El resultado de las elecciones indias de este año ha suscitado las esperanzas de frenar el deslizamiento de la India hacia el fascismo del siglo XXI. Aun así, el pronóstico sigue siendo sutil, ya que la señal de una verdadera democracia popular india continúa parpadeando entre cánticos mayoritarios y un primer ministro que sigue intentando asumir el estatus de hombre-dios y líder exaltado.
El régimen de Narendra Modi, durante sus diez anteriores años en el poder, consiguió retocar el Estado poscolonial indio para hacerlo más abiertamente colonialista. Ahora, en su tercer mandato —significativamente disminuido por un electorado que se niega a rendir culto a sus pies—, veremos si el impulso colonialista del Estado indio puede ser frenado por la diversidad y la inmensidad de las necesidades de su pueblo.
El problema del colonialismo poscolonial en la India fue reconocido por primera vez por un olvidado teórico crítico, revolucionario y líder político, Manabendra Nath Roy. Ya en la década de 1940, M. N. Roy, anticipándose a lo que ahora llamaríamos «teoría poscolonial», se preocupó por analizar los factores que darían lugar a la decadencia de la democracia en el sur de Asia (como el dominio capitalista por parte de intereses empresariales abusivos, las dinastías familiares, las jerarquías de castas y la deificación de los líderes).
Fue el primer practicante de lo que podríamos reconocer como una teoría crítica surasiática de cosecha propia, enraizada en el análisis marxista pero que rechazaba el determinismo ortodoxo y estaba en sintonía con el papel creador de mundo de la significación cultural. Para Roy, no había telos del Estado-nación ni del partido, sino solo del pueblo. El Estado poscolonial no formaba parte de ningún gran romance familiar, como lo fue para Jawaharlal Nehru.
A diferencia de Mohandas K. Gandhi, Roy insistía en que la nación india no tenía una fuerza espiritual distintiva arraigada en las disciplinas y abstinencias índicas. Para él, el Estado colonial británico, el emergente Estado poscolonial de la India y los Estados fascistas de los años treinta y cuarenta en toda Eurasia compartían un nomos, una forma y una lógica subyacentes. Y esta lógica, insistía Roy, era imperialista.
Un icono anticolonial
Roy fue un icono anticolonial de mediados del siglo XX. Desde sus orígenes como joven insurgente en Calcuta en la década de 1910 hasta su rol como fundador del Partido Comunista Mexicano y alto dirigente de la Comintern en el Moscú de la década de 1920, Roy ejemplificó la izquierda internacionalista en tiempos extremos.
Entre los avances intelectuales renegados de Roy figura su refutación de la afirmación de Vladimir Lenin, en su «Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial» de 1920, de que las revoluciones obreras en todo el mundo colonial transmitirían, como réplicas, la fuerza sísmica generada primero por la revolución en Occidente. Roy, escribiendo sus propias «Tesis complementarias» (1920), imaginó en cambio una «relación mutua» entre los trabajadores de las colonias y Occidente, e identificó el papel tectónico de la lucha antimperial en el cambio del equilibrio del mundo entero. Algunos años más tarde, en su innovadora y audaz historia del proceso revolucionario en China (Revolución y contrarrevolución en China), publicada en 1930, Roy destripó las afirmaciones marxistas ortodoxas eurocéntricas sobre un supuesto «modo de producción asiático» despótico.
Sin embargo, el comienzo de las purgas estalinistas a finales de los años veinte casi acaba con Roy y le obligó a regresar a la India en 1930, donde fue condenado a doce años de prisión por el régimen imperial británico. Se hizo conocido por lo que el académico Sudipta Kaviraj denominó sus «notables fracasos» y su falta definitiva de relevancia política en el escenario político indio. El propio Roy tematizó sus fracasos como parte de su biografía. Como escribió en su obra de 1946 Nueva Orientación: «Si hay un fracaso o dos derrotas, se puede decir que se deben a errores. Pero si hay toda una serie de fracasos, sencillamente no se puede cerrar los ojos ante ello».
Sin embargo, aunque fracasara en la movilización política, sobresalió en la crítica. Los análisis de Roy sobre la cultura, la sociedad y la política de los años 30 y 40 permiten comprender las formaciones internacionales del fascismo y sus instancias en el Sur global. Desarrolló un pensamiento crítico sobre el futuro del fascismo, no como epígono de los estilos de pensamiento occidentales, sino más bien como su precursor.
Roy veía las variedades del fascismo (no solo el alemán, el italiano o incluso el ruso, sino también el indio) como estilos localmente diferenciados que compartían una forma global. Mucho antes de la sangrienta partición de la India en 1947, advirtió que la independencia poscolonial, que extraía una energía perversa de la era precedente de dominio imperial, se volvería fascista debido al nacionalismo hindú, el gobierno de la turba y la cooptación del Estado por dinastías y supercapitalistas. El fascismo seguiría vivo en la poscolonia.
Los voluminosos escritos de Roy sobre el fascismo indio en la década de 1940 sostenían que el mundo se hallaba en medio de una guerra civil entre las fuerzas de la autarquía, por un lado, y las de la federalización, por otro; entre los intereses colonialistas de élite que pretendían erigir muros divisorios y los movimientos populares democráticos anticoloniales que se esforzaban por derribarlos.
La contribución clave del análisis crítico de Roy —y la idea que lo hizo tan impopular y políticamente irrelevante en su época— fue su afirmación de que el brote de fascismo en la India había crecido en el suelo del gandhismo y la política del Congreso Nacional Indio y seguiría creciendo en la corriente principal del nacionalismo poscolonial indio.
Visto en retrospectiva, el fascismo promulgado por el régimen de Narendra Modi extrae su fuerza no solo de una rama marginal del paramilitar Hindutva Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), sino también de la raíz más profunda de los estilos políticos dominantes en la India que se remontan al culto del Mahatma, la apelación a las ideas de excepcionalismo cultural y espiritual hindú, y las prácticas de movilización de masas instrumentalizadas por las élites.
La opinión de Roy, que hoy suena tan perversa como entonces, era que el movimiento de masas paternalista de Gandhi y el dinasticismo del Congreso condenarían a la India independiente a enfrentamientos recurrentes con una cepa india del fascismo y con los impulsos colonialistas del Estado poscolonial.
Trazar las líneas
El nomos reinante de la tierra de la década de 1940 surgió de más de un siglo de guerras imperiales, que fueron la condición de posibilidad para la globalización de la forma moderna de Estado-nación. Las guerras imperialistas británicas en el sur de Asia después de 1857, por ejemplo, marcaron una nueva determinación de trazar la línea de dominación imperial y de utilizar nuevas tecnologías militares y jurídicas para ejecutar y apropiarse del espacio que delimitaba.
Estos acontecimientos, que comenzaron en el sur de Asia con la Guerra de 1857, desencadenaron un frenesí global que luego fue in crescendo por el Caribe y África entre 1865 y 1910, donde las potencias imperiales europeas pusieron en práctica todo tipo de técnicas antiguas y nuevas. Líneas de todo tipo —de amistad, coloniales, catastrales, civiles, de aldeas, de tratados, cartográficas, de partición, por no mencionar las líneas de los campos de concentración— se trazaron, redibujaron y superpusieron muchas veces en Asia, África y todo el mundo colonial.
Como Roy y Aimé Cesaire señalaron en su momento, lo que ocurrió entre 1914 y 1945 —el ascenso del fascismo y el totalitarismo— fue la continuación en suelo europeo de lo que los imperios europeos estaban haciendo en el sur de Asia, el Caribe y África, así como en el mundo indígena.
Las líneas trazadas en la era de la descolonización de la década de 1950, al igual que en el período precedente del fascismo, se esculpieron dentro del Estado tanto como en sus límites exteriores. El arte poscolonial de gobernar del sur de Asia surgió de la apropiación violenta de castas subordinadas, pueblos indígenas, grupos racializados y comunidades étnicas minorizadas. En este sentido, según el análisis de Roy, el Asia Meridional poscolonial, quizá de forma más acentuada que en cualquier otra parte del mundo, se constituyó mediante el trazado y redibujado de tales líneas de apropiación, lo que la hizo extremadamente susceptible al fascismo poscolonial.
Roy, que pertenecía a una familia bengalí de casta alta, escribió sobre el modo en que el patriarcado hindú de castas situaba a las mujeres y a las minorías sexuales «fuera de la línea» y las sometía a la apropiación, la dominación y la abyección. Bajo las condiciones de la dominación británica, al permanecer el Estado en manos de un señor extranjero, el patriarcado indio redobló sus manipulaciones y delimitaciones del ámbito de la sexualidad.
