Sentado en la habitación del hospital de Las Vegas donde su jefe convalecía en octubre de 2019, el subdirector de campaña de Bernie Sanders, Ari Rabin-Havt, pensó que este podría ser el final de la carrera. Tras una legendaria e insurgente candidatura a la presidencia en 2016, el senador por Vermont avivó un entusiasmo que la izquierda estadounidense no había visto en décadas, pero apenas llegaba al 15% en las encuestas en su segunda vuelta. Una encuesta de finales de septiembre en el Des Moines Register lo situaba en cuarto lugar, y Elizabeth Warren se acercaba cada vez más al primer puesto.
Entonces, justo cuando parecía que las cosas estaban llegando a su punto más bajo, llegaron a su efectivo punto más bajo: después de pedir inusualmente una silla durante una recaudación de fondos en Nevada, Sanders se enteró de que había sufrido un ataque al corazón. No es el tipo de cosa que se lleva bien con el hecho de estar haciendo campaña para el cargo más poderoso del mundo a la edad de setenta y ocho años.
Cualquiera que todavía tenga una pegatina de «Solidarity for ever» en su computadora puede contar lo que pasó después: el equipo recibió una llamada de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez diciendo que apoyaría su candidatura para presidente, junto a las representantes Rashida Tlaib e Ilhan Omar. Rabin-Havt y un colega del equipo de campaña obtuvieron permiso del personal del hospital para llevar mesas y sillas a la cabecera de la cama del senador para hacer los arreglos para su mitin de regreso en el distrito de Ocasio-Cortez en Queens. En poco tiempo, Sanders logró algo de viento a favor: fue el más votado en Iowa y New Hampshire; Nevada fue un éxito absoluto.
Para Rabin-Havt, la llamada telefónica al hospital fue un punto de inflexión rotundo. «Miras ese momento y ves una trayectoria ascendente desde allí», relató por teléfono. «Hay que reconocerles el mérito de haber actuado en un momento en que no era políticamente ventajoso apoyar (…). Lo hicieron literalmente en el momento más arriesgado, dieron un paso al frente». Estoy de acuerdo con él. Al ver cómo se desarrollaba todo en los informativos —esas jóvenes de color alineadas sin tapujos con el movimiento, elegidas gracias a una ola que el propio Bernie había puesto en marcha, uniéndose a él en su momento de mayor debilidad para cambiar la política estadounidense— me sentí innegablemente conmovida.
Pero no fue suficiente. Tras un breve periodo como favorita (alrededor del ápice de los Caucus de Nevada, en el que Ocasio-Cortez reforzó la difusión en español de la operación que arrasó en Las Vegas Strip), la suerte volvió a cambiar. Joe Biden ganó en Carolina del Sur y, desde ese momento, prácticamente nunca dejó de ganar. Sanders abandonó a las pocas semanas y dejó a la deriva a gran parte de su joven y ruidosa coalición.
El paso del tiempo no hizo mucho por esclarecer las perspectivas de esta nueva izquierda. Los límites de la vida humana hacen que no tengamos un Bernie 2024. Y gran parte de quienes se sienten desorientados con el vacío del «after Bernie» ha ido perdiendo la fe en sus jóvenes sucesoras, Ocasio-Cortez y los congresistas progresistas que la rodean.
A lomos del tigre
Si the Squad («el escuadrón») es un apodo irritante, también es un epíteto útil, que evoca a media docena de representantes del Congreso elegidos en 2018 y 2020 que se postularon a la izquierda del promedio del Partido Demócrata, en su mayoría como alternativas progresistas honestas frente a las marionetas corporativas habituales. Con mucho, la mayor estrella del grupo es Ocasio-Cortez, que desbancó al representante Joe Crowley con una candidatura primaria de largo alcance a la que se presentó abiertamente como una militante socialista.
