendida y su detallada nota sobre el tema no se publicó hasta 2003. Muy indicativo es el hecho de que ninguna fuente secundaria recogiera este descubrimiento de archivo hasta 2017, cuando publiqué un ensayo desacreditando esta pequeña anécdota popular. Estas historias y muchas otras similares probablemente nunca morirán, no importa cuántas veces sean desacreditadas. Son vívidas y encajan cómodamente con las actitudes políticas predominantes. Podría pasarme todo el día hablando de este tipo de anekdotchiki, pero basta con los ejemplos anteriores.

Mi buen amigo y colega Paul Le Blanc planteó una objeción de otro tipo. Dice que soy nihilista respecto a las memorias y que les niego todo valor. Paul cita muchas memorias de testigos presenciales participantes (traducidas al inglés durante la era soviética), y todas ellas afirman que el regreso de Lenin en abril fue un punto de inflexión crucial y que se le opusieron futuros enemigos del pueblo, como Kámenev. ¿Por qué descarto sin más todos estos relatos de primera mano?

Recordemos algunas preocupaciones metodológicas elementales. Lo primero que hay que preguntarse sobre cualquier libro de memorias es cuándo y dónde se produjo y, por tanto, bajo qué limitaciones. Todas las memorias procedentes de Rusia y disponibles en inglés se produjeron bajo un régimen de estricta censura por parte de un aparato del partido con fuertes opiniones sobre cuestiones históricas. Entre las limitaciones inherentes a esta situación están el culto a Lenin y el tabú contra el tratamiento objetivo para con los opositores del partido. Cualquiera que lea material soviético conoce la regla: si no puedes decir nada malo de Kámenev, Trotsky o Bujarin (e incluso, en ciertos periodos, de Stalin), no digas nada en absoluto.

Mi interpretación del «ajuste bolchevique» sostiene que el culto a Lenin exageró su impacto en abril y que el punto de vista de Kámenev fue sistemáticamente distorsionado. Si unas memorias publicadas durante la era soviética dicen lo contrario, ¿debería sentirme amenazado? No, por supuesto que no. Cualquier relato que apoyara mi posición nunca habría visto la luz. De hecho, lo mismo puede decirse de cualquier memoria que no afirme positivamente el dogma del partido.

Que no se piense que todas las memorias que existen apoyan la narrativa estándar. Yo también puedo citar muchas memorias. Recientemente publiqué en el UK Weekly Worker un relato de un activista e historiador bolchevique, Vladimir Nevsky, que fue participante y testigo ocular de la política bolchevique en marzo y abril. Afirmó enérgicamente (en 1925, cuando aún había una pequeña posibilidad de afirmar tales cosas) que los recelos sobre las Tesis de abril se debían principalmente a malentendidos. Por lo demás, nos dice Nevsky, los bolcheviques estaban fuertemente unidos en lo básico. O tomemos las memorias monstruosas de Aleksandr Shliapnikov y Nikolai Sujanov, que a menudo se citan cuando un comentario particular parece apoyar la narrativa del rearme, aunque estas fuentes esenciales en realidad le hacen un gran daño al relato estándar, tanto por su interpretación general como por su lectura de episodios específicos. Y hablando sobre mí mismo en cuanto a lo de ser nihilista en este tema, me encantan absolutamente las memorias y los relatos periodísticos de testigos oculares de 1917.

Nadie niega que entre los bolcheviques hubo un alboroto por las Tesis de abril. Lo que se discute es qué cuestiones concretas se consideraron controvertidas. Cualquier memoria o relato secundario que se limite a afirmar que tal o cual persona estaba a favor o en contra de las Tesis de abril en su conjunto es ipso facto inútil (y por desgracia, este anatema no deja mucho en pie). Dado que las memorias chocan, el árbitro definitivo para el historiador son las fuentes primarias de la primavera de 1917: actas de conferencias, relatos de periódicos, resoluciones y registros de archivo de las reuniones del partido.

He descrito dos etapas de mi propio viaje: el hallazgo de graves anomalías en la narrativa anterior y la defensa contra las acusaciones de que mi propia narrativa tiene graves anomalías. La tercera etapa consiste en proponer un paradigma rival que no se limite a minar el antiguo paradigma. Este nuevo paradigma candidato es la narrativa del «ajuste bolchevique» que he presentado antes. Creo que este marco maneja mucho mejor el registro empírico, de modo que la gente ya no necesita aferrarse al viejo marco simplemente por la ausencia de uno mejor.

