El 30 de octubre, el agricultor Omar Ghoneym condujo desde al-Jader hasta sus tierras en la zona sur de Belén. De camino, recibió una noticia insólita: la mayor parte de los árboles de su propiedad (principalmente olivos) habían sido arrancados y destruidos por los colonos israelíes. Lo que vio al llegar le destrozó. No sólo había perdido toda su cosecha, sino que incluso la centenaria dar (دار, casa rural tradicional), que solía dominar la colina, había sido destrozada piedra a piedra por las excavadoras israelíes.
Mahmoud Abdullah, otro agricultor, tiene hectáreas de vides justo al lado de los árboles de Omar. No se le había permitido recoger los frutos desde el 7 de octubre. Y en la mañana del 30 de octubre ya no quedaba nada que cosechar, porque sus vides habían sido aplastadas contra el suelo. Los colonos destrozaron todo en las colinas palestinas que rodean su colonia, Efrat.
Los agricultores palestinos conocen su tierra al milímetro cuadrado. Para ellos, no existen las «plantas silvestres»: cada brote de su tierra es una expresión de la vida palestina, como flora autóctona. Recogen las cosechas, cuidan sus árboles y pasean por sus viñas con el mismo amor y responsabilidad con que protegen a sus seres queridos. Sus familias cuidaron de estos árboles durante generaciones; los olivos alimentaron y protegieron a sus cuidadores durante el mismo tiempo.
Esta guerra no sólo tiene lugar en Gaza. Tras los ataques del 7 de octubre, Cisjordania vivió las semanas más mortíferas desde la Segunda Intifada. Hasta este martes, más de 140 palestinos murieron en Cisjordania, 2.040 personas fueron detenidas y pueblos y ciudades están sometidos a un bloqueo que impide a los residentes viajar fuera de sus ciudades.
Los agricultores palestinos lo pasaron especialmente mal, ya que la mayoría tiene tierras, cultivos y cosechas en la llamada Zona C. Ésta es la mayor de las tres zonas en las que se dividió Cisjordania desde los acuerdos de Oslo de la década de 1990, que estipulaban que la Autoridad Palestina debía administrar las zonas A y B, mientras que la zona C debía «devolverse progresivamente a los palestinos». En realidad, la Zona C, que comprende casi el 70 por ciento del territorio de Cisjordania, permaneció bajo el control militar absoluto del ejército israelí (Fuerzas de Defensa de Israel, IDF) y los asentamientos israelíes no han dejado de expandirse allí en las últimas tres décadas.
A los agricultores no se les permitió llegar a estos territorios durante el último mes y las IDF les informaron que si intentan alcanzar sus olivares serán asesinados. Algunos agricultores compartieron fotos de los panfletos que los colonos dejaron en sus olivares, en los que se lee: «¡Habéis llegado a la frontera! La entrada está prohibida y es peligrosa, y cualquiera que se acerque verá árboles ardiendo».
Cuando se le pregunta qué estuvo haciendo, dada la prohibición de atender sus viñas, Mahmoud dice que pasó los días sólo viendo las noticias y rezando por la gente de Gaza. «A estas alturas, la cosecha ya se echó a perder. Lo único que podemos hacer es esperar que termine la guerra. ¿Cómo podemos ocuparnos de nuestros propios problemas aquí mientras Gaza está ardiendo?».
Los ataques contra los agricultores alcanzaron su punto álgido el 28 de octubre, cuando un soldado israelí fuera de servicio disparó a Bilal Saleh, agricultor del sur de Nablús, delante de sus cuatro hijos, matándolo en el acto. El soldado fue detenido pero, como demuestran los antecedentes de ataques de colonos y/o soldados contra civiles palestinos, los autores israelíes suelen ser puestos prematuramente en libertad, protegidos por la impunidad.
Otros campesinos, como Na’em Abu Eram y su familia, del sur de Hebrón, fueron agredidos y gravemente heridos por palizas. Mientras el padre de Na’em, de setenta y dos años, pastoreaba sus ovejas, fue agredido por colonos, por lo que debió ser hospitalizado. Uno de los hermanos de Na’em estuvo grabando en video todos los ataques que vienen sufriendo durante los últimos quince años y comparte los vídeos con ONG de derechos humanos como B’Tselem. Hace dos semanas, un colono le confiscó el teléfono y le rompió los dedos al hacerlo.
