«Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas fuera de las categorías del tiempo y del espacio» (Antonio Gramsci, Nuestro Marx)
«El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir donde ha sido marxismo— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido» (José Carlos Mariátegui, En defensa del marxismo)
Pese a su persistente militancia revolucionaria, el legado del pensamiento de Antonio Gramsci en Chile se ha visto circunscrito de manera temprana al proceso de la llamada renovación socialista, que dibujó un boceto de un intelectual en oposición a Lenin y en última instancia alejado de cualquier perspectiva de una sociedad socialista. En este ensayo buscamos entregar algunos puntos que contribuyan a revertir la operación político-intelectual de la renovación socialista que significó vaciar a Gramsci de su marxismo estratégico de carácter leninista que, en última instancia, terminó despojándolo de su marxismo.
El legado, recepción y traducción de Antonio Gramsci no ha dejado de llamar la atención de quienes se han ocupado de pesquisar la obra del comunista nacido en la meridional isla de Cerdeña. En América Latina[1], la influencia de Gramsci se manifestó tempranamente en Argentina. Gracias a Héctor Agosti, los cuadernos temáticos fueron traducidos y publicados tan pronto que pasaron inadvertidos para intelectuales como Eric Hobsbawm o Perry Anderson, quienes atribuyeron a la edición inglesa la difusión de Gramsci fuera de Italia[2].
Si bien en Chile no tuvimos gramscianos de la talla de José Aricó o Carlos Nelson Coutinho, ni tampoco trabajos político-editoriales como Pasado y Presente, ya se conocía la figura de Gramsci en algunos círculos militantes y su obra arribó a través de la influencia argentina. También marcaron un precedente los esfuerzos editoriales de Siglo XXI, que publicó la Antología (1970) preparada por Manuel Sacristán y de la editorial criolla Nascimiento, que en 1971 lanzó un libro titulado Maquiavelo y Lenin, con una primera edición en 1971 y una segunda en 1972. Aquel libro, prologado por uno de los tempranos y sistemáticos lectores de Gramsci en suelo nacional, Osvaldo Fernández, se construyó en base al cuaderno temático titulado Cuadernos de la cárcel: notas sobre Maquiavelo, sobre política y el Estado moderno[3].
Como se sabe, no fue sino hasta 1975 que vio la luz, bajo la dirección y edición crítica de Valentino Gerratana, los Cuadernos de forma tal y cual el propio Gramsci los escribió, es decir, ya no mediados por una ordenación temática sino que cronológica. Esto dio un nuevo impulso global a los estudios inspirados en su figura —cuestión que hasta el día de hoy goza de excelente salud a lo largo y ancho del globo como lo demuestran los programas de historia, ciencia política, sociología, antropología y estudios internacionales en las distintas academias del mundo—, llegando su traducción al español, en seis tomos, de la mano de Ana María Palos y la editorial Era en México (libro de difícil acceso en Chile, situación que viene a ser revertida recientemente con la nueva colección de Akal en tres tomos).
En este contexto, es importante destacar una lectura particular de Gramsci en Chile, mediada por una operación político-intelectual liderada por la renovación socialista[4]. Influenciados por el debate eurocomunista en Italia, Francia y España, la crisis del marxismo y los «socialismos reales», y una lectura crítica y derrotista del proceso de la «vía chilena al socialismo», los intelectuales de la renovación hicieron uso —para utilizar el recurso de Portantiero— de la obra de Gramsci con el propósito inicial de llevar adelante una compatibilización de la democracia y el socialismo. Esta operación, que consistió en escindir a Gramsci de Lenin, terminó por derivar en un abandono no solo del marxismo vulgar y dogmático, sino del marxismo en general y en definitiva de su proyecto político estratégico de nueva sociedad: el socialismo.
¡Qué duda cabe! Las izquierdas a nivel global nos encontramos aún afectadas por lo que el militante revolucionario Daniel Bensaïd denominó un «eclipse de la razón estratégica». Durante la década del ochenta del «corto siglo XX», este eclipse devino en una crisis de carácter tripartito: crisis del marxismo, crisis de la estrategia de las izquierdas y crisis del sujeto de la revolución. Esta tuvo su punto más álgido con la caída del Muro de Berlín, situación que en nuestro país se sincronizó con el fin (pactado) de la dictadura civil-militar y el estreno de una eterna transición democrática que consagró el duopolio político que dio continuidad a la obra pinochetista (neoliberal).
