Cuando vi la nueva biopic que actualmente se proyecta en los cines, titulada Bob Marley: la leyenda, no sabía gran cosa sobre Bob Marley, el reggae o la religión rastafari y el movimiento político que la acompaña. Pero ahora que he investigado un poco para averiguar de qué demonios va esta película sé mucho más. La gran ventaja del auge de las biopics es lo educativas que resultan: no las películas en sí, que casi siempre son un cúmulo de falsedades, evasiones y simplificaciones excesivas, sino la investigación que te incita a hacer después, cuando lees sobre la vida real de los personajes y descubres todo tipo de datos sorprendentes y ocultos sobre ellos.
La película biográfica de Bob Marley es un gran éxito, y es fácil ver por qué. Es una nube de bienestar, una masa vaporosa de paz y amor, humo de marihuana y pegadizos ritmos de reggae. Flotando en algún lugar en el medio, aparece un actor atractivo (Kingsley Ben-Adir, de Peaky Blinders) sonriendo y retozando en una entrañable imitación de Bob Marley. Los «pecados» de Marley se presentan de la forma habitual, tonta y rutinaria, en el segundo acto: se interesa demasiado por ir a fiestas con gente rica y aristócratas y lo rodean mujeres de aspecto estrafalario mientras a su mujer, Rita (Lashana Lynch), se la ve enfadada por sus impulsos adúlteros. Pero esta trama secundaria es el típico bajón temporal en el despegue global de la inspiradora vida de Marley. Incluso su trágica y temprana muerte a causa del cáncer forma parte de la difusa visión de la película sobre cómo el artista supera las debilidades y los retos terrenales en su ascenso al panteón de los cantantes simpáticos y con talento que nos gustan pero preferimos no entender.
Al igual que en muchas biopics, aquí se insiste en algunos puntos biográficos benévolos, que vuelven la historia de la persona en cuestión más popular entre el público general, y se pasa por alto toda la información más punzante, que es fundamental para sus vidas pero que podría resultar más controvertida. Es una estrategia que funciona muy bien comercialmente. Bob Marley: la leyenda es un éxito, en sorprendente contraste con el fracaso de Madame Web, que ya está generando varios artículos de opinión sobre el posible fin de la manía por las películas de superhéroes.
El Hollywood Reporter informa que Bob Marley «se impuso en la taquilla» como parte del «boom de las biopic musicales que arrasa en Hollywood». Películas biográficas de Amy Winehouse, Bob Dylan, Michael Jackson, Billy Joel, Boy George, Keith Moon, los Beatles, los Bee Gees y Grateful Dead se encuentran en distintas fases de producción en su camino hacia la sala de cine más cercana.
Ziggy Marley, cantautor e hijo de Bob, es productor de Bob Marley: la leyenda, y la película comienza con un breve clip suyo que presenta a su padre antes de las proyecciones. Ya propuse la regla biográfica «Nunca involucres a la familia» al reseñar el desastre que fue Maestro, y la repito aquí. Las comprensibles susceptibilidades de los familiares, especialmente de los niños, suelen socavar la siempre difícil tarea de narrar la verdad.
Coescrita y dirigida por Reinaldo Marcus Green, cuya última película fue el biopic de 2021 King Richard, Bob Marley comienza con una descripción del violento caos político en la Jamaica de 1976, y con el protagonista anunciando que su próximo concierto por la paz no tendría nada que ver con la política.
No pude evitar reírme en voz alta en el cine. El anuncio inicial de «nada de política» es el comienzo más cínicamente perfecto para esta película. Y, efectivamente, Marley es retratado a lo largo de todo el film como una paloma de la paz que siempre trata de elevarse por encima de aquellos que intentan arrastrarlo a una arena salpicada de sangre de las terribles políticas que se promulgan, de las elecciones corruptas que se disputan y de la justicia social que se busca o se suprime.
La película está tan dedicada a mantener la política y las creencias espirituales de Marley fuera de la historia de su vida que la mitad del tiempo no se puede entender lo que está pasando. Y eso es algo que está cuidadosamente planificado. Por ejemplo, al principio del relato se muestra la rivalidad entre dos políticos, cuya explosiva campaña —incluida la violencia de las bandas locales vinculadas a ambos partidos— amenaza con sumir a Jamaica en el caos paramilitar urbano, lo que lleva al primer concierto por la paz de Marley. ¿Quiénes son esos políticos? ¿A qué partidos representan? ¿Qué políticas defienden? En la última imagen de la película, en el concierto por la paz One Love, Marley une sus manos en el escenario. ¿Qué se supone que significa ese gesto?
