Este texto es una traducción adaptada del capítulo «The Ideological Crusade against Bolshevism» en Karl Kautsky and the Socialist Revolution 1880-1938, de Massimo Salvadori (Verso, 1979).
Aunque siguió participando en las luchas partidistas dentro del movimiento obrero alemán, después de 1918 las energías de Karl Kautsky se dedicaron principalmente a la polémica ideológica contra el bolchevismo. De hecho, lo que puede llamarse su «cruzada» contra la política interior y exterior del Estado soviético y sus dirigentes iba a constituir el clímax de toda la carrera política e ideológica del hombre que durante el periodo de la Segunda Internacional le había parecido a tantos intelectuales socialistas —entre ellos, el propio Lenin— el heredero teórico más legítimo de Marx y Engels.
Es bien sabido, por supuesto, que después de que Kautsky presentara en La dictadura del proletariado (que en realidad repetía argumentos que ya habían sido expuestos en Democracia o dictadura) y Terrorismo y comunismo las tesis que iban a constituir el arsenal ideológico de su polémica contra el nuevo régimen bolchevique, los dos principales artífices de la Revolución de Octubre, Lenin y Trotsky, entraron en el campo de batalla contra las posiciones de Kautsky. El primero lo hizo con su célebre obra La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918); el segundo, en su propio Terrorismo y comunismo (1920).
Como indica el propio título de la primera obra, tanto Lenin como Trotsky acusaron a Kautsky de ser un «renegado», es decir, de haber traicionado no solo las concepciones revolucionarias de Marx, sino también su propio pasado. Lenin escribió que Kautsky tenía que «recurrir literalmente a artimañas a cada paso para encubrir su apostasía» y que «el renegado Bernstein» parecía «un mero cachorro comparado con el renegado Kautsky».
Tanto Lenin como Trotsky contrapusieron al Kautsky revolucionario de Der Weg zur Macht (1909) al «renegado» posterior. Trotsky, en particular, recordó a Kautsky que en 1909 había escrito «Fueron Marx y Engels quienes formularon la idea de la dictadura del proletariado, que Engels defendió obstinadamente en 1891, poco antes de su muerte: la idea de la hegemonía política exclusiva del proletariado como la única forma bajo la cual éste puede ejercer el poder».
En realidad, al formular su caso contra Kautsky en términos de «apostasía», Lenin y Trotsky estaban hablando el lenguaje político de la lucha de partidos, y no sin considerable dificultad. Kautsky había sido, en efecto, un protagonista de la lucha teórica contra el revisionismo. El propio Lenin lo había llamado «el jefe de los revolucionarios alemanes» y había manifestado la más ilimitada admiración por el método de análisis científico de Kautsky, en el que —decía— «el método de Marx» volvía a vivir.
Por otra parte, los bolcheviques se consideraban los únicos marxistas revolucionarios consecuentes. Obligados ahora a enfrentarse tanto al pasado «revolucionario» de Kautsky como a su posición actual de implacable opositor a la Revolución de Octubre y a la táctica que había llevado a los bolcheviques al poder, trataron de «fracturar» la continuidad de su obra. En apoyo de su argumento político e ideológico, Lenin y Trotsky señalaron el hecho de que en el pasado Kautsky había sido un defensor del concepto de dictadura del proletariado y de la democracia obrera, un teórico de la necesidad de un Estado de clase y un analista de la inevitable conexión entre la guerra mundial y la revolución proletaria.
Identificando su propia concepción de la dictadura del proletariado, la democracia, el Estado y el momento y las modalidades de la revolución con el marxismo, y registrando simultáneamente la oposición de Kautsky al bolchevismo, Lenin y Trotsky respondieron a la polémica de Kautsky denunciando su supuesta «renegación», su abandono del marxismo, su liberalismo vulgar, su humanitarismo y su democratismo pusilánime. Así, según Lenin, el hombre al que antes consideraba un maestro sin parangón del método marxista se convertía ahora en un lúgubre y mediocre maestro de escuela, un filisteo que masticaba el bolo alimenticio de la vulgaridad contrarrevolucionaria.