El eclipse de la razón estratégica —nombrado así puesto que el debate sobre la estrategia política quedó sumergido bajo los escombros del Muro de Berlín— tuvo su expresión política en dos corrientes dentro de las izquierdas: una que se negó a realizar la necesaria readecuación táctico-estratégica y optó por profundizar y acelerar la lucha armada, perdiendo sus vínculos sociales, siendo prontamente reprimida y desarticulada en el primer lustro de los años noventa. La otra, anteriormente descrita bajo el rótulo de renovación socialista y sobre la cual nos concentraremos en este artículo, llevó a cabo un proceso de renovación político-intelectual que hizo entrar por la puerta ancha a la democracia (liberal) y terminó sacando de forma soterrada y escondida por la ventana el socialismo.
El Gramsci de la renovación socialista
El proceso de renovación socialista no tuvo un carácter lineal, en el cual las bases proyectuales, las fuentes teóricas y las definiciones programáticas estuvieran definidas desde un comienzo, grabadas en piedra. Este fue un proceso de ruptura, cambio y de redefiniciones teóricas y prácticas terminó por significar una revolución copernicana en la identidad socialista chilena. Este cambio, que se irradió más allá de las fronteras del Partido Socialista, se fraguó en un contexto alimentado por factores nacionales e internacionales.
En el plano local, la derrota de la vía chilena al socialismo de Salvador Allende comenzó a interpretarse más como un fracaso que como una derrota causada por el bloque insurreccional[5]. Es decir, el fracaso que se habría producido por el «empate catastrófico» entre las tendencias al interior de la Unidad Popular, evitó la conformación de un aún más amplio bloque democratizador en conjunto con el centro político. La posterior represión política a la que se vio sometido el conjunto de los partidos opositores a la dictadura de Pinochet, y su subsecuente violación generalizada de los derechos humanos, profundizó así la crítica lo que derivó en un cambio epistemológico y político que buscó compatibilización del socialismo y la democracia[6]. Esta visión derrotista de la Unidad Popular contrasta con el espíritu gramsciano de los Cuadernos, los que al decir de Adolfo Sánchez Vásquez constituyen «un pensamiento no derrotista de la derrota»[7].
En el plano internacional, el debate de la renovación socialista se sincronizó con el eurocomunista y la posterior crisis de los «socialismos reales» y el marxismo. La cercanía de intelectuales y dirigentes políticos de la renovación con los Partidos Comunistas de Europa occidental, en particular de Italia y su dirigente Enrico Berlinguer, jugó una suerte de intercambio dialéctico entre estas tendencias. El debate eurocomunista se nutrió de la experiencia criolla de la «vía chilena al socialismo» como una manera de advertir la necesidad de la necesidad de impulsar un nuevo «acuerdo histórico» que involucrara a las fuerzas democráticas y progresistas.
Los renovados locales sacaron sus propias conclusiones de este debate y adoptaron la crítica a los «socialismos reales», la revalorización de la democracia realmente existente, así como la política del acuerdo histórico, la cual devino en el estrechamiento de sus lazos con la Democracia Cristiana, formando el esqueleto de la futura coalición de gobierno de la postdictadura, la Concertación de Partidos por la Democracia.
Al calor de este contexto nacional e internacional es que la figura de Gramsci fue apropiada por los intelectuales de la renovación. No resultaba extraño puesto que desde el propio debate eurocomunista ya se había utilizado a Gramsci como un vehículo de ruptura con las posiciones marxistas-leninistas, criticadas profundamente por la renovación. Para Peter D. Thomas los comunistas de la Europa occidental habían hecho una rescate y defensa de Gramsci «como teórico de la modernización y el desarrollo» (y que supuestamente sirvió de justificación para varios «compromisos históricos a partir de la década del 70)»[8], abandonando así el horizonte estratégico socialista e invocando diversas tesis políticas que eran diametralmente opuestas al propio Gramsci[9]. Para es operación político intelectual era clave cortar aguas entre Gramsci y Lenin.
