ENTREVISTA POR Nicolas Allen[1]Nicolas Allen es coordinador de redacción de Jacobin América Latina.
Aunque tendemos a pensar que los gigantes como Amazon y Walmart no son más que la máxima expresión del capitalismo de libre mercado, Leigh Phillips y Michal Rozworski proponen una perspectiva distinta y los analizan como ejemplos destacados de planificación centralizada. Por supuesto, planificación no es sinónimo de democracia, y la pregunta que deberíamos hacernos es si podemos poner a servicio de nuestro bienestar los instrumentos asombrosos que estas empresas utilizan con dudosos fines sociales.
En búsqueda de una respuesta conversamos con los autores de The People’s Republic of Walmart: How the World’s Biggest corporations are Laying the Foundations for Socialism (Verso, 2019), que nos llevaron a repasar la historia del debate sobre el cálculo socialista, la cuestión de la viabilidad de una planificación socialista completa y hasta los efectos que está teniendo el capitalismo sobre las industrias de la música pop y de los videojuegos.
NA
El debate de los años 1920 sobre el cálculo económico en el socialismo parece indicar un momento único en la historia moderna. Sabemos que el motivo de la controversia, de la que participaron muchos economistas destacados, era definir cuál era el sistema económico óptimo, si el capitalismo o el socialismo. Ahora bien, ¿quién ganó el debate?
MR
En realidad, la esencia del debate sobre el cálculo económico en el socialismo era definir si la economía socialista era posible. Una de las primeras balas en la disputa fue el artículo de Ludwig von Mises, «Economic Calculation in the Socialist Commonwealth». El argumento era que la economía planificada era imposible porque la magnitud de cálculo necesaria para armonizar todas las partes de la economía, es decir, el problema de alinear perfectamente la oferta y la demanda de productos, era demasiado vasto como para ser resuelto por cualquier humano o computadora y, después de todo, el mercado era el mecanismo más adecuado para hacerlo. El punto de Von Mises era que cualquier intento de hacer ese tipo de cálculo prescindiendo del mercado estaba destinado al fracaso y a la catástrofe.
Por supuesto, debemos tener en cuenta que el debate se desarrolló en los años 1920. La Revolución rusa había triunfado, y la intervención de Von Mises, al menos en parte, era una respuesta al Sóviet de Baviera y a las fuerzas que presionaban a favor de la realización de una verdadera revolución socialista en Alemania. Aunque el disparo apuntaba más específicamente contra Otto Neurath, socialista austriaco. Mientras trabajaba en el Ministerio de Defensa de Austria, Neurath había notado que muchos de los cálculos de una economía de guerra aplicaban también en el caso del socialismo. Por lo tanto, el debate comenzó en realidad con una propuesta positiva de Neurath que postulaba una economía totalmente planificada.
Cuando Von Mises argumenta que el socialismo es imposible tanto en términos intelectuales como prácticos, y que su implementación llevará inevitablemente al desastre económico, está respondiéndole a Neurath. Más tarde, en los años 1930, el debate se prolongó con la intervención de Oskar Lange, economista socialista polaco que estaba convencido de haber demostrado que Von Mises estaba equivocado. Lange decía que la economía socialista era posible incluso en los términos de la economía neoclásica. Argumentaba que se podía reemplazar el mecanismo de los precios de mercado, considerado por los economistas neoclásicos como el medio de distribución de recursos más racional, por un sistema de «precio sombra» o «precio social», un tipo de cálculo hecho por planificadores que iguala la oferta y la demanda. Para muchos economistas esa propuesta bastó para poner fin al debate.
La polémica cesó durante un tiempo, hasta que en los años 1940 apareció Friedrich Hayek, último gran protagonista que la retomó y la encaminó en una dirección ligeramente distinta. Hayek sostenía que aun cuando los cálculos asociados con la planificación económica fueran posibles, el mercado era más que una mera calculadora de precios. También era una forma de lo que suele denominarse «descubrimiento de información». De esa manera, el mercado adoptaba una capacidad casi mística de comunicar información relevante para tomar decisiones sobre inversión, producción, etc. Hayek hablaba del mercado como de un mecanismo que permitía, a través de la magia de los incentivos y de los precios, acceder a un nivel casi místico de información privada que manejaban individuos y estaba contenida en las empresas capitalistas.