En realidad, la base para la acusación de que había habido una «apostasía» era extremadamente frágil, si es que tenía alguna base. Pues las posiciones que Kautsky había desarrollado precisamente durante el periodo en que Lenin lo consideraba un «maestro» y el «jefe de los revolucionarios alemanes» lo conducían inevitablemente a la más aguda oposición tanto a la táctica y la estrategia de los bolcheviques en la toma del poder como a la manera en que establecieron su dictadura después de ella. Por supuesto, es indiscutible que las posiciones de Kautsky se fueron desplazando gradualmente en una dirección moderada. Pero también es innegable que este cambio se produjo en el marco de una concepción general del socialismo, la democracia y el Estado que, desde el principio (tomando el Programa de Erfurt como punto de partida fundamental), mostraba un carácter irreconciliable con la teoría de la dictadura y del Estado sobre la que actuaron los bolcheviques en 1917.
Se podía acusar a Kautsky de inmovilismo, pero no de haber abandonado las líneas fundamentales de su concepción del proceso revolucionario, de la dictadura del proletariado y del Estado socialista.
Cuando Trotsky reprochó a Kautsky que en 1909 todavía había reconocido «correctamente» la dictadura del proletariado, en realidad estaba malinterpretando una fórmula puramente verbal. Kautsky había hablado efectivamente de «dictadura del proletariado», del poder exclusivo del proletariado. Pero lo hizo en el contexto de una concepción del proceso revolucionario que difería cualitativamente de la de los bolcheviques. Para Lenin, en 1918, la dictadura del proletariado era un «poder basado directamente en la fuerza y no restringido por ninguna ley», «un gobierno conquistado y mantenido por el uso de la violencia del proletariado contra la burguesía, un gobierno que no está restringido por ninguna ley». Para el Trotsky de 1920, «el que en principio renuncia al terrorismo, esto es, a las medidas de intimidación y represión frente a la contrarrevolución armada, debe renunciar también a la dominación política de la clase obrera, a su dictadura revolucionaria».
A la luz de estas posiciones, cualquier referencia a las ideas supuestamente revolucionarias y correctas de Kautsky de 1909 se basaba en analogías puramente formales, ya que cuando hablaba de «dictadura del proletariado», Kautsky asociaba esta dictadura con una dictadura revolucionaria. ¿Qué entendía Kautsky, entonces, por dictadura del proletariado? El poder obtenido por la clase obrera mediante la conquista del parlamento, es decir, mediante el ejercicio de las libertades democráticas en competencia con todos los demás partidos; la dependencia de un gobierno puramente socialista, en cuanto a la transformación de la base social del Estado, de un parlamento que representara a todas las fuerzas políticas y estuviera controlado por una mayoría socialista; un régimen que no suprimiera los derechos políticos y civiles de los ciudadanos, dispuesto a verificar la base del consentimiento popular en elecciones periódicas y que solo utilizara la violencia contra los partidarios de la contrarrevolución que se negaran a aceptar la realidad de una mayoría socialista constituida en un gobierno legal.
Desde 1893, cuando escribió su libro sobre el «parlamentarismo», Kautsky había dejado claro que creía que el parlamento podía ser el instrumento de la dictadura tanto de la burguesía como del proletariado: que el parlamento era un organismo técnico indispensable y que la dictadura del proletariado fluía en esencia de la combinación de una mayoría parlamentaria socialista y el uso funcional de este órgano legislativo. Además, en su ensayo de 1894 Catecismo socialdemócrata, había expuesto puntos de vista sobre las funciones y los límites de la violencia de los que nunca se desvió después y que reprodujo al pie de la letra en Der Weg zur Macht.
Sean cuales sean las oscilaciones de Kautsky en direcciones radicales o moderadas, siempre se mantuvieron dentro de una concepción del proceso revolucionario demarcada por todos estos puntos, que era totalmente incompatible con la concepción bolchevique. Desde su comentario al Programa de Erfurt, Kautsky había expresado su aversión a los partidarios (como Weitling) de una dictadura de una minoría y al tipo de «socialismo de cuartel» que más tarde vería en el gobierno de los bolcheviques.
Lenin acusó a Kautsky de haber abandonado las posiciones marxistas sobre el Estado en el momento en que Kautsky se negó a reconocer la validez de los soviets como fundamento de un nuevo tipo de Estado. Pero el «renegado» Kautsky podría haber replicado, con plena justificación, que sus posiciones sobre esta cuestión seguían siendo idénticas a las que había elaborado cuando era un «maestro» del marxismo. Pues no solo en su ensayo de 1893 sobre el «parlamentarismo», sino también en La cuestión agraria, se había opuesto a la legislación directa como una utopía irrealizable en un gran Estado moderno. Y había sostenido que el socialismo no solo no podría prescindir del parlamento, sino tampoco de una burocracia centralizada y eficiente (aunque, aclaraba, esta burocracia debía estar sometida al control público y flanqueada por organismos locales autónomos sujetos a la voluntad popular directa).
