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Ilustraciones: Gabriela Sánchez (https://gabsanchez.com/)

El fantasma de Lenin en América Latina

Entre el 1 y el 12 de junio de 1929 tuvo lugar en Buenos Aires la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, que reunió a delegados de los partidos comunistas de casi todos los países de la región con enviados de la Internacional Comunista y del PC de Francia y de Estados Unidos.

Es bien conocido el hecho de que, más allá de la creación de organismos regionales y del envío de agentes desde Moscú, la primera aproximación oficial a gran escala desde la Comintern o Internacional Comunista (IC) hacia América Latina tuvo lugar durante la celebración de su VI Congreso en 1928. La desatención de la IC hacia los partidos comunistas latinoame­ricanos permitió a estos últimos, al menos en sus orígenes, disponer de una autonomía relativa. Tales márgenes de acción, no obstante, acabaron siendo relegados por las propias direcciones de las seccio­nes latinoamericanas a medida que resolvían tensiones internas y los sectores más proclives a privilegiar el desarrollo local del comunismo eran desplazados.

Representativas de este cambio de situación fueron las expulsiones en las direcciones de los partidos co­munistas de Argentina y Chile, así como también en la conducción del Secretariado Sudamericano (SSA), de aquellos líderes que representa­ban ciertas formas, necesariamen­te limitadas, de independencia res­pecto del «partido de la revolución mundial». En este nuevo entrama­do de relaciones ocuparon un lugar central la configuración y aprehen­sión del que sería, hasta el colapso de 1991, el máximo componente de la ideología oficial soviética: el «leninismo».

En efecto, en un intento por do­tarse de una nueva legitimidad, la di­rección soviética concibió el leninis­mo como un sistema de pensamiento ordenado, preclaro, unidireccional, sin contradicciones ni fisuras. Desde entonces, y durante toda la existen­cia de la Unión Soviética, Lenin fue la cita de autoridad que esgrimieron los mandatarios soviéticos, y el mo­nopolio de su exégesis estableció los parámetros y los límites de las ex­presiones signadas por los «nuevos cursos nacionales» que emergieron en el «socialismo real».

El pensamiento de Lenin sufrió un proceso de instrumentalización dogmática tras su muerte, pasando de constituir un conjunto de estra­tegias para transformar la realidad social[1] a ser un poderoso factor de le­gitimación de la dirección soviética. Horacio Tarcus señaló que «Marx no es el creador del marxismo: este es una creación posterior a su muerte, que recién se estabilizó como sis­tema doctrinario hacia 1890»[2]. Lo mismo ocurrió con el leninismo, que comenzó a tomar cuerpo con su de­ceso en 1924 y se consolidó como doctrina desde fines de 1929, cuando el estalinismo se asentó en el poder de manera decisiva y definitiva.

En El imperialismo, fase superior del capitalismo, su texto más célebre sobre cuestiones internacionales, Lenin observó que los capitales en­contraban un límite para la inversión doméstica, por lo que debían lanzar­se a la conquista de nuevos mercados en el exterior. El gran capital de los países industrializados encontraba predilección por los países atrasa­dos, en donde podía obtener altos rendimientos con costos muy bajos, lo que incrementaba al mismo tiem­po sus rasgos monopólicos. Pero da­do que la política colonial ejercida por las potencias capitalistas había dado forma por primera vez en la historia humana a la apropiación de todas las tierras del planeta, enton­ces no quedaba ya más que esperar una redistribución de los territorios dominados[3].

Concebido con el propósito de brindar una interpretación a los fac­tores económicos que decantaron en la Gran Guerra[4], Lenin buscó siste­matizar una teoría del imperialismo desde una perspectiva marxista. La presencia de estructuras económi­co-sociales coloniales y semicolo­niales en donde se conformaba una amplia masa de trabajadores campe­sinos constituyó la materia prima en torno a la cual desarrolló la noción de «revolución democrático-bur­guesa». Dado que en los países atra­sados el imperialismo no anulaba las leyes del desarrollo y la acumulación capitalistas que, por el contrario, eran impulsadas por las inversiones extranjeras, resultaba factible que emergieran allí las fuerzas sociales anticolonialistas requeridas para dar paso a la instauración de regímenes democrático-burgueses[5].