Me ayudó a llegar a esta nueva síntesis el dar un paso atrás y echar un vistazo más amplio a la escena política. Entonces me hice la siguiente pregunta: si los historiadores tienen razón y los bolcheviques ofrecieron en marzo un «apoyo crítico» al gobierno y a la guerra, ¿no habrían expresado las fuerzas favorables al acuerdo su agradecimiento o al menos su alivio? Rápidamente descubrí que si los bolcheviques estaban en verdad jugando limpio, ¡sus oponentes nunca se anoticiaron! Al contrario: había una línea de demarcación muy definida que atravesaba todas las discusiones y debates políticos. Los bolcheviques estaban a un lado de esta línea y casi todos los demás estaban al otro.

Esta línea de demarcación crucial surgió del acuerdo político que se había alcanzado entre el Soviet y el gobierno. Los bolcheviques (y pequeños grupos dentro de los otros partidos) estaban en contra de cualquier acuerdo de este tipo y, por este mismo hecho, fueron recibidos automáticamente con hostilidad por todos los demás partidos. A cambio, los bolcheviques inventaron el sarcástico calificativo de «acuerdista» (soglashatestsvo) para describir a cualquiera que apoyara esta línea. Mucho antes de la llegada de Lenin, todo el mundo en la escena política reconocía la realidad de la división en torno a esta cuestión; veían a líderes bolcheviques como Kámenev como los portavoces de todos aquellos que se oponían al acuerdo y, por tanto, apoyaban el poder soviético. Cuando se observa en este contexto más amplio, el consenso bolchevique sobre cuestiones esenciales destaca vívidamente.

Aunque todos reconocían que los bolcheviques representaban un desafío al acuerdo, se tranquilizaban constatando que este desafío solo era apoyado por una pequeña minoría… hasta el momento. En respuesta, los bolcheviques buscaron ganar a la mayoría para la posición contraria al acuerdo. Este fue el núcleo del ajuste bolchevique. En estas observaciones informales a sus compañeros bolcheviques casi inmediatamente después de su llegada a Petrogrado, Kámenev expuso la lógica básica del ajuste:

Es sorprendente que los bolcheviques no ocupen una posición dominante en el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado (¿y por qué permiten entrar en el Soviet a los liquidadores, que no expresan el punto de vista de los obreros de Petrogrado?). Nosotros somos los representantes del elemento revolucionario en Petrogrado, pero, mientras tanto, parece que las amplias masas no nos comprenden. Evidentemente, aunque estamos esencialmente en lo correcto, formulamos nuestras resoluciones y decisiones de una manera que las masas no comprenden…
¿Nos hemos desarrollado hasta el punto de poder crear la dictadura del proletariado? No. Lo importante no es tomar el poder, lo importante es conservarlo [nevazhno vziat’ vlast, vazhno uderzhat’]. Este momento llegará, pero será ventajoso para nosotros aplazarlo, ya que ahora mismo nuestras fuerzas son todavía inadecuadas.

Varios años más tarde, cuando Lenin tuvo ocasión de recordar sus propias Tesis de abril, puso todo el énfasis en el ajuste y en la «explicación paciente»; en otras palabras, «ir más despacio» en vez de «acelerar». Sorprendentemente, en completo contraste con la narrativa del rearme, Lenin dijo a su audiencia en 1921 que las Tesis de abril estaban dirigidas a una tendencia izquierdista dentro del partido. Resumió el impacto de las Tesis señalando que una «tendencia de izquierda exigía el derrocamiento inmediato del gobierno», pero que él, Lenin, «partía del supuesto de que había que ganarse a las masas. [El gobierno] no puede ser derrocado en este momento, ya que mantiene el vlast gracias al apoyo de los soviets obreros; hasta la fecha, el gobierno goza de la confianza de los trabajadores. No somos blanquistas, no queremos gobernar con una minoría de la clase obrera contra la mayoría».

Como vemos, el ajuste bolchevique ya estaba en marcha en marzo y recibió un impulso dinámico cuando Lenin y Zinóviev llegaron a Rusia a principios de abril. Ahora avanzamos rápidamente hasta el momento predicho por la lógica del ajuste, es decir, cuando el electorado soviético de masas rechazó lo que los bolcheviques siempre habían descrito como ilusiones favorables al acuerdo. Esto ocurrió más rápido de lo que casi todos esperaban. A principios de octubre, el menchevique Yuli Mártov constató la realidad política central del otoño de 1917: «la idea de un acuerdo [soglashenie] con la burguesía ha perdido todo crédito entre las masas del narod [el pueblo]».

