Este artículo forma parte de la serie Elecciones Argentina 2023, una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.
Las elecciones Primarias, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto y las elecciones generales del 22 de octubre en Argentina mostraron la emergencia de un fenómeno político de ultraderecha. Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza, terminó en el primer lugar en las PASO, en una reñida elección con los candidatos Patricia Bulrich de Juntos por el Cambio (JxC, Derecha) y Sergio Massa de Unión por la Patria (UxP, peronismo). En las elecciones generales, si bien el candidato peronista llegó en primer lugar, Milei confirmó su base electoral y pasó al ballotage.
El ascenso de la ultraderecha, la emergencia de las llamadas nuevas derechas y la expansión de regímenes de gobierno autoritarios, denominados por algunos regímenes híbridos (Levitsky y Way, 2004), es un fenómeno global. Su desarrollo fue particularmente importante tras la crisis mundial de 2008, aunque los tres fenómenos son previos. En un marco global de crisis del neoliberalismo y, consiguientemente, de agrietamiento de los mecanismos de mercado como estructura de la dominación, asistimos a una tendencia a la repolitización autoritaria de la lucha de clases . La crisis del neoliberalismo es el escenario de grandes movilizaciones populares. A las revueltas populares contra el neoliberalismo a inicios de los 2000 en gran parte de Sudamérica le siguió la ola global de protestas y rebeliones populares de 2010 – 2012. El ciclo de protestas de 2018/19 abarcó todos los continentes. Las imágenes de multitudes enfrentando a las fuerzas de seguridad en los escenarios más diversos fueron tan estridentes como la ausencia de alternativas políticas. Tras la crisis del comunismo, el agotamiento de los gobiernos nacional populares y progresistas en América Latina, la tragedia venezolana, el fracaso y la integración de Syriza y Podemos en Europa, la derrota de las primaveras árabes… ¿qué queda? Quizás allí esté la clave para entender mucho de lo que está pasando. Una fase de crecimiento económico débil e inestabilidad política mundial, atravesada por presiones globales por la reestructuración, en un escenario de agrietamiento de los mecanismos de dominación política y sin alternativas populares a la vista. El crecimiento de la ultraderecha y la extensión del autoritarismo, aun en tensión con la persistencia de mecanismos de la democracia formal, vienen a desatar ese nudo, a quebrar una relación de fuerzas o, tal vez, simplemente a profundizar la crisis que, sin que nadie lo planee, hace su – no tan – silencioso trabajo objetivo.
El propósito de este artículo es modesto. Analizar el desempeño electoral de Milei inscribiéndolo en una caracterización de las relaciones de fuerzas locales, como el despliegue de su momento político. Pero este análisis acotado tiene aquella tesis general de fondo, por eso, quizás, pueda hacer un aporte más allá de la urgencia política que nos impulsa en la coyuntura.
Una economía estancada y un ciclo político agotado
La Argentina atraviesa desde 2012 una fase de estancamiento y tendencia a la crisis. El Producto Bruto Interno (PBI) creció entre 2011 y 2022 un 2,1% y en 2022 todavía se encontraba un 0,1% debajo de 2017 (Fuente: INDEC). Como señalamos antes, el mundo atraviesa desde la crisis mundial de 2008 una fase de crecimiento débil y la desaceleración de China desde 2012 impactó en toda la región. Pero también hay causas locales, la restricción externa al crecimiento emergió como límite al proceso de acumulación iniciado a fines de 2002 y el agotamiento de la base productiva local se evidencia en el empeoramiento de la productividad relativa de la economía argentina, la última reestructuración profunda de la producción local fue en la primera mitad de los noventa1. En esta situación, el ajuste y la devaluación no bastan, solo han producido niveles de inflación cada vez más altos, la salida de la crisis requiere un proceso de reestructuración capitalista. De conjunto esto implica una fuerte presión por una ofensiva contra la clase obrera. El nudo de la crisis es la persistencia del bloqueo popular a esa reestructuración que se ha expresado en los fracasos sucesivos de las estrategias ensayadas por los diferentes gobiernos del período: la “sintonía fina” del último gobierno kirchnerista, el intento de restauración neoliberal del gobierno de Macri y la estrategia de reestructuración negociada del gobierno del Frente de Todos.