Traducido a múltiples idiomas, el folleto de Lenin —escrito en 1916 y publicado al año siguiente— gozó de una enorme popularidad, tras­cendiendo el ámbito de la intelec­tualidad y alcanzando a un público amplio[6]. Los cuadros de los parti­dos comunistas latinoamericanos recogieron sus impresiones sobre el subcontinente y lo asieron como paradigma del análisis de la realidad social autóctona.

Ilustraciones: Gabriela Sánchez (https://gabsanchez.com/)

Comunismo latinoamericano en la Comintern

A través de la celebración de con­gresos, dotados en su origen de una periodicidad anual, la IC logró establecer un vínculo orgánico con las secciones nacionales que la inte­graban. Pero los partidos latinoame­ricanos tenían una exigua participa­ción: había habido un representante mexicano en el II Congreso, dos mexicanos y dos argentinos en el III, dos argentinos, un mexicano, un brasilero y un chileno en el IV, un argentino, un mexicano y un bra­sileño en el V.

Recién con el VI Congreso, ce­lebrado entre julio y septiembre de 1928, las delegaciones latinoa­mericanas adquirieron mayor re­presentación. Además de lograr un crecimiento numérico, consignado en el derecho a disponer de 17 votos (11 decisorios y 6 deliberativos), se había producido una expansión de los partidos representados: a las nacionalidades que ya habían tomado parte anteriormente, se sumaban delegados comunistas de Colom­bia, Venezuela, Ecuador, Paraguay y Uruguay.

El curso «bolchevizador» dis­puesto por la IC en su V Congre­so de 1924 implicó la rusificación de los partidos comunistas. Ante el fracaso de los intentos revolucio­narios en que había tomado parte el Partido Comunista Alemán, el Partido Bolchevique emergió como único modelo, a ser imitado por las distintas secciones nacionales. Las crisis internas estaban en los años 20 a la orden del día en los parti­dos comunistas, razón por la cual la homogeneización ideológica que encerraba en su lógica primaria la bolchevización fue recibida con gran entusiasmo por los sectores mayo­ritarios de las direcciones comunis­tas, tan interesadas en ahogar toda posibilidad de expresión disiden­te. Así, paradójicamente, si bien la preocupación por lograr la elevación teórica de sus cuadros y militantes fue una constante en las secciones comunistas, al mismo tiempo impi­dió el maceramiento de pensamien­tos originales propios.

El análisis que sentenciaba pa­ra el conjunto de América Latina la preparación de una revolución agra­ria antimperialista no discriminaba entre aparatos productivos, formaciones sociales, ni modos de acumu­lación del capital. No sorprendió en­tonces que los apparatchiki locales de la IC, con el argentino Victorio Codovilla a la cabeza, rehusaran si­quiera a polemizar con las proposi­ciones formuladas por José Carlos Mariátegui alrededor de las genui­nas potencialidades revolucionarias de la población indígena en Perú.

Mariátegui buscaba poner su estudio sobre la realidad nacional del Perú en relación con el devenir sociopolítico internacional[7]. No obs­tante, convencidos de que no se tra­taba más que de un aspecto marginal y subsidiario de la cuestión campe­sina en un país semicolonial especí­fico, el responsable máximo de la IC en los asuntos latinoamericanos, el suizo Jules Humbert-Droz, conde­nó junto a Codovilla las posiciones «pequeñoburguesas» de Mariátegui al tiempo que lo conminaron a recu­perar las categorías de análisis «leni­nistas» que pregonaban en nombre de la IC[8].

