El resultado de las elecciones europeas ha impactado a todos. La extrema derecha ha avanzado significativamente en su proyecto de poder y sigue a la espera del resultado de procesos muy prometedores desde su punto de vista, como las elecciones francesas y estadounidenses, donde Le Pen y Trump podrían obtener la mayoría electoral. En Brasil, la resistencia y la fuerza del fascismo también son impresionantes. A pesar de la condena de Bolsonaro, el bolsonarismo sigue repleto de iniciativas políticas en una ofensiva que no da tregua al Gobierno. Ningún escándalo o error de cálculo puede hacer tambalear su sólido 35% de la sociedad.
Discutiendo esta realidad, muchos activistas y luchadores sociales han planteado un argumento interesante. Se ha dicho que la derecha ha crecido porque ha «ocupado el espacio antisistema que debería ser de la izquierda». Con variaciones, este es el argumento principal de quienes consideran que, en la lucha contra la derecha, se trata de luchar por ese espacio. ¿Quizás si fuéramos más radicales? ¿Si dejáramos más claro que estamos «contra todo y contra todos»? ¿Si convenciéramos a la gente de que la verdadera fuerza antisistema es la izquierda? Bueno, si el radicalismo ha ganado fuerza en la sociedad, ¡seamos aún más radicales! Argumentos de este tipo se han expresado cada vez con mayor frecuencia en debates y foros.
¿Tiene sentido este argumento? Nosotros pensamos que no. Partimos de la hipótesis de que la lucha contra la extrema derecha no pasa por disputar ningún espacio supuestamente «antisistema». De hecho, si seguimos por este camino, se podrían perder importantes oportunidades y empeorar las cosas. Abordaremos esta cuestión analizando la situación política brasileña. Veamos.
En primer lugar, hay que recordar que la izquierda anticapitalista es, de hecho, «antisistema». Estratégicamente, luchamos por el vuelco radical de todo el orden social y político actual, hacia la construcción de una sociedad socialista, es decir, de otro sistema social, basado en otros principios económicos, políticos y culturales. Nunca debemos olvidar que esta es nuestra naturaleza. El abandono de una estrategia de transformación radical ha sido la causa de la adaptación reformista y de la decadencia de una serie de organizaciones que se han disuelto en movimientos amorfos de carácter amplio y moderado. Sí, somos «antisistema» y es importante. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
En segundo lugar, la ansiedad que se apodera de una amplia capa de activistas es comprensible. Ayudamos a elegir al gobierno de Lula, con gran dificultad y con un programa determinado. Pero a medida que pasa el tiempo, este gobierno recibe golpes de todos lados y sin embargo no se decide a luchar, no lucha coherentemente por las banderas que lo eligieron, prefiriendo la conciliación permanente con los sectores más retrógrados. Esto ha afectado negativamente a la izquierda, que pierde entusiasmo y motivación, y por lo tanto fuerza política. Ante esto, es comprensible que la respuesta de un sector sea la radicalización, como está haciendo la extrema derecha.
Pero analicemos más de cerca este problema. ¿Es cierto que la derecha ha «ocupado un espacio antisistema»? Creemos que no. A continuación trataremos de demostrarlo.
¿Es la base del bolsonarismo «antisistema»?
Analicemos la base social de la extrema derecha: ¿la base evangélica se unió a Bolsonaro porque buscaba una fuerza «antisistema»? ¿Es eso lo que este sector siempre ha anhelado y ahora ha encontrado en Bolsonaro? ¿Y la base vinculada al agronegocio en el centro-oeste? ¿Es «antisistema»? ¿Y la pequeña burguesía, la clase media y la alta función pública? ¿Son «antisistema»? ¿Y la alta burguesía? ¿Son «antisistema»? ¿Y la policía? ¿Quieren derrocar «todo lo que hay» y construir un nuevo orden social?