Los efectos sobre la clase trabajadora
La continuidad de la crisis no ha sido inocua para la clase obrera. Pero a diferencia de otras crisis su impacto no se ha expresado en el desempleo – si excluimos el año 2020, de pandemia, la tasa de desempleo creció del 9,3% en el segundo trimestre de 2016 hasta el 10,4% en 2019 para luego caer hasta el 6,2% en 2023, siempre en el segundo trimestre (Fuente: INDEC). El mayor impacto estructural ha sido la consolidación y crecimiento de la fracción informal de la clase obrera. Los asalariados informales, aquellos que no tienen aportes jubilatorios, pasaron de representar un 31,4% de los asalariados en el segundo trimestre de 2016 a ser el 37% en el mismo trimestre de 2023. La suma de trabajadores por cuenta propia y asalariados informales representó un 43,5% de los ocupados en 2016 y alcanzaba el 48,9% en 2023, si limitamos la definición a la suma de asalariados informales y trabajadores por cuenta propia sin local propio la informalidad creció del 35,4% al 41,1% en el mismo período (Fuente: INDEC). No es una especificidad argentina, el crecimiento débil y la desindustrialización a escala global se han expresado en el aumento de la informalidad y el subempleo más que en el desempleo abierto (Benanav, 2019). El régimen de alta inflación y el aumento de la informalidad han reducido, a su vez, los ingresos populares, el salario real se redujo un 22,9% entre diciembre de 2016 y septiembre de 2023 (Fuente: elaboración propia en base a INDEC).
Integración política y desmovilización
Son hechos conocidos en la literatura sobre conflicto laboral2 la asociación de largo plazo entre el curso ascendente del proceso de acumulación, la mejora de la condición obrera y el aumento del conflicto laboral, la asociación de corto plazo entre la privación y su aumento y el acompasamiento entre los ritmos de la negociación colectiva y del conflicto laboral. Entre 2003 y 2011, en un contexto de crecimiento económico y disminución de la tasa de desocupación, se desarrolló un proceso simultáneo de aumento del conflicto laboral y de su institucionalización mediante mecanismos de negociación colectiva. Durante ese período la institucionalización fue una respuesta a un proceso de recomposición de la acción sindical de los asalariados. Al mismo tiempo, se desarrolló la centralización organizativa de los Movimientos Sociales (MS) que organizan a una parte de los informales y desempleados. Aunque dicha centralización en parte la precedió, fue acelerada y profundizada mediante la integración institucional a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y sus equivalentes provinciales. En gran medida, por medio de la creación de cooperativas y la gestión de programas sociales por esas mismas organizaciones. Si bien el proceso de integración de los MS data de 2004, fue desde 2009 que esa dinámica se desplegó.
Desde 2012, con el inicio de la fase de estancamiento y tendencia a la crisis, se produjo un giro en la situación. El conflicto laboral entró en una meseta de alta frecuencia de conflictos, con picos en 2014 y 2016 – años de recesión, ajuste económico, crecimiento del desempleo y caída del salario real. Dichos picos dan cuenta de un incremento del conflicto laboral como respuesta a fenómenos de privación. La recomposición previa de la acción sindical fue una condición de esa respuesta. En ese marco, la institucionalización siguió cumpliendo el papel de integración y normalización de una clase obrera activa. La ruptura de la Confederación General del Trabajo y la confluencia de la CGT disidente con el sindicalismo y los MS opositores al oficialismo creó las condiciones para que se convocaran las primeras huelgas generales al último gobierno kirchnerista, con despliegue de los MS a través de cortes de puentes y calles. Y ya en 2016, primer año del gobierno de Mauricio Macri, se observaba una tendencia más general a la unidad de acción de los diversos sectores sindicales y de MS.