La historia política de AOC es bien conocida: después de mudarse del Bronx a los suburbios cuando era niña, asistió a la Universidad de Boston e hizo prácticas para el senador de Massachusetts Ted Kennedy. Hasta que se presentó como candidata al Congreso una década más tarde, su trayectoria profesional era familiar para cualquier millennial citadino identificado con la izquierda en sentido amplio. Después de la universidad, se fue a vivir con su madre en el Bronx, donde trabajó como camarera, y luego pasó por puestos creativos y sin ánimo de lucro. Se convirtió en organizadora de la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016, lo que le inspiró compromisos políticos más profundos; poco después, su participación en las protestas contra el oleoducto de Standing Rock supuestamente desencadenó su decisión de presentarse a la Cámara de Representantes. Llevó a cabo una campaña muy modesta, dirigida desde su apartamento de Queens mientras trabajaba como camarera. A los tres años en el cargo, todavía tenía deudas estudiantiles.
Ocasio-Cortez se había unido a los Socialistas Democráticos de América (DSA) durante su primera campaña mientras buscaba el respaldo de su sección. Tan nuevos eran sus vínculos con el socialismo que algunos escépticos asumieron que estaba motivada más por la perspectiva de conseguir voluntarios para su campaña que por compromisos ideológicos reales. Resulta revelador que en uno de los primeros perfiles del New Yorker, cuando se le preguntó por sus héroes políticos, mencionó a Bobby Kennedy. Pero muchos de los miembros de la DSA también eran nuevos en la izquierda, y votaron a favor de apoyarla de todos modos: hacer campaña crearía capacidad organizativa y daría a los novatos algo con lo que abrirse camino, según los argumentos de los partidarios, y además contrarrestaría la narrativa del «toxic white Bernie Bro».
La decisión resultó ser trascendental para aquella izquierda incipiente, convirtiendo a AOC en la segunda portavoz nacional más destacada del los socialistas democráticos y vinculando su propia marca política a la del DSA (otros tres miembros del Squad —Rashida Tlaib, Cori Bush y Jamaal Bowman, representantes de la zona de Detroit, San Luis y el Bronx, respectivamente— también pertenecen a la organización).
El New York Times calificó la derrota en las primarias como «la más significativa para un demócrata en más de una década, y una que repercutirá en todo el partido y el país», así como una «señal clara del cambio de guardia». «ALERTA ROJA», gritaba el titular de la portada del New York Post. La hábil indiferencia de AOC ante las incrédulas reacciones a su etiqueta política socialista se hizo eco de la de Bernie: ella simplemente quería «niveles básicos de dignidad para que ninguna persona en Estados Unidos sea demasiado pobre para vivir (…). Eso es lo que significa el socialismo democrático en 2018», declaró al Business Insider. Algunos observadores, como Eric Levitz, de la revista New York, conjeturaron que AOC podría ser una ruta creíble hacia la izquierda para quienes, desde la identidad progresista, se sentían desanimados por la tan lamentada blancura del universo Bernie:
Si los seguidores de Sanders son capaces de presentar candidatos fuertes, no blancos o mujeres que definan la justicia racial y de género en términos económicos, pueden utilizar el deseo de la base demócrata por cambiar la composición demográfica de su liderazgo electo como una herramienta para transformar su tendencia ideológica.
Para hacer esa concesión, Ocasio-Cortez parecía abierta a usar el músculo con el establishment demócrata: en un video de campaña viral realizado por un equipo de producción fundado por miembros de DSA, dijo: «Es hora de reconocer que no todos los demócratas son iguales». Y cuando su oponente, Crowley, le preguntó capciosamente si lo apoyaría en caso de que ganara las primarias, se negó a decir que sí, respondiendo que dejaría que el movimiento que la respalda decidiera. Durante su primera semana en el cargo se unió al Movimiento Sunrise en una acción de protesta, ocupando la oficina de la presidenta Nancy Pelosi para exigir que los demócratas dieran prioridad al clima; poco después, Ocasio-Cortez presentó su propuesta del Green New Deal.
La enorme atención mediática que AOC y el resto del Squad han recibido en comparación con casi todos los legisladores novatos de la historia es, para las organizaciones que los respaldan, gran parte de la cuestión. Como me explicó Alexandra Rojas, una de las fundadoras de Justice Democrats, uno de los principales objetivos de la estrategia de las elecciones primarias desde la izquierda es utilizar los escaños del Congreso como púlpitos para conseguir apoyo para «grandes ideas» como el Green New Deal y Medicare For All, desplazando así el centro de gravedad político del partido que determina lo que es posible y lo que no. «Cuando se produce este tipo de bloqueo, creo que tenemos que presentar el caso directamente al pueblo estadounidense», continuó Rojas.
