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Gramsci, leninista

Traducción: Rolando Prats

La crítica a Gramsci como un reformista «a pesar de si mismo» desconoce la fuerte relación entre su pensamiento y el de Lenin. Restablecer esta unidad es importante para comprender adecuadamente el legado gramsciano.

Serie: Dossier Gramsci

Reseña de la obra de Peter D. Thomas, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism (Coleccción Historical Materialism), Leiden, Brill, 2009.

Ser contemporáneo significa, en ese sentido, volver a un presente en el que nunca hemos estado.

Giorgio Agamben (¿Qué es lo contemporáneo?)

Proponer hoy una interpretación de conjunto del pensamiento de Gramsci requiere una buena dosis de osadía intelectual. El volumen de conocimientos sobre la vida y la obra del revolucionario italiano alcanza proporciones cada vez más inabarcables. Probablemente en nuestra época haya sólo otros dos pensadores críticos que susciten tantos análisis: Marx, por supuesto, y Michel Foucault, la interpretación de cuya obra se ha convertido en una auténtica industria. Es cierto que los volúmenes de exégesis consagrados a Gramsci son de un número inferior a los dedicados a los clásicos de la academia contemporánea: Heidegger, Wittgenstein y Rawls, por citar sólo tres. Pero en cierto sentido la diferencia es de grado, no de clase.

Los análisis de la obra de Gramsci no sólo son numerosos, sino que también están sujetos a un proceso de especialización. Ya no hay especialistas en Wittgenstein en general. Los estudiosos se especializan en la interpretación del “primer” Wittgenstein, el del Tractatus Logico-Philosophicus (1921), o del segundo, el de las Investigaciones filosóficas (1953). Algunos se interesan por el papel de Wittgenstein en el nacimiento de la filosofía analítica, otros tratan de identificar las raíces específicamente austríacas de su pensamiento; por ejemplo, el hecho de haber visto la luz en la Viena finisecular de Freud, Klimt y Schnitzler.

Este proceso de especialización puede observarse igualmente en el caso de Gramsci. De ahí que proliferen libros y artículos cuyo título comience con “Gramsci y…”: Gramsci y Marx, Gramsci y las mujeres, Gramsci y Chile, Gramsci y el psicoanálisis, Gramsci y Piero Sraffa… La lista es larga y para hacerse una idea aproximada de lo larga que es podría consultarse la sección bibliográfica de la página web de la International Gramsci Society. Entre otras razones, esa especialización es producto de la academización de Gramsci en diversas regiones del mundo, principalmente en Italia, en el mundo anglosajón y en algunos países latinoamericanos, como Argentina y Brasil. La misma también se explica por la disponibilidad de un número cada vez mayor de archivos, por cuanto ello conlleva no sólo un mayor grado de precisión en el conocimiento de una obra y de su autor, sino también la producción de conocimientos de un determinado tipo.

Leer hoy a Gramsci supone también hacer frente a interpretaciones de su obra elaboradas por figuras monumentales de la historia del movimiento obrero y de la tradición marxista como Palmiro Togliatti, Louis Althusser o Perry Anderson. El espacio interpretativo gramsciano está saturado de nombres propios problemáticos. Esas grandes interpretaciones que se remontan a otras épocas aparecen siempre sobredeterminadas por consideraciones de orden político, que remiten a coyunturas históricas todavía más o menos vigentes. Ello hace aún más complejo en la actualidad trabajar en la obra de Gramsci.