Abdullah Salem Abu Aram tiene sesenta y dos años y, tras jubilarse como maestro de escuela, decidió dedicar toda su vida a cultivar sus tierras en la aldea de Qawawis, en las colinas de Hebrón Sur. Pertenecen a su familia desde 1958 y, en 1981, su padre plantó cientos de olivos en los casi treinta acres de tierra que poseen.
«La Ocupación nos impidió arar, podar y recoger nuestros frutos, expulsándonos de la tierra antes y después de la guerra. Los colonos siempre nos golpearon y amenazaron con matarnos. Llaman al ejército, que nos expulsa de nuestra tierra con falsos pretextos». Continúa: «Ahora no podemos volver a recoger la cosecha porque tememos por nuestras vidas y no sabemos qué hacer. La cosecha quedará destruida porque no podremos recogerla. Constituye el 80% de los ingresos de mi familia, pero ahora mismo ni siquiera pienso en esto, ya que lo que está ocurriendo en Gaza ocupa todos nuestros pensamientos».
La mayoría de los civiles palestinos —especialmente los agricultores— no posee armas. En cambio, los colonos —todos ellos con formación y equipamiento militar— recibieron recientemente miles de pistolas y fusiles distribuidos por el propio ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir.
Escribimos a la unidad del portavoz de las IDF y le pedimos que comentara el reciente aumento de la violencia de colonos y soldados en Cisjordania, solicitando que tuvieran en cuenta específicamente el asesinato de Bilal Saleh y los ataques que afectan a los granjeros. En su respuesta, no mencionaron ninguno de los dos temas, pero subrayaron que su misión en el territorio de «Judea y Samaria» —nombre bíblico de Cisjordania— es garantizar la seguridad de sus residentes e impedir cualquier atentado terrorista.
Como parte de las operaciones antiterroristas, dicen que estuvieron llevando a cabo arrestos nocturnos para detener a sospechosos e instalando «puestos de control dinámicos» para garantizar la seguridad en todo el territorio. Ni que decir tiene que los residentes a los que hay que proteger son sólo israelíes, ya que todos los palestinos entran en la categoría de terroristas potenciales.
Pero ese comentario simplemente no refleja la realidad: los arrestos nocturnos se han saldado con la detención de miles de activistas por la paz o de palestinos de a pie que han sido acusados de colaboración con el terrorismo simplemente por darle un me gusta a publicaciones de Facebook. Por otra parte, los «puestos de control dinámicos» en cuestión son, de hecho, bloques de cemento bastante rígidos, puertas de hierro y montículos de tierra que restringen totalmente la circulación de los palestinos dentro y fuera de sus ciudades. Esto incrementa aún más el aislamiento de muchas comunidades que ya están desatendidas y carecen de acceso a instalaciones sanitarias o recursos hídricos debido a la ocupación.
Además, para poner en perspectiva la agenda «antiterrorista» de las IDF, debemos tener en cuenta que los datos anteriores al 7 de octubre muestran que los colonos de Cisjordania ya eran los residentes con mayor posesión de armas de todo Israel y Palestina, y que el uso de armas de fuego para perpetrar ataques contra palestinos creció exponencialmente en los últimos años.
Teniendo esto en cuenta, la alegación de la legítima defensa como justificación de la violencia desatada contra los palestinos es enormemente desproporcionada y no tiene sentido cuando las víctimas de esta violencia son agricultores desarmados.
Agricultura para la liberación
«Octubre es un mes sagrado para Palestina: los ingresos anuales de muchos agricultores dependen casi por completo de la temporada de recogida de la aceituna. Las familias se quedarán sin nada como consecuencia del bloqueo israelí», afirma Saad Dagher, agrónomo palestino de Mazari En-Nubani, un pueblo al norte de Ramala.
Dagher tiene más de un cuarto de siglo de experiencia académica en investigación agrícola y también sobre el terreno. Sostiene que la liberación palestina está intrínsecamente ligada al derecho de los palestinos a autogestionar su propia agricultura. Hace décadas que la tierra viene siendo colonizada y que las autoridades israelíes obligan a los agricultores palestinos a obedecer métodos de cultivo reñidos con sus tradiciones.