Esta lectura fue replicada por la renovación socialista, cuyos intelectuales comenzaron al revolucionario italiano leer bajo las circunstancias anteriormente descritas. Por ejemplo, en Roma el grupo de Jorge Arrate, Raúl Ampuero, Homero Julio, José Antonio Viera-Gallo, Julio Silva Soler y José Miguel Insulza estrechó sus «lazos con el PCI y Berlinguer, y se nutre principalmente del pensamiento de Antonio Gramsci»[10], produciendo una profunda huella en la lectura de la renovación. Tomás Moulián señala que «sin el eurocomunismo o, más en general, sin el aporte del marxismo italiano nuestra reflexión quizás hubiese seguido otros caminos». Arrate indica por su parte que, «empecé a leer a Gramsci en Roma y terminé en Berlín», a quien consideraba un «anti-Lenin»[11], lo que también era compartido por Norbert Lechner para quien “el enfoque gramsciano facilita una salida al encierro leninista y amplía la mirada para abarcar tanto al Estado como a la sociedad civil»[12]. Esto mismo expresó Moulián en una de sus clásicas obras escrita al calor del debate de la renovación, Democracia y socialismo, donde indicó que «en Italia la enorme renovación teórica del marxismo, alimentada por la obra precursora de Gramsci, original en el terreno del análisis de la “superestructura”»[13].
Como dice Faleto, el uso de Gramsci pasó de ser leninista a otro invocado en clave democrática y antileninista[14], lo cual, lejos de propiciar una lectura heterodoxa de ciertos conceptos gramscianos, terminó por reducirlos a una expresión de pobreza analítica como política. Este fue el caso de «hegemonía», la cual «fue reinterpretada como construcción de mayoría y la democracia como la posibilidad de expresión de esta y por cierto con la aceptación de sus procedimientos (…) la noción de hegemonía pasó a estar muy cerca del tema de la formación de consensos»[15].
Esto tuvo su correlato en un estrechamiento de la praxis política la cual terminó acotada «a la reconstrucción de la democracia en su carácter formal (…) Sucede que la revalorización de la dimensión política de la democracia (dicho, en otros términos, la revalorización de la democracia en tanto régimen específicamente político o procedimental) constituyó para los cientistas sociales adscritos al campo de la renovación una de las principales lecciones del período autoritario»[16]. La consideración de la democracia presentada por la renovación socialista como desde su dimensión procedimental «limitó su actuar al plano netamente electoral, además de reducir la actividad política a una elite especializada, como ocurrió en el gobierno de transición y en todos los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia»[17]. Esta simplificación de la política no pasó desapercibida para el propio Gramsci en su época, quien señaló:
La fortuna de la sociología se coloca en relación con la decadencia del concepto de ciencia política y arte de la política, acaecida en el siglo XIX. Lo que hay de realmente importante en la sociología no es más que ciencia política. «Política» deviene sinónimo de política parlamentaria o política de camarillas personales. La convicción de que con las constituciones y los parlamentos se habría iniciado una época de «evolución» que sería «natural»; que la sociedad habría encontrado sus fundamentos definitivos al ser estos racionales.[18]
La praxis política de la renovación socialista quedó así reducida a una democracia política formal y procedimental que transformó a sus cuadros en políticos de Estado que debían cargar la responsabilidad de no tensionar ni profundizar la democracia social en pos de la gobernabilidad y la estabilidad institucional heredada de la dictadura. Esto se expresó en lo que del dirigente comunista denominó como un excesivo, y por tanto superficial y mecánico realismo político, entendido como la afirmación de que «el hombre de Estado debe operar solamente dentro del ámbito de la “realidad efectiva”, no interesarse por el “deber ser”, sino solo en el “ser”. Esto significaría que el hombre de Estado no debe tener perspectivas que vayan más allá de la longitud de su propia nariz»[19].
La operación consistió en utilizar a Gramsci como un elemento de ruptura con Lenin, lo que terminó por despojar al primero de su horizonte estratégico socialista. Era un Gramsci de los acuerdos históricos y de la gobernabilidad, pero un Gramsci sin revolución, es decir, sin marxismo.