Latinoamérica en clave leninista

La Primera Conferencia Comunista Latinoamericana tuvo lugar en Bue­nos Aires entre el 1 y el 12 de junio de 1929. Tomaron participación en ella 38 delegados designados por los partidos comunistas de Argentina, Brasil, México, Uruguay, Colombia, Cuba, Perú, Paraguay, Bolivia, El Salvador, Ecuador, Panamá, Vene­zuela y Guatemala. El comunismo chileno se había quedado sin la in­tervención de su delegado a causa de la creciente represión que atra­vesaba el país. También estuvieron presentes en la Conferencia dele­gados la IC, del SSA, de la Interna­cional Juvenil Comunista y de los partidos comunistas de Francia y Estados Unidos. Nunca fue provista una lista completa de los delegados, y solo se puede contar con informa­ción sesgada a partir de los materia­les de la Conferencia, concentrados exclusivamente en la figura de los oradores[9].

La Conferencia se preocupó por analizar la naturaleza de la revolu­ción que debía encarar América La­tina, considerando que al pervivir formas sociales coloniales y semi­coloniales y careciendo por tanto de una estructura capitalista, a la región le tocaba atravesar una pri­mera revolución de índole «demo­crático-burguesa». En este sentido, Lenin había dejado un instructivo crucial para la interpretación de la realidad latinoamericana al plantear que la revolución agraria decantaba en la destrucción del latifundismo y la conformación de una pléyade de pequeños propietarios rurales, lo que implicaba el reemplazo de las relaciones feudales por relacio­nes capitalistas[10]. En ese esquema, el momento más importante de la fase democrático-burguesa en el mo­vimiento revolucionario latinoame­ricano sobrevendría cuando la clase obrera lograra apropiarse de la hege­monía hasta entonces detentada por

la pequeña burguesía, sentando así las condiciones para iniciar la revo­lución proletaria. Dado que los par­tidos y movimientos burgueses y re­formistas incluían en sus programas componentes democráticos y antim­perialistas, los partidos comunistas creían haber encontrado un punto de contacto con las masas, abarcan­do amplios círculos de la burguesía nacional, de los intelectuales y de los trabajadores urbanos[11].

En las reuniones previas a la ce­lebración de la Conferencia, Codo­villa recordó que en el II Congreso de la IC Lenin había sentenciado que para abordar la cuestión colonial era de vital importancia la formación de partidos comunistas que organiza­ran a los trabajadores y los conduje­ran hacia la revolución. El líder del SSA fundamentaba en esta tesis su llamado a los comunistas latinoa­mericanos a consolidar los partidos, desde los cuales se debía organizar, movilizar y concientizar a las masas. En el proceso de conformación de estas vanguardias revolucionarias era importante la promoción de ac­ciones de alcance continental contra el imperialismo.

En el enfoque adoptado por Co­dovilla, la correcta realización de es­tas tareas habría de allanar la senda de la revolución democrático-bur­guesa, la antesala de la revolución proletaria[12]. La lucha latinoameri­cana antimperialista se constituía, además, en un componente central para la lucha internacional contra la guerra. Codovilla sostuvo que Lenin había sentado las bases de la política adoptada por la IC en rela­ción a la posibilidad de establecer alianzas transitorias con la peque­ña burguesía durante la etapa de la revolución democrático-burguesa. Estas alianzas debían ser conducidas y hegemonizadas en todo momen­to por partidos comunistas fuertes, clave para que una vez consumado el triunfo de la revolución demo­crático-burguesa se pudiera pro­ceder al desarrollo de la revolución socialista[13].