En resumen, el Kautsky que lanzó la cruzada contra el bolchevismo era un Kautsky que tenía todo el derecho a rechazar la acusación de «renegado» lanzada por Lenin y Trotsky. Cuando Trotsky escribió que Kautsky, «abandonando la idea de una dictadura revolucionaria (…) transforma el problema de la conquista del poder por el proletariado en el problema de la conquista de la mayoría de los votos por el Partido Socialdemócrata en una de las futuras campañas electorales», estaba contraponiendo la imagen de un Kautsky ficticio a lo que siempre había sido el Kautsky real.
Nunca hubo nada como una «apostasía» o una «traición». Más bien se trató del enfrentamiento de dos concepciones antitéticas del socialismo.
Democracia y socialismo
El problema esencial del socialismo moderno, según Kautsky, era la cuestión de cuál era el nivel de madurez adecuado para que el proletariado superara los límites de clase de la democracia política burguesa. Kautsky estaba convencido de que en los países avanzados el capitalismo moderno había alcanzado ya el nivel de desarrollo necesario para la socialización.
Una vez que existían las condiciones económicas y sociales necesarias, y que el socialismo había adquirido su propio fundamento en una extensión suficiente de la «voluntad» socialista entre las masas, solo un «método democrático» podía dar voz a esta «voluntad de socialismo». Tomar el poder sin poner a prueba esta voluntad entre toda la población sería equivalente a dar un golpe de Estado, no a llevar adelante una revolución social. Tampoco bastaba con que la voluntad de socialismo fuera expresada únicamente por la mayoría del proletariado si este seguía siendo una minoría de la población, pues entonces, como en Rusia, el proletariado se encontraría desde el principio en condiciones extremadamente difíciles en relación con todas las demás clases sociales, sobre todo con las masas campesinas.
Si los obreros constituían una minoría, esto significaba que el nivel de desarrollo económico era insuficiente y la voluntad de socialismo en sí misma, por tanto, un mero voluntarismo abstracto. Los bolcheviques creyeron erróneamente que actuaban de acuerdo con la historia ya que habían conquistado a la mayoría del proletariado, la clase de vanguardia. Así, pensaron que podían establecer una «democracia» solo para la clase obrera, una «democracia proletaria», sin ver las implicaciones generales del hecho de que no podían obtener un consenso adecuado de todo el cuerpo de la sociedad.
El resultado fue que se puso en marcha, independientemente de cualquier voluntad, un proceso de degeneración de todo el sistema de poder bolchevique, transformando inevitablemente al proletariado en una aristocracia armada incapaz de emancipar por sí misma al resto de la sociedad. La disolución de la Asamblea Constituyente, la supresión del sufragio universal, la introducción de un sistema de ponderación diferente de los votos de los obreros industriales y de los campesinos, la elección de los máximos órganos de dirección a través de diversos niveles de sufragio indirecto, la construcción de una maquinaria burocrático-policial para controlar a la mayoría de la población, a la que se le había negado todo poder real en el sistema político, todo ello constituían pasos sucesivos en un proceso que había culminado en el «despotismo» bolchevique.
Lenin se opuso a lo que llamó el «liberalismo vulgar» de Kautsky insistiendo en que los marxistas, al abordar la cuestión de la democracia, no podían «partir de la relación entre la mayoría y la minoría» sino de «la relación entre los explotados y los explotadores». Solo partiendo de la relación entre explotados y explotadores, argumentaba Lenin, era posible entender la necesidad de una «democracia de clase» y una dictadura contra las clases enemigas. De ahí el carácter oportunista de cualquier argumento en el sentido de que la democracia era un método general para regular las relaciones entre todas las clases.
La oposición de Kautsky al planteamiento de Lenin se basaba en el argumento de que en un sistema político que pretendía no ser despótico, el carácter de un gobierno estaba determinado por las relaciones entre los que realmente gobiernan y las fuerzas sociales que son gobernadas, y por la posibilidad de verificar el grado de consentimiento que los primeros tienen entre las segundas. Dicho consentimiento, incluso cuando existía inicialmente, no se otorgaba necesariamente de una vez por todas: su expresión requería un sistema formal de control independiente de la fuerza que debía ser juzgada y controlada, es decir, el propio gobierno. Esta era para Kautsky la base de un sistema democrático.
Por el contrario, la identificación sumaria de la clase obrera con los bolcheviques y el gobierno soviético era una operación ideológica destinada a legitimar un partido gobernante sin controles democráticos mediante la falsa afirmación de que la propia clase obrera gobernaba en Rusia. Pero, ¿podía gobernar directamente una clase? La respuesta de Kautsky fue inequívoca: decir que una clase gobierna es una tontería. Una «clase puede dominar, pero no gobierna; puesto que una clase es una masa indeterminada, solo una organización puede gobernar». Lo que gobierna es un partido o una coalición de partidos. Ahora bien, «un partido no es, sin embargo, lo mismo que una clase, aunque represente principalmente un interés de clase».
«Un interés de clase», escribía Kautsky, «o incluso el interés de clase, puede ser representado de formas muy distintas por métodos tácticos diferentes». Finalmente, la relación entre las clases y los partidos aparecía en toda su complejidad cuando se recordaba que «una clase puede dividirse entre varios partidos» y que «un partido puede incluir miembros de diferentes clases». Esto fue lo que hizo posible que la misma clase dominante aspirara a un cambio en su representación gubernamental cuando su «mayoría considera que el método del partido que ha gobernado hasta ahora se ha vuelto insatisfactorio y el de su competidor más adecuado».
Solo el respeto a las reglas de la contienda entre minoría y mayoría podía satisfacer tales exigencias. Un gobierno como el de los bolcheviques, que ignoraba y ocultaba los problemas inherentes a las relaciones entre las clases y los partidos afirmando que un partido revolucionario representaba objetivamente los intereses de toda la clase obrera y, por tanto, que la propia clase gobernaba directamente a través del partido, se vio inevitablemente abocado a mistificar su propia dictadura como dictadura del proletariado.
La situación en Rusia llevó a Kautsky a la conclusión de que «la dictadura de uno solo de estos partidos ya no es, en ese caso, la dictadura del proletariado, sino la dictadura de una parte del proletariado sobre la otra». Además, la dictadura de un partido no podía afirmarse técnicamente sino apoyándose directamente en una organización que permitiera a la minoría gobernar sobre una mayoría desorganizada. Así, Kautsky declaró que la única vía disponible para los bolcheviques era la del bonapartismo: «gobernar en virtud de la superioridad de una organización centralizada sobre las masas populares no organizadas y en virtud de la superioridad de sus fuerzas armadas». El resultado inevitable de cualquier uso de la violencia organizada y sistemática para regular las relaciones sociales era una estructura cesarista que culminaba en una dictadura personal; entonces la «revolución conduce necesariamente al gobierno de un Cromwell o un Napoleón». Como dictadura minoritaria que marcha por el camino del cesarismo, la Revolución Rusa estaba asumiendo rasgos burgueses.
En opinión de Kautsky, la explicación de la génesis de la concepción de los bolcheviques de la dictadura como coerción ejercida por el partido gobernante radicaba a la vez en la forma misma de su toma de poder y en las dificultades encontradas en el ejercicio de este poder. Los bolcheviques habían podido triunfar no por su propia fuerza, sino por la ruptura del tejido social por la acción de un elemento que no era ni proletario ni socialista: la masa campesina que, en Rusia, a diferencia de los países desarrollados, constituía todavía «un elemento de rebelión». Sin embargo, los campesinos, habiendo alcanzado sus propios fines, representaban ahora una fuerza políticamente «apática». Así, favorecidos por la debilidad del Gobierno Provisional y por los efectos de la guerra, los bolcheviques habían podido tomar el poder con un golpe de Estado.
Pero tras la toma del poder, el atraso ruso se volvió contra los bolcheviques, que se encontraron con que ahora carecían de «todas las condiciones previas para la realización de sus propios objetivos». Habiendo llegado al poder sin el consenso de la mayoría, los bolcheviques tuvieron que administrarlo sin suficiente apoyo popular ni una economía moderna adecuada. Así, se vieron obligados a abandonar la vía democrática, en la que habían creído no hacía mucho tiempo, y se convirtieron en los teóricos de los métodos dictatoriales en el ejercicio normal del poder.