Como sea, la intervención de Hayek desplazó todo el debate. Antes, Oskar Lange y otros economistas de izquierda habían aceptado hasta cierto punto los términos de las tendencias dominantes de la economía y habían intentado argumentar a favor de la viabilidad del socialismo sobre esa base. Pero llegó Hayek y dijo: dejando de lado el tema de la viabilidad, debemos tener en cuenta toda una serie de supuestos sobre la conducta y la racionalidad humanas. El economista argumentaba que, más allá de las conclusiones sobre la viabilidad técnica en torno a las que giraba el debate sobre el cálculo, la naturaleza humana estaba definida por un individualismo profundamente arraigado que bastaba para invalidar los principios de toda economía socialista.
LP
Lo único que agregaría es que el costado neoclásico o conservador del debate sobre el cálculo económico en el socialismo ponía en juego una doble crítica del socialismo que no deja de ser muy potente. La primera parte de esa crítica tiene que ver específicamente con el cálculo, o, más bien, con la imposibilidad de cualquier cálculo humano o informático que presuponga operar con una infinidad sin medida de variables en las cadenas de suministro, producción y distribución. La segunda, con el descubrimiento, que no remite exclusivamente a un problema de «descubrimiento de información», en el sentido de «datos», sino también a un conocimiento tácito —o informal— sobre los procesos de producción. Por ejemplo, la diferencia entre las preferencias que decimos tener y nuestras preferencias reales, y todas las cosas que necesitamos o deseamos sin saber. En cualquier caso, es probable que esta siga siendo hoy la crítica intelectual más importante contra la factibilidad del socialismo.
Otro tema crucial que debemos comprender sobre la crítica neoclásica de la planificación es que en teoría valía contra cualquier tipo de planificación. Es decir que, según esa perspectiva, incluso la planificación en un sector o parte de la economía implicaba una menor eficacia. Como socialistas que intentamos resolver este debate, debemos tener en cuenta que existen, por un lado, la planificación económica, y por otro las economías planificadas. En otros términos, en toda economía planificada existe planificación económica, pero no toda planificación económica implica la existencia de una economía planificada. Es una distinción fundamental, pues si el peso de la razón en el debate sobre el cálculo cae del lado de los defensores del mercado, cualquier forma de propiedad pública es menos eficiente que la propiedad privada.
NA
Entiendo que es una de las diferencias que destacan en su libro. El hecho de que empresas como Amazon o Walmart sean eminentemente logísticas y utilicen estrategias de planificación no mercantiles, no significa que la economía capitalista en términos generales sea en sí misma una economía planificada. Por lo tanto, aunque exista algo de planificación económica bajo el capitalismo, siempre debemos tener en mente que el capitalismo es una economía de mercado. ¿Eso implica que debemos concluir que economía socialista y planificación económica son sinónimos?
MR
Creo que sí. Efectivamente, nuestro libro muestra que existe mucha planificación en el capitalismo pero, como dijo Leigh, eso conduce a realzar la importancia de la distinción entre economías planificadas y planificación económica. Ahora bien, economía planificada no implica necesariamente industrialización masiva y planes quinquenales. Básicamente, significa que la producción y la distribución están subordinadas a las necesidades humanas, o, en términos más clásicos, que la economía está orientada por valores de uso y no por la acumulación de dinero. Por lo tanto, pienso que es justo concebir que la economía socialista es una economía planificada.
Pero, por otro lado, como dijiste, uno de los mensajes más importantes de nuestro libro es que existe mucha planificación en el capitalismo, aunque suele ser invisible porque se desarrolla entre los muros de las empresas. Tomemos el caso de General Motors: en apariencia, solo entran materiales y salen autos, pero todo lo que pasa dentro de la empresa funciona como una economía planificada. El jefe no deja las tareas en manos de los licitadores ni permite que los departamentos firmen contratos entre sí. Simplemente dice: pongan ese tornillo ahí o se van. Nadie consulta a los trabajadores de Amazon cuánto cobran por colocar una caja en la estantería.