Gramsci, estratega del socialismo
En este sentido, la operación político-intelectual que planteamos es inversa a la de la renovación socialista, puesto que no busca escindir a Gramsci del marxismo ni de Lenin. Pensar en Gramsci «con Lenin integrado» no solo es necesario por la atención que este mismo puso en el líder bolchevique —como nos muestra Peter D. Thomas en su profundo estudio The gramscian momento— sino que también pensarlos en conjunto significa pensarlo como un estratega que piensa y actúa conforme a la derrota del capitalismo. El énfasis puesto por diversas lecturas en la preocupación de Gramsci, genuina por cierto, acerca de los elementos culturales que permitan ganar las mentes y corazones de las personas, transformando su sentido común, creando una voluntad colectiva que se traduzca en una dirección intelectual y moral de la sociedad a través de una estrategia de «guerra de posición», ha generalmente obviado, de manera intencionada, el momento leninista de Gramsci, aquel del golpe certero y de derrota al Estado capitalista («guerra de movimiento»). Como señala Álvaro García Linera,
la inclinación leninista por una «guerra de movimientos» (como la definía Gramsci), no es una particularidad en «oriente» con una débil sociedad civil, sino una necesidad común frente a cualquier Estado del mundo, que en el fondo no es más que una condensación de correlación de fuerzas entre las clases sociales. La estrategia revolucionaria radica saber en qué momento del proceso se aplica la «guerra de movimientos» y en qué otro la «guerra de posiciones»; el punto es que una no puede existir son la otra.[20]
Esto encuentra no solo valor y vigencia al calor de la propia experiencia histórica que analiza el ex vicepresidente del Estado plurinacional boliviano (más allá de los derroteros de esta en el último lustro), sino que también se liga a la reflexión de Gramsci con relación a la pugna entre el conde de Cavour y Giuseppe Mazzini, dos figuras del Risorgimento italiano. Dice Gramsci a este respecto «en la pugna Cavour-Mazzini, en la que Cavour es un exponente de la revolución pasiva-guerra de posiciones y Mazzini lo es de la iniciativa popular-guerra de maniobras, ¿no son ambos indispensables en la misma y exacta medida?»[21].
Pareciera, y no sin razón, que las cuestiones sobre las estrategias y el poder quedaron vedadas para la izquierda revolucionaria del siglo XXI. Con timidez, algunas corrientes, también inspiradas en Gramsci —y con notables parecidos en su lectura con el proceso de renovación socialista, partiendo por la escisión Gramsci-Lenin— nos recomendaban un abandono de la política de clases, limitando nuestra perspectiva estratégica a una radicalización de la democracia liberal, teniendo siempre la precaución de no romper con el Estado capitalista[22]. Desde otro lugar, se nos lanzaban cánticos de sirena que nos convidaban subirnos al barco de la ilusión social de cambiar el mundo sin tomar el poder, puesto que cualquier pretensión transformar la sociedad tomando en consideración el Estado era irremediablemente una estrategia destinada al fracaso[23]. Así, se nos fue despojando no solo de nuestra matriz de análisis marxista, sino también del proyecto político socialista asociado a este, perdiendo de vista toda perspectiva estratégica que buscara superar el capitalismo.
Urge retomar el debate estratégico y la perspectiva de poder, cuestión medular en la obra gramsciana, aunque ello signifique que vayamos a contrapelo de la teleología liberal de la democracia capitalista como punto cúlmine de la historia, porque ¿qué es sino la política revolucionaria de tornar posible lo imposible? «A nuestra escala, y en vista de los plazos, plantearse la cuestión del poder puede parecer un poco ridículo, incluso algo lleno de peligros y de ilusiones megalómanas. Pero es también una cuestión fundamental de mentalización: tomarse a sí mismo en serio para ser tomados en serio, sentirse responsable sin dejar de ser modesto»[24].
Pensar el elemento de ruptura con el orden capitalista es pensar la cuestión de la estrategia socialista y esta es indisociable de la cuestión del partido. Según Bensaïd, no hay victoria sin estrategia, pero tampoco hay estrategia sin partido. El partido debe convertirse en un operador «estratégico capaz de asir el momento propicio, organizar si así se requiere una retirada en buen orden, tomar la iniciativa del contraataque y pasar a la ofensiva, decidir en relación con los flujos y reflujos de la lucha de clases». Por supuesto, Bensaïd no nos habla de un partido blanquista o de conspiración, sino de uno con vocación de construcción popular, dado que aquello constituye una tarea tanto de táctica como de estrategia para toda organización revolucionaria que no quiera sortear los peligros de propiciar «una revolución sin revolución» —según la frase de Gramsci—, es decir, sin iniciativa popular. «Lo que permite decidir y actuar no es una mera acumulación pasiva de fuerzas y la educación de los dirigentes del partido por sí misma, es la calidad de los lazos tejidos con el movimiento social, y la legitimidad política y moral de su dirección»[25]. Esto nos permite evitar vernos arrastrados tanto por la «ilusión de la política» como por la «ilusión de lo social».
