La historia se entiende a menudo a través de las experiencias de los «grandes hombres», lo que refleja el fomento del individualismo capitalista y la sospecha de lo colectivo. Los socialistas, comprensiblemente, han procurado rechazar tales narrativas; un ejemplo famoso lo compone el último discurso de Salvador Allende, el presidente socialista de Chile que, antes de su muerte durante el golpe de Estado de Augusto Pinochet en 1973, aseguró a los oyentes que «la historia es nuestra y la hacen los pueblos».
La zona posindustrial de Nerston, en East Kilbride, Escocia, se hizo eco de aquel sentimiento medio siglo después. Este pueblo de las afueras de Glasgow no es conocido por sus monumentos a generales o estadistas famosos; en su lugar, rinde un homenaje más humilde, a una historia alternativa que hasta hace poco estaba en gran parte olvidada. En 1974, seis meses después del golpe de Pinochet contra el gobierno de Allende, tres mil miembros del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Ingeniería (AUEW, por sus siglas en inglés) de la planta de Rolls Royce en Nerston —dirigidos por Bob Fulton, miembro del Partido Comunista— «bloquearon» un lote de motores a reacción Hawker Hunter propiedad del gobierno chileno que debían ser reparados. Eran los únicos capacitados para realizar aquella tarea, y lo sabían.
En una reunión de la sección sindical, los trabajadores habían votado a favor de condenar el golpe. «Las personas torturadas y asesinadas eran como nosotros: sindicalistas», explicó Stuart Barrie en una entrevista concedida a The Guardian en 2018. En la misma entrevista, John Keenan esbozó lo crucial que era la organización para los miembros de AUEW en Rolls Royce, que tenían un largo historial de acciones políticas: «La única razón por la que pudimos hacer lo que hicimos fue porque estábamos organizados. Emprendimos una huelga por el Servicio Nacional de Salud, impulsamos piquetes en Shrewsbury, hicimos de todo».
El boicot de 1974 se extendió durante cuatro años, en los que los trabajadores consiguieron minar significativamente la capacidad de la Fuerza Aérea chilena. Su acción, junto con iniciativas como la de los miembros del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenistas (ILWU, por sus siglas en inglés), que se negaron a permitir que un buque de guerra chileno atracara en Oakland, California, pasó a formar parte de una comunidad mundial de trabajadores cuyo desafío a la tiranía está acreditado con la liberación de decenas de miles de personas de las celdas y las cámaras de tortura de Pinochet.
Hoy, mientras asistimos a la incomprensible barbarie desatada por el gobierno israelí contra el pueblo palestino de la Franja de Gaza y Cisjordania, gran parte de nuestra respuesta se ve sofocada por una sensación de impotencia y desesperación. En 1974, los trabajadores de Rolls Royce quebraron esa ilusión y nos mostraron la mejor manera de combatir la tiranía, ya sea en Chile o en Palestina: mediante la acción sindical.
Imperialismo y trabajo
La transmisión final de Allende, mientras los jets Hunter de Pinochet desataban un infierno sobre el Palacio Presidencial, detalló la realidad del golpe que había derrocado al socialismo chileno y esbozó el papel del imperialismo en el asalto contra la democracia:
En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición (…) esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Allende tenía razón. Fue Estados Unidos, temeroso del programa reformista de nacionalización de Chile y de la firme amistad de Allende con la Cuba de Fidel Castro, quien orquestó el golpe con la ayuda de la élite gobernante chilena y sus aliados militares. El sistema imperialista mundial —dirigido entonces, como hoy, por Estados Unidos— vincula intrínsecamente la fuente de extracción a la metrópoli imperial. Fue el interés del imperialismo por explotar los recursos naturales chilenos lo que convirtió al gobierno de Allende en objetivo, del mismo modo que fue la capacidad manufacturera de Gran Bretaña —sostenida a su vez por la explotación imperialista— lo que llevó los jets de propiedad chilena a los talleres de East Kilbride.
Si estos vínculos son la fuente del poder imperial, entonces la capacidad de los trabajadores para socavarlos en sus lugares de trabajo es también un importante punto de presión. La acción emprendida por Fulton y sus compañeros puso de manifiesto el impacto tangible que los trabajadores del núcleo imperial podían tener en las vidas de los del Sur Global.
Hoy también podemos contextualizar nuestros propios lugares de trabajo en el sistema imperialista y señalar sus puntos débiles. Esto es fundamental para construir un movimiento más eficaz y dinámico por la liberación palestina en Gran Bretaña. Israel —en sí mismo un puesto avanzado fuertemente militarizado del imperialismo estadounidense— está fundamentalmente ligado a las economías occidentales que lo mantienen a flote. Comprendiendo esos vínculos en nuestros propios lugares de trabajo podemos empezar a organizar a los trabajadores en la misma línea que lo hicieron los escoceses en 1974.