En el número extraordinario de mayo de 1929 del órgano del Se­cretariado Sudamericano, La Co­rrespondencia Sudamericana[14], se publicó el borrador de las tesis que, habiendo contado con la aprobación del Presidium de la IC, serían dis­cutidas un mes más tarde. Allí se señalaba que, en el lapso entre 1913 y 1927, el capital norteamericano había incrementado sus inversiones en América Latina en un 300%. En el mismo período, la penetración del capital británico había registra­do apenas un alza de entre el 15 y el 20%. Aunque políticamente gozaba de una independencia formal, La­tinoamérica era considerada como una gran semicolonia regada de la­tifundios que se erigía en escenario crucial para la competencia inte­rimperialista. En casi la totalidad de los países latinoamericanos, la clase dominante estaba conformada por grandes propietarios terratenientes que oficiaban de enlace de los inte­reses imperialistas, principalmente de origen británico.

Las resoluciones y tesis de la Pri­mera Conferencia Latinoamericana se publicaron en el número 15 del órgano del SSA[15]. Se retomó allí la noción de «tercer período» confi­gurada en el VI Congreso de la IC: la revitalización del capitalismo se expresaba en los países coloniales y semicoloniales latinoamericanos a través de una agravación de la opre­sión imperialista sobre los obreros y campesinos. Asimismo, conducía a la profundización de los conflictos interimperialistas que ejercían do­minio en la región[16].

La Conferencia consideraba que allí donde existía una burguesía in­dustrial (Argentina, Brasil y Chile), su surgimiento se había producido en vinculación con el imperialismo, principalmente norteamericano. El incipiente proceso de industriali­zación en América Latina producía entonces el doble efecto de incre­mentar la penetración del imperia­lismo y aumentar la importancia del proletariado, que habría de enfren­tarlo con fuerza creciente. La identi­ficación con el sujeto revolucionario leninista por antonomasia era total: la clase obrera industrial devenía en actor crucial de la revolución. En su lucha antimperialista, el proletaria­do debía contar con el compromiso de la masa de campesinos y obreros agrícolas. La cabeza del proceso re­volucionario no podía ser otra que la clase obrera, tal como había teori­zado largamente Lenin y ratificado empíricamente el Partido Bolchevi­que en octubre de 1917.

Durante mayo de 1929 se cele­bró en Montevideo el congreso que dio origen a la Confederación Sin­dical Latinoamericana[17], cuya fina­lidad fue contrarrestar la ofensiva antirrevolucionaria que ejercía la Central Obrera Panamericana en­tre los trabajadores de la región[18]. El Comité Pro Confederación Sindi­cal, que precedió a dicha fundación, se hizo eco también del análisis de Lenin sobre los peligros de la gue­rra imperialista y las posibilidades de estallido social que con ella se abrían. Lenin había presentado a la guerra como parte constitutiva del capitalismo[19]. Mientras, la Unión Soviética experimentaba un fuerte crecimiento económico, que muy pronto sería intensificado median­te la implementación de los planes quinquenales.

La invasión al suelo soviético es­taba en latencia y su concreción pa­recía inminente, pero la transforma­ción de esta amenaza en acto podía encontrar una férrea resistencia si se lograba tener éxito allí donde la Se­gunda Internacional había fallado en 1914: convencer a los trabajadores de los países imperialistas de la derrota que implicaría para el movimiento obrero internacional participar en una guerra contra los trabajadores soviéticos. La resolución del conflic­to tenía origen leninista: la guerra entre naciones debía decantar en una guerra entre clases.

De guía para la acción a factor de legitimación

En 1964, Codovilla recordó que la Primera Conferencia Latinoame­ricana había cumplido la misión histórica de presentar por primera vez un análisis sobre el carácter de la revolución en el continente[20]. A diferencia de lo que ocurría en los países latinoamericanos, débilmente desarrollados en términos socioeco­nómicos, Estados Unidos y los países capitalistas de Europa occidental contaban con una burguesía con­solidada que ejercía su predominio en los terrenos de la economía y la política. No se debe perder de vista que, en tanto aspiraba a erigirse en partido mundial de la revolución, la IC «era un actor internacional único cuyas unidades locales y centrales debían funcionar y existían como un organismo solo»[21]. Las tareas que debían desempeñar los parti­dos comunistas latinoamericanos, en consecuencia, eran bien distintas de aquellas que llevaban adelante los grandes partidos europeos.