Cuando leemos los escritos de Lenin de septiembre y octubre, no nos sorprende verle insistir en este argumento central: el electorado soviético de masas rechaza ahora la táctica del acuerdo y, por tanto, por este mismo hecho, apoya el poder soviético exclusivo y un vlast homogéneo en términos de clase. Por supuesto, era bastante fácil para Lenin hacer tales afirmaciones, pero ¿cómo podía probarlo? Respuesta: ¡no podía! Al igual que todos los demás, estaba condenado a emitir un juicio basado en datos fragmentarios y contradictorios sobre la perspectiva popular.

En marzo, Kámenev y Stalin habían asegurado a los camaradas impacientes: «No se preocupen, los acontecimientos avanzan rápidamente, la lógica de la revolución trabaja para nosotros, pronto llegará el momento en que tengamos el apoyo necesario». Pero ahora, en septiembre/octubre, tenían que preguntarse: ¿ha llegado el momento? Stalin dijo «sí», Kámenev dijo «bueno, tal vez». La disputa dentro del partido consistía en intentar atravesar «la niebla de la batalla» que nublaba una situación que cambiaba rápidamente. Desde luego, no se trataba de una cuestión de principios profundamente arraigada, de perspectivas enfrentadas. Al menos, esa era la opinión de Lenin. Unos meses más tarde tuvo ocasión de recordar el otoño de 1917. Lo que dijo es tan revelador y da tanto apoyo a la perspectiva de ajuste que lo citaré extensamente:

Tal como estaban las cosas en octubre, habíamos hecho un recuento exacto precisamente de las fuerzas de masas. No solo pensábamos, sino que sabíamos con certeza, por la experiencia de las elecciones de masas a los Soviets, que en septiembre y a principios de octubre la inmensa mayoría de los obreros y soldados ya se había pasado a nuestro bando. Sabíamos, aunque solo fuera por la votación en la Conferencia Democrática, que el apoyo a la coalición [de socialistas moderados y «burgueses»] también se había derrumbado entre el campesinado, y eso significaba que nuestra causa ya había ganado…
El error de [Kámenev y Zinóviev] no fue que se «preocuparan demasiado» por las condiciones objetivas (y solo los niños podrían pensar que así era), sino que evaluaron incorrectamente los hechos, centrándose en los detalles sin ver lo principal: que los soviets habían pasado del acuerdismo a nosotros.

Mientras tanto, la nueva mayoría soviética contraria a los acuerdos se expresó a través de los canales soviéticos normales, alcanzando su clímax en el II Congreso de finales de octubre. De acuerdo con las reglas indiscutibles, aunque no escritas, del sistema soviético, el rechazo de la táctica del acuerdo por un Congreso soviético nacional significaba que ningún gobierno de coalición podía seguir reclamando legitimidad. El Gobierno Provisional fue sustituido entonces por un gobierno formado únicamente por bolcheviques, ya que eran el único partido que siempre se había opuesto por principio al acuerdo y, por tanto, a cualquier coalición.

Además de establecer un gobierno contrario al acuerdo y, por tanto, exclusivamente soviético, el Congreso aprovechó su breve existencia de dos días para aprobar dos decretos que pusieron a Rusia patas arriba. El decreto sobre la paz puso en marcha el proceso de paz, y el decreto sobre la tierra liquidó a los terratenientes de la nobleza como clase. Los dos decretos fueron gestos muy dramáticos, y precisamente por eso Lenin estaba decidido a anunciarlos en el propio Congreso. De hecho, eran el clímax de toda la táctica eufemísticamente llamada «explicación paciente». El mensaje bolchevique a lo largo del año argumentaba insistentemente que la táctica del acuerdo impedía un movimiento genuino hacia los objetivos esenciales de la revolución. ¿Qué mejor manera de hacer valer este argumento que plantear movimientos muy dramáticos en el mismo momento en que la táctica del acuerdo dejaba de existir?

Si miramos atrás, hacia la época de la «explicación paciente», los decretos fueron una brillante e innovadora forma de agitación teatral. Mirando hacia el futuro, fueron actos de Estado que cambiaron irrevocablemente todo el panorama político. El significado de «contrarrevolución» cambió bruscamente: ya no significaba «restaurar la autocracia», sino «deshacer la diplomacia de paz, así como el nuevo orden en el campo». ¡Buena suerte con eso! Se podría argumentar que el curso de la guerra civil se determinó durante las pocas horas en que el II Congreso estuvo reunido.