Ves a estas congresistas lograr una verdadera transformación cultural en la opinión pública sobre lo dañado que está todo el sistema, y no creo que se consiga nada si no se presiona a los funcionarios públicos (…). Al fin y al cabo, estamos transformando el Partido Demócrata porque ahora mismo, en nuestro sistema bipartidista, es la mejor oportunidad que tenemos para hacer avanzar la agenda progresista y cambiar la vida de los trabajadores.
Pero hay un problema, y es que el doble mandato de actuar a la vez como megáfono para difundir grandes ideas y como conducto para hacer avanzar institucionalmente una agenda nunca será plenamente conciliable. Para los electores y aliados que esperan que sean sus ideas las que amplifique el megáfono, o que sean sus agendas las que pasen por las instituciones propensas a los atascos, esa disonancia puede inducir al desconcierto.
Michael Kinnucan, organizador electoral del DSA, describió el dilema con precisión: el «megaestrellato» de AOC y el Squad significa que hablan a un gran número de personas diferentes, mucho más allá de cualquier electorado organizado. Por esa razón, pueden ser herramientas útiles para la ingeniería inversa del poder organizado duradero (como prueba, no hay más que ver las multitudes de nuevos miembros del DSA que se abrieron camino en la organización a través de Sanders y AOC). Pero, reconoce a continuación, eso puede ser un poco como cabalgar un tigre: puedes llegar muy rápido si lo haces, pero eres un tonto si crees que tienes algún control sobre tu montura.
#FuerzaElVoto
No es por falta de intentos. A principios de 2021, AOC y el resto del Squad desataron la furia cuando declinaron las demandas de YouTubers de izquierdas y sus entusiastas audiencias de #ForceTheVote, un apodo retuiteable para la retención táctica de votos para Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara a cambio de una votación en el pleno sobre el proyecto de ley de Medicare For All. Defensores como la exsecretaria de prensa de Sanders, Briahna Joy Gray, argumentaron que el Squad y sus aliados de la Cámara podrían convertir una votación fallida en un espectáculo mediático viral que daría impulso a Medicare For All y expondría a los demócratas que no estaban dispuestos a acceder a ella incluso durante una pandemia.
La controversia subsiguiente sobre el valor de una votación procedimental de este tipo adquirió dimensiones desmesuradas porque hablaba de un debate más amplio sobre para qué sirven los legisladores de izquierdas. Para aquellos que dudaban de la utilidad de #ForceTheVote, el objetivo de llevar a los izquierdistas a cargos públicos era darles poder sobre las leyes reales, no solo sobre el espíritu cultural: Medicare For All ni siquiera había pasado por un proceso de revisión, perdería por más de cien votos, y podría hacer que el activismo que lo rodeaba fuera una quimera impotente. De hecho, la afirmación de Gray de que «al final del día, la motivación moral para la acción no requiere justificación estratégica» implica que la financiación colectiva de publicistas para tecnócratas de izquierda es potencialmente tan útil como la elección de legisladores.
Sin embargo, puede que #ForceTheVote se convirtiera en un pararrayos no tanto por los detalles específicos de su demanda como por el temor generalizado a que lo distintivo de Bernie Sanders y su combativa política anti-establishment se perdiera en favor de la realpolitik del Congreso. Puede que el hecho de que seis representantes novatos no consiguieran poner patas arriba el sistema sanitario de 3,5 billones de dólares en su primer mandato no signifique que sean unos farsantes neoliberales, pero había señales de alarma que los críticos de izquierda podían señalar.
El argumento de que AOC había sido domesticada y cooptada por el Partido Demócrata era más o menos así: en poco más de dos años, la otrora admirada socialista pasó de protestar en la oficina de Nancy Pelosi con el Sunrise Movement a entregarle a la presidenta de la Cámara (a quien AOC se refirió una vez como «mamá osa» en una entrevista) su principal puesto sin extraer nada útil a cambio. Como otra señal, Ocasio-Cortez cambió a los asesores de sus días de Justice Democrats por empleados estándar de Capitol Hill.
