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El presidente Joe Biden el 11 de julio de 2024, en Washington, DC. (Kent Nishimura / Getty Images)

La salida de Biden crea una oportunidad

Traducción: Pedro Perucca

Joe Biden y su maquinaria política dañaron al Partido Demócrata al retrasar su retirada. Aunque fue un político conservador y oportunista, Biden implementó medidas económicas redistributivas inéditas en cincuenta años en EE.UU. Para ser competitivos, los demócratas deben centrar su campaña en ese perfil, aunque sea ligeramente progresista.

Joe Biden nunca fue el mejor orador ni tuvo la columna vertebral política más fuerte, pero siempre mostró una habilidad importante a lo largo de sus décadas en el cargo: representar al centro del Partido Demócrata, dondequiera que ese centro esté en un momento dado. Eso explica por qué siguió el recorrido ideológico de su partido y pasó de demócrata liberal en los años 1980 a conservador en los 1990, a partidario de la guerra de Irak en los 2000 y a populista económico ligeramente progresista en la actualidad. También explica su anuncio del domingo de que se retira de la carrera presidencial de 2024.

Biden sabía que los demócratas de base querían que dimitiera (con buenas razones) y tomó la decisión, tardía, de respetar esa exigencia y de paso salvar potencialmente al país de Donald Trump. 

Biden será alabado por haber tomado una decisión valiente. Pero aunque su decisión es obviamente la correcta, el presidente no es un héroe en este momento histórico. Él y su maquinaria política crearon esta crisis política. Emprendieron una guerra contra la disidencia demócrata, ignoraron a los que cuestionaban la viabilidad electoral del presidente, castigaron a los disidentes, acabaron con cualquier posibilidad de unas primarias presidenciales disputadas, ocultaron el estado de salud de Biden e intentaron aferrarse al poder cuando todo el país vio con sus propios ojos su declive en el primer debate presidencial.

En el proceso, retrasaron la posibilidad de un frente unificado, permitiendo a Trump y al Partido Republicano fingir que su agenda corporativa es populista, mientras los demócratas parecían cada vez más unos tristes perdedores que negaban la realidad y defendían las normas, imitando clichés trillados de los guiones de Aaron Sorkin. Biden y sus apparatchiks también dañaron la credibilidad de los políticos demócratas que insistieron públicamente en que todo iba bien, cuando todo el país podía ver que no era así.

Pero el daño no es necesariamente permanente. Por citar una frase manida, los demócratas aún pueden liberarse del peso del pasado, pero sólo si no repiten sus errores.

Una bendición para quienes no quieren otra presidencia de Trump

Desde el punto de vista electoral, la decisión de Biden es un regalo del cielo para quienes no quieren ver otro mandato de Trump. Las encuestas mostraron a muchos potenciales candidatos demócratas en una posición más fuerte frente a Trump que la que tenía Biden. Eso incluye a la vicepresidenta Kamala Harris, a quien Biden apoyó.

Suponiendo que una nueva candidatura demócrata incluya a una figura popular de un Estado indeciso ganable que pueda aportar algo de pugilismo a la candidatura (tal vez alguien como este tipo), el partido parece estar en una posición fuerte para ganar, y MAGA casi seguro que lo sabe.

«La campaña de Trump, desde el primer día, se construyó no para competir contra un demócrata genérico, sino para una carrera muy específica contra un oponente muy específico, Joe Biden», dijo recientemente Tim Alberta, de The Atlantic, en una entrevista por su reporte sobre la campaña de los republicanos. «Todo lo que diseñaron dentro de esta campaña, meses y meses y meses atrás, era muy específico para derrotar a Biden. Y una vez que hiciste ese trabajo… lo único que podría arruinar tus mejores planes es que ese tipo contra el que te estuviste preparando para competir de repente ya no esté en la boleta».

Pero la forma exacta en que los demócratas elijan al sustituto en la boleta es potencialmente crucial. Aunque una coronación podría producir un candidato ganador, es una táctica arriesgada. Los donantes, los agentes del poder y los políticos que repiten la historia en una trastienda llena de humo en Chicago para instalar a un candidato no sólo podrían socavar la pretensión de los demócratas de hacer campaña para «proteger la democracia», sino que también podrían privar al candidato de la legitimidad y el entusiasmo necesarios.

