Soy portador de un documento histórico. El verano pasado solicité ser miembro del Museo y Biblioteca Conmemorativos Nehru (NMML, por sus siglas en inglés) de Delhi. El NMML es una de las bibliotecas más bien surtidas y de más fácil acceso para los investigadores de la India. Es especialmente importante para quienes trabajan en la historia de la India poscolonial —un periodo del que escasean los documentos oficiales desclasificados, por no decir que no existen— por su rica colección de documentos privados y entrevistas orales.
Según mi experiencia, es también uno de los repositorios mejor gestionados del país. Es un oasis intelectual en un paisaje cada vez más pobre en instituciones (sistemáticamente mal gestionadas y crónicamente infrafinanciadas) que provean un apoyo serio a la investigación en humanidades.
Cuando pagué mi cuota de socio en la caja del NMML, noté algo peculiar en el recibo que me entregaron a cambio. Las palabras «Nehru Memorial» en inglés y en hindi estaban tachadas y sobre ellas figuraban las palabras «Prime Ministers’» (primer ministro).
El NMML, llamado así por estar ubicado en Teen Murti Bhavan —la residencia oficial del primer primer ministro de la India, Jawaharlal Nehru—, es una institución en transición. Ahora está dirigida por aduladores del régimen nacionalista de derechas Hindutva del Partido Bharatiya Janata (BJP). La mayoría de ellos carecen de las cualificaciones académicas necesarias.
Sin embargo, con su rotundo apoyo, el museo y la biblioteca fueron rebautizados. El legado de Nehru fue desproporcionadamente atacado por su famosa insistencia en la naturaleza laica del Estado-nación indio. El personal me informó de que pronto empezarían a emitir recibos con el nombre «PMML» impreso. Se acabó la confusión palimpséstica.
Corregir errores, escribir mal
No se trata de un hecho aislado. Desde que el BJP llegó al poder en 2014, la historia está bajo asedio. En la India poscolonial, el pasado siempre se convirtió en un arma, más a menudo de lo que se estudia. Sin embargo, lo que el BJP estuvo haciendo es más siniestro. Está tratando de romper en mil pedazos cualquier idea coherente y holística de cómo surgió la República de la India.
El BJP quiere hacer creer a todo el mundo que la historia comenzó en 2014 con la toma de posesión del primer ministro Narendra Modi. Sus objetivos declarados apuntan a rectificar los errores históricos, abordar los imaginarios agravios mayoritarios y poner fin a la «distorsión» del pasado por parte de historiadores laicos y «antinacionales». Como antiguo «pracharak» (propagandista) del movimiento fascista militante más antiguo de la India, el Rashtriya Swyamsevak Sangh (RSS), Modi siente esto como algo personal.
Lo mismo piensa el BJP, que perseguió estos objetivos de tres formas principales en la última década. Arrasando las instituciones públicas y las infraestructuras de enseñanza superior, cruciales para la investigación histórica en la India, en una línea típicamente neoliberal. Alterando la pedagogía y los planes de estudio prescritos para sembrar entre los estudiantes una visión conformista y miope de la historia india. Y fijando la cultura popular en debates absurdos sobre la «autenticidad» —de nombres y relatos—, socavando así cualquier noción de un pasado compartido y de hibridaciones evidentes en la cultura india.
El BJP desplegó generosamente políticas, personal y tecnología en estas guerras históricas de múltiples frentes. Y prometió intensificarlas aún más después de las elecciones generales de este año.
Subvertir las instituciones y suprimir el pensamiento
Pensemos en el Consejo Indio de Investigación Histórica (ICHR, por sus siglas en inglés). Es el principal organismo público que promueve la investigación histórica en India. Concede subvenciones y becas, apoya la organización de conferencias y exposiciones y publica libros y revistas, marcando así la agenda de las exploraciones de la historia india financiadas por el Estado.