El partido, en dicho sentido, tiene que apuntar a una socialización de la política, como a una politización de lo social. Esto no constituye una «sobre lectura» de los Cuadernos ni de Gramsci, como demuestran sus reflexiones dedicadas a tratar la cuestión del moderno príncipe (el partido político) y la función de los intelectuales al interior de este. Formar una nueva imaginación socialista como eje estratégico, impulsados por la plataforma política de aunamiento de una voluntad colectiva como lo es el partido, significa ir más allá de los límites que nos impone la forma hegemónica de la política, la realpolitk. Como nos recuerda José Carlos Mariátegui, la famosa frase de Lenin de que «sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, y viceversa», era una denuncia a «la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por atender sólo a las circunstancias presentes»[26].
De esta forma, retomar el vínculo de Gramsci con Lenin (cuestión propuesta por una serie de intelectuales socialistas[27]), y por cierto con el proyecto político estratégico del marxismo, el socialismo, no significa reducir al intelectual sardo a una marioneta de ventrílocuo manejada por el autor del Estado y la revolución. Por el contrario, pensar este vínculo significa retomar el horizonte estratégico de ruptura con el orden capitalista y su condensación de forma estatal al calor de nuestra propia experiencia histórica y en nuestro propio momento de la lucha de clases[28]. Significa, además, retornar a las discusiones sobre la organización adecuada y su inserción en el campo popular, para desde allí construir alianzas sociales amplias que sostengan alianzas políticas en una perspectiva hegemónica que busque la transformación del sentido común neoliberal. Esto será resultado de un extenuante análisis de la situación concreta, acompañada de una aún más prolongada praxis política que establezca como criterio táctico y estratégico el vínculo de la organización con el campo popular y las clases subalternas, transformando el modo de hacer y concebir lo política. No será ningún calco, ni ninguna copia, sino una creación heroica.
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Lo que alentamos no es a que los Cuadernos sean estudiados y reproducidos como una especie de manual político. Esto no solo que sería sumamente dificultoso, sino que además iría contra la idea creadora e imaginativa del propio Gramsci, el cual expresó su crítica los intentos toscos de transformar la filosofía de la praxis en un conjunto de recetas, como se puede apreciar en la nota del Cuaderno 8 sobre la «Reducción de la filosofía de la praxis a una sociología». Para él, el libro del Príncipe de Maquiavelo destacó justamente por no ser un tratado «sistemático, sino un libro “viviente”, en el que la ideología se convierte en “mito”, o sea “imagen” fantástica y artística entre la utopía y el tratado erudito (…) El proceso para la formación de la voluntad colectiva no se presenta a través de una pedante disquisición sobre los principios y criterios para un método de acción, sino como cualidades y deberes de una personalidad concreta, que hace actuar la fantasía artística y suscita la pasión»[29].
Es decir, la lectura gramsciana tiene que ser alentada al calor de la situación histórica concreta en que nos encontramos, de forma imaginativa y mítica, pero sin perder el norte estratégico que apunta a un futuro postcapitalista de carácter socialista. Tal como nos decía el filósofo cubano Fernando Martínez Heredia, la lectura de Gramsci promueve el interés en un trabajo intelectual que inquiere y profundiza en contraste con las simplificaciones históricas y las prácticas políticas asociada a ellas[30].
A la luz de estas páginas debemos decir que la renovación socialista no fue obra de una conspiración de intelectuales anticomunistas que escogieron a uno de los mayores revitalizadores del pensamiento marxista del siglo XX con el fin de domesticarlo, despojándolo de su horizonte estratégico. Su operación político-intelectual fue más bien alentada por un espíritu político-práctico que hizo lectura de la obra gramsciana de «modo fragmentado, sacando de él solo partes que parecieron ser útiles al momento político que se vivía».
Dentro de la utilidad, no cabían Marx, ni Lenin ni el socialismo, razón por la que aquí hemos alentado una recuperación del horizonte estratégico gramsciano, en conjunción con sus propios elementos de ruptura con el Estado capitalista, sin por ello dejar de comprender que la traducción de ello a nuestros tiempos solo puede ser obra de un imaginativo y creador debate de carácter socialista, que no aliente a falsos aventurismo, como tampoco a paralizantes quietismos derivados de una concepción reducida de lo político. Todo esto no supone un abandono de la bandera de la democracia, la cual, en su concepción amplia, vale decir, social, cultural, política y económica debe volver a ser patrimonio de la izquierda y el marxismo. La democracia concebida en esta acepción ampliada constituye una verdadera propuesta anticapitalista[31].