El bolchevismo, declaró Kautsky, se apartó del socialismo en el momento en que decidió disolver la Asamblea Constituyente e impuso, en lugar de una asamblea representativa fundada en el sufragio universal, igual, directo y secreto, una asamblea fundada en el «sufragio desigual, indirecto, público y limitado, elegido por categorías privilegiadas de obreros, soldados y campesinos». Para Kautsky, esto no solo constituía una violación de los principios democráticos universales, sino que además sumía al gobierno bolchevique en una situación irresoluble incluso desde el punto de vista de la democracia de clase. De hecho, cualquier democracia de clase era insostenible, sostenía, porque la supresión de la democracia para las clases enemigas conducía inevitablemente a la construcción de un mecanismo de control autoritario que afectaba incluso a las clases políticamente privilegiadas, dentro del cual la disidencia se consideraría una concesión a los puntos de vista no revolucionarios.
El modelo de la Comuna y el Estado soviético
En El Estado y la revolución y, posteriormente, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin había contrapuesto la democracia proletaria soviética, fundada en los principios de la Comuna de París expuestos con fuerza por Marx, a la democracia burguesa fundada en el parlamentarismo y la división de poderes. En un principio, pues, el estandarte de la Comuna-Estado se convirtió en la bandera que los bolcheviques enarbolaron contra los oportunistas y los «kautskistas».
En sus escritos contra el bolchevismo, Kautsky trató la Comuna más de una vez. Trató de demostrar que la Comuna había representado en realidad una forma de dictadura que, al estar basada en el sufragio universal y en el pluripartidismo, era completamente diferente de la dictadura de los bolcheviques, fundada en el sufragio restringido e indirecto y en el poder cada vez más absoluto de un partido único.
En el pasado, Kautsky había adoptado una actitud ambigua respecto al famoso Discurso sobre la Comuna París de Marx. Como demostraron abiertamente todos sus análisis del Estado, no estaba de acuerdo con que hubiera que «destruir» el Estado burgués, como exigía Marx, ni con que hubiera que abolir el sistema parlamentario para fusionar los poderes legislativo y ejecutivo, ni con que hubiera que desmantelar la burocracia como aparato organizado profesionalmente. Pero nunca había tratado abiertamente el contraste entre sus propias posiciones y las de Marx, pasando en silencio sobre la incompatibilidad de las dos direcciones de pensamiento, la de Marx y la suya. En efecto, desde finales del siglo XIX (cuando Engels aún vivía) hasta la Primera Guerra Mundial, Kautsky había practicado una especie de revisionismo sobre la cuestión del Estado que nunca recibió una expresión teórica sistemática.
En el curso de la crisis de posguerra en Alemania, Kautsky utilizó las tesis de Marx sobre la Comuna de forma parcial y funcional, para servir a sus propios fines (los bolcheviques hicieron lo mismo, aunque con fines opuestos). Lo que había que «destruir», decía Kautsky, no era el Estado parlamentario, sino los restos del Estado absolutista, para alcanzar el pleno parlamentarismo de la república democrática. Cuando los bolcheviques citaron la Comuna como justificación de la estructura del Estado soviético, Kautsky destacó polémicamente los aspectos democrático-pluralistas de la dictadura de la Comuna. Más tarde, denunció lo que llamó las «tesis anticuadas de Marx» sobre la abolición del parlamentarismo y la división de poderes. Y, para justificar sus argumentos, Kautsky se valió de la crisis del sovietismo.
La realidad histórica había demostrado a los propios bolcheviques, argumentaba, que el Estado-Comuna no podía funcionar; esta misma imposibilidad había conducido a una dictadura ultracentralizada, en total contradicción con la Comuna. El ultrademocratismo, decía, una abstracción que nunca fue ni pudo ser una realidad, había allanado el camino al despotismo absoluto. La ilusión de que podía abolirse cualquier impedimento al control popular completo del Estado había conducido en realidad a la abolición de cualquier medio de control sobre el mismo Estado.
Kautsky afirmaba que aunque en 1875 Marx había escrito que había una época de transición «entre la sociedad capitalista y la comunista» que «no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado», esta afirmación debía compararse con lo que había dicho sobre el contenido de dicha dictadura en 1871. Entonces, al describir el régimen político de la Comuna, había hablado de un «gobierno de la clase obrera» fundado en el «sufragio universal» y, por tanto, en la pluralidad de organizaciones que implicaba necesariamente el sufragio universal.