Recientemente, el Akhil Bharatiya Itihas Sankalan Yojana (ABISY), filial del RSS, tomó el control del ICHR «de arriba abajo». Ahora lo dirigen personas sin las credenciales académicas adecuadas. Uno de sus objetivos declarados es «salvar la historia india de la condescendencia de los historiadores musulmanes». A medida que fueron surgiendo acusaciones de corrupción y mala praxis contra los jefes del ICHR en relación con la contratación de personal, se fueron agotando las vías de financiación y la otrora próspera institución se convirtió en una sombra de lo que fue.
Las acusaciones de contratación chapucera no se limitan al ICHR. El año pasado se descubrieron transacciones similares de quid-pro-quo y conexiones nepotistas cuando la Universidad de Delhi (UD) decidió cubrir las vacantes de puestos académicos permanentes después de más de una década sin hacerlo.
Como una de las mayores y más antiguas universidades públicas colegiadas del país, la UD había recurrido a la «uberización» generalizada del trabajo académico. Siguiendo prácticas que ahora se convirtieron en norma en las universidades metropolitanas de Occidente, había institucionalizado la precariedad y la explotación en las condiciones de servicio y los contratos de trabajo de los académicos que iniciaban su carrera. Cuando llegó el momento de repartir las plazas de profesorado permanente en 2023, los jefes de la universidad y sus subordinados colegiados desplazaron a los candidatos que lo merecían y recompensaron la lealtad política y los prejuicios de casta.
Las facultades de humanidades y ciencias sociales sufrieron un golpe especialmente duro en las universidades de toda la India. La recién estrenada Nueva Política Educativa (NEP) ya trazó su camino hacia la minimización de la financiación pública de la educación y la investigación en el país. Mientras tanto, el Gobierno de la Unión concedió el estatus de «Institución de Eminencia» a una universidad privada inexistente y congeló la liberación de fondos para las universidades públicas situadas en las provincias que no eligieron mayoritariamente al BJP.
Además, el plan nacional de becas en el extranjero, que apoyaba a los estudiantes indios procedentes de entornos social y educativamente marginados en sus estudios en el extranjero, excluye ahora a los que pretendan matricularse en «cursos vinculados con cultura/patrimonio/historia/estudios sociales sobre la India». El BJP no podría haber dejado las cosas más claras: se negará sistemáticamente el apoyo institucional y las oportunidades de empleo a quienes se nieguen a ver el pasado a través de sus gafas teñidas de azafrán.
Azafranado y deficiente
Otra institución pública que el BJP instrumentalizó para propagar su visión excluyente de la historia india es el Consejo Nacional de Investigación y Formación Educativa (NCERT, por sus siglas en inglés). El NCERT es el organismo educativo más influyente de la India. Tiene encomendada la tarea periódica de redactar y revisar los planes de estudio y los libros de texto de la mayoría de los alumnos del país.
Este amplio mandato convierte al NCERT en el organismo perfecto a través del cual el BJP puede inmiscuirse directamente en cuestiones pedagógicas y curriculares. Y así lo hizo, especialmente en la disciplina de historia.
El año pasado, con el pretexto de «reducir la carga de los estudiantes» que se habían visto afectados por la pandemia del COVID-19, el NCERT «racionalizó» sus libros de texto y programas de estudio de forma bastante significativa. Abandonó un tema entero sobre la historia de Mughal y eliminó capítulos cruciales titulados «Comprender la Partición», «Auge de los Movimientos Populares», «Poesía Dalit» y «Democracia y Diversidad».
El NCERT también eliminó las referencias a los disturbios de Gujarat de 2002, que se produjeron bajo el mandato del entonces ministro jefe Modi, y toda la información contextual que implicaba al RSS en el asesinato de M. K. Gandhi en 1948. Cualquier dato histórico que no se ajuste a la idea del BJP de un pasado indio maleable fue desechado por redundante.
Historias desagradables y la idea de India
El BJP se siente muy incómodo por el hecho de que su organización matriz, el RSS, no participara en la lucha anticolonial contra la dominación imperial británica. El RSS había sido incluso prohibido por su papel conspirador en el asesinato de Gandhi por el mismo político que el BJP intenta ahora idealizar y cooptar del panteón de los nacionalistas del Congreso: Sardar Vallabhbhai Patel.