2017 y 2018 aparecen en este cuadro como un período bisagra entre una etapa de movilización obrera y otra de desmovilización. La continuidad de la fase de estancamiento y tendencia a la crisis, que finalmente precipitó en crisis abierta desde comienzos de 2018, terminó por imponer la asociación de largo plazo entre empeoramiento de la condición obrera y caída del número de conflictos laborales. Al mismo tiempo, su duración aumentó, poniendo de manifiesto el endurecimiento de las condiciones para la negociación. En un contexto crecientemente adverso el conflicto se trasladó a las calles y se politizó. Pero el rasgo específico de 2017 fue la desinstitucionalización del conflicto obrero y el incremento de los hechos de violencia colectiva, particularmente entre los ocupados, que además confluyeron con desocupados e informales organizados en MS. El climax de ese proceso fueron los enfrentamientos en Plaza Congreso los días 14 y 18 de diciembre de 2017 en rechazo a una reforma previsional parcial, en los hechos un recálculo de la movilidad de los haberes jubilatorios. Suele decirse que Argentina estuvo fuera del mapa de la protesta en el ciclo 2018 – 2019. Pero las características de los enfrentamientos de diciembre de 2017 y su cercanía temporal con la ola global de protestas habilitan si inclusión en ese ciclo. Solo que el proceso de integración política posterior cerró el camino de la crisis política.
Tras ese acontecimiento, se inició un proceso de reinstitucionalización del conflicto obrero. Dicho proceso fue correlativo, en primer lugar, de la disminución de la violencia colectiva durante 2018 y, en segundo lugar, desde 2019, de una desmovilización evidenciada en la caída de la movilización callejera, la despolitización del conflicto obrero y en la reducción de todas las dimensiones (frecuencia, tamaño y duración) del conflicto laboral. Por lo tanto, durante este período, la institucionalización fue un vehículo de la desmovilización obrera, que apareció como un resultado combinado de factores económicos – la continuidad de la crisis – y políticos: en esa reinstitucionalización jugó un papel relevante el proceso de reunificación del peronismo, la integración de sindicatos y MS en la coalición política del FdT y finalmente su acceso al gobierno. Ese proceso de desmovilización fue también un proceso simultáneo de ruptura – de hecho – de la unidad de acción entre sindicatos y MS, contracara ¿paradójica? de la confluencia de la mayoría de las organizaciones en el FdT, de su integración en el Estado y de la participación en el gobierno.
La crisis del voto peronista
Un largo estancamiento con períodos de crisis abierta y la siempre inminente crisis general parece una parte de la explicación del fenómeno Milei, pero en cualquier caso es solo una condición de posibilidad. El agotamiento del kirchnerismo – la imposibilidad de continuar con un proceso de integración política de demandas populares en el nuevo escenario económico y la falta de voluntad y de capacidad para radicalizar su proyecto político -; el fracaso de las sucesivas estrategias de salidas de la crisis (populismo, gradualismo, shock neoliberal, reestructuración negociada); y la ausencia de alternativas populares comienzan a completar el cuadro de las condiciones de su emergencia. ¿La pandemia? No poseemos los elementos para evaluar las consecuencias de la pandemia en la psicología de masas, pero no es difícil intuir que si pudiéramos hacerlo solo tendríamos más condiciones de posibilidad. Lo que sí sabemos es que en el conflicto obrero y laboral, y al igual que en otras tantas esferas de la acción social (las transformaciones del proceso de trabajo, el impacto de las redes sociales en la sociabilidad cotidiana y en la acción política, y un largo etcétera) la pandemia no produjo un giro en las tendencias sino la condensación y profundización de las previamente existentes. Tales fenómenos de condensación y agudización pueden ser la condición de procesos sociales de enmarcamiento, de creación de marcos de interpretación de la crisis que orienten la acción política de amplios sectores sociales. Pero ¿por qué tenía que ser la ultraderecha la que capitalice ese escenario?
¿Será posible dar cuenta de la emergencia de la ultraderecha como un sector político significativo en Argentina conectando el desempeño electoral de Milei con esos otros fenómenos? ¿Reconstruyendo a través de esas conexiones un proceso de transformación de las relaciones de fuerzas sociales?
La clave de esa interpretación es la identificación entre el crecimiento del voto a Milei y la crisis del peronismo. Mal que nos pese a quienes somos de izquierda, el peronismo ha sido desde la crisis del alfonsinismo el partido del orden – aquel que restauró la acumulación y la dominación capitalistas tras las grandes crisis de 1989 y 2001, el que evitó la crisis política al menos desde 2017 – pero también, desde sus orígenes y ¿hasta hoy?, el partido de la clase obrera. Fue su retaguardia en los momentos de ofensiva capitalista – incluso en y contra el menemismo – su vehículo para la articulación de demandas y el norte de su orientación política a través de la integración en el movimiento político y en el Estado. Fueron, además, las tradiciones comunes de organización y lucha, construidas en ese marco, las que permitieron a las organizaciones obreras dar respuesta a los dilemas para la acción colectiva que creó la segmentación entre formales e informales. La crisis del peronismo es el momento político de un proceso de transformación de las relaciones de fuerza que tiende a la división y debilitamiento de la clase obrera.
La pérdida de peso político – electoral del peronismo puede retrotraerse hasta 1983, a partir de allí se estableció el piso del 40% del electorado y la necesidad de articular coaliciones políticas más amplias para conquistar la mayoría. Pero, desde la elección legislativa de 2009, comenzó a manifestarse cierta pérdida de lealtad del voto peronista en el conurbano bonaerense, aunque en general eso sucedió en escenarios en el que el peronismo concurrió dividido a las elecciones.
La elección legislativa de 2021 constituye un cambio respecto de esos antecedentes. En primer lugar, porque el peronismo tuvo un mal desempeño electoral a pesar de que concurrió unido, pero, en segundo lugar, porque el fenómeno de esa elección fue la abstención. En particular, en el conurbano bonaerense se verificó una fuerte caída del voto del FdT, gente que prefirió no ir a votar antes que votar o volver a votar por JxC. La explicación de la alta abstención de 2021 por la pandemia (en las PASO fue de 32,2% y cayó en las generales al 28,6%) puede relativizarse a la luz de la abstención en las PASO de 2023, de 30,4% (Fuente: Observatorio Político Electoral, Ministerio del Interior, Gobierno Nacional). Pero ¿qué es lo que emergió en 2023? ¿el desencanto con el peronismo, originado en la experiencia del gobierno del FdT, o un fenómeno más profundo de masas en disponibilidad?
El voto a Milei en las elecciones 2023
Una mirada a lo ocurrido en los 24 partidos del conurbano bonaerense en las PASO y en las generales puede ser una buena aproximación al voto de Milei y su relación con la crisis del voto peronista. La que complementaremos con algunos datos sobre las elecciones provinciales.
En el Cuadro 1 podemos ver la fuerte relación entre el voto a UxP en las PASO y la abstención electoral en los 24 partidos del conurbano bonaerense. Los partidos del Gran Buenos Aires (GBA) están presentados en orden de mayor a menor según la suma de abstención electoral, voto en blanco y nulo; el primer número para cada frente o partido político representa el porcentaje de votos sobre el total de electores en las PASO, el segundo número el porcentaje sobre el total de electores en las elecciones generales. Salvo algunas excepciones, donde fue mayor el voto al peronismo en las PASO también fue mayor la suma de abstención, voto en blanco y nulo. El notable aumento de la performance electoral de UxP en las elecciones generales se corresponde con una gran baja de la suma de abstención electoral, voto en blanco y nulo, que en general se ubica entre el 20% y el 22% y nunca supera el 25%. Ello muestra que muchos de los que no votaron, votaron en blanco o anularon el voto en las PASO eran votantes peronistas desencantados. Pero la remontada electoral del candidato peronista provocó que se prestara menos atención al crecimiento de Milei, como puede verse también en el Cuadro 1. ¿Qué expresa ese voto? ¿Qué podemos saber de él?