Esta forma de ver la revolución bolchevique es aburridamente sencilla. Desde el principio, los bolcheviques transmitieron su mensaje: los objetivos revolucionarios aceptados por casi todo el mundo no pueden alcanzarse mediante acuerdos, coaliciones o cualquier otra cosa que intente disimular un conflicto de clases profundamente arraigado. Los bolcheviques también anunciaron su intención de instaurar un gobierno exclusivamente soviético tan pronto como pudieran contar con el apoyo mayoritario del electorado soviético de masas, no antes, pero tampoco después. Consiguieron su mayoría, instalaron el gobierno soviético prometido y actuaron inmediatamente según sus conocidas recetas de acabar con la guerra y dar tierras a los campesinos. El ajuste bolchevique había cumplido su misión. Fin de la historia (o mejor dicho, fin de un capítulo de una historia más larga).

El lector puede extrañarse de que aún no haya mencionado el famoso «levantamiento armado» que se produjo pocas horas antes de la apertura del II Congreso. Solo hubo un auténtico levantamiento armado en 1917 y fue en febrero. Lo que ocurrió en octubre fue muy diferente: el nuevo «poder soviético» se dispuso a adquirir una necesidad vital para cualquier «poder» o vlast, a saber, un aparato coercitivo. Un vlast que no puede eliminar a sus rivales en el poder o hacer cumplir sus propias órdenes no es un vlast.

La detención del gobierno se produjo unas horas antes de la apertura del II Congreso y no unas horas después. Los mencheviques y eseristas partidarios del acuerdo aprovecharon esta «usurpación» como excusa para abandonar el Congreso con la esperanza de subvertir su legitimidad. Durante unos días existió cierta confusión sobre quién estaba dispuesto a apoyar el poder soviético y sus decretos y quién no, pero las nubes se despejaron rápidamente. Los socialistas partidarios del acuerdo se mantuvieron firmes (literalmente) por la buena razón de que siempre se habían opuesto apasionadamente por principio a un poder exclusivamente soviético, así como a las políticas aplicadas por los nuevos decretos.

Desde el punto de vista del ajuste bolchevique, el «levantamiento armado» fue un episodio importante junto a muchos otros, pero difícilmente el meollo de la cuestión. En dramático contraste, la narrativa del rearme trata el levantamiento armado como absolutamente central. Según esta interpretación de los acontecimientos, el levantamiento representa la batalla culminante de una guerra de meses dentro del partido bolchevique. El levantamiento representó el triunfo definitivo de la línea dura de Lenin y Trotsky sobre la línea blanda de Kámenev. Por tanto, el levantamiento armado tiene un profundo significado de principios.

Por supuesto, diferentes versiones de la narrativa del rearme presentan el significado del levantamiento armado de diferentes maneras. Voy a pasar por alto la versión original expuesta por Trotsky en 1924 y examinar más de cerca la versión inmensamente influyente expuesta por más de una generación de historiadores académicos estadounidenses durante la Guerra Fría y después. Según estos historiadores de gran autoridad, el II Congreso fue un fraude, una operación de cebo y engaño urdida por los bolcheviques de línea dura. ¿Cómo definía el poder soviético (según estos historiadores) el propio electorado soviético de masas? Como una «coalición socialista amplia y multipartidista» que incluía a representantes de todos los matices de la opinión socialista, desde el defensista más agresivo hasta el internacionalista más insistente. Eso es lo que querían, pero ¿qué consiguieron? ¡Un gobierno compuesto exclusivamente por bolcheviques!

Cuando preguntamos a los historiadores cómo se llegó a este perverso resultado, tienen su respuesta lista: el levantamiento armado creó tanta división artificial y rencor entre los partidos socialistas que la «política de compromiso», por lo demás atractiva, se hizo imposible. El levantamiento fue puramente el resultado de la «audacia y suerte» de Lenin, que le permitió a él y a otros pocos bolcheviques «duros» como Trotsky imponer su propia visión del poder soviético. Esta visión era profundamente ajena a la visión genuinamente «democrática» del poder soviético, supuestamente propugnada por el bolchevique Kámenev, el menchevique Mártov y el eserista Borís Kámkov; de hecho, por casi todo el mundo. Así, en la historia contada por los historiadores estadounidenses más prominentes, encontramos un claro villano: Lenin y su intransigencia sectaria.

A pesar de este sesgo anti-Lenin, la narrativa académica comparte muchos puntos clave con el relato de Trotsky que aparece por primera vez en sus Lecciones de Octubre, de 1924. En un bando encontramos a bolcheviques como Kámenev, que querían devolver el poder a los mencheviques y eseristas porque en el fondo él y los suyos estaban comprometidos con los valores democráticos «burgueses». En el otro, a Lenin y Trotsky, cuya insistencia desde arriba en un levantamiento armado condujo finalmente a una dictadura represiva de partido único. Por supuesto, Lenin y Trotsky son retratados por la tradición académica como villanos fanáticos, mientras que en la propia narrativa de Trotsky son heroicos líderes revolucionarios. Pero el solapamiento resultante en los supuestos clave explica por qué la exposición clásica de la interpretación académica —Los bolcheviques llegan al poder (1976), de Alexander Rabinowitch— es tan fuertemente respaldada por muchos trotskistas.