Desde cualquier punto de vista, está claro que el supuesto carácter «antisistema» de la extrema derecha no es lo que atrae a estos grupos. Al contrario, todos estos sectores sociales buscan lo más atrasado, lo más conservador, lo más retrógrado, antimoderno y oscuro del espectro político. La tragedia radica precisamente en que estos sectores se han convencido de que el único «sistema» que hay que derrocar es el de las garantías sociales, la defensa de la naturaleza, la legalidad, la racionalidad, los derechos humanos, la defensa de la ciencia y la cultura. Como se suele decir, «en el fútbol ya no hay tontos», nadie se engaña ahí. La base de la extrema derecha comprendió perfectamente la estrategia de sus dirigentes y se adhirió conscientemente a ella. Desgraciadamente, esta base incluye a una parte significativa de la propia clase obrera y de los pobres, pero no a sus sectores más tradicionales, organizados y conscientes. Por lo tanto, no es siendo «más papistas que el Papa» como vamos a disputarle la base social a la extrema derecha.
¿Por qué ha crecido tanto la extrema derecha?
La extrema derecha se ha convertido en una fuerza decisiva en la sociedad no porque sea «antisistema», sino porque ha sabido presentarse ante la nación como un bloque político decidido, cohesionado, organizado y motivado.
Esto es lo que le ha hecho «diferente» de las demás fuerzas y le ha granjeado la simpatía de los sectores más conservadores y reaccionarios de la población (y no a su parte «antisistema»). Cuando, en marzo de 2016, la derecha reunió a cientos de miles de personas en la Avenida Paulista para pedir un golpe de Estado contra Dilma Rousseff, una parte significativa de la población (incluida parte de la clase trabajadora) quedó impactada por su poder movilizador y comenzó a seguirla con atención. A partir de ahí, sólo fue cuestión de cultivar lo conseguido e ir a por más: lucha ideológica y política, elección de diputados y alcaldes, acción masiva en las redes sociales, propaganda, iniciativa, espíritu combativo. De ahí a ganar la presidencia de la república sólo hubo un desarrollo natural.
La derecha ha crecido no porque defienda una política «antisistema», sino porque opera con el sentido común, el odio, los miedos, las frustraciones y los prejuicios más brutales que existen en nuestra sociedad. Así, una competición «a ver quién es más antisistema» sólo puede significar un tiro en el pie para la izquierda y una confusión entre izquierda y derecha. Nunca ganaremos esta lucha en esas condiciones porque pedir «fusilar a los petistas» siempre sonará más radical que defender el sistema de salud pública, la ciencia o la cultura.
El ejemplo de la lucha contra el proyecto «del estupro»
Esta es una batalla que todavía está en curso, pero que tenemos posibilidades de ganar. ¿Qué ocurrió en la lucha contra el llamado proyecto «del estupro» (un proyecto que pretende castigar a las mujeres que aborten después de la semana 22 de embarazo con una pena de prisión mayor que la pena por violación)? Desde luego, no éramos «antisistema». Luchamos por la preservación de una garantía civilizatoria en el derecho burgués, un importante derecho humano, nada más. No levantamos la bandera (justa y «antisistémica») de «¡legalización total del aborto ya!», porque eso iría en contra del sentido común y de la voluntad de lucha de la gente. En lugar de eso, fuimos más inteligentes: tachamos a la extrema derecha de partidarios de la violación y dijimos «¡las niñas no son madres!», apelando al simple sentido común progresista de defender a la niñez. ¿Podríamos imaginar una lucha más defensiva, más minimalista? ¿Una lucha menos «antisistema»? ¡Porque era por el mero mantenimiento de la legislación vigente! Y, sin embargo, constituimos una importante mayoría social, una masa crítica que ahora permite archivar el proyecto de ley (¡nada está garantizado!). Es más, nos presentamos de forma unitaria, cohesionada, al unísono, y sólo por eso fuimos escuchados por la masa de la población.
Algo parecido ocurrió con la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) sobre la privatización de las playas: una lucha defensiva, de mínimos, basada en el sentido común y en el mero derecho a ir a la playa. ¡Una lucha por preservar una legislación que data de 1833! ¡Nada menos «antisistema» que el deseo de sol y playa en domingo! Resultado: la derecha a la defensiva.
Entonces, ¿cuál es el camino a seguir?