Nunca lo sabrás viendo Bob Marley: la leyenda. Simplemente porque no quieren que lo sepas. Pero si se investiga un poco, se descubre que los dos líderes son el Primer Ministro Michael Manley, del Partido Nacional del Pueblo (PNP), socialista democrático, y su oponente, Edward Seaga, del Partido Laborista de Jamaica (JLP), conservador. La imagen de sus manos entrelazadas, que se convirtió en un icono, podría interpretarse como una prueba de que Bob Marley era apolítico, no tomaba partido y trascendía todo conflicto. Pero, tal como explicó el académico caribeño Brian Meeks en una entrevista con Jacobin en 2021,
esa interpretación es demasiado simple. Con su gesto, Bob Marley no intentaba eludir las diferencias políticas entre el PNP de izquierdas y el JLP de derechas. Más bien intentaba rescatar las esperanzas del movimiento social que había llevado al PNP al poder seis años antes, una visión de una nueva Jamaica que la violencia callejera —que muchos sospechan que fue el resultado de un programa encubierto de desestabilización de la CIA— amenazaba con destruir.
Con toda probabilidad, fueron pistoleros del JLP quienes asesinaron a Marley en 1976. En ese entonces, Jamaica estaba inmersa en una lucha neocolonial en la que una subclase negra, que aún una década después del fin del dominio británico continuaba oprimida y empobrecida, luchaba por obtener algunos derechos económicos. El nuevo movimiento político resultante llevó a Manley y al PNP a una victoria aplastante en 1972. El reggae, «era una forma de música militante que estaba estrechamente vinculada al rastafari y al movimiento del poder negro (…). El reggae fue la banda sonora del nuevo movimiento político, y más concretamente la banda sonora de la victoria electoral de Michael Manley en 1972», explicaba Meeks en esa misma entrevista.
Aunque es cierto que Marley intentaba mantenerse a cierta distancia de la política, esto tenía mucho que ver con sus creencias rastafaris. Y buena suerte averiguando cuáles son a partir de esta nueva biopic.
Aunque hay varias alusiones a sus creencias, pasan sin explicación alguna. Por ejemplo, el anillo etíope de oro que Marley lleva por insistencia de su sabia esposa Rita y que parece tan significativo al final de la película, encuentra su explicación en la creencia rastafari de que Haile Selassie, que se autoproclamó emperador de Etiopía en 1930, era un dios viviente o el representante de Dios en la Tierra. El propio emperador afirmaba ser descendiente del rey bíblico David. Era considerado la realización de las predicciones sobre un mesías negro del influyente líder jamaicano y nacionalista negro Marcus Garvey. Garvey instó a los negros de la diáspora africana a unirse y regresar a África, lo que indica por qué, en la película, el regreso a África es tan vitalmente importante para Marley a la hora de programar su Exodus Tour.
La única vez que vemos a Marley perder la calma es cuando ataca físicamente a su representante, Don Taylor (Anthony Welsh), por intentar sacar provecho de la organización de la gira. Marley le grita «África no es cosa de dinero», y el ataque resulta especialmente chocante porque Marley había sido un personaje muy pacífico hasta ese momento, y porque Taylor había resultado gravemente herido en el atentado contra la vida del artista que lo obligó a viajar de Jamaica a Inglaterra. En aquel ataque, Marley solo sufrió heridas leves, mientras que Taylor resultó gravemente herido. Así que su representante le responde: «¡Recibí seis balas por ti!».
La vaga insinuación de la película es que, en tanto artista negro, Marley no se conforma con las habituales giras europeas y americanas organizadas por el fundador y productor de Island Records, Chris Blackwell (James Norton), y quiere rectificar la racista omisión de los africanos en los planes de gira. Por lo que nos cuenta la película, solo podemos suponer que Marley se siente impulsado por un fervor general de «retorno a las raíces». Pero aquí, como en varios otros momentos del filme, nos quedamos sin saber a qué se refieren los actores principales con sus líneas.
¿Recuerdas la escena en Londres —lugar en el que Marley vivió y grabó discos durante casi dos años tras abandonar Jamaica— en la que se encuentra con una estatua de piedra de un león y dice: «No saben lo que significa»? ¿Tienes idea de lo que significa? ¿No? ¿Te genera curiosidad? Bueno, tal vez quieras buscar información sobre la cultura rastafari y sus diversas imágenes significativas, porque la película no ofrece ninguna pista.
Pero no descartemos de cuajo esta nueva producción. Aprovechemos el género biográfico mientras lo tenemos a nuestro alcance. Utilicémoslo como punto de partida, como una oportunidad para documentarnos sobre las personas, sus pensamientos y sus complejas historias reales, algo que Hollywood —como es de esperar— siempre omite.