Puede parecer una perogrullada destacar que las señales de precios no gobiernan las decisiones empresariales a nivel microeconómico pero, por más que suene absurdo, es lo que se sigue del modelo neoclásico. De hecho, durante mucho tiempo la orientación dominante fue alentar la competencia entre departamentos y sectores que conviven en el marco de una misma estructura corporativa. Lo que quiero decir es que dentro de las empresas reina una peculiar ausencia de relaciones mercantiles. Hasta el proceso de producción está bastante planificado. Incrementar la integración vertical conduce a establecer una relación dependiente con los contratistas donde, como discutimos en el caso de Walmart, hasta las entidades que están nominalmente separadas de la empresa forman parte de un proceso de planificación interna.
Eso significa que las empresas están haciendo lo mismo que harían las instituciones abocadas a la planificación: aplicar la racionalidad humana a la solución de problemas complejos sin que el dinero funcione como intermediario en todos los niveles. Como dijo D. H. Robertson, economista que escribió a principios del siglo veinte, las empresas son «islas de poder consciente» que flotan en un mar de mercados. El surgimiento de tecnologías de información y de comunicación cada vez más potentes hace que las empresas sean capaces de llevar cada vez más lejos la planificación, incluso en el marco de un sistema de mercado. Y el resultado suele ser el incremento de la eficiencia. Pero todo eso sucede a puerta cerrada.
LP
Si hablamos de definiciones de capitalismo y de socialismo, debemos recordar que los socialistas siempre argumentaron que la idea liberal de la democracia, es decir, la idea de que todos los humanos adultos deberían participar equitativamente de las decisiones que los afectan, es fantástica. Si se afirma que la toma de decisiones privada de los reyes y los barones es injusta, entonces hay que concluir que la toma de decisiones privada de cualquier entidad o grupo es de la misma naturaleza.
En términos sencillos, el socialismo es la extensión de la democracia a la totalidad de la economía y el rechazo de la idea de que la democracia debe ser a la política lo que los mercados a la economía. En cambio, el socialismo sostiene que la democracia debe reinar en todas las esferas donde se tomen decisiones que impactan de una u otra forma sobre la vida de las personas.
Es cierto que ese argumento no dice nada sobre la viabilidad. Pero basta para afirmar que los socialistas deben luchar siempre por extender la planificación democrática, pues en la medida en que existan procesos de toma de decisiones privados estaremos atados a formas hasta cierto punto monárquicas o autoritarias. Es posible que la planificación completa de toda la economía mundial termine siendo inviable en términos matemáticos. Si ese fuera el caso, deberíamos aceptarlo. Pero, al mismo tiempo, deberíamos preocuparnos porque significa que tendríamos que aceptar que en nuestro sistema siempre habrá reyes y barones.
MR
En el mismo sentido hay que decir que el tipo de planificación que existe en el capitalismo es básicamente despótico. Jeff Bezos y Elon Musk, que planifican —a su manera—, no son más que versiones grotescas de los aristócratas de antaño. Noam Chomsky, retomando con ironía la idea de que las empresas son «islas de poder consciente», replicó que se trata en realidad de «islas de tiranía». En ese sentido, podríamos combinar las dos definiciones y decir que bajo el capitalismo hay focos de planificación, pero que recurren siempre a una planificación despótica.
NA
Pero entonces, si las empresas son islas de planificación despótica, ¿por qué deberíamos depositar esperanzas en la posibilidad de una transición que lleve de esa planificación económica a puertas cerradas a una economía planificada completa? ¿Alcanza con una consigna del tipo «nacionalicemos McDonald’s»?
MR
En realidad, uno de los asuntos fundamentales del debate sobre el cálculo socialista que quisimos abordar fue el de la viabilidad. ¿Qué cosas se volvieron factibles en la práctica y qué está sucediendo con la economía hoy? ¿Qué podemos aprender de todo eso? Nunca quisimos decir: «Imitemos a Amazon o a Walmart». Pero, en términos intelectuales y políticos, ¿es Walmart capaz de enseñarnos algo útil a la hora de defender la economía socialista? Porque no podemos negar que, desde una perspectiva socialista, la eficiencia es un tema importante: no queremos derrochar recursos y queremos que la gente acceda a la máxima cantidad posible de bienes de calidad, entre los que se cuentan bienes definitivamente no capitalizables, como la dignidad y la participación democrática. Walmart no es nuestra brújula, pero muestra que la planificación es viable.
LP
Como dijo Michal, queríamos usar un ejemplo tomado del corazón del sistema capitalista para mostrar la factibilidad de la planificación. ¿Qué mejor ejemplo que las empresas más exitosas del mundo? Queríamos mostrar que la maravilla de la planificación económica está desarrollándose ante nuestros ojos. Por supuesto, existe en medio del océano de los precios. Pero al interior de estas empresas existe una economía gigantesca que empequeñece a muchas economías nacionales en términos de ingresos y que se aproxima bastante a la Unión Soviética (aunque en realidad produce muchos más bienes que los que la vieja república de los sóviets produjo en toda su existencia).
Y funciona. Por lo tanto, aun si el bando conservador del debate sobre el cálculo económico en el socialismo estaba en lo cierto y el socialismo no funciona en términos teóricos, todo indica que la planificación funciona en la práctica.
NA
¿La viabilidad de la planificación en Walmart debería alimentar nuestras esperanzas en un futuro socialista?
LP
Yo tengo esperanzas en la viabilidad de una economía planificada. Al mismo tiempo, pienso que la hipótesis de una economía mundial planificada sin señales de precio es una cuestión empírica que todavía no recibió una solución. Y esa mera observación sirve para diferenciar lo que decimos de lo que hacen los socialdemócratas: el crecimiento de la planificación sigue siendo nuestro norte y desearíamos democratizar realmente toda la economía. Por el contrario, los socialdemócratas —y los socialistas de mercado— están convencidos de que es imposible llegar a una economía totalmente planificada. Nosotros consideramos que lo correcto es tomar esa posibilidad como una cuestión empírica abierta pues, cuando se trata de definir lo posible, ninguna posición podría estar en lo cierto si carece del conocimiento necesario. Es como cuando alguien afirma con absoluta confianza que no hay vida inteligente en otros planetas, aunque la verdad es que todavía no sabemos. En cualquier caso, sin resolver a priori si la planificación económica a gran escala es viable, podemos mirar alrededor y analizar lo que está sucediendo a distintos niveles.
MR
Sí, y pienso que esa distinción nos lleva al problema de si el mercado debería ser concebido como una tecnología o como una institución social. En un sentido, es una pregunta abierta: ¿el mercado es solo una herramienta que sirve para cumplir una serie de funciones sociales básicas y necesarias, como la distribución de recursos? ¿O es una institución social que moldea la conducta humana y determina lo que obtenemos a cambio de lo que hacemos, por cuánto tiempo y bajo qué condiciones? Hoy en día es ambos, creo.
NA
Entiendo cómo el éxito de ciertas empresas podría darnos esperanzas en la viabilidad de una economía planificada, pero, al mismo tiempo, pienso que las economías planificadas que hubo en el pasado nos dejan un archivo que, en el mejor de los casos, es contradictorio. ¿Hay algo en la denominada edad de oro de la Unión Soviética, sobre todo si consideramos las conquistas en exploración espacial y la producción industrial, que sirva como prueba de la viabilidad de la planificación?
LP
Soy muy antiestalinista y la admiración que tengo por los avances científicos como el Sputnik está obviamente atenuada por el conocimiento de las purgas, el Gulag, los juicios falsos, etc. Del mismo modo, mi admiración por la NASA está atemperada por lo que sé sobre Vietnam, Irán, Guatemala y otro largo etcétera.
Una de las cosas que quisimos mostrar, sobre todo cuando hicimos referencia a los primeros años de la Unión Soviética, es que la república de los sóviets no nació con un plan económico prefabricado. Simplemente terminaron encontrando uno, completamente distinto, por cierto, del que había imaginado Neurath. Neurath había partido de la pregunta por el tipo de plan que sería necesario en una sociedad socialista a partir del día uno. Pero los bolcheviques se toparon con el plan durante la guerra civil, cuando tuvieron que lidiar con cuellos de botella, escasez y otras perturbaciones de la economía. El Estado no tenía otra opción que asumir un control cada vez más estricto de la economía, en un contexto en que los capitalistas simplemente habían huido o ya no había un mercado que funcionara. Los bolcheviques avanzaron hacia una economía planificada, no porque sintieran que esa era la orientación adecuada en términos ideológicos, sino porque no tenían otra alternativa para superar los cuellos de botella que afectaban a la producción y al transporte.
Nunca deberíamos desestimar los fracasos de la Unión Soviética. No podemos evaluar la situación en función de nuestros deseos solo porque tuvieron el Sputnik o porque hicieron entrar a una sociedad campesina en la modernidad. La forma en que lo hicieron fue atroz y cruel. Pero volviendo sobre la planificación, la historia mostró que el bando conservador del debate sobre el cálculo socialista estaba completamente equivocado con respecto a la secuencia de eventos que teóricamente conlleva la planificación. Su argumento era que se produciría una dislocación entre la oferta y la demanda, y que esta causaría escasez y desequilibrios y conduciría finalmente a ese tipo de caos social que solo es posible resolver mediante algún tipo de autoritarismo. En otros términos, la versión conservadora afirma que la planificación conduce al estalinismo.
Pero es importante notar que en realidad sucede lo contrario: es el autoritarismo el que debilita la planificación. Si, pongamos por caso, uno tiene miedo de ser enviado al Gulag o fusilado por informar a su superior que el campo o la fábrica en la que trabaja no alcanzó los objetivos propuestos, no quedará otra opción que mentir. Vas a mentir y decir que sí, que cumpliste con tus cuotas de producción, o incluso, si estás al comienzo de un ciclo económico, producir menos para que haya una subvaloración de tu capacidad productiva. Por lo tanto, la calidad de la información de ese sistema sufrirá un deterioro inevitable y afectará la eficiencia económica.
Ese argumento tiene un corolario fundamental en el caso de Walmart. Walmart también es un sistema autoritario. Por supuesto, no se acerca a la naturaleza criminal del estalinismo, pero sucede que en este caso, si uno no cumple con los objetivos propuestos, tendrá miedo de perder su trabajo. De nuevo, si uno tiene la opción entre dar información fidedigna sobre algo que amenaza su posición en la empresa o mentir, la decisión está bastante clara: uno mentirá y destruirá información valiosa. Así que aquí también, en un ambiente distinto —aunque no menos autoritario—, la información del sistema se deteriora. Y eso indica que la planificación democrática debería mejorar la calidad de la información del sistema, lo que redundaría a la vez en una mayor eficiencia. En principio, si un sistema fuera verdaderamente democrático y no autoritario, la información sería más fiel a la realidad.
MR
Agregaría una cosa más, que no tiene tanto que ver con el autoritarismo como con la competencia. Imaginemos que hay cinco empresas que intentan desarrollar una nueva tecnología. Ahora imaginemos que se produce una especie de duplicación de la información. Estas unidades económicas podrían compartir ciertas porciones de información que se ven obligadas a repetir. En ese escenario, que es en el que vivimos, la información del sistema global también se deteriora. No es sorpresa que durante las épocas de guerra, o también durante las pandemias, los Estados intervengan forzando a las empresas y a otras instituciones productivas, orientadas generalmente en función de la competencia, a colaborar para mejorar la calidad de la información del sistema.
En un sentido, lo que dijo Leigh muestra la otra cara del argumento conservador en el debate sobre el cálculo, vinculada al descubrimiento de información, es decir, a garantizar que las personas adecuadas obtengan la información adecuada. Pienso que la planificación democrática es una forma de descubrimiento de la información. Puede sonar un poco sentimental, pero la democracia en la planificación nos ayuda a aprender más unos de otros. Y es una manera de incrementar la eficiencia, pues hace que desaparezcan el miedo de hablar y decir las cosas como son. La cuestión de la democracia en la planificación es un elemento fundamental de nuestro argumento. La democracia nos permitirá descubrir nuevos métodos, definir lo que realmente necesitamos como sociedad y determinar cómo satisfacer los verdaderos deseos y necesidades de las personas.
Nuestro argumento se basa sobre todo en una serie de lecturas económicas técnicas y específicas, y en discusiones vinculadas a la coordinación entre medios y fines. Después de todo, queremos aportar al debate sobre el cálculo. Pero el asunto también tiene un lado humano que remite a la democracia. En cierto sentido, es útil volver a leer a Hayek y a las otras figuras destacadas del bando conservador, pues uno descubre que tenían una perspectiva completamente insensata sobre la psicología humana y una concepción atrofiada de la democracia.
Me parece que ese es el punto donde los socialistas tenemos una alternativa que ofrecer. Dejando de lado los aspectos técnicos del problema, los socialistas pensamos que los seres humanos son sujetos y protagonistas de la vida material que buscan la forma de llegar desde donde están —es decir, de lo que tienen— a lo que quieren y necesitan. Creo que tenemos que asumir sin ambages que contamos con una perspectiva distinta de la de los economistas conservadores en cuanto a los seres humanos y a lo que pueden o no pueden hacer.
NA
Me parece que el recelo de muchas personas frente a las tecnologías de la información surge porque observan que esos instrumentos son utilizados con fines evidentemente antidemocráticos y no es fácil descifrar maneras de apropiárselos. Pero también podríamos pensar en el caso de socialistas como Paul Cockshott, que aunque abrazan la idea del socialismo digital, no brindan una perspectiva del todo convincente sobre cómo utilizar estas tecnologías sin terminar en una especie de tecnocracia obrera ilustrada.
LP
Paul Cockshott incurre en el error fatal del determinismo tecnológico, es decir, piensa que el progreso de la tecnología de la información es una condición necesaria del socialismo. Cree haber descubierto un algoritmo perfecto que indicaría cómo calcular una economía planificada. Pero, más allá de eso, tiene un punto: descubrió que la producción y la distribución de la mayoría de los bienes de la economía solo son relevante para una cantidad relativamente pequeña de inputs y de outputs. Un cálculo perfecto presupone que todo está relacionado con todo. Pero para nuestros propósitos, no es necesario conocer, por ejemplo, la relación infinitesimal entre la producción de una muñeca Barbie y la de una turbina de vapor. En ese sentido, Cockshott reconoce que es imposible encontrar una solución algebraica perfecta a la infinidad de los inputs y de los outputs de los distintos sectores. Pero muestra que es posible hacer un cálculo «suficientemente bueno» y argumenta que probablemente eso baste en términos sociales, sobre todo teniendo en cuenta los beneficios que obtendríamos si reemplazáramos el mercado con mecanismos de decisión democráticos a la hora de distribución ciertos bienes y servicios.
Y eso nos lleva directamente al problema de la politización de la tecnología y del desarrollo de las instituciones democráticas, ¿no? ¿Cómo democratizamos la sociedad? Cochshott, por cierto, es un estalinista sin culpas. Ama la China de Xi Jinping y piensa que es un socialismo desarrollado. Cree que solo es cuestión de pedir perdón por el Gulag y cosas por el estilo. Por nuestra parte, tomamos de Cockshott las ideas del cálculo «suficientemente bueno» y dejamos de lado todo lo que dice sobre el gobierno socialista.
MR
Así como la tecnología de la información contemporánea permite implementar un cálculo «suficientemente bueno», y eso implica un progreso técnico, no deberíamos perder de vista que es posible transformar las tecnologías desarrolladas bajo el capitalismo con el fin de utilizarlas en el marco de nuevas instituciones democráticas. Sin embargo, aunque los socialistas siempre debemos orientarnos hacia el futuro, muchos de los problemas más difíciles que enfrentamos remiten a transformaciones cualitativas.
Básicamente, tenemos que pensar cómo transformar la tecnología de la información en función de la participación democrática y del desarrollo de nuevas capacidades. El mundo actual nos muestra nuevas posibilidades —por ejemplo, es increíble comprobar lo fácil que es comunicarse hoy—, pero también los peligros inherentes a abandonar la tecnología a las fuerzas del mercado. Los algoritmos contemporáneos tienen sesgos racistas que apuntan exclusivamente a la acumulación de ganancias en unas pocas manos, cuando en realidad necesitamos tecnologías que promuevan la libertad y que permitan desarrollar las capacidades de todos.
NA
Hablando de China me doy cuenta de que todavía no dijimos nada sobre el socialismo de mercado. ¿La idea es un oxímoron o cabe pensar una coexistencia posible entre planificación y mercado durante la transición al socialismo?
MR
Hay quienes piensan —por ejemplo, Isabelle Weber brinda buenos argumentos en este sentido— que China es de hecho una economía de mercado planificada y no un modelo de socialismo de mercado exitoso. Pienso que, en cierto sentido, eso es buscarle la quinta pata al gato. En el caso de China la cuestión pasa realmente por saber si los mercados se adecúan a un sistema social más amplio y hasta qué punto terminan decidiendo problemas importantes que podrían ser definidos mediante otros criterios (especialmente cuando se trata de temas esenciales de la vida material). Me parece que en China observamos un desplazamiento hacia una concepción del mercado como institución social que decide esos grandes temas.
Pero lo más interesante es que los socialistas democráticos deberían pensar más bien en el sentido inverso. Si el socialismo no es algo que sucederá de un día para el otro, ¿cómo restringimos los mercados durante la transición? ¿Cómo y dónde empezamos a introducir otros criterios para coordinar la vida material y en qué casos permitimos que exista un mercado? De nuevo, pienso que la magnitud y el ritmo de implementación de una economía completamente planificada son problemas abiertos.
El punto es que existe un enorme espacio en las sociedades existentes que permitiría restringir los mercados y orientar la economía en función de otros valores. Los problemas de coordinación que los mercados resuelven efectivamente en nuestra sociedad podrían ser abordados de otra manera. Esto abarca cuestiones pedestres y mundanas, como por ejemplo: «¿Cuánto titanio deben recibir las fábricas de bicicletas para hacer cuadros y cuánto debe destinarse a la producción de prótesis de cadera?». Hay muchas formas no mercantiles de decidir un tema como ese. Después hay otras decisiones que pueden quedar en manos del mercado, como por ejemplo, la cantidad óptima de producción de uno u otro tipo de champú.
Si bien es positivo que con China haya repuntado el interés en el debate sobre la transición, la tarea de los socialistas es transformar los términos de ese debate y preguntar: ¿cómo avanzamos en la dirección opuesta? ¿Cómo minimizamos el rol del mercado?
LP
En nuestro libro, cuando abordamos el socialismo de mercado, argumentamos que aun en ese sistema se mantiene la distinción clásica entre un conjunto de cosas destinadas a generar ganancias y un conjunto de cosas que son útiles. En el caso del socialismo de mercado, al igual que en el capitalismo, si algo es útil pero no rentable, no es producido. Por supuesto, después vienen las cosas que son rentables pero no son útiles, o incluso son perjudiciales. En tanto existan incentivos en el sistema o en las empresas que las producen, estas seguirán fabricando esas cosas.
El punto no es que el socialismo de mercado no funcione. El socialismo de mercado sería un enorme avance en relación con lo que tenemos hoy y las cooperativas que funcionan dentro del capitalismo son grandes escuelas de autoorganización obrera. Independientemente de si conducen a una distribución de bienes y servicios más igualitaria, lo que dije debería bastar como argumento a su favor. En cualquier caso, como decimos en nuestro libro, la dicotomía entre planificación socialista y socialismo de mercado es un poco engañosa, especialmente si partimos de la idea de que la economía planificada es en realidad una cuestión abierta y empírica.
Hagamos un experimento mental: es el día dos de la revolución o de las elecciones y los defensores de la planificación están en el gobierno. Es imposible planificar absolutamente toda la economía de la noche a la mañana. Es necesario priorizar ciertos sectores sobre otros. El gobierno probablemente empiece nacionalizando o socializando los bancos, el sistema de salud, la producción farmacéutica y cosas por el estilo, en vez de, por ejemplo, la industria de los videojuegos. Por supuesto, aun si dejan estos sectores en manos de los mecanismos de mercado, los defensores de la planificación querrán que esas empresas sean dirigidas por sus trabajadores y no por capitalistas privados.
Ahora imaginemos el mismo escenario, pero son los defensores del socialismo de mercado los que llegan al gobierno. Todos acordarán en que amplias franjas de la economía deben pasar al sector público, especialmente las áreas de salud, educación, etc. Sin embargo, queda toda la otra parte de la economía, donde la distribución estará definida en función de los precios y las empresas serán propiedad de los trabajadores o de fondos de jubilación, dependiendo de la versión del socialismo de mercado que se prefiera.
Ambos escenarios parecen idénticos, ¿no? Al menos en términos de la división entre las áreas planificadas y las áreas de mercado. En los dos casos, una buena parte de la economía está planificada y una parte considerable queda en manos de cooperativas obreras que intercambian bienes y servicios en el mercado. La única diferencia importante parece estar en el nivel de confianza en las posibilidades de extender la planificación: los defensores de la planificación esperan llegar hasta el final, mientras que los socialistas de mercado están bastante seguros de que es imposible. En cualquier caso, estoy conforme con ese escenario, pues ese es el debate que debería tener un partido socialista o un gobierno en esas condiciones. ¿Qué tan lejos podemos llegar en la socialización de bienes y servicios? ¿Cuál es el límite?
El argumento que propondría tanto a los socialistas de mercado como a esos partidarios de la planificación demasiado optimistas es este: conservemos la idea de la planificación como norte y limitemos cada vez más el área de incidencia del mercado, pero en vez de afirmar a priori que podemos o no podemos socializar absolutamente todo, hagamos la experiencia sobre la marcha.
MR
Si bien es importante reconocer hasta qué punto la oposición entre socialismo de mercado y planificación es falsa, también debemos ser conscientes de las contradicciones que subyacen al socialismo de mercado. De nuevo, en el caso del socialismo de mercado, si tenemos cinco empresas fabricando lo mismo y siguen compitiendo en el mercado, la capacidad de compartir y descubrir información, de repartir el trabajo en términos más equitativos, y toda una serie de cuestiones por el estilo, se resolverán de manera muy distinta a la que plantea el escenario de la planificación. Debemos estar al tanto de las contradicciones y no contentarnos simplemente con decir que el socialismo de mercado es socialismo y punto.
LP
Si tuviéramos una sociedad gobernada por un socialista de mercado, se plantearían muchas contradicciones importantes, como las que trajo a colación Michal. Las empresas carboníferas, petrolíferas o gasíferas, aun en el caso de ser dirigidas por sus trabajadores, tendrían incentivos que llevarían a seguir produciendo esas cosas porque seguirían siendo rentables. Lo mismo vale en el caso de las farmacéuticas: no habría ningún incentivo de mercado para que una empresa dirigida por sus trabajadores produzca nuevos antibióticos. En el caso de los hospitales seguiría habiendo incentivos para negar cobertura sanitaria a los pobres.
Tal vez terminemos descubriendo, más allá de esos sectores esenciales, que es inviable nacionalizar otras áreas, como por ejemplo la producción de videojuegos. Pero pensemos en lo que dicen hoy los gamers: todo el tiempo se quejan de que las empresas están destruyendo el rubro con la aplicación de condiciones monetarias y compras que imposibilitan jugar libremente. Básicamente, lo que sucede es que hoy el desempeño que tenemos en un videojuego depende de nuestra riqueza. Por lo tanto, habría que concluir que los mercados y el interés en las ganancias también están destruyendo la industria de los videojuegos. Otro ejemplo son los servicios de reproducción de música, que están haciendo que las canciones sean cada vez más cortas independientemente de los deseos de los artistas o de los oyentes, porque una canción demasiado larga genera la misma ganancia que una corta y muchas canciones cortas equivalen a más dinero.
Entonces, los mercados no solo atentan contra el sector de la salud: distorsionan cualquier proceso de producción para conducirlo hacia la maximización de las ganancias. Y, por más que pensemos que no son prioridades inmediatas cuando está en juego la justicia social, también están en juego los videojuegos y a la música pop.
Eso nos lleva de nuevo al principio y al mismo problema: es posible que, cada tanto, el conjunto de cosas destinadas a generar ganancias y el conjunto de cosas útiles se solapen, pero bajo el mercado nunca serán parte del mismo conjunto. El punto de volver sobre el debate del cálculo socialista está en pensar concretamente cómo construir un sistema económico donde la medida de lo que es exitoso en términos económicos y la medida de lo que es socialmente útil sea la misma, o casi la misma.
Notas
↑1 | Nicolas Allen es coordinador de redacción de Jacobin América Latina. |
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