El carácter fragmentario de la producción gramsciana sin duda alimentó las más variadas interpretaciones de sus ideas, pero pareciera que la existencia de un mínimo común debiese ser un antídoto a la luz de lecturas que han destacado más que por su profundidad y sistematicidad, por su nivel de instrumentalización, despojando al preso de la cárcel fascista de su proyecto político revolucionario. Este mínimo común es el que nos indicó, en su temprano estudio sobre el Gramsci de la renovación, Enzo Faleto, cuando dijo: «opino que el pensamiento de Gramsci adquiere todo su significado cuando no se le despoja de su visión de futuro y éste para él era el socialismo, a pesar de lo problemático que tal futuro pueda parecernos ahora»[32].
Nuestro Gramsci difiere de aquel pregonado por la renovación socialista; no es el Gramsci de los acuerdos históricos, ni tampoco el de la radicalización de la democracia liberal. Es el Gramsci de la estrategia socialista en ruptura con el orden capitalista, un Gramsci con Lenin integrado.
Notas
[1] Revisar: Portantiero, Juan Carlos. Los usos de Gramsci. México: Cuadernos del Pasado y Presente, n° 54, 1977. Coutinho, Carlos Nelson. Introducción a Gramsci. México: Editorial Era, 1986. Aricó, José. La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina. Buenos Aires: Puntosur, 1988.
[2] Se conoce como cuadernos temáticos la obra editorial llevada adelante en Italia, bajo la influencia de Palmiro Togliatti que publicó seis cuadernos de Gramsci bajo ejes temáticos. La traducción de estos fueron los primeros en publicarse en América Latina. La editorial Lautaro del Partido Comunista Argentino, que ya había publicado en 1950 las Cartas desde la cárcel de Gramsci (la edición italiana era de 1947), editó la obra conocida como el Materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce en el año 1958, solo una década después de la edición italiana de Einaudi. Hasta 1962 dicha editorial publicó, junto al libro mencionado, Los intelectuales y la organización de la cultura; Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno; Literatura y vida nacional. Posteriormente, se completó la publicación de los cuadernos temáticos en México a través de Juan Pablos Editor con El Risorgimento (1977) y Pasado y presente (1980). Esto, por supuesto, es contrario a la percepción de quienes han planteado que la recepción de Gramsci se dio a través de su edición en inglés, mostrando la ignorancia asimétrica (Chakrabarty) con hálito eurocéntrico: Maccaferri, Marzia, La difusión de Gramsci en el mundo anglófono, Jacobin. Hobsbawm, Eric. «Gramsci», en: Cómo cambar el mundo. Barcelona: Crítica, 2011, p .320. Anderson, Perry. Los herederos de Antonio Gramsci, New Left Review, n° 100, septiembre-octubre 2015.
[3] Para un itinerario de Gramsci en suelo nacional ver: Massardo, Jaime. «Gramsci en Chile. Apuntes para el estudio crítico de una experiencia de difusión cultural», en: Gramsci en Chile. Santiago: LOM, 2012. Aquí Massardo señala que las primeras referencias a Gramsci en el país llegan de la pluma de José Carlos Mariátegui en su libro En defensa del marxismo. Debemos decir que esta referencia es solo superficial: «el equipo del Ordine Nuovo de Turín, asumió la empresa de dar vida en Italia al Partido Comunista, iniciando el trabajo político que debía costar bajo el fascismo, a Gramsci, Terracini, etc., la condena a veinte o veinticinco años de prisión». Existen otro tipo de referencias a Gramsci y su genio en la obra del Amauta: «Se destacan en el estado mayor comunista el ingeniero Bordiga, el abogado Terracini, el profesor Graziadei, el escritor Gramsci» (La escena contemporánea). «L´Ordine Nuovo es el diario del Partido Comunista. Está dirigido por dos de los más notables intelectuales del partido: Terracini y Gramsci» (Cartas de Italia). Todas estas referencias en Mariátegui, José Carlos. Mariátegui total. Tomo I. Lima: Amauta, 1994. Si bien estas anotaciones son marginales, no deja de tener razón Osvaldo Fernández —quien realizó la introducción a la publicación nacional de Gramsci de Maquiavelo y Lenin— al señalar que, en América Latina, Mariátegui piensa y actúa como alma gemela de Gramsci. En un interesante artículo de Marco Álvarez se rastrea la visita de Héctor Agosti a Chile en el marco de la Escuela Internacional de Verano de la Universidad de Concepción del año 1962, donde Álvarez señala que además de la visita a la ciudad que fungió como el bastión principal del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (a propósito que su artículo trata sobre el uso de Gramsci por parte de Miguel Enríquez, dirigente histórico del MIR), también se reunió con la dirigencia del Partido Comunista de Chile en Santiago. Álvarez, Marco. Gramsci en el Biobío, El ejercicio de pensar. Boletín del Grupo de Trabajo Herencias y perspectivas del marxismo, n° 4, agosto-septiembre de 2020.