Si la obra de Peter Thomas The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony  and  Marxism [El momento gramsciano. Filosofía, hegemonía y marxismo] impresiona tanto es porque contiene una interpretación de conjunto de la obra de Gramsci en un momento en que resulta cada vez más difícil llevar a término semejante empresa. Estamos ante una obra del tipo que suele dedicarse a un autor todavía poco conocido, pero que hace gala de un grado de precisión y coherencia analítica que ha sido posible gracias al aumento de los conocimientos correspondientes. Thomas examina uno tras otro los principales conceptos de Gramsci: hegemonía, guerra de movimientos/guerra de posiciones, revolución pasiva, cesarismo, sociedad civil/sociedad política, Estado integral, filosofía de la praxis, etc., y al mismo tiempo da cuenta de la asombrosa coherencia del sistema teórico gramsciano; asombrosa si se tiene en cuenta las circunstancias de su elaboración. A lo largo de los capítulos emerge asimismo una genealogía del pensamiento gramsciano, que se remonta a la improbable trinidad teórica de Maquiavelo, Lenin y Croce.

Peter Thomas, joven marxista australiano radicado en Londres y que realizara una parte de sus estudios en Italia, es uno de los mejores estudiosos de Gramsci en la actualidad. El título de su obra contiene una referencia implícita al gran libro de J.G.A. Pocock sobre la tradición republicana atlántica, The Machiavellian Moment, publicado en 1975[1]. Un “momento” es una configuración político-intelectual particular, que tiene lugar en un espacio-tiempo específico y cuyo centro lo ocupa un nombre propio: Maquiavelo para Pocock, Gramsci para Thomas. ¿A qué constelación político-intelectual remite hoy el nombre propio “Gramsci”?

Gramsci, ¿reformista a pesar de sí mismo?

La interpretación más influyente de Gramsci en el mundo anglosajón hasta la fecha es la elaborada por Perry Anderson en un ensayo titulado “The Antinomies of Gramsci“, que apareció en 1976 en New Left Review y se reeditó posteriormente en forma de libro[2]. Las traducciones al francés (por Maspero, con el título Sur Gramsci) y al italiano de esa obra aparecieron en 1978. La tesis propuesta por Perry Anderson es simple: Gramsci es un “kautskyano” o un “fabiano” que no se conoce a sí mismo. En otras palabras, es un reformista, que cree que un cambio social radical es posible, pero que este será gradual, que no implicará necesariamente el tipo de proceso revolucionario que se produjo en Rusia en 1917. Así, dice Anderson:

desde el momento en que el poder burgués en Occidente se atribuye principalmente a la hegemonía cultural, la adquisición de esa hegemonía significaría que la clase obrera habría tomado efectivamente en sus manos la ‘dirección de la sociedad’ sin conquistar ni transformar el poder estatal, en una transición indolora hacia el socialismo: en otras palabras, una idea típica del fabianismo[3].

Según esa hipótesis, el énfasis que hizo Gramsci en la dimensión “hegemónica” del poder lo habría llevado a sostener que bastaría con que la clase obrera se convirtiera en la fuerza social culturalmente dominante en la sociedad para que se produjera la transición al socialismo. Por cuanto la cultura es la palanca principal, esa transición podría tener lugar pacíficamente, sin una ruptura drástica con la lógica del sistema.

Gramsci fue uno de los dirigentes revolucionarios más combativos de la primera mitad del siglo XX. No sólo participó activamente en un proceso revolucionario, los “consejos de Turín” de 1919-1920, sino que también fue miembro fundador del Partido Comunista Italiano y participó, como representante de ese partido, en las labores de la dirección de la Internacional Comunista, entre 1922 y 1923. ¿Cómo explica Perry Anderson que un marxista con un pedigrí revolucionario tan impecable sea un reformista?