Al ser un espacio predilecto pa­ra la colocación de activos financie­ros y comerciales, Latinoamérica era, además, el escenario principal de los crecientes enfrentamientos que tenían lugar entre los países imperialistas. Pero el primer paso que debían dar los comunistas la­tinoamericanos giraba en torno de la preparación de una revolución democrático-burguesa que diera por tierra con el latifundismo se­mifeudal[22], como recomendaba la IC. La definición del carácter de la revolución en América Latina fue una de las cuestiones centrales que debieron abordar los comunistas del continente, y la Conferencia encon­tró en esta problemática la columna vertebral que organizó los debates. En la identificación de la naturaleza de las estructuras socioeconómicas latinoamericanas germinó el análisis del carácter del proceso revolucio­nario y de las tácticas y estrategias que los partidos comunistas traza­ron para toda la región.

Los estudios sobre imperialismo firmados por Lenin desempeñaron un papel de primer orden entre los comunistas latinoamericanos a la hora de trazar los diagnósticos de coyuntura y acordar las acciones inmediatas a implementar. Sin em­bargo, el pensamiento leninista no tardaría en quedar anquilosado. En 1929 comenzó en los partidos comu­nistas un proceso de estalinización que, tal como lo ha definido Michael Löwy, instituyó en cada uno de ellos «un aparato dirigente —jerárquico, burocrático y autoritario— íntima­mente ligado, desde el punto de vis­ta orgánico, político e ideológico, al liderazgo soviético, que seguía fielmente todos los cambios de su orientación internacional»[23].

El leninismo que surgió como ideología de Estado en la Unión So­viética fue adoptado por los partidos comunistas latinoamericanos, con­virtiéndose en un factor determi­nante en el proceso de alineamien­to a la IC. Eran tiempos del «tercer período», de la orientación ultraiz­quierdista de «clase contra clase», y en suelo soviético pronto quedó claro (tal como puede advertirse en el derrotero de las trayectorias de Issak Rubin y de David Riazanov) que quienes adoptaran métodos científicos distantes de la ortodo­xia estalinista serían censurados y correrían el riesgo de ser acusados de traición.

La estalinización descartó cual­quier empresa de edición crítica de las principales obras del comunis­mo, el socialismo y el anarquismo para dar paso a la proliferación de manuales oficiales con definiciones conceptuales alambicadas. Esto im­plicó que, en América Latina, mu­chas ideas potentes de autores que no pretendían sumarse al cónclave de exégetas del pensamiento de Le­nin, como Mariátegui, no pudieran encontrar espacio para su difusión y debate.

Las rigideces del mecanicismo acrítico del leninismo enarbolado por el movimiento comunista inter­nacional se imponía así por encima del dinamismo de la teoría crítica de la revolución pergeñada por Lenin. Bajo el proceso de burocratización encarnado por Stalin y refrenda­do por las direcciones comunistas latinoamericanas, la doctrina ofi­cial «leninista» entraría pronto en colisión con el pensamiento vivo de Lenin.

 

Notas:

[1] Moshe Lewin, The Soviet Century, Londres/NuevaYork, Verso, 2005, p. 301.

[2] Horacio Tarcus, «El marxismo en América Latina y la pro­blemática de la recepción transnacional de las ideas», en Temas de Nuestra América, Nº 54, 2013, p. 42.

[3] Lenin, «El imperialismo, fase superior del capitalismo (En­sayo popular)», en Obras Completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Cartago, 1970, p. 375.

[4] Marisa Silva Amaral, «Lenin, el imperialismo como fase y reflexiones sobre el imperialismo hoy», Cuadernos de Eco­nomía Crítica, Nº 6, 2017, p. 170.