Pero un partido que prescinde del consentimiento popular solo puede basar su dictadura en fuerzas militares leales. Para mantenerse en el poder debe reducir todas las fuerzas sociales a un estado de «completa apatía o completo desánimo», o bien prepararse para suprimir una oposición activa a la que no le quede otra alternativa que la revuelta o la lucha de guerrillas. Una dictadura de este tipo «reproduce perpetuamente la guerra civil y está en continuo peligro de ser derrocada». Incapaz de dar cabida a cualquier posición que no sea una expresión inmediata e instrumental de su propio poder, el régimen bolchevique trató de anular un principio dialéctico de toda la vida social, política e intelectual, la regla revolucionaria de que lo «nuevo» comienza siempre como una minoría.
Esta era, pues, la diferencia fundamental entre la experiencia de la Comuna y la de la URSS, que hacía que la apelación de los bolcheviques a 1871 fuera puramente instrumental. En efecto, escribió Kautsky, «la Comuna de París fue superior a la República de los Soviets en un aspecto esencial: fue la obra de todo el proletariado. Todas las tendencias del socialismo participaron en ella, y ninguna se mantuvo al margen o fue excluida de ella. El partido socialista que gobierna hoy en Rusia, por el contrario, llegó al poder luchando contra todos los demás partidos socialistas y ejerce su gobierno mediante la exclusión de los demás partidos socialistas». En la Comuna nunca se puso en duda que «el poder supremo estaba en manos de los elegidos por sufragio universal». De hecho, la Comuna era tan democrática que algunos la veían como «una capitulación ante el anarquismo».
En 1921, en polémica con Trotsky, Kautsky escribió: «¿Cómo pueden los bolcheviques reclamar hoy lealtad a la Comuna de París y al Marx de 1871?». Para los bolcheviques, decía, la referencia a la Comuna tenía una función puramente táctica: significaba la necesidad de destruir el viejo aparato estatal. No tenía ningún valor estratégico, como modelo para la reconstitución de un nuevo aparato estatal. Anarquistas en su primera fase, en su segunda los comunistas se convirtieron en fieles herederos del «rusismo», los vástagos ilegítimos del despotismo zarista contra el que se habían rebelado:
La Comuna y Marx exigieron la abolición del antiguo ejército y su sustitución por una milicia. El gobierno soviético comenzó con la disolución del antiguo ejército, pero luego creó el Ejército Rojo, una de las fuerzas militares más fuertes de Europa. La Comuna y Marx exigieron la disolución de la policía estatal. La República Soviética se limitó a disolver la antigua policía para construir el nuevo aparato de la Cheka, una policía política con poderes más amplios, menos limitados y más duros que los del bonapartismo francés o el zarismo ruso. La Comuna y Marx exigieron la sustitución de la burocracia estatal por funcionarios elegidos por el pueblo mediante sufragio universal. La República Soviética ha destruido la vieja burocracia zarista, pero en su lugar ha erigido una nueva burocracia, igualmente centralizada, con poderes aún más amplios que su predecesora, ya que ahora regula toda la vida económica y, por tanto, controla no solo la libertad, sino incluso la subsistencia de la población.
Solo en un aspecto los bolcheviques se mantuvieron fieles a la Comuna: en su unificación de los poderes legislativo y ejecutivo, que trataron como un potente instrumento de su dictadura, pero que difería de la Comuna incluso en este aspecto, ya que los poderes unificados de la Comuna descansaban en la representación popular elegida por sufragio universal.
En conclusión, sostenía Kautsky, los bolcheviques, tras utilizar el ejemplo de la Comuna durante una primera fase para destruir el viejo aparato estatal y sustituir el parlamentarismo, lo habían abandonado totalmente en una segunda fase, acercándose en la construcción de su propio Estado al modelo bonapartista y al gobierno burocrático. Después de ceder de forma oportunista al radicalismo de las masas atrasadas (ya que este radicalismo sirvió para disolver el viejo orden), se enfrentaron entonces a tareas que estas masas atrasadas eran incapaces de resolver en un proceso de reconstrucción. A partir de ahí, encadenaron la libertad de movimiento de estas masas y suprimieron cualquier forma de democracia, delegando la solución de las tareas que las fuerzas revolucionarias eran incapaces de abordar por su inmadurez a un aparato supercentralizado alejado de las normas de cualquier tipo de socialismo.