«La agricultura palestina siempre fue policultural, lo que significa que diferentes cultivos pueden y deben crecer uno junto al otro en un pedazo de tierra. La agricultura israelí impuso los monocultivos, que van en contra de la biodiversidad natural y la autosostenibilidad de la tierra palestina», afirma Dagher. Esta es una de las dos razones principales por las que Israel le plantea tantas dificultades a los agricultores: quiere eliminar todo rastro de la historia palestina y también con la historia natural de su suelo.
La otra razón es que los árboles y cultivos que pertenecen legítimamente a los palestinos representan un obstáculo para apoderarse de más territorio para construir colonias, por lo que eliminar sus huellas facilita el proceso. «Aproximadamente un millón de olivos, muchos de ellos centenarios, fueron arrancados por Israel desde 1967. No sólo los arrancan con el pretexto de que necesitan hacer espacio para asentamientos u otras infraestructuras de la Ocupación. También afirman que los olivos representan ‘amenazas a la seguridad’ de los israelíes, ya que los árboles son postes tras los que se esconden los palestinos para atacar a los soldados. Es una locura».
Los agricultores palestinos producen anualmente entre veinticinco mil y treinta y cinco mil toneladas de aceite de oliva (Zeit Zeitoun), pero Dagher predice que esta temporada producirán, en el mejor de los casos, entre doce mil y quince mil toneladas. Cifras similares se obtuvieron de las temporadas de cosecha de la Segunda Intifada, durante la cual los agricultores no sólo no podían recoger sus aceitunas sino que eran detenidos rutinariamente en los puestos de control israelíes y obligados a derramar en la carretera los pocos galones de aceite de oliva que habían conseguido producir.
Dagher teme que la historia se repita, ya que cada vez hay más agricultores y palestinos inocentes acosados a un ritmo excepcionalmente alto. Sin embargo, aunque la economía palestina —que depende en gran medida de la agricultura (6% del PIB)— sufrirá terribles consecuencias, la actual represión contra los agricultores no es ninguna sorpresa.
Incluso antes del 7 de octubre, a los agricultores palestinos nunca se les permitió el libre acceso a sus tierras. Cada vez que tenían que ocuparse de sus tierras, necesitaban solicitar un permiso especial a las FDI, que los autorizaba a cultivar en horarios prescritos, para no ser acosados por los colonos. Y, como el ejército israelí a menudo no concedía estos permisos, los agricultores se enfrentaban al dilema de arriesgar la vida para cuidar sus campos y árboles o cuidarse y perder las cosechas. El riesgo es muy alto, ya que llegar a sus tierras a menudo implica tener que traspasar el muro del apartheid, constantemente vigilado, que divide el territorio palestino en zonas segregadas. Pero la mayoría de los agricultores están dispuestos a correr el riesgo si con ello protegen su suelo.
Reclamar la tierra destruyéndola
La destrucción de olivos y tierras cosechables no sólo afectó a Palestina, sino también al sur del Líbano. Informes recientes muestran que las IDF han utilizado tantos proyectiles de artillería de fósforo blanco en el conflicto que se desarrolla gradualmente en la frontera entre Israel y Líbano, que más de cuarenta mil acres de tierra cosechable están ahora quemados y sin cultivar. Cientos de agricultores libaneses y sus familias se vieron desplazados tras perder su principal fuente de ingresos: sus olivos.
Con cada olivo que se quema, se arranca y se destroza, emerge una verdad más amplia: hay un bando que reclama la tierra como suya, protegiéndola y cuidándola con amor, y otro bando que la reclama como suya destruyendo la naturaleza y erradicando su historia agrícola.
Para Omar, el agricultor cuyos olivares fueron arrollados por las excavadoras de los colonos:
Luchan contra el árbol, luchan contra la piedra, luchan contra la tierra: luchan contra todo lo que sea testimonio de la historia palestina. Quieren cambiar la faz de la tierra porque temen la verdad que encierra. Pero nosotros tenemos un arma que ellos no pueden tener, con la que resistimos a todos sus intentos de expulsarnos: el amor ancestral y el deber de proteger todo lo que crece en suelo palestino. Palestina es nuestra madre y nunca la abandonaremos.
Ese compromiso con la resistencia es exactamente lo que Israel intenta literalmente desarraigar.