Todos los indicadores apuntan a que el voto de Milei en el conurbano tiene características muy similares al voto del peronismo. Los cuadros 2 y 3 ordenan los partidos del GBA de mayor a menor según el porcentaje de asalariados informales sobre el total de ocupados del distrito. En ambos se puede observar una asociación positiva entre el desempeño electoral y el porcentaje de asalariados informales, cuanto mayor este porcentaje mayor el porcentaje de votos. Esa relación se puede observar también en el cuadro 4. 3
Por otra parte, cuando confrontamos el desempeño electoral de Milei y el del peronismo con el porcentaje de asalariados formales sobre el total de ocupados en cada distrito del GBA se advierten nuevas similitudes pero también algunas diferencias. Existe una asociación negativa entre el desempeño electoral de Milei y el porcentaje de asalariados formales que es más fuerte que la que existe en el caso de Massa4. El Cuadro 5 muestra que la distribución del voto peronista es más homogénea cuando consideramos el porcentaje de asalariados formales que en el caso de Milei, aunque la diferencia es leve.
Cuando clasificamos a los partidos del conurbano según los resultados de las elecciones presidenciales desde 2011 en oscilantes (aquellos en los que ganaron alternativamente fuerzas políticas diferentes), peronistas (aquellos donde siempre ganó el peronismo) y de JxC (aquellos donde ganó Cambiemos/JxC desde 2015) Milei muestra su mejor desempeño electoral en los peronistas y en los oscilantes, lo que muestra una vez más cierta similitud con el voto del peronismo, pero, además, la tendencia a expresar más que el desencanto, la desafección del voto peronista, la crisis de identificación política de sus votantes. Ello se pone de manifiesto en que su performance es similar entre peronistas y oscilantes, allí donde el voto peronista ha estado en disputa desde 2015, mientras que en el caso de UxP el desempeño electoral es claramente mejor en los distritos donde el voto peronista se ha mantenido más firme a lo largo de los años. A su vez, a diferencia de las PASO, la abstención es más baja en los distritos peronistas, lo que evidencia el esfuerzo de movilización de la base electoral de UxP.
Estas conclusiones se refuerzan si observamos los resultados provinciales. En las PASO Milei logró imponerse en 5 de las 6 provincias en las que el peronismo, hasta ese momento gobernante, perdió las elecciones a gobernador (Chubut, San Juan, San Luis, Santa Cruz y Santa Fe), en 4 de las provincias que logró retener en elecciones desdobladas (La pampa, La Rioja, Tierra del Fuego y Tucumán) y en cinco provincias cuyas elecciones locales fueron ganadas por fuerzas provinciales, incluyendo el PJ Cordobés (Córdoba, Misiones, Neuquén, Río Negro y Salta), con la excepción de Neuquén todas provincias que en el pasado fueron gobernadas por el peronismo o por aliados del peronismo nacional. En las elecciones generales del 22 de octubre el peronismo pudo revertir el resultado en las 4 provincias donde había ganado el peronismo provincial las elecciones locales, pero solo en una de las que había perdido (Santa Cruz). Milei retuvo, a su vez, 4 de las 5 provincias cuyas gobernaciones fueron conquistadas por fuerzas provinciales (perdió en Río Negro). Nuevamente, Milei aparece disputando el voto del peronismo y es más eficaz allí donde la lealtad de ese voto está en crisis, donde se manifiestan fenómenos de desafección más que de bronca o desencanto. Además, se reitera en las provincias el fenómeno de recuperación del voto peronista sobre la base de la caída de la abstención: en las PASO la participación electoral en las provincias donde ganó el peronismo era del 67,3% mientras que en aquellas donde ganó LLA era del 69,9 %, en las generales, fue del 77,1% en ambos casos.