Aunque apoyó a su compañera insurgente Cori Bush en 2018, se negó a hacerlo en 2020. En su segundo mandato, señalaron los críticos, AOC ya apenas tuiteaba sobre Medicare For All, y ofreció a los centristas de los distritos disputados una parte de su recaudación de fondos (cuyos donantes probablemente esperaban que sean destinados a oponerse al poder y no a financiar su campaña). En cuanto a hacer campaña para Bernie, algunos informes afirman que se habría negado a participar en varios actos a los que su equipo esperaba que fuese luego de enfadarse por la publicidad que hizo la campaña sobre un apoyo de Joe Rogan y las críticas a su retórica en los mítines de las primarias.
Aquellas acusaciones no eran más que «un montón de mierda», insiste Rabin-Havt. Sea como fuere, la demonización de Ocasio-Cortez por «trabajar dentro del sistema» por parte de aquellos que todavía adoran a Bernie Sanders ignora intencionalmente el hecho de que Sanders era un independiente que se reunió en relativa armonía con los demócratas durante la mayor parte de su carrera en el Congreso.
Justa o no, la percepción de la resignación de AOC y el Squad al statu quo y la relegación al limbo de la demanda clave del movimiento progresista, Medicare For All, fue más que suficiente para proporcionar una base para invectivas contra ellos. El cómico Jimmy Dore —una de las primeras figuras mediáticas en entrevistar a AOC cuando lanzó su poco realista candidatura a mediados de 2017— fustigó a unos ochocientos mil espectadores con el #FraudSquad, llegando a decir que «AOC es la razón por la que no tienes sanidad».
El affaire Bowman
A finales de 2021, las discrepancias sobre el proyecto político del Squad llegaron desde distintos sectores de la izquierda cuando Jamaal Bowman, representante de un distrito a caballo entre el Bronx y el condado de Westchester, desató la ira por votar a favor de financiar la Cúpula de Hierro israelí y participar en una delegación de J Street destinada a cultivar lazos entre funcionarios estadounidenses y el primer ministro derechista Naftali Bennett. La sección de la DSA de Madison, Wisconsin, pidió la expulsión de Bowman de la organización, argumentando que sus acciones socavaban la causa de la liberación palestina. Unas tres docenas de secciones acabaron uniéndose a ella, emitiendo sus propias peticiones de expulsión o censura (finalmente, el Comité Político Nacional del DSA se reunió con Bowman y optó por no expulsarlo).
El affaire Bowman también puso de relieve visiones opuestas de la estrategia electoral. Para el veterano organizador de Democratic Socialists of America, David Duhalde, la necesidad de flexibilidad cuando se trata de cargos públicos es un hecho. «Para gente como yo, se trata de ganar, de construir poder con los electos para hacer avanzar la política pública y el trabajo de coalición, y de elevar el perfil de DSA, no de actuar como tribuna de la organización», explicó.
Por supuesto, existe un universo en el que los cargos electos pueden hacer ambas cosas. Ese era el modelo tradicional de los partidos de la clase trabajadora —socialdemócratas o comunistas— en todo el mundo, en el que se esperaba que los políticos se ajustaran a la línea de sus partidos en cuestiones clave y podían ser sancionados si se salían de la norma. De hecho, en Estados Unidos, existe cierto precedente en el ejemplo de Kshama Sawant, que lleva en el Ayuntamiento de Seattle desde 2014 y ha hecho un trabajo encomiable defendiendo los intereses de los trabajadores de su ciudad como miembro disciplinado de Socialist Alternative (Sawant también apoyó #ForceTheVote, en sintonía con el respaldo de su partido).
El DSA, sin embargo, no es un partido, sino más bien una organización mucho más descentralizada que sus pares, que cede un poder considerable a sus grupos de trabajo y secciones mientras que deja mucho a la discreción de los miembros individuales. Como resultado, los más de cien miembros del DSA que ocupan cargos estatales y locales en todo el país, e incluso los socialistas con bloques significativos en los ayuntamientos de centros urbanos como Chicago y Nueva York, a veces adoptan posiciones que están totalmente en desacuerdo con las de su organización. Sin un giro hacia el centralismo democrático en el horizonte, ¿es sorprendente que las declaraciones públicas y la indignación llenen el vacío de los mecanismos formales de rendición de cuentas?