Para Anderson, la tonalidad “kautskyana” de Cuadernos de la cárcel se explica por las circunstancias de su redacción. Mientras escribía sus Cuadernos, Gramsci tuvo siempre presente, en un segundo plano, el canon doctrinal del marxismo revolucionario de la época. En particular, tenía en mente la hipótesis estratégica de la “dictadura del proletariado”, en torno a la cual se articula el referido canon. Sin embargo, el canon jamás se explicita en los Cuadernos, aunque se insinúe como marca de agua. La razón estriba en el hecho de que los Cuadernos de la cárcel no se hubiesen concebido para ser publicados. Conviene reiterar aquí que los Cuadernos son exactamente eso: cuadernos preparatorios, que jamás Gramsci tuvo la intención de publicar en esa forma (su ambición era ponerse a escribir su gran obra tras salir de la cárcel). Según Anderson, Gramsci dio por sentada la estrategia leninista de ruptura con el Estado capitalista, hasta el punto de que nunca la reafirmó. De ahí que los Cuadernos contuvieran sobre todo ideas que se apartaban de esa estrategia, que resultaban novedosas en relación con esta última. En particular, los Cuadernos dan prioridad a todo lo que se refiera al problema de la “revolución en Occidente” —de la que Gramsci era el gran teórico— y que indague por las condiciones de aclimatación de la revolución en Europa occidental:

cuando comenzó sus indagaciones teóricas en la cárcel, parece haber dado tan por sentados esos principios que estos apenas figuran directamente en su discurso. Constituyen una adquisición familiar que ya no es necesario recordar, en una empresa intelectual cuya energía se concentraba en otra parte: en el descubrimiento de lo desconocido[4].

Gramsci es, por tanto, a los ojos de Anderson, una especie de reformista a pesar de sí mismo. Aislado en su celda, pensando y escribiendo para sí mismo, se ve arrastrado por la lógica de su argumentación hacia posiciones cada vez más alejadas del leninismo.

Leer a Gramsci como estratega

Esa interpretación de Anderson contiene un importante subtexto. En los años setenta, las más diversas corrientes marxistas reivindicaron a Gramsci como uno de los suyos. En Europa, el “eurocomunismo” hizo de Gramsci su figura tutelar. Esa corriente pretendía liberarse de la influencia de la URSS y reflexionar sobre las condiciones de una transición al socialismo que tuviera en cuenta la especificidad de las sociedades de Europa occidental. Es en Italia, en España y en Francia donde se hace sentir con más fuerza. Nicos Poulantzas, el teórico más refinado ligado a esa corriente, y quien en sus inicios había estado vinculado con el eurocomunismo griego, propuso distinguir entre un eurocomunismo de “derecha” y un eurocomunismo de “izquierda”[5]. Poulantzas presenta a Santiago Carrillo, dirigente del Partido Comunista Español, como ejemplo de lo primero, y a Pietro Ingrao, representante del ala izquierda del Partido Comunista Italiano, como ejemplo de lo segundo.

En los años sesenta, Perry Anderson y el colectivo editorial de New Left Review bajo su dirección se vieron influidos por Gramsci. Por esa época, Anderson coauspicia, junto con Tom Nairn, una tesis muy debatida sobre la “malformación” del Estado británico y el carácter prematuro de la revolución que había conducido a la formación de ese Estado. Esa tesis había sido directamente inspirada por las tesis de Gramsci sobre la formación del Estado italiano y las insuficiencias del Risorgimento[6].

Sin embargo, durante los años setenta, bajo el impacto combinado del movimiento estudiantil y las luchas de liberación en el Tercer Mundo —en particular el guevarismo y la revolución vietnamita—, Anderson se desplazó hacia la izquierda y se acercó a la IV Internacional de Ernest Mandel. Algunos miembros de la redacción de New Left Review, entre ellos Tariq Ali —pero no el propio Anderson—, se unieron a la IV Internacional y durante un tiempo ocuparon puestos de dirección en ella. El trotskismo es, por supuesto, hostil al eurocomunismo, que Ernest Mandel retrató en un ensayo de 1978 titulado Crítica del eurocomunismo como una especie de continuación lógica del estalinismo[7].

No es posible comprender al margen de ese contexto político la ofensiva de Perry Anderson contra Gramsci. El blanco de Anderson en Las antinomias de Gramsci no es tanto el propio autor de Cuadernos de la cárcel como sus lectores eurocomunistas de la época. Más concretamente, la estrategia de Anderson consiste en socavar los fundamentos de la legitimidad marxista de que buscan dotarse los eurocomunistas por conducto de la obra de Gramsci. Al igual que Mandel, Anderson considera que la búsqueda de una “vía democrática al socialismo”, de una transición al socialismo emancipada del modelo soviético, es un pretexto para forjar alianzas con ciertos sectores de la burguesía —como en el caso del “compromiso histórico” en Italia— políticamente muy costosas para el movimiento revolucionario. La interpretación de Gramsci, como vemos, tenía en aquel momento implicaciones estratégicas inmediatas.