Para Roy, la cultura mayoritaria no sirvió como una especie de espacio interior en el que se mantuviera una medida de libertad anticolonial. Por el contrario, sostenía que la política cultural nacionalista de la India era poco más que un microcosmos íntimo del nomos de la tierra.
Roy veía la política cultural de Gandhi como la quintaesencia de esto. Como escribió en una de sus despiadadas evisceraciones del patriarcalismo gandhiano: «La profesión de espiritualismo compromete a los gandhianos con las prácticas más vulgares y brutales del materialismo (…). Los dogmas espiritualistas ocultan las tendencias antidemocráticas contrarrevolucionarias del nacionalismo ortodoxo». Y continuó: «El fascismo indio puede ser incluso no violento».
En opinión de Roy, el materialismo vulgar de las ideologías «espiritualistas» se basaba en categorías ahistóricas de identidad y autenticidad, y en la delimitación de jerarquías sociales (es decir, el papel de la mujer, el papel del harijan, el papel del Otro étnico o comunitario, el papel del patriarca de la casta superior). Estas líneas de identidad rígidamente impuestas pretendían dominar la dialéctica histórica de la experiencia humana y conspiraron para estabilizar los sistemas de dominación social.
Hipérbole premonitoria
El periodo de doce años de encarcelamiento de Roy bajo el dominio británico se redujo a siete, de 1931 a 1936, y posteriormente trabajó para crear un Instituto de Nuevo Pensamiento en la ciudad india de Dehradun. Hay que decir que su análisis durante estos últimos años se centró menos en acontecimientos y estrategias políticas concretas y más en la crítica de las formas políticas. Quizá también se volvió más hiperbólico.
Sin embargo, lo que podría haber parecido una hipérbole de Roy en la década de 1940, cuando lanzaba advertencia tras advertencia sobre el ascenso del fascismo indio en y a través de la política poscolonial dominante, hoy parece cada vez más clarividente. En los regímenes fascistas, las élites intentan cooptar, coaccionar y atemorizar al pueblo, utilizando para ello los mecanismos de la propia democracia, convirtiendo a segmentos del pueblo en masas, y a las masas, finalmente, en una turba.
Sin embargo, el pueblo, en la diversidad de sus necesidades sociales, identidades y deseos, puede superar y, en última instancia, disipar el dominio de la multitud. Roy esperaba este resultado en 1946, incluso antes de que nacieran las democracias del sur de Asia. En la época de la Asamblea Constituyente india, ese gran cónclave de diciembre de 1946 en el que aún era posible un sistema democrático popular que evitara la partición de India y Pakistán, abogó por la formación de «comités populares» en los que «el poder no será capturado por un partido, sino por esos comités, que constituirán la base de un Estado democrático».
En sus últimos años, desarrolló lo que podemos describir como una teoría antiaristotélica y anticomunista del pueblo: no como alguien que requiere liderazgo; no como alguien que necesita educación para ser educado en la libertad democrática; sino como una multitud inherentemente crítica y política, que actúa, diversamente, por la urgencia de necesidades básicas y deseos innatos. Según Roy, el mayor baluarte contra la dominación popular en la India no era un líder ilustrado, una vanguardia o un partido político, sino la vida irreprimible e irreverente de la propia gente diversa.
Después de la independencia, en Dehradun en los años 50, creó un movimiento filosófico conocido como Humanismo Radical, que perseguía las ideas transculturales de los escritos de Anaxágoras, Pitágoras, Gautam, los sufíes y otros. Esas ideas situaban a los seres humanos dentro de un equilibrio cósmico de fuerzas más amplio del que podían reconocerse como emanaciones planetarias, testigos y participantes en lugar de como arcontes que trazan líneas de dominación y apropiación.
A medida que India entra en el tercer mandato de Modi surge otro momento de contingencia. Como en otros Estados-nación de todo el mundo, las alternativas a un futuro fascista son una cuestión de lucha urgente. En la India, todas estas alternativas a la democracia de la mafia apuntan en la dirección de la promesa aún no realizada de una democracia popular. La moneda de cambio de las perspectivas críticas de Roy en los años 40 y 50 rescata su valor hoy en día mientras observamos lo que sucede a continuación, donde las líneas colonialistas y fascistas se enfrentan a lo que Roy invocó como «el impulso humano de rebelarse contra las intolerables condiciones de vida».