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El socialdemócrata austriaco Otto Bauer dirigiéndose a una multitud, hacia 1930. (Imagno / Getty Images)

El austromarxismo quería una revolución socialista en democracia

Traducción: Nicolas Deleville

El socialista austriaco Otto Bauer, al igual que otros miembros de la muy a menudo olvidada escuela austromarxista, pretendía construir un movimiento obrero de masas capaz de conquistar la democracia parlamentaria y luego ir más allá estableciendo una república socialista.

«Reseña de La revolución austriaca de Otto Bauer, editado por Walter Baier y Eric Canepa (Haymarket Books, 2021)»

 

El final de la Primera Guerra Mundial fue un momento de importancia histórica mundial. El colapso de los otrora poderosos imperios ruso, alemán, austrohúngaro y otomano puso fin al catastrófico conflicto y, paradójicamente, abrió el camino a una nueva conflagración, ya que los pueblos de la Europa Central y Oriental, radicalmente reconfigurados, lucharon por revisar el acuerdo que les habían impuesto las potencias aliadas victoriosas.

La centralidad de Alemania y la Rusia soviética en ese esfuerzo revisionista, que en última instancia precipitó la Segunda Guerra Mundial, suele relegar a un segundo plano las historias de los participantes más pequeños de la región. Eclipsadas por los grandes relatos de la época, que las retratan principalmente como peones o actores secundarios en la política de las grandes potencias, sus ricas historias siguen siendo poco conocidas para los observadores externos.

La Primera República Austriaca es uno de esos Estados menos conocidos. Anteriormente el centro de un estado poderoso y plurinacional con más de 50 millones de habitantes, la disolución del Imperio Austrohúngaro en 1918 transformó a Austria en un Estado de seis millones de habitantes, de los cuales un tercio vivía en Viena, la antigua capital imperial. Con la excepción de su desaparición ignominiosa a manos de la Alemania nazi en 1938, la fascinante historia de esta república ha atraído relativamente poca atención de los extranjeros.

Por ello, la aparición del estudio clásico de Otto Bauer, La Revolución Austriaca, hábilmente traducido por primera vez por Walter Baier y Eric Canepa, es una aportación muy bienvenida a la literatura en lengua inglesa sobre la historia de Austria. Publicado por primera vez en 1923, el libro examina los primeros años de la república desde la perspectiva de uno de los principales teóricos del socialismo europeo y uno de los actores políticos más importantes de Austria. Se trata de una obra de historia profundamente influida por la experiencia política concreta del autor, así como por su compromiso con un enfoque marxista para comprender el desarrollo de los acontecimientos.

La vida política de Otto Bauer

Otto Bauer fue un hombre de intereses y talentos muy variados. Nacido en 1881 en el seno de una familia judía próspera y liberal, se formó en Derecho en la Universidad de Viena, donde, como miembro de la Liga de Estudiantes Socialistas, se unió a un círculo de jóvenes intelectuales -más tarde considerados los fundadores de la «escuela austromarxista»- que creían que su tarea era «seguir desarrollando la teoría social de Marx y Engels, someterla a crítica y situar sus enseñanzas en el contexto de la vida intelectual moderna». A pesar de la disparidad de intereses disciplinarios, los miembros de este grupo, entre los que se encontraban Karl Renner (derecho), Max Adler (filosofía) y Rudolf Hilferding (economía política), estaban unidos en su enfoque no dogmático de la teoría marxista.

El principal interés inicial de Bauer fue la «cuestión de las nacionalidades», un tema que convulsionó repetidamente la vida política de Austria-Hungría, ya que checos, eslovacos, croatas, italianos, ucranianos, húngaros y polacos, entre otros, competían por el poder en un sistema semiabsolutista dominado por germanoaustriacos. En 1907, a la edad de veintiséis años, publicó La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, que intentaba sustentar teóricamente el esfuerzo de la socialdemocracia por construir un movimiento transterritorial e interétnico, preservando al mismo tiempo los derechos culturales y jurídicos de las innumerables nacionalidades del imperio. Este esfuerzo fracasó en última instancia, pero el libro consagró a Bauer como un destacado pensador socialista.

Mientras tanto, como miembro del Partido Obrero Socialdemócrata (SDAP), también demostró una enorme capacidad para el trabajo político. En 1907, Bauer fundó Der Kampf (La lucha), que se convirtió en la principal revista teórica del partido; escribió casi a diario sobre una amplia variedad de temas para el periódico insignia del partido, Die Arbeiter-Zeitung (El periódico de los trabajadores); y en 1914 se convirtió en secretario del SDAP y en el sucesor obvio del envejecido líder del partido, Víctor Adler.