El núcleo de la polémica que Anderson libra contra Gramsci y los eurocomunistas concierne a la cuestión del Estado. Una de las tesis centrales propuestas por los eurocomunistas (sobre todo de izquierda) es la del carácter contradictorio del Estado capitalista. Es lo que Poulantzas —citado por su nombre en el libro de Anderson— llama, refiriéndose al Estado, una “condensación de una relación de fuerza“[8]. Para Poulantzas, el Estado no es externo a la lucha de clases, pero tampoco es un simple instrumento en manos de las clases dominantes[9]. El Estado es un haz de contradicciones y relaciones de fuerza. Importantes segmentos del Estado participan, por supuesto, en la gestión del orden capitalista y en la represión de su impugnación. Sin embargo, es probable que otros segmentos del Estado se alíen con las fuerzas revolucionarias en tiempos de insurrección. Esa ambivalencia constitutiva del Estado capitalista es lo que Pierre Bourdieu —quizás en ese respecto bajo la influencia de  Poulantzas— intentará comprender por medio de la distinción entre la “mano derecha” y la “mano izquierda” del Estado[10]. Ambivalencia observable sobre todo en los países occidentales, donde un antiguo y poderoso movimiento obrero ha sido capaz de imponer derechos democráticos y sociales.

Que el Estado sea una “condensación de relaciones de fuerza” trae aparejadas implicaciones estratégicas cruciales, en particular que la teoría bolchevique de la “dualidad de poderes” resulta inadecuada para los países occidentales. Esa teoría, cuya formulación más clara se encuentra en la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, sostiene que en una situación revolucionaria dos fuerzas antagónicas se disputan el poder en el interior de un mismo territorio. Esas fuerzas están claramente delimitadas —social, política y, en la mayoría de los casos, incluso espacialmente— en una situación en la que el Estado, naturalmente, se pone del lado de las fuerzas conservadoras. El reconocimiento del carácter contradictorio del Estado capitalista hace imposible mantener ese esquema estratégico y obliga a reconocer la existencia de fracturas dentro de cada campo, lo que convierte al propio Estado en un posible lugar de acción revolucionaria. La estrategia de la “guerra de posiciones” elaborada por Gramsci en Cuadernos de la cárcel es una manera de tomar conciencia de esa constatación.

Perry Anderson, por su parte, mantiene la hipótesis estratégica de la “dualidad de poderes”. Su crítica de Gramsci no persigue, en última instancia, otro propósito.  En su ensayo, insiste en la “unidad” del Estado capitalista, en el hecho de que ese Estado tenga “fronteras”. Aunque el Estado esté plagado de contradicciones, en tiempos de crisis e insurrección, su carácter de clase se pone de manifiesto con toda claridad.

Gramsci y Lenin

Peter Thomas elabora una crítica radical de la interpretación que Perry Anderson hace de Cuadernos de la cárcel. Esa crítica tiene dos facetas. En primer lugar, como ya se ha dicho, desde los años setenta se ha acumulado un considerable volumen de información sobre la vida y la obra de Gramsci. Esa información se refiere a sus actividades políticas antes de su encarcelamiento, así como a la cronología de la redacción de los Cuadernos, la actitud del Partido Comunista Italiano y de la Internacional Comunista para con él, su vida familiar, los libros y diarios a que tuvo acceso durante sus años en prisión, la influencia de sus orígenes sardos en su concepción del Estado italiano, sus estudios de filología en Turín a principios de la década de 1910, sus relaciones con Palmiro Togliatti y el papel de este último en la gestión de la herencia gramsciana… La lista es larga. Peter Thomas aprovecha al máximo los conocimientos disponibles, sin perder nunca de vista la coherencia del conjunto. Cabe señalar aquí que la edición italiana de Cuadernos de la cárcel, llamada “científica”, bajo la dirección de Valentino Gerratana, no se publicó hasta 1975, casi cuarenta años después de su redacción. Su disponibilidad ha redundado en un notable refinamiento de la comprensión de la lógica interna del sistema teórico gramsciano. Si Anderson tuvo acceso a ella, es poco probable que hubiese podido realmente trabajar en esa edición científica en aquellos momentos.