[5] Rolando Astarita, «El Imperialismo, fase superior del capi­talismo, análisis crítico», en Hic Rhodus, Nº 10, 2016, p. 15.

[6] José Ricardo Villanueva Lira, «Las raíces intelectuales de El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917)», en Nóesis. Revista de Ciencias Sociales, vol. 30, Nº 60, 2021, pp. 279-280.

[7] Martín Bergel, «El socialismo cosmopolita de José Carlos Mariátegui», en Nueva Sociedad, Nº 293, 2021, p. 170.

[8] Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista (en adelante SSA), El movimiento revolucionario latinoa­mericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista Latino Americana. Junio 1929, Buenos Aires, La Correspon­dencia Sudamericana, 1930, pp. 199-200.

[9] Lazar Jeifets y Victor Jeifets, «Introduction: The Outcomes of Ten Years of Latin American Communism», en Marc Becker (ed.), The Latin American Revolutionary Movement. Proceedings of the First Latin American Communist Confe­rence, June 1929, Leiden/Boston, Brill, 2023, p. 15.

[10] SSA, op. cit., p. 160.

[11] N. P. Kalmykov, Istoriia Latinskoi Ameriki. 1918-1945, Moscú, Nauka, 1999, pp. 5-6.

[12] SSA, op. cit., p. 33.

[13] Ibid., p. 188.

[14] «Proyecto de tesis sobre el movimiento revolucionario de la América Latina», La Correspondencia Sudamericana (LCS), 2da. época, Nº 12, 13 y 14, mayo de 1929, pp. 1-16.

[15] «La importancia de la Primera Conferencia Comunista Lati­no-Americana», LCS, Nº 15, agosto de 1929. Una reposición crítica del conjunto de estos debates puede consultarse en Mariana Massó, «El Secretariado Sud­americano de la Internacional Co­munista: organización y directivas para los Partidos Comunistas de Sud­américa, 1926-1932», en Daniel Gaido, Velia Luparello, Manuel Quiroga (eds): Historia del Socialismo Internacional. Ensayos marxistas, Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2020, pp. 737-758.

[16] «Resolución de la Primera Conferen­cia Comunista Latino Americana, sobre la Situación Internacional, de Latino América y los peligros de Gue­rra», LCS, Nº 16, agosto de 1929, p. 6.

[17] «En vísperas del Gran Congreso Continental Sindical», El Trabajador Latino Americano (ETLA), año II, Nº 12, 13 y 14, 28 de febrero y 15 y 31 de marzo de 1929, pp. 1-2.

[18] «¡Ha surgido la Confederación Sin­dical Latino Americana! La trascen­dental importancia de su Congreso Constituyente», ETLA, Nº 17-18, junio y julio de 1929, p. 2.

[19] «La guerra que se prepara y nues­tras tareas», ETLA, Nº 4, 30/10/1028, pp. 5-7.

[20] Codovilla, «La penetración del mar­xismo-leninismo en América Latina», en Revista Internacional, agosto de 1964. Citado en Otto Vargas, El mar­xismo y la revolución argentina, Bue­nos Aires, Agora, 1999, pp. 522-523.

[21] Victor Jeifets, «La Comintern en Amé­rica Latina: personas y estructuras. Presentación», en Historia Mexica­na, vol. 72, Nº 3 (287), 2023, p. 1316.

[22] N. P. Kalmykov, «Komintern i kommunis­ticheskoe dvizhenie v Latinskoi Ameri­ke», en A. O. Chubar’ian (ed.), Istoriia Kommunisticheskogo Internatsionala, 1919-1943, Moscú, Nauka, p. 387.

[23] Michael Löwy, «Introducción. Puntos de referencia para una historia del marxismo en América Latina», en M. Löwy (ed.), op. cit., p. 28.

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Publicado en #9 and Armas de la crítica

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