El partido de Modi intenta repetidamente proyectar a muchos destacados luchadores por la libertad de la India con un atractivo de masas contemporáneo, como Bhagat Singh y Subhas Chandra Bose, como sus precursores políticos, a pesar de que en su época fueron críticos con la política sectaria del RSS. Necesita la cobertura de estas figuras populares de la historia india porque uno de los ideólogos más favorecidos del RSS, V. D. Savarkar, está ampliamente considerado como un traidor y colaborador colonial, a pesar de los recientes intentos oficiales de rehabilitar políticamente su reputación.
Savarkar era de la opinión de que la India pertenece a aquellos para quienes es a la vez pitribhoomi (patria) y punyabhoomi (tierra santa). Era una forma indirecta de decir que la mayoría de las minorías no hindúes del país, sobre todo los musulmanes, tienen menos derecho a la nación. En consecuencia, al RSS-BJP le gustaría verlos excluidos por completo de la historia india, especialmente de los periodos medieval y moderno, cuando los centroasiáticos e iraníes, los turco-mongoles, los afganos e incluso los etíopes dominaban la política del norte y más tarde de la India peninsular.
En este marco, los mogoles, descendientes de los turcos chagatai y los rajputs (un grupo étnico dominante en la India occidental con el que se cruzaron casamientos) son señalados como «forasteros» más a menudo que otros. Y ello a pesar de que incluso la historia india primitiva está repleta de casos de influencias e invasiones «extranjeras»: helénicas y escitas, heftalitas y partas.
El BJP se apropió ahora del «giro decolonial» en la escritura académica de la historia para reivindicar un estatus indígena para todo desarrollo cultural digno de ese nombre en la historia india. A pesar de las abrumadoras pruebas —genéticas, filológicas, arqueológicas y textuales— que demuestran lo contrario, reivindica una continuidad umbilical ininterrumpida entre la primera civilización urbana de la India de la Edad de Bronce (que floreció en el valle del Indo) y la cultura que dio lugar a las primeras escrituras sagradas de los hindúes: los Vedas.
Trata de refutar la migración protohistórica de pastores esteparios (grupo lingüístico indoario) al subcontinente indio y su consiguiente mezcla con la población local. La idea de que el pitribhoomi de los antiguos ancestros del norte de la India en un pasado remoto pudiera haber sido diferente del punyabhoomi de sus descendientes en la actualidad es anatema para la idea monolítica del BJP de la historia de la India, donde todo cambio era endógeno hasta la llegada de los musulmanes.
La banalidad de lo falso
Las afirmaciones públicas de Modi y de destacados líderes del BJP sobre la antigua supremacía india en ciencia, medicina y tecnología son otra forma de impulsar la idea de una civilización india preislámica autárquica y gloriosa. En lugar de referirse a los tratados matemáticos y filosóficos reales de los primeros pensadores indios, el BJP se fija en los «auténticos» avances de los «sistemas de conocimiento indios» en las epopeyas sánscritas, el Ramayana y el Mahabharata.
Al leer estos textos y otros aspectos de la mitología india primitiva de forma literal y selectiva, se presentan una serie de afirmaciones ridículas. Entre ellas figuran, por ejemplo, la sugerencia de que los carros voladores indios fueron precursores de los aviones modernos, que los indios practicaban la investigación con células madre y la investigación atómica avanzada hace miles de años y que la cirugía plástica era frecuente en la antigua India.
Estas inanidades se difunden amplia y rutinariamente a través de discursos públicos y mensajes reenviados por WhatsApp. El equipo interno de medios digitales del BJP, denominado «Célula de IT», supo utilizar esta plataforma de mensajería instantánea como arma para mantener un flujo constante de propaganda de baja intensidad pero perpetua. Se especializa en curar y difundir desinformación, discursos de odio y teorías conspirativas a gran escala.
La historia de la India es una de sus perchas favoritas para colgar sus falsedades. Los mensajes suelen empezar con el cebo de «Los historiadores/libros de texto no le dirán esto…» y terminan con alguna que otra llamada incendiaria a la acción.