La otra faceta de la crítica de Thomas consiste en el cuestionamiento de la tesis andersoniana de un Gramsci reformista. Curiosamente, Thomas comparte con Anderson —más concretamente con el Perry Anderson de mediados de los setenta— una cierta desconfianza hacia las posiciones eurocomunistas. Su estrategia interpretativa, sin embargo, consiste en demostrar que la apropiación del legado gramsciano por los eurocomunistas es una falacia, y ello por una razón más bien simple: Gramsci es leninista. De hecho, una de las principales operaciones teórico-políticas que Peter Thomas emprende en su libro es la de volver a enlazar el hilo —roto no sólo por Anderson, sino también por sectores con toda seguridad mayoritarios de la crítica— que une a Gramsci con Lenin.

Volver a enlazar ese hilo no es en verdad muy difícil. Para empezar, basta con leer Cuadernos de la cárcel. Gramsci no deja de proclamar su admiración por Lenin, a quien llama “Ilich”, “Ilichi” o el “mayor teórico moderno de la filosofía de la praxis” (filosofía de la praxis que, en ese caso, es sinónimo de marxismo). He aquí un pasaje del cuaderno 10 en el que se deja ver esa admiración:

Ilichi Lenin hizo avanzar la filosofía en la medida en que hizo avanzar la doctrina y la práctica políticas. La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de la conciencia y de los métodos de conocimiento y constituye un hecho de conocimiento, un acontecimiento filosófico[11].

Para Gramsci, Lenin es un nombre propio que remite a los candentes problemas teóricos y estratégicos del momento. Por intermedio de Lenin, Gramsci vuelve en particular a plantear la cuestión de la relación entre teoría y práctica.

En el pasaje que venimos de citar, Gramsci califica a la revolución rusa de “hecho de conocimiento” o de “acontecimiento filosófico”. A sus ojos, esa revolución no es sólo un episodio de relieve de la historia política, es un acontecimiento en la historia del pensamiento, en la misma medida en que lo fuera, por ejemplo —si bien según modalidades bien diferentes—, la publicación a finales del siglo XVIII de la Crítica de la razón pura de Kant. Gramsci añade que si Lenin es un auténtico filósofo, lo es precisamente por haber sido un líder político que hiciera realidad un “aparato hegemónico” con la construcción de la Unión Soviética. Ser filósofo en las condiciones del siglo XX no consiste en ser un continuador de la historia de la filosofía, como Kant en el siglo XVIII o Wittgenstein en el XX. Consiste en intervenir en el campo político, es decir, en abolir la separación entre política y filosofía.

El leninismo de Gramsci se expresa de muchas otras maneras. Al centrarse en la comprensión de la dimensión cultural de la hegemonía, Gramsci sigue los pasos del “último” Lenin, quien antes de morir había consagrado sus energías al problema de la cultura en el naciente Estado soviético[12] (Lenin no es, por supuesto, la única fuente de inspiración para los análisis de Gramsci sobre la cultura). Otra expresión de esa filiación es la atención que ambos prestan a la cuestión del Estado, a lo que Gramsci llama el “Estado integral”, concepto al que Peter Thomas dedica luminosas páginas.

Hacer de Lenin una condición para leer a Gramsci comporta para Thomas no sólo una perspectiva historiográfica, sino también política. Si a Gramsci —como a Marx— se lo lee y enseña en numerosas partes del mundo, Lenin aún no se ha levantado de los escombros del socialismo “realmente existente”. Vincular firmemente a Gramsci con Lenin es asegurarse de que todo debate sobre el primero se convierta inevitablemente en un debate sobre el segundo.

Una tradición por redescubrir en Francia

Entre las referencias en que se apoya Peter Thomas para elaborar su interpretación, algunas se originaron en Francia. La bibliografía secundaria sobre Gramsci es, primero, italiana y anglosajona, y, luego, latinoamericana. Pero una serie de obras y artículos de más larga data proceden del mundo francófono. Cualquier lector que hurgue hoy en las estanterías de las librerías difícilmente se dará cuenta, pero en los años sesenta y setenta Francia produjo un importante grupo de intérpretes de Gramsci, entre ellos André Tosel, Jacques Texier, Christine Buci-Glucksmann, Jean-Marc Piotte y Hughes Portelli. La filósofa Christine Buci-Glucksmann, por ejemplo, es autora de una de las mejores obras que se hayan escrito sobre Gramsci, titulada Gramsci et l’État. Pour une théorie matérialiste de la philosophie [Gramsci y el Estado. Hacia una teoría materialista de la filosofía], que es de esperar que algún día se vuelva a publicar[13].

Los ensayos dedicados por André Tosel al autor de Cuadernos de la cárcel, recogidos hoy en su mayoría en un volumen publicado por Syllepse, son pura maravilla[13]. El teórico y militante quebequés Jean-Marc Piotte dedicó hace apenas cuarenta años una notable obra a La Pensée politique de Gramsci [El pensamiento político de Gramsci], que Ediciones Lux tuvo la buena idea de volver a publicar no hace mucho[14]. Jacques Texier, recientemente fallecido, fue una figura clave en los debates gramscianos a escala internacional y es autor de un ensayo publicado en La Pensée con el célebre título de « Gramsci, théoricien des superstructures » [Gramsci, teórico de las superestructuras][15].  El hecho de que Hughes Portelli sea actualmente senador por la Union pour un mouvement populaire (UMP)[16] no le impidió, en su alocada juventud, consagrar algunos buenos textos a Gramsci, en particular uno titulado Gramsci et le bloc historique [Gramsci y el bloque histórico][17].

También Louis Althusser mantuvo un fructífero diálogo crítico con Gramsci, cuyas disensiones teóricas y políticas Peter Thomas expone con gran claridad[18]. El concepto althusseriano de “aparatos ideológicos de Estado”, con que designa a las instituciones de mantenimiento ideológico del orden social —escuela, iglesia, familia, etc.— se inspira directamente en la noción de “aparato hegemónico” de Gramsci.

Ese grupo de gramscianos franceses brilla por su ausencia en la mayoría de las historias intelectuales de ese período y pocos recuerdan hoy su existencia. En esas historias intelectuales, la epopeya estructuralista protagonizada por Michel Foucault, Roland Barthes, Claude Lévi-Strauss y Jacques Lacan se lleva la parte del león. En términos más generales, a diferencia de la situación de los estudios gramscianos en Italia, Alemania, el mundo anglosajón, América Latina y Asia, la influencia de Gramsci en Francia durante las dos o tres últimas décadas ha sido casi imperceptible. Es cierto que cualquier cosa remotamente relacionada con el movimiento comunista es condenada unilateralmente en este país por los medios de comunicación y los intelectuales dominantes.

Redescubrir y revivir esa tradición gramsciana sepultada en el olvido es hoy una tarea de primera magnitud. Entre otras razones, poque Gramsci es un pensador de la crisis, un pensador de las “crisis orgánicas” del capitalismo, por utilizar su célebre fórmula. Cuadernos de la cárcel es un producto directo de la anterior “gran crisis” del capitalismo, la de los años veinte y treinta. Como tal, tiene mucho que enseñarnos sobre la crisis en la que nos encontramos hoy.

 

Notas

 [1] J.G.A. Pocock, The Machiavellian Moment. Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition, Princeton, Princeton University Press, 2003.

[2] Véase en español Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci (trad. Lourdes Bassols y J. R. Fraguas), Madrid, Akal, 2018. [Nota del T.]

[3] Perry Anderson, Sur Gramsci, París, Maspero, 1978, p. 81.

[4] Ibídem, p. 82.

[5] Stuart Hall y Alan Hunt, “Interview with Poulantzas“, en Marxism Today, julio de 1979. [Una traducción al español de esa entrevista puede consultarse aquí.]

[6] A ese respecto, me permito remitir a Razmig Keucheyan, Hémisphère gauche. Une cartographie des nouvelles pensées critiques, París, La Découverte, 2010, cap. 4. [Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (trad. Alcira Bixio), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2013]

[7] Ernest Mandel, Critique de l’eurocommunisme, París, Maspero, 1978. [Crítica del eurocomunismo (trad. Emilio Olcina), Barcelona, Fontamara, 1982]

[8] Véase Nicos Poulantzas, L’État, le pouvoir, le socialisme (Prefacio de Razmig Keucheyan), París, Les Prairies ordinaires, 2013. Para una traducción al español del prefacio de Keucheyan véase “Lenin, Foucault, Poulantzas”, en Jacobin América Latina, 16 de octubre de 2022. [Nota del T.]

[9] Es esa la cuestión que constituye el objeto principal de discusión de la polémica que hubo de enfrentarlo a Ralph Miliband.

[10] Pierre Bourdieu, Contrefeux, París, Seuil, 1998. [Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal (trad. Joaquín Jordá), Barcelona, Anagrama, 2006]

[11] Véase Antonio Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position, textes choisis et présentés par Razmig Keucheyan, París, la Fabrique, 2012, Cahier 10, II, § 12, p. 66.

[12] Véase Lars T. Lih, Lenin, Londres, Reaktion Books, 2011.

[13] Christine Buci-Glucksmann, Gramsci et l’État. Pour une théorie matérialiste de la philosophie, París, Fayard, 1975. [Gramsci y el Estado. Hacia una teoría marxista de la filosofía (trad. Juan Carlos Garavaglia), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1978]

[14] Véase André Tosel, Le marxisme du XXe siècle, París, Syllepse, 2007.

[15] Jean-Marc Piotte, La pensée politique de Gramsci, Montreal, Lux, 2010.

[16] Partido político francés de centro-derecha fundado, bajo otro nombre, en 2001, y rebautizado Les Républicains en 2015. [Nota del T.]

[17] Jacques Texier, “Gramsci, théoricien des superstructures”, en La Pensée, núm. 139, junio de 1968.

[18] Hughes Portelli, Gramsci et le bloc historique, París, PUF, 1972. [Gramsci y el bloque histórico (trad. María Braun), México, D. F., Siglo XXI Editores, 1977 (cuarta edición)]

[19] Pierre Macherey dedicó un importante artículo a la oposición entre Gramsci y Althusser ; véase Pierre Macherey, “Verum est factum : les enjeux d’une philosophie de la praxis et le débat Althusser-Gramsci“, en Vincent Charbonnier y Stathis Kouvelakis (eds.), Sartre, Lukacs, Althusser. Des marxistes en philosophie, París, PUF (Colección Actuel Marx Confrontation), 2005.

 

La versión original de este artículo se incluyó en el dossier “Il faut lire (ou relire) Gramsci” [Hay que leer (o releer) a Gramsci] publicado en Contretemps. Revue de critique communiste con el título “Gramsci l’intempestif” el 22 de octubre de 2018. El título con que se publica ahora en español y la traducción de todas las citas es del traductor, quien además de hiperenlaces ha añadido entre corchetes, en las notas del autor, referencias bibliográficas en español para el lector que desee consultar otras fuentes.

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Publicado en Dossier Gramsci, Estrategia, Historia, homeCentro5 and Teoría

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