Bauer no se opuso a la decisión de la dirección del SDAP de respaldar la declaración de guerra del gobierno imperial a Serbia en agosto de 1914, lo que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Inmediatamente llamado a filas, fue capturado por los rusos en noviembre y pasó los tres años siguientes prisionero en Siberia. Liberado tras la caída del zar, regresó a Austria en septiembre de 1917 tras una estancia en la Petrogrado revolucionaria, que lo radicalizó, pero no lo convirtió al bolchevismo.

De vuelta en Viena, Bauer desempeñó un papel importante en la política austriaca a medida que el imperio se desintegraba siguiendo líneas étnicas, y sucedió a Adler como líder de hecho del partido. En noviembre de 1918, la Asamblea Nacional Provisional austriaca creó un gobierno provisional dominado por los socialdemócratas, con Karl Renner como canciller y Bauer como ministro de Asuntos Exteriores.

Bauer vio de cerca no sólo la creación de la nueva República Austriaca, sino también la decisión del gobierno de firmar bajo coacción el duro Tratado de Saint-Germain, que obligaba a Austria a asumir la culpa del imperio por iniciar la guerra, imponía una pesada carga de reparaciones y prohibía a Austria unificarse con la nueva República Alemana. Bauer, convencido de la inviabilidad económica de Austria como estado soberano, había hecho de la unidad con Alemania el eje de su política exterior. En septiembre de 1919, tras la aceptación del tratado por parte del gobierno, dimitió y se dedicó a los asuntos del partido y a la política parlamentaria.

La Revolución austriaca

La historia de Bauer relata los primeros años de la república democrática, un periodo de grandes promesas y de profunda crisis económicas y políticas, en el que estallaron los límites del nuevo orden parlamentario.

Organizada en cinco secciones cronológicas, la primera parte del libro trata la cuestión de las nacionalidades y su relación con la guerra y la revolución. En cuatro extensos capítulos, Bauer examina cómo las tensiones de preguerra entre la monarquía de los Habsburgo y los grupos étnicos subyugados del imperio desembocaron en la guerra de 1914 y en la implosión del Estado cuatro años más tarde. En opinión de Bauer, fue el temor del régimen de los Habsburgo a las crecientes aspiraciones nacionales de los eslavos del sur, un pueblo sometido durante mucho tiempo a «la servidumbre, la fragmentación y la falta de historia» a manos de los señores feudales alemanes, italianos, húngaros y turcos, lo que le llevó a declarar la guerra a Serbia

En un principio, la guerra pareció superar las divisiones étnicas y de clase que habían desgarrado la sociedad imperial, pero en última instancia aceleró un proceso de revolución nacional que llevaba décadas en marcha. En 1918, tras cuatro años de enormes bajas, privaciones y fracasos militares, el imperio había perdido su legitimidad y estaba demasiado agotado para contener las fuerzas de la reforma democrática y la independencia nacional.

Por supuesto, para los austriacos germanos dominantes la cuestión de la identidad nacional era diferente. Bauer señala que «el conflicto entre nuestra “germanidad” y nuestra “austriacidad” atraviesa toda la historia reciente de la Austria germana», y traza las actitudes oscilantes de las diferentes clases sociales germano-austríacas hacia la unidad con Alemania o el apoyo al imperio multiétnico que controlaban. En 1914, la burguesía consideraba que este conflicto estaba esencialmente resuelto al unirse Alemania y Austria-Hungría en una guerra patriótica defensiva. A ellos se unió el movimiento obrero que, a pesar de sus compromisos internacionalistas, temía la victoria rusa.

Sin embargo, esta perspectiva no duró, ya que la guerra se prolongó y el sentimiento antibélico, especialmente en el movimiento obrero, fue ganando fuerza. Bauer proporciona detalles sustanciales sobre el proceso interno en el que el SDAP también llegó a oponerse a la guerra y a apoyar el principio de autodeterminación de los pueblos del imperio.

A finales de octubre de 1918, el régimen de los Habsburgo estaba acabado. En la segunda parte, Bauer describe el colapso del esfuerzo bélico y la victoria de las rebeliones populares que crearon nuevos estados nacionales en todo el antiguo imperio, incluida la Austria germana. Allí, según Bauer, se desarrolló un proceso revolucionario de contenido nacional, democrático y social.

