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Una imagen de DALL-E creada con el mensaje: «Karl Marx tomándose una selfie en un club nocturno que antes de la gentrificación era un almacén de ropa blanca». (Will Jennings)

La obra de arte en la época de su producción artificial

Traducción: Valentín Huarte

Benjamin acuñó conceptos importantes para pensar el arte en la época de su reproductibilidad técnica. Hoy nos toca imaginar formas de mantener a la IA al servicio de los trabajadores del arte antes de que estos se conviertan en instrumentos de aquella.

Los que pasan mucho tiempo en las redes sociales habrán visto estas imágenes que inundan los feeds. Son imágenes que parecen realistas, pero tienen un tinte bizarro. La Rana René posa en El grito de Munch, el xenomorfo de Alien enfrenta un juicio en la corte, una anciana construye un nido en un acantilado y los apóstoles de Jesus son reemplazados por minions en La última cena. Las herramientas de IA que crean imágenes como DALL-E2, Midjourney o Stable Diffusion están produciendo en masa una cantidad exponencial de imágenes asombrosas y difíciles de anticipar. Ciertos personajes son recurrentes —Walter White y Shrek son protagonistas regulares en escenas inesperadas— y la estética tiende definitivamente hacia la fantasía, la ciencia ficción y la yuxtaposición cómica.

Los generadores trabajan mediante un usuario que inserta un texto breve, con frecuencia una frase descriptiva, y una serie de palabras clave que remiten a un estilo, un formato o una referencia artística. Luego, la IA escanea conjuntos de datos de miles de millones de imágenes que circulan en internet y que no siempre tienen los permisos específicos de sus creadores originales. Estas imágenes —fotografías, reproducciones de obras de arte clásicas, ilustraciones— y su metainformación son interpretadas por un algoritmo en respuesta a las palabras del texto para crear una imagen completamente nueva. Por ejemplo, «Karl Marx toma una selfie en un bar que era un depósito de lino antes de la gentrificación».

Las imágenes no tienen que ser fantásticas ni absurdas. Hasta las imágenes más mundanas como una persona promedio en una ciudad promedio generan cierta curiosidad. Otras buscan soluciones utópicas: @betterstreetai en Twitter recrea las aburridas rutas de Estados Unidos transformándolas visualmente en líneas de tranvía y en corredores ecológicos para peatones, aunque también es el creador de las virales últimas selfies en la Tierra, que muestran una inclinación más distópica (no estoy seguro de qué lado cae «Jeremy Corbyn como Mad Max»).

Las apariciones sorpresivas de la Rana René, Shrek o Marx son divertidas, pero no tardan en volverse extremadamente aburridas. La facilidad que preside su creación, y el hecho de que sean producidas en masa sin ningún propósito ni idea, hacen que envejezcan como artilugios que pierden rápidamente su encanto. Pero la tecnología que está detrás de estas imágenes no tiene una orientación concreta y terminará afectando profundamente el sector cultural. Jacobin discutió en otros números los modos en que la IA impactará en el futuro del trabajo y expuso una serie de ideas sobre la relación entre estas tecnologías y la lucha de clases, pero, ¿cómo podemos pensar el futuro rol de la IA en el mundo de la cultura?

Cualquier persona, aun teniendo poca habilidad para la pintura representativa o el dibujo, puede comandar los generadores de IA para consumar sus fugaces ideas creativas, pero todos los usuarios deberían estar al tanto de que los miles de millones de imágenes con las que forman las suyas fueron realizadas por diseñadores, artistas, ilustradores, fotógrafos y otros creadores humanos. ¿Es plagio? Rastrear un trabajo ajeno, reproducirlo mecánica o digitalmente sin licencia, es evidentemente robo de propiedad intelectual, pero en una industria construida en función de la iteración y la evolución de las ideas, el plagio es una cosa difícil de probar. Hasta un artista como Richard Prince se «apropia» del trabajo de otros, como hizo con su fotografía de la publicidad de cigarrillos Marlboro, tomada originalmente por Sam Abell, y rara vez pierde en los juicios.