[4] Este proceso estuvo lejos de circunscribirse a solo el Partido Socialista, sino que también involucró a variopintos intelectuales de otras organizaciones de izquierda como el MAPU y la Izquierda Cristiana y que tuvo diversas expresiones orgánicas, intelectuales e incluso geográficas, y terminó por significar, según Juan Navarro, «un proceso de profunda reestructuración teórica y política, a nivel de cúpula y la intelectualidad del partido, estuvo caracterizada por el surgimiento de dos procesos políticos paralelos, por un lado encontramos la reestructuración teórica y por otro lado la reestructuración del partido en torno a estas fuerzas políticas». Navarro, Juan. La renovación del Partido Socialista, 1979-1990, Divergencia, n° 7, agosto-diciembre de 2016, p. 15.
[5] Sobre la composición de este bloque insurreccional compuesto por capas medias, gremios empresariales, medios de comunicación, derecha y centro político (Partido Nacional y Democracia Cristiana), fuerzas armadas y los Estados Unidos, ver: Corvalán Marquez, Luis. Del anticapitalismo al neoliberalismo en Chile. Santiago: Sudamericana, 2001.
[6] El clima político e intelectual que imperaba al momento de la renovación socialista ver: Lechner, Norbert. De la revolución a la democracia, Sociología, vol. 1, n° 2, 1986. Barros, Roberto. Izquierda y democracia: Debates recientes en América Latina, Cuadernos Políticos, n° 52, octubre-diciembre de 1987. Walker, Ignacio. Un nuevo socialismo democrático en Chile, CIEPLAN, n° 24, junio de 1988. Durán, Carlos. Transición y consolidación democrática. Aspectos generales, CLACSO. Moulian, Tomás. Contradicción del desarrollo político chileno 1920-1990. Santiago: LOM, 2009. En específico el apartado titulado «Un marxismo metodológico: la renovación socialista». Moyano, Cristina. El MAPU durante la dictadura. Saberes y prácticas políticas para una microhistoria de la renovación socialista en Chile. Santiago: Universidad Alberto Hurtado, 2010. Navarro, Op. Cit., Perry, Mariana. Exilio y renovación. Transferencia política del socialismo chileno en Europa Occidental, 1973-1988. Santiago: Ariadna, 2020. Para una lectura desde la derecha, que desdeño el proceso de renovación socialista calificándolo como «una mera fase, ya por terminar, dentro de la rearticulación de izquierda de siempre: marxista», ver: Benavente, Andrés. La renovación socialista: un mito contemporáneo.
[7] Sánchez, Adolfo. De Marx al marxismo en América latina. México D.F: Itaca, 1999, p. 99.
[8] Thomas, Peter. Gramsci y lo político. Dossier Gramsci, Jacobin América Latina.
[9] Thomas, Peter. The gramscian moment. Philosophy, hegemony and Marxism. Leiden-Boston: Historical Materialism, 2009, p. 46.
[10] Walker. Op. Cit., p. 14.
[11] Ibíd., p. 15.
[12] Lechner, Norbert. La (problemática) invocación de la sociedad civil, Perfiles Latinoamericano, vol. 3, n° 5, 1994, p. 134. Aquí Lechner sigue la polémica lectura de Norberto Bobbio sobre Gramsci. Bobbio había levantado una gran polémica cuando en el Congreso de Cagliari de 1967 presentó su ponencia, donde fue acusado por Jacques Texier de negar el carácter marxista de Gramsci.
[13] Moulián, Tomás. Democracia y socialismo. Santiago: Flacso, 1983, p. 189.