Los tropos más repetidos son los del «tirano gobernante musulmán», las «conversiones religiosas forzadas», la «construcción de mezquitas arrasando templos», la «violación de mujeres hindúes» y los «reyes hindúes olvidados que contraatacaron o presidieron imperios aún mayores». Irónicamente, la mayoría de estos tropos habían germinado en los escritos de los administradores-eruditos británicos del periodo colonial.
A pesar de sus posturas descoloniales, el BJP toma prestado de estas obras fechadas de forma generosa y acrítica. Bollywood, la industria cinematográfica hindi más popular de la India, con sede en Mumbai, también se unió a la lucha, encontrando un propósito común en la popularización de estos tropos reductivos en producciones recientes.
La historia india está salpicada de ejemplos de «tiranos hindúes y rebeldes musulmanes», «comandantes hindúes de gobernantes musulmanes» y «confidentes musulmanes de reyes hindúes». El Islam no sólo creció en el subcontinente como resultado de la conquista militar, sino que también se extendió a través del comercio y el intercambio cultural, especialmente entre las comunidades agrarias del este, históricamente desposeídas.
Las estructuras religiosas, como símbolos de la autoridad del Estado y tesorerías delegadas, eran especialmente vulnerables durante las invasiones y los cambios de régimen. Las guerras no causaron miseria con delinmitaciones sectarios. Estas ideas, corroboradas por pruebas de la historia india, desbaratan el relato del pasado fabricado por el BJP. Los que intentaron señalar esto fueron amenazados y perseguidos y, en algunos casos, incluso asesinados.
¿Qué hay detrás de un nombre?
Las guerras históricas de la India continúan a buen ritmo, pero de otra forma. En las provincias donde gobierna el BJP, se están cambiando los nombres de ciudades enteras, distritos e incluso estaciones de ferrocarril. Allahabad se convertió en Prayagraj, Aurangabad en Chatrapati Shambhajinagar, Osmanabad en Dharashiv y Mughalsarai Junction en Deen Dayal Upadhyay Junction. Aligarh se convertirá en Harigarh y Ahmedabad podría rebautizarse pronto como Karnavati.
El propósito de esta medida parece ser la poda de la «influencia islámica» visible en la señalización pública y los espacios cívicos. También se trata de borrar la historia local.
El año pasado, durante la cumbre del G20 celebrada en Nueva Delhi, estalló otra polémica sobre un nombre histórico. Todo empezó con una cena de gala ofrecida en honor de los dignatarios estatales visitantes que recibieron invitaciones del «presidente de Bharat». Portavoces del BJP tomaron la televisión, Twitter/X y WhatsApp para argumentar que el propio nombre de «India» era una adscripción colonial británica.
Si bien es cierto que «India» es un exónimo (y muchos países y continentes de todo el mundo se conocen hoy por cómo los llamaron en su día los extranjeros) tiene, al menos, más de dos mil quinientos años. Persas y griegos inventaron ese nombre para la tierra situada al este del río Indo.
A principios de la Edad Moderna, portugueses, holandeses, daneses y franceses utilizaron el nombre para sus sociedades anónimas y puestos comerciales en el subcontinente mucho antes de que llegaran los británicos. Incluso el primer artículo de la Constitución de la India, que entró en vigor en 1950, declara que «la India, es decir, Bharat, será una unión de estados».
Coda
El BJP no tiene ni pies ni cabeza en las guerras históricas que desató en India. Sabe demasiado bien que el peso de la evidencia no está a su favor. Sin embargo, al partido no le interesa el mero debate académico. Quiere ganar las próximas elecciones y las guerras históricas son sólo un medio para apelar a las emociones e instintos, miedos y prejuicios del electorado.
Sabe cómo crear una turba y una turba no necesita saber historia. Es mejor que la turba lo olvide todo y desdeñe las preguntas. Una turba que escupe sobre las preguntas, especialmente sobre sus propios orígenes, es una turba que acosa y destruye.
Este guion ya lo hemos visto antes, en la Europa de entreguerras. Con la soga apretando cada vez más fuerte sobre la democracia y el pluralismo, la cuestión no es qué más presenciará India durante estas guerras históricas en curso, sino si el país, tal y como lo conocemos, sobrevivirá.