Tengo una serie de objeciones técnicas a esta versión de la narrativa del rearme, por ejemplo, el malentendido crucial de «homogéneo», un término clave en el discurso político de la época. Pero se me acaba el tiempo, así que me limitaré a dar un paso atrás para contemplar la escena política en su conjunto. Como de costumbre, todo el castillo de naipes se balancea precariamente sobre un retrato muy distorsionado de Kámenev. ¿Soñaba realmente Kámenev con una «amplia coalición multipartidista»? Este es el hombre que escribió un libro entero en 1911 sobre las disputas dentro de la socialdemocracia rusa titulado Dos partidos, libro en el que argumentaba que los socialistas favorables y contrarios al acuerdo no podían trabajar juntos de forma productiva en un único partido, porque estaban en lados opuestos de una línea de demarcación fundamental.

La verdad es que a Kámenev no le gustaban los socialistas favorables al acuerdo y no quería a ninguno de ellos en un gobierno soviético. La posición que los historiadores atribuyen a Kámenev y al electorado soviético de masas es realmente sorprendente: un gobierno exclusivamente soviético es ilegítimo a menos que incluya a socialistas que preferirían cortarse el cuello antes que participar en un gobierno exclusivamente soviético. Encontrar a alguien en 1917 que realmente creyera en este absurdo es realmente muy difícil. En cualquier caso, Kámenev no es uno de ellos.

Además, el tema del acuerdo seguía siendo la misma cuestión profundamente divisoria que siempre había sido. Algunos socialistas creían firmemente que cualquier coalición o acuerdo con las fuerzas burguesas era una traición a la revolución. Otros creían firmemente que no tener una coalición o acuerdo con las fuerzas burguesas era una traición a la revolución. Este enfrentamiento era la razón por la que «la política de compromiso» era un fracaso, no las maquinaciones de Lenin y Trotsky.

Como sabían todos los observadores de la época, el electorado soviético se inclinó rápidamente en contra de la táctica del acuerdo durante septiembre y octubre. La otra cara de la moneda de esta evolución era que la táctica a favor del acuerdo estaba definitivamente muerta. No se puede llegar a un acuerdo si ninguna de las partes —ni los liberales ni los soviéticos— tiene interés en él. Mientras tanto, el país se desmoronaba a un ritmo acelerado. Los bolcheviques y otras fuerzas contrarias al acuerdo tenían una respuesta a la crisis: un vlast basado en los soviets que podía hacer las cosas porque se basaba en fuerzas de clase homogéneas. Tal vez fuera una buena respuesta, tal vez una mala, pero los «moderados» partidarios del acuerdo sencillamente no tenían ni una respuesta que alguien se tomara en serio. Este hecho explica el tono pesimista, desesperanzado e impotente que surgió como una nube miasmática de gran parte de la interminable retórica del otoño de 1917.

Claude Anet, periodista francés en Rusia a lo largo de 1917, se opuso ferozmente a los bolcheviques que amenazaban con subvertir el apoyo al ejército francés que se enfrentaba a Alemania. Su reacción inmediata al nuevo gobierno bolchevique — escrita y publicada en la época— es por tanto inesperada pero muy reveladora.

Durante mucho tiempo no oímos más que quejas, lamentos y lamentaciones de nuestros amos socialistas [los moderados favorables al acuerdo]. Durante seis meses entonaron un eterno De profundis [canto fúnebre] por la revolución, en el que oímos una y otra vez las mismas palabras en diversas combinaciones: «ruina del país», «catástrofe», «puñalada a traición a la revolución».
Pero en este caso [el II Congreso], los conquistadores entonaron un canto de victoria [Anet menciona específicamente a Lenin, Trotsky y Zinóviev]. Y les vino bien. Entre todos estos interminables habladores, actuaron. Armaron el derrocamiento, golpearon mientras el hierro estaba caliente y cedieron la tribuna parlamentaria del Preparlamento y otras asambleas a los incansables charlatanes de los partidos socialistas. Hicieron su propaganda en los cuarteles y en los talleres. Hoy captan los beneficios palpables. ¡Bravo!, ¡Bravo!

En efecto, el ajuste había servido a su propósito y conducido a la victoria. Dejamos a los bolcheviques en este momento de triunfo, antes de los tormentos que estaban al acecho.

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