Y lo que es más importante: podría obligar a los posibles candidatos a enfrentarse a preguntas incómodas sobre su historial antes de que queden irreversiblemente asegurados como candidatos a las elecciones generales contra Trump, que inevitablemente planteará esas preguntas por su cuenta.

Biden debería haberse enfrentado a este tipo de pruebas de batalla en unas primarias presidenciales competitivas, para que el partido hubiera podido ver sus debilidades y encontrar a otra persona antes. Pero la maquinaria demócrata utilizó su poder para impedir tal competición, lo que en última instancia creó este momento de peligro.

Que los jefes del partido cierren ahora cualquier tipo de proceso competitivo en una convención podría ser una peligrosa repetición de ese mismo error a pocos meses de las elecciones de noviembre.

¿Se mantendrá el centro del Partido Demócrata?

Como Biden se enfrentó a una creciente presión para retirarse, hubo quienes se preocuparon de que se tratara de un golpe de Estado encubierto de la «clase donante» que veía el declive cognitivo de Biden como una oportunidad política para destronar a una administración cuyas políticas «desafían el poder de los multimillonarios y las corporaciones». Los aliados de Biden trataron de avivar el fuego de estas preocupaciones, llegando en un momento dado a calificar la presión para que Biden se retirara como un complot de la«élite».

No cabe duda de que hay motivos para preocuparse. Biden no es un héroe de la izquierda y algunas de sus políticas (véase: Israel/Palestina) fueron francamente aborrecibles. Pero también impulsó algunas políticas económicas populistas más que cualquier presidente en cincuenta años.

Su Plan de Rescate Estadounidense dejó atrás la austeridad estricta de la era de Barack Obama y supuso la mayor inversión en la clase trabajadora en generaciones. En términos históricos, su Comisión Federal de Comercio, su Oficina de Protección Financiera del Consumidor, su Comisión de Valores y Bolsa y su Departamento de Trabajo fueron los reguladores más audaces en medio siglo. Y aunque se negó a luchar por algo mejor, su legislación climática incluyó algunas inversiones pioneras que se necesitaban desesperadamente.

Todo esto —además de la presión de Biden para subirle los impuestos a los ricos— es sin duda un anatema para la oligarquía estadounidense, y no hay duda de que preferirían que el próximo presidente demócrata volviera a la agenda nítidamente neoliberal de las eras Bill Clinton-Obama.

Pero el hecho de que los donantes estuvieran entre las muchas voces que pedían la retirada de Biden no significa que sus preferencias políticas se vayan a convertir automáticamente en la nueva plataforma demócrata, como demostró el propio Biden.

Recordemos: Biden nunca fue un político de convicción, como un Bernie Sanders o un Paul Wellstone, ideológicamente comprometido con una visión económica. Fue un demócrata conservador y favorable a las corporaciones durante gran parte de su carrera, porque era un político oportunista y las fuerzas corporativas habían hecho la organización, el lobby y la configuración de la narrativa para convertir a esa odiosa política en la corriente principal dentro del Partido Demócrata de la era de Ronald Reagan y Bush.

Biden, como candidato en 2020 y como presidente, rompió con ese pasado porque las candidaturas presidenciales de Sanders y Elizabeth Warren, así como los sindicatos, las organizaciones ecologistas, los defensores antimonopolio y los grupos progresistas, habían logrado desplazar el centro del Partido Demócrata para hacer que la política neoliberal fuera más problemática para los líderes del partido, incluso si sus donantes así lo exigían.

El reto político actual, por tanto, pasa por mantener a ese nuevo centro amarrado donde está ahora y por construir a partir de él. Parte de ese esfuerzo tiene que ver con el trabajo a corto plazo de asegurarse de que el candidato que sustituya a Biden no sea un retrógrado neoliberal que busque un nuevo equilibrio contra la base demócrata y descarte la agenda política que mantuvo competitivo al partido. Aunque seguro que hay poderosas facciones alineadas con las empresas en la coalición demócrata a las que les gustaría que se produjera esa rendición.

El trabajo a largo plazo consiste en asegurarse de que cualquier futura administración demócrata se sienta obligada a defender continuamente tantas o más políticas aunque sea ligeramente progresistas como las que Biden se vio obligado a adoptar.

Esa es la verdadera oportunidad de este momento, y el trabajo empieza ahora.

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Publicado en Artículos, Crisis, Estados Unidos, homeIzq and Políticas

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