Conclusiones
El conjunto del proceso que tratamos de reconstruir en este artículo apunta a una transformación de las relaciones de fuerzas sociales caracterizada por el retroceso de la clase obrera. En primer lugar, el estancamiento económico y las tendencias a la crisis, el empeoramiento de las condiciones de vida obrera y la profundización de la segmentación estructural entre formales e informales han erosionado las capacidades estructurales para la acción colectiva de los trabajadores. En segundo lugar, la integración política y la desmovilización obrera iniciadas en 2018 han debilitado a los trabajadores, primero, porque el conflicto se despolitizó y regresó desde las calles al lugar de trabajo y la mesa de negociación colectiva, en un contexto adverso para la lucha sindical, pero, además, porque desarmó a los trabajadores frente a la movilización política de derecha; segundo, porque la contracara de la integración institucional de la mayoría de las organizaciones fue la ruptura de hecho de la unidad de acción de MS y Sindicatos; y tercero porque la integración y desmovilización obreras limitaron las posibilidades de articulación del descontento a través de la protesta. El resultado fue la fragmentación y desagregación de la acción de los trabajadores. Desde esta perspectiva, el resultado de las elecciones presidenciales de 2023 debe entenderse en estrecha conexión con ese proceso. La emergencia de la ultraderecha en la figura de Javier Milei y su desempeño electoral exitoso están entrelazados con la crisis del peronismo como momento político del retroceso de la clase obrera.
El domingo 19 de noviembre el resultado del ballotage resolverá un aspecto de la situación política, sin duda muy importante, pero más allá del 19, aunque Milei saliera derrotado, persistirán las consecuencias de la crisis del peronismo. ¿Bastará una nueva reconfiguración del peronismo, como lo fueron el menemismo y el kirchnerismo? ¿O la emergencia de la ultraderecha plantea un cambio de época? ¿Es esa crisis el resultado de la desagregación y desincorporación política de una parte los trabajadores, la puesta en disponibilidad de una parte de la masa trabajadora? Del análisis del voto de Milei emergen dos determinantes, uno es la asociación de su voto con la informalidad laboral, el otro la crisis del voto peronista. Como señalamos en otro lugar, no disponemos de elementos que nos permitan establecer si los jóvenes han votado a Milei en una proporción mayor que otras capas etarias, pero lo cierto es que la informalidad es mayor entre los jóvenes y el peronismo… ¿qué es el peronismo para ellos?
Referencias
Piva, A. (2020). Piva, A. (2020a). “Una lectura política de la internacionalización del capital. Algunas hipótesis sobre la actual fase de la internacionalización del capital y el Estado nacional de competencia.” En García Bernado, R., Ciolli, V., Naspleda, F. La dimensión inevitable: estudios sobre la internacionalización del Estado y del capital desde Argentina. Bernal: UNQ.
Piva, A. (2021). “Crisis y reestructuración en una economía dependiente e internacionalizada. Las presiones globales por la reestructuración y el agotamiento de la base productiva local como causas de la etapa depresiva desde 2012 en Argentina.” En Realidad Económica, (51) 344, pp. 69 – 104.
Levitzky, S. y Way, L. (2004). “Elecciones sin democracia. El surgimiento del autoritarismo competitivo”. Estudios Políticos, (2004) 24., pp. 159-176.
Benanav, A. (2019). “La automatización y el futuro del trabajo. Primera parte”. New Left Review. Segunda época, 119, pp. 7-44.