La revolución democrática austriaca, escribe, se completó el 12 de noviembre con la creación de una Asamblea Nacional Provisional. Pero la revolución social continuó. Durante los dos años siguientes, hasta su derrota en la primera vuelta de las elecciones parlamentarias de posguerra, el SDAP dominó ese órgano. Durante este periodo, bajo lo que Bauer denomina «la hegemonía de la clase obrera», el Estado pudo llevar a cabo importantes reformas en favor de los trabajadores, como la jornada laboral de ocho horas, los derechos de negociación colectiva y los consejos de trabajadores en el lugar de trabajo.

Sin embargo, la transformación radical de la sociedad austriaca se enfrentó a numerosos retos, tanto internos como externos. Como muchos líderes socialdemócratas, Bauer se consideraba un revolucionario socialista, pero también temía el caos y la violencia que la revolución podía traer consigo. Su análisis de los acontecimientos de Viena deja claro que no era un admirador del modelo bolchevique. Cuando los soldados radicalizados abandonaron la disciplina militar, se apoderaron de la propiedad privada y las raciones del gobierno e intentaron formar una «Guardia Roja», Bauer descalificó sus acciones como el «romanticismo revolucionario del bolchevismo». Se sintió aliviado cuando la mayoría de los soldados volvieron a casa, y apoyó la creación de un nuevo ejército, el Volkswehr, formado en gran parte por trabajadores, incluidos muchos socialdemócratas, que en su opinión «salvó al país del peligro inminente de la anarquía» y de los enemigos en la frontera.

En opinión de Bauer, la revolución social comenzó inicialmente en los cuarteles de la guarnición de Viena, donde los soldados se rebelaron contra sus oficiales, y luego se extendió entre los trabajadores, que se movilizaron en manifestaciones masivas a favor de una república. Fue la culminación, argumenta, de décadas de esfuerzos socialdemócratas por guiar a la clase obrera hacia la democracia. «La revolución nacional», escribe, «se convirtió en asunto del proletariado y la revolución proletaria en portadora de la revolución nacional».

Los acontecimientos que condujeron al 12 de noviembre contaron en general con un amplio apoyo interclasista, incluso en el campo conservador, pero Bauer insiste en que las acciones paso a paso de la izquierda unificada fueron decisivas para ganar una república con poco derramamiento de sangre. Para él, la creación del orden parlamentario, reforzado por nuevas instituciones como los consejos de fábrica, creó el marco para un mayor avance hacia el socialismo, un proceso que sería ordenado y evitaría la violencia del bolchevismo.

Los socialdemócratas en el poder

En la tercera parte, Bauer examina los intentos del gobierno dirigido por el SDAP de mejorar las condiciones de los trabajadores y expone sus ideas para organizar una nueva economía socialista.

Al mismo tiempo, sin embargo, no pasa por alto los obstáculos -el aislamiento político de Austria en el extranjero, sus divisiones sociales y políticas internas (especialmente entre el campesinado católico antisocialista, la burguesía urbana y los centros industriales dominados por los socialistas); su pobreza cada vez mayor ante la inflación galopante y la escasez de alimentos, combustible y materias primas- que bloquearon las aspiraciones más radicales del gobierno. Muestra cómo el gobierno de izquierdas tuvo que maniobrar para evitar la guerra con vecinos codiciosos de territorio austriaco, esquivar la intervención de las potencias occidentales temerosas de la propagación de la revolución comunista y resistirse a verse arrastrado por los acontecimientos revolucionarios de Hungría, donde la proclamación de una República Soviética en marzo de 1919 desato una nueva guerra regional que acabó desencadenando una contrarrevolución exitosa.

Inmerso en este ambiente explosivo, Bauer estaba convencido de que la tarea del movimiento obrero no era establecer una «dictadura del proletariado» al estilo bolchevique, sino actuar como «guardafrenos» de la revolución. En su opinión, los trabajadores debían utilizar su nuevo poder con prudencia, y era deber de la socialdemocracia evitar que emprendieran acciones potencialmente ruinosas con fines ilusorios. Para ello, escribe, el gobierno dirigido por el SDAP estaba en contacto permanente con los principales órganos no gubernamentales del movimiento obrero, como los sindicatos y los consejos de trabajadores y soldados, para promover políticas que pudieran ser aprobadas de forma realista por la Asamblea Nacional.