La idea de que debemos ser «antisistema» no es errónea en sí misma y para siempre. Puede ser que, en algún momento de la lucha de clases, surja esta necesidad y esto sea decisivo para ganar corazones y mentes. Pero hoy este razonamiento ignora un elemento decisivo para evaluar la coyuntura: la correlación de fuerzas. La lucha «antisistema» es, por naturaleza, una lucha ofensiva. Pero hoy la clase obrera y sus mejores representantes están a la defensiva. Insistir en el carácter «antisistema» de nuestra lucha sólo nos llevará a alejarnos de la conciencia media de la clase y de su voluntad real de lucha. Es la derecha la que está a la ofensiva. ¡El primer paso para cambiar este hecho es reconocerlo! El fascismo reunió a decenas de miles de matones el 8 de enero e intentó dar un golpe de Estado. Así de motivados están. ¿Tenemos fuerza para hacer lo mismo? ¿Qué dicen las acciones del 1 de mayo (actos extremadamente débiles que demostraron la fragilidad del movimiento sindical organizado brasileño) sobre nuestra capacidad de movilización para acciones «antisistema»? Después de todo, los que hablan mucho también deben ser capaces de hacer…
Antes de ser «antisistema», la izquierda necesita volver a la escena política y social del país. ¿Cómo hacerlo? Hay algunas condiciones.
La primera es la unidad. La izquierda necesita volver a presentarse ante la sociedad como una fuerza política decisiva. Unidad en las luchas sociales, en los sindicatos, en el movimiento estudiantil, en las elecciones. Es lamentable que vayamos a tener elecciones municipales en breve y que en muchas ciudades el PT esté priorizando la unidad con partidos centristas e incluso con arrepentidos de Bolsonaro. Hay que hacer como en Francia, donde la amenaza de Le Pen ha hecho surgir una nueva unidad de izquierdas que se presentará a la nación como una fuerza única y decidida con un programa de cambio social progresista. A otra escala (menos importante, pero también digna de mención), también es lamentable que las pequeñas organizaciones de la izquierda radical busquen todo tipo de justificaciones para romper la unidad, denunciando «futuras traiciones» y centrando toda su artillería en la lucha contra el Gobierno y los «gobernistas».
La segunda condición es la aplicación del programa ganador en las elecciones de 2022. Tenemos una enorme ventaja potencial en la lucha contra la extrema derecha: su programa fue derrotado en las urnas y nadie puede quejarse de que las diferencias no estaban claras. Todo el mundo entendió todo correctamente y votó por un programa de cambio social, de recuperación de derechos, de ampliación de logros y de defensa de la civilización frente a la barbarie. El problema es: ¿qué ha pasado con este programa? ¿Por qué el gobierno no lo aplica? ¿No lucha por él? ¿De dónde sacaron la idea de que el país necesitaba un nuevo ajuste fiscal? ¿Por qué el Centrão está en el gobierno aunque no haya entregado nada en el Congreso y actúe en la práctica como oposición? ¿Por qué no hacemos como en Colombia, donde el gobierno está cumpliendo lo que prometió y recientemente hizo una importante reforma previsional que amplía derechos?
La tercera condición es la lucha política e ideológica. No se trata sólo de que la comunicación del gobierno sea mala. Se trata de entrar en la pelea, romper falsos consensos, hacer propaganda y agitación a muy gran escala y no sólo promoción institucional. El gobierno tiene que decir lo que piensa, lo que defiende y explicar su estrategia. Esto se hace en televisión, en internet, pero también con la fuerza de la militancia, inspirada y convocada por sus dirigentes y organizaciones.
La cuarta condición es la movilización popular y la gobernabilidad «en caliente». De nuevo, el ejemplo de Colombia puede ser útil. Gustavo Petro no gobierna sobre la base de una mayoría parlamentaria inestable y poco confiable, sino sobre la base de la movilización popular. Su base social está constantemente movilizada y agitada. Esto es lo que le garantiza la legitimidad. La idea de que los gobiernos no hacen política nos ha sido impuesta por la gran burguesía, que sigue soñando con «un gobierno técnico», mientras se sigue desperdiciando el enorme potencial movilizador de Lula y del PT.
Así que, mucho más que ser «antisistema» en esta situación reaccionaria que quiere devolvernos a la Edad Media, necesitamos ser políticos, actuar juntos, actuar inteligentemente aprovechando las oportunidades. Nuestra lucha es el Frente Único para la defensa de la civilización, de los derechos sociales y humanos y para que el programa de la clase obrera y de sus organizaciones vuelva a ser una referencia para el conjunto de la sociedad, en una palabra, la lucha por la hegemonía. No hay atajos. Las aventuras «antisistémicas» sólo pueden aislarnos de las masas y alejarnos aún más de este rumbo.