Trabajadores contra el genocidio
Hoy en día, la base industrial de Escocia está compuesta en gran parte por fabricantes de armas. El trabajo de grupos como Acción Palestina y Trabajadores por una Palestina Libre en el cierre de estas fábricas debe ser aplaudido, pero también debemos preguntarnos qué viene después. El boicot a Rolls Royce de 1974 duró cuatro años (bastante más que cualquier acción directa, y tuvo además el poder colectivo de proteger a los trabajadores de la represión estatal que vemos ahora): la continuidad es un principio de 1974 que debemos trasladar a nuestra estrategia presente.
En la actualidad, nuestras tácticas perturban el funcionamiento de las fábricas de armas a corto plazo sin el apoyo o el respaldo de los trabajadores de dentro. Desarrollar un movimiento de trabajadores que sea verdaderamente antimperialista requiere de una construcción paciente y un compromiso proactivo con los trabajadores de las fábricas, con el objetivo de organizar boicots sostenibles a largo plazo dentro de estas mismas fábricas. Organizar a los trabajadores de las fábricas de armas como BAE y Thales, al tiempo que se impulsa una campaña más amplia para organizar los lugares de trabajo escoceses en torno a boicots culturales y económicos al apartheid israelí, tiene el potencial no solo de reforzar nuestra campaña por la liberación palestina, sino también de fortalecer el movimiento obrero industrial y restablecer sus cimientos.
El movimiento sindical británico sigue traumatizado por las estremecedoras derrotas de la era de Margaret Thatcher. Las tímidas ideas de un sindicalismo de servicios han crecido junto a la reticencia a entrar en la esfera política más allá de los parámetros establecidos por la acción parlamentaria del Partido Laborista. La victoria de Thatcher sobre el trabajo organizado se coronó con una oleada de legislación que ha obstaculizado la capacidad de los sindicatos para intervenir políticamente, con la amenaza de represalias financieras y legales que a menudo pende sobre ellos.
Los sindicatos deben considerar una ofensiva organizada contra esta represión como un factor crítico en la organización gremial en torno a Palestina y más allá. El amplio apoyo público a un alto el fuego inmediato en Palestina debería proporcionar a los sindicalistas de toda la economía británica un terreno fértil sobre el que alimentar un sindicalismo politizado que pueda elevar la respuesta empática de los trabajadores británicos hacia Palestina a una respuesta política que comprometa a la gente en su vida cotidiana.
En otros lugares de Escocia, los trabajadores ya están demostrando el potencial de su poder. La rama de Glasgow de Unite Hospitality ha lanzado recientemente la campaña «Serve Solidarity», que está organizando boicots dirigidos por los trabajadores a los productos del apartheid en los espacios sociales y culturales de la ciudad. El éxito de la campaña de los trabajadores del Stand Comedy Club ha llevado a la aplicación del boicot en los tres locales. De Bélgica a Sudáfrica y la India, los sindicatos de trabajadores del transporte se han negado a tocar los cargamentos de armas destinados a Israel, mientras que los trabajadores de la confección de Kerala dejarán de coser los uniformes de la policía israelí.
La proximidad de estas industrias al imperialismo, y a Israel en particular, naturalmente variará. Lo que es clave es su contribución a un movimiento global más amplio que adopte medidas concretas y sostenidas para detener el genocidio en curso. Leonardo Cáceres, locutor de radio el día del golpe de Pinochet, dijo en una entrevista para el documental de 2018 Nae Pasaran que, aunque los sindicalistas de Rolls Royce podrían haber visto su gesto como «algo pequeño», en realidad fue extremadamente valioso: «Demostraron a los dictadores de Chile que, a pesar del apoyo de ciertos gobiernos, sus acciones eran condenadas por la mayoría de los seres humanos».
Reconstruir el internacionalismo
Lo que Fulton y sus compañeros de Rolls Royce fueron capaces de demostrar no fue únicamente el poder colectivo de los trabajadores en el ámbito internacional, sino también que el lugar de trabajo es un punto débil del sistema imperialista mundial. Demostraron al mundo que actos desafiantes de este tipo pueden socavar a un enemigo aparentemente insuperable, al tiempo que iluminan las relaciones materiales que unen a los trabajadores y sus intereses en todas partes.
Cuando los trabajadores de Rolls Royce tendieron una mano solidaria desde East Kilbride a Santiago, borraron los aviones fascistas del cielo. Nuestro movimiento debe hacer ahora lo mismo por el pueblo de Palestina y utilizar nuestra propia mano solidaria para hacer añicos las ideas reaccionarias e insulares que han visto cómo nuestro movimiento se debilitaba y se desorganizaba, y reorientarlo hacia una fuerza capaz de desafiar al imperialismo y cambiar el mundo.