[14] Esto no solo se expresó en la obra de la renovación socialista, del eurocomunismo y del posmarxismo, sino también en obras de otros reputados gramscianos, como el caso de Adolfo Sánchez Vásquez. Para un ejemplo de ello puede verse su texto «Para leer a Gramsci en el siglo XXI», donde su crítica a Lenin está lejos de circunscribirse la nomenclatura maniquea que el estalinismo configuró como «marxismo-leninismo», sino que también se dirige a «aspectos medulares del pensamiento de Lenin». A pesar de establecer una crítica a Lenin desde Gramsci, Sánchez Vásquez reconocía que esto lo hacía por su cuenta y no era una cuestión que estaba en el propio Gramsci. Sánchez, Op. Cit., p. 100 y 105.
[15] Faleto, Enzo. Qué pasó con Gramsci, Nueva Sociedad, n° 115, septiembre-octubre de 1991.
[16] Duran. Op. Cit., p. 219.
[17] Navarro. Op. Cit., p. 20.
[18] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, III. Madrid: Akal, 2023, p. 233.
[19] Ibíd., p. 66.
[20] García Linera, Álvaro. Forma valor y forma comunidad. Quito: IAEN-Traficantes de sueños, 2015, p. 30.
[21] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, III. España: Akal, 2023, p. 234.
[22] El texto de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista es desmenuzado en sus implicaciones teórico-políticas por: Meiskins Wood, Ellen. ¿Una política sin clases? El post-marxismo y su legado. Buenos Aires: Ediciones ryr, 2013. Para un análisis de Gramsci en la lectura de Laclau, la cual señala que este se nutrió más de las lecturas sobre Gramsci que en el mismo Gramsci: Salinas, Alejandra. De la teoría socialista al populismo: Gramsci en Laclau, Thémata, n° 63, enero-junio 2021. Autores como Bryan Palmer y Meiksins Wood han visto la continuidad de las tesis estructuralistas de Louis Althusser en los posestructuralismos de los ochenta y noventa, lo cual se puede aquí apreciar en la lectura de Gramsci por parte de la filósofa belga: Mouffe, Chantal. Hegemonía e ideología en Gramsci, en: Antonio Gramsci y la realidad colombiana. Bogotá: Foro Nacional por Colombia, 1991. Por su parte, Anderson ha señalado que la perspectiva de Mouffe-Laclau se encontraba en sintonía con el eurocomunismo, «pero ahora con una perspectiva teórica declaradamente postmarxista». Anderson, 2015. Op. Cit., p. 89.
[23] Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy. Buenos Aires: Herramienta, 2010, tercera edición. Una lúcida crítica a este texto y su ilusión de lo social se encuentra en: Bensaïd, Daniel. ¿Y si lo paramos todo? La «ilusión de lo social» de John Hollaway y Richard Day, en: Bensaïd, Daniel, 2013. Op. Cit., Vale decir que la obra de Holloway dinamizó el debate sobre la estrategia, puesto que, si bien es un crítico radical del marxismo del siglo XX, no hace abandono del horizonte comunista.
[24] Bensaïd, 2017. Op. Cit., p. 97.
[25] Bensaïd, Daniel. La política como arte estratégico. Madrid: Viento Sur- La oveja roja, 2013, p. 65.
[26] Mariátegui, José Carlos. En defensa del marxismo, en: Mariátegui total, I. Lima: Amauta, 1994, p. 1305.
[27] Thomas, Peter, 2009. Op. Cit., Keucheyan, Razmig. Gramsci, leninista. Dossier Gramsci Jacobin América Latina.
[28] Pese a las diferencias que pueden existir con la lectura de Gramsci por parte de Togliatti, el líder del PCI postfascista señala correctamente que el fundamento del pensamiento de su camarada de partido era la «noción misma de las modificaciones y del cambio de las relaciones de poder en la sociedad, de la ruptura del bloque histórico dominante y de la creación revolucionaria de un nuevo bloque». Togliatti, Palmiro. «Gramsci y el leninismo», en: Gramsci. Actualidad de su pensamiento y de su lucha. Santiago: ICAL, 1987, p. 108-109.
[29] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, II. España: Akal, 2023, p. 237.
[30] Martínez, Fernando. Gramsci en la Cuba de los años sesenta, en: Hablar de Gramsci. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Juan Marinello, 2003.
[31] Meiksin Wood, Ellen. Democracia contra el capitalismo. Barcelona: Verso, 2023.
[32] Faleto. Op. Cit.