Sin embargo, esta airada reacción y el espectáculo mediático que la acompaña corren el riesgo de alejar a progresistas como Bowman del DSA y de sus prioridades. Ampliar la influencia electoral obteniendo escaños en órganos legislativos superiores o en más distritos significa indiscutiblemente ganarse a un número cada vez mayor de votantes, así como trabajar en coalición con cada vez más grupos.
Bowman es un activista de la escuela pública y partidario de Medicare For All, que además representa a uno de los distritos con más judíos del país. Según una fuente cercana a su oficina, recibía cinco llamadas al día instándole a apoyar a Israel en el período previo a la votación sobre la Cúpula de Hierro, pero nunca recibió una sobre Palestina.
Los líderes, por supuesto, están hechos para resistir la presión. Los miembros que pidieron la expulsión de Bowman argumentan que una estrategia electoral como la articulada por Duhalde corre el riesgo de diluir la agenda de la izquierda, no de hacerla crecer. El DSA no es propietario de Bowman, que nunca se comprometió a actuar de acuerdo con todas las resoluciones aprobadas en las convenciones de la organización, y no puede sancionarlo de forma significativa. Pero lo que sí puede hacer el DSA, según el argumento, es adoptar una postura principista y romper los lazos con Bowman, incluso si la financiación de la Cúpula de Hierro se aprueba por más de cuatrocientos votos de todos modos. Pueden negarse a subirse al tigre y encontrar otro medio de transporte.
Con y más allá del Squad
El verdadero problema con el Squad puede que no sea el hecho de su insuficiente responsabilidad ante la izquierda, sino que todavía no hay mucha izquierda en Estados Unidos. Solo hay seis de ellos en el Congreso, y no somos muchos los que avivamos las llamas de la lucha de clases en nuestros lugares de trabajo y comunidades. Como me dijo Dustin Guastella, funcionario del sindicato Teamster y colaborador de Jacobin: «Dado el nivel relativamente bajo de organización política y cívica en Estados Unidos, no disponemos de otro tipo de política. Los únicos movimientos sociales de masas que han tenido éxito en este país —como el movimiento obrero y el movimiento por los derechos civiles— pudieron consolidar su poder cuando mayorías simpatizantes controlaban el Congreso».
Pero no estamos en ese punto. Y acercarse a ello no será posible sin una estrategia más amplia. Cada socialista democrático en la Cámara hasta ahora representa un distrito urbano azul profundo lleno de profesionales jóvenes con educación universitaria —el mismo grupo demográfico que la izquierda resurgente ha luchado por expandir más allá desde 2016— que no necesitó mucho convencimiento para expulsar a cualquier dinosaurio moderado que hubiera estado en el cargo anteriormente. Por supuesto, participar en las primarias demócratas desde la izquierda y cortejar a una base de profesionales en declive ha dado sus frutos.
El Squad ha cambiado el panorama político, pero solo se conseguirán programas sociales universales con un amplio movimiento de la clase trabajadora, y los socialistas convencidos no son suficientes. Está más claro que nunca que limitarse a desprenderse de partes de la base demócrata es una estrategia con límites inminentes, y casi toda la fruta madura ya ha sido arrancada.
En última instancia, AOC y el Squad parecen haber reivindicado argumentos como el que Levitz esgrimió en la revista New York: han hecho que la política progresista insurgente sea más popular dentro del Partido Demócrata, combinando llamamientos basados en la identidad con un sólido análisis de clase que ha empujado a muchos progresistas hacia la izquierda. Pero hay pocas pruebas de que hayan sido capaces de extender su base más allá de eso.
En otras palabras, el optimismo de que el Squad podría ser un camino alternativo hacia políticas inclusivas y universales al estilo de Bernie se basaba en una suposición que, hasta ahora, no ha resultado ser cierta. El reto electoral de la izquierda no es encontrar la manera de conseguir más votos en los distritos azules, sino en los rojos y morados, algo que solo la primera campaña de Sanders parecía prometer. Que los lazos del Squad con los socialistas democráticos se fortalezcan o se debiliten con el tiempo depende de nuestra capacidad para aprovechar esa magia de Bernie 2016 que cautivó a una joven Alexandria Ocasio-Cortez, junto con muchos más de nosotros en todo el país.
AOC ayudó a revigorizar nuestro movimiento una vez, en un momento crucial en el que la izquierda realmente lo necesitaba. No sabremos si también estará ahí para la próxima gran batalla.