Era un trabajo duro y a menudo impopular -los trabajadores habitualmente exigían más de lo que el gobierno podía ofrecer-, pero Bauer insiste en que era esencial para el proceso de educación de la clase trabajadora y para elevar su nivel de conciencia política. Bauer podría argumentar con razón que el gobierno hizo lo que pudo en circunstancias difíciles.

Aun así, exagera el éxito del SDAP a la hora de establecer su hegemonía ideológica entre las masas, que, según él, «a través de luchas puramente intelectuales [habían] ampliado su horizonte intelectual, encendido su agilidad intelectual y maximizado su impulso hacia la autoactuación». Al igual que otros intelectuales austromarxistas, Bauer era un maestro de espíritu, y durante mucho tiempo pensó que educar políticamente a los trabajadores era la actividad más básica del intelectual socialista. Como revelaría el posterior fracaso del movimiento a la hora de asegurar mayorías, sobrestimó la capacidad del SDAP para ganarse a la clase obrera y a otros grupos sociales.

En las partes cuarta y quinta, Bauer analiza las cambiantes relaciones de poder entre las clases sociales austriacas y cómo se enfrentaron o se unieron en la arena política. Incluso antes de que el SDAP perdiera las primeras elecciones parlamentarias frente a su antiguo socio de coalición, el Partido Social Cristiano, en otoño de 1920, era evidente que el campesinado y la burguesía se habían recuperado de las conmociones políticas de la revolución y estaban menos dispuestos a cooperar con los trabajadores.

Dado que los socialcristianos estaban en desacuerdo con los nacionalistas pangermánicos y carecían de mayoría absoluta en el Parlamento, Bauer creía que existía en el país un «equilibrio de fuerzas de clase», como él lo califica, que aún permitiría al movimiento obrero, movilizado en el SDAP, los sindicatos y otras miríadas de organizaciones, ejercer el poder. En 1922, sin embargo, había llegado a la conclusión de que, al dominar la crisis inflacionaria con la ayuda de las altas finanzas internacionales, los socialcristianos habían logrado formar una coalición del campesinado, la pequeña burguesía y toda la burguesía (industrial y financiera). La burguesía, como fuerza social más fuerte, afirmaba así su control sobre la república.

Sin embargo, ese control no era total. Bauer señala la gran popularidad del SDAP en el ejército republicano y en el bastión de la «Viena roja», donde el partido siempre obtuvo mayorías absolutas y puso en marcha una amplia serie de reformas en muchas esferas de la vida urbana. Sabía que, con el tiempo, un gobierno burgués fuerte podría socavar estos logros, pero creía que el SDAP sería capaz de superar sus recientes reveses y recuperar la iniciativa. La derecha fracasaría en su intento de resolver la actual crisis económica y social del país, y los socialdemócratas podrían atraer a su lado a los empleados de cuello blanco y a los pequeños comerciantes, «derrocar» al gobierno burgués y «reconquistar» el poder obrero.

Sin embargo, a pesar de esta retórica radical, Bauer rechazó el uso de la acción de masas a menos que la burguesía intentara destruir la constitución republicana. La victoria debía lograrse en el marco de la política parlamentaria.

“El dilema del socialismo democrático”

Los resultados no fueron los deseados por Bauer. Al final, la socialdemocracia nunca volvió al poder y los socialcristianos prepararon permanentemente el terreno para derrocar a la república en 1934. Aunque el movimiento obrero austriaco ofreció una resistencia violenta, sus dirigentes, incluido Bauer, sólo apoyaron la toma de las armas cuando ya era demasiado tarde para ser eficaz.

Aunque La revolución austriaca de Bauer apareció una década antes, su análisis de la revolución y del sistema que surgió de ella arroja luz sobre su enfoque de la política, un factor que tuvo una importancia sustancial en la desaparición de la república y señala lo que Peter Gay denominó «el dilema del socialismo democrático». Bauer estaba al frente de un partido de seiscientos mil miembros -el 10% de la población total- que obtenía sistemáticamente más del 40% de los votos en las elecciones parlamentarias. Con el fin de quitar apoyo a los rivales comunistas del SDAP y mantener la unidad del movimiento, utilizó a menudo la retórica radical de la lucha de clases e hizo un llamamiento a la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista.

En la práctica, sin embargo, seguía comprometido con la política parlamentaria y no estaba preparado para considerar seriamente otros medios. En un entorno político en el que la derecha antirrepublicana no tenía reparos en recurrir a la violencia despiadada, el destino de la república estaba sellado.

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