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El presidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva (Foto vía Wikimedia Commons)

¿Lula debe gobernar «en frío» o «en caliente»?

El bolsonarismo no es un tigre sin dientes y sigue siendo necesario construir una nueva relación social de fuerzas. Para ello, el gobierno de Lula necesitará de la movilización social, porque «en frío», Brasil no cambia.

Nunca confíes en los que una vez te engañaron
Nunca cantes victoria antes de tiempo.
Más vale una palabra antes que dos después.
Refranes populares portugueses.

 

1 – La orientación del gobierno Lula, incluso antes de la toma de posesión a finales de 2022, cuando se negoció la aprobación de la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) de transición, fue la búsqueda de un acuerdo con Arthur Lira y el Gran Centro para garantizar la gobernabilidad. Lo que podría haber sido una maniobra táctica plausible, dada la emergencia impuesta por la necesidad de garantizar fondos para el programa Bolsa Familia que no existían en el presupuesto público dejado por el gobierno Jair Bolsonaro, se consolidó como una opción estratégica. Es cierto que hay realidades que se imponen y que no dependen de nuestra voluntad. Pero también es cierto que, tras la victoria electoral de 2022, aunque sea ajustada, se abrieron nuevas posibilidades. Tenemos una mayoría reaccionaria en el Congreso Nacional, pero es posible presionarla de «afuera hacia adentro».

2 – Un análisis lúcido debe necesariamente evaluar que cualquier acuerdo con Lira y el Gran Centro es frágil y, por lo tanto, transitorio. Aunque consideremos que el proyecto del gobierno Lula debe centrarse, en la coyuntura actual, en combatir el peligro del bolsonarismo y en la necesidad de evitar una recesión impuesta por la política monetaria de tasas de interés reales exorbitantes, lo que está en juego es más grave. Una gobernabilidad «fría» descansa en el afán de construir una mayoría en el Congreso, con un costo muy alto.

3 – El precio más inmediato de la concertación son las enmiendas parlamentarias y en comisión que han sustituido a las «enmiendas del ponente», pero son de la misma naturaleza. El problema no se reduce a las decenas de miles de millones de reales distribuidos entre diputados y senadores. Aunque este gasto no es irrelevante, la cuestión de fondo permanecerá intacta e inevitable. El gobierno estará bajo el chantaje permanente de un Arthur Lira buscando imponer el veto a cualquier propuesta de reforma que vaya contra de los intereses de clase que el Gran Centro representa.

4 – ¿Es posible pensar en una estrategia diferente? ¿Hay otro camino? Sí, lo hay, pero tendría que ser con una gobernabilidad construida a partir de la conquista de una mayoría social y no sólo con una parlamentaria. Una mayoría social sólo puede forjarse con mucha lucha. La lucha pública exige del gobierno un papel protagónico en la promoción de la movilización de masas, por ejemplo, para que la extrema derecha sea aislada e investigada, y para que Bolsonaro también sea castigado a raíz del escándalo de las joyas. Una lucha pública para que el castigo a las empresas que aprovecharon la desregulación de la reforma laboral para contratar tercerizadas que utilizan mano de obra esclava no se reduzca a multas. No pueden ser sólo el Frente Brasil Popular y el Frente Pueblo Sin Miedo, o las centrales sindicales, los que apoyen la salida a las calles.

5 – La cuestión de fondo es que la derrota electoral de Bolsonaro ha cambiado favorablemente la relación política de fuerzas, pero aún no ha cambiado cualitativamente la relación social de fuerzas. La primera se refiere a las condiciones de disputa entre instituciones y de lucha partidaria. Ha mejorado, porque el Gobierno es la principal institución del régimen. Tiene más peso que los Tribunales Supremos, los órganos no electos y que el Congreso, donde hay una pulverización del poder. Pero la segunda, que debe ser evaluada en un mayor grado de abstracción, se refiere a las respectivas posiciones de fuerza de las clases, fracciones de clase y grupos sociales. En este terreno, el de la lucha de clases desnuda, cruda y dura, aún no hemos salido de una situación defensiva.

6 – El desafío más complejo es encontrar el camino para la reunificación de la clase obrera. Salimos del proceso electoral con una enorme parte de los que viven del trabajo dividida. La mayoría de los asalariados que ganan hasta dos salarios mínimos, de las mujeres y de las personas LGBT, de los jóvenes y de los nordestinos votaron por Lula. Pero la extrema derecha tuvo la mayoría de los votos de los que ganan más de dos salarios mínimos, del voto masculino y del sur y sureste. Esta división es una tragedia. Sin superarla no es posible alcanzar un mayor nivel de voluntad de lucha.

7 – Sin elevar la «moral» o el estado de ánimo de la clase trabajadora, no es posible construir una nueva mayoría social que garantice el apoyo a la movilización de masas. Los actos de «vanguardia», incluso a escala de decenas de miles, son útiles y cumplen una función, pero no son suficientes. «En frío», Brasil no cambiará. Sin el compromiso del gobierno, y especialmente de Lula, no son posibles acciones a la escala necesaria para cambiar la relación social de fuerzas. ¿Son posibles? Sólo podemos saberlo probando. Será necesario confiar en la clase trabajadora y en los movimientos sociales populares y rurales, de mujeres y negros, estudiantiles e indígenas, ecologistas y culturales.                                                          

8 – Debemos aprender las lecciones de Chile y Colombia. Hasta ahora Boric ha hecho una apuesta y Petro ha hecho otra. Boric decidió intentar gobernar «en frío» para no provocar a sus enemigos de clase y a las Fuerzas Armadas. El resultado: el gobierno chileno tuvo una grave derrota política porque no se aprobó la nueva Constitución, que recogía el impulso de cambio de las imponentes movilizaciones de 2019. Petro decidió gobernar «en caliente». El gobierno colombiano tomó la iniciativa de destituir a la cúpula de las Fuerzas Armadas, con lo que se fue «para arriba» y ha venido convocando a las calles sucesivas manifestaciones masivas pidiendo apoyo para reformas que van en contra de los intereses empresariales. Son dos caminos tácticos distintos.

9 – Tampoco podemos olvidar las lecciones del segundo mandato de Dilma Rousseff. Cuando la mayoría de la clase dominante se unificó, entre finales de 2015 y 2016, y decidió convocar movilizaciones reaccionarias a las calles, el gobierno tardó en reaccionar e, incluso acosado por el peligro real e inmediato de un golpe parlamentario disfrazado de impeachment, no convocó a su base social a las calles. Se produjo una «división de tareas». Correspondió esencialmente al PT y a la CUT intentar responder a los millones de personas que gritaban en las calles «nuestra bandera nunca será roja» e «iros a Cuba». Fue un grave error estratégico. No podemos saber si el resultado habría sido diferente, por supuesto. Pero habríamos resistido en mejores condiciones.

10 – Hoy no existe un peligro real e inmediato similar, sobre todo después de la derrota del levantamiento golpista del 8 de enero, pero Bolsonaro, aunque sea derrotado, mantiene una enorme audiencia. El bolsonarismo no es un tigre sin dientes. El gobierno de Lula necesitará movilización social. «En frío», Brasil no cambia.

 

 

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Publicado en Artículos, Brasil, Estado, homeIzq, Política and Sociedad

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