La legislación y la comprensión tradicionales sobre el plagio se queda corta con los generadores de IA que no recurren al montaje de imágenes existentes, sino que aprenden de ellas para crear otras hechas a medida. Sin embargo, los estilos sí pueden copiarse, y un lenguaje visual perfeccionado tal vez a lo largo de toda una vida puede ser imitado a partir de indicaciones torpes, como el texto: «según el estilo de Van Gogh». Y la IA es capaz de reproducir estas imágenes infinitamente reproducidas —como los cuadros de Van Gogh— con bastante precisión debido a la cantidad de datos que tiene a su disposición.

En su texto de 1935, «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica», Walter Benjamin escribió: 

La reproducción técnica se acredita como más independiente que la manual respecto del original. En la fotografía, por ejemplo, pueden resaltar aspectos del original accesibles únicamente a una lente manejada a propio antojo con el fin de seleccionar distintos puntos de vista, inaccesibles en cambio para el ojo humano. O con ayuda de ciertos procedimientos, como la ampliación o el retardador, retendrá imágenes que se le escapan sin más a la óptica humana.

Hoy la gran mayoría de las imágenes con las que nos encontramos en nuestras vidas son reproducciones: los afiches, las publicidades televisivas y las imágenes en libros. Pero con la IA damos un paso más lejos. Con la creación inmediata y sin límites de imágenes que van mucho más lejos de lo que nuestros ojos podrían ver, localizadas espacios que tal vez nunca imaginamos, empezamos a desarrollar la obra de arte en la época de la producción artificial.

En su texto, Benjamin coloca la autenticidad en el centro de la obra de arte. Esta es, dice, «la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica». El proceso de reproducción, según Benjamin, disminuía su autenticidad y el aura de la obra, dos cualidades que definían su singularidad. Las imágenes creadas mediante IA son singulares, aunque esta singularidad queda anulada por la facilidad de su creación y por su ubicuidad: ¿qué valor puede tener una imagen singular si cualquiera puede usar su celular para hacer una imagen singular parecida en pocos segundos?

En la actualidad, la Oficina del Derecho de Autor de los Estados Unidos no registra los derechos de las obras de arte generadas mediante IA con el argumento de que las «obras originales de autor» deben ser creadas «por un ser humano». En la Unión Europea y en el Reino Unido las cosas no están tan claras, y las autoridades todavía no tomaron una decisión firme. Un artista puede usar un generador de IA para crear una imagen fuente, desarrollarla en Photoshop, luego usarla como parte de un montaje, o dibujar encima de ella, y la pregunta de si la obra final fue generada por la IA o esta es solo uno de los ingredientes en la composición de un todo artístico no es fácil de responder. ¿En qué sentido es distinto de la transformación que efectuó Duchamp de un mingitorio en la obra Fountain? El artista no hizo más que darlo vuelta y escribir sobre él «R. MUTT 1917».

Cuando Karen Cheng hizo una tapa de Cosmopolitan con IA, la artista publicó un corto video del proceso mostrando con claridad el camino creativo humano que condujo a la imagen final, y dijo que «cuanto más uso #dalle2, menos pienso que sea un reemplazo de los humanos y más que es una herramienta que los humanos pueden usar, un instrumento para jugar».

Muchos artistas, desde ilustradores hasta diseñadores de maquillaje de efectos especiales de películas de terror, disfrutan de este juego y ven con buenos ojos que la IA irrumpa en su proceso creativo y les brinde nuevas ideas para desarrollar un proyecto. Pero no todos piensan lo mismo. Los proveedores de fotografía de stock están nerviosos con este sector tecnológico y defienden a sus fotógrafos de la «vida real». Getty Images, Shutterstock y otras empresas similares prohibieron  en sus plataformas las imágenes generadas con IA, aunque no aclararon cómo, en la medida en que estas herramientas sigan desarrollándose, serán capaces de distinguir una fotografía original de una generada con IA. La idea de la fotografía que debe representar una especie de verdad fue cuestionada hace mucho tiempo. Así lo prueban el supuesto montaje de la fotografía de Roger Fenton de la guerra de Crimea de 1855, El Valle de la sombra de la muerte, y los influencers de Instagram que editan sus selfies en traje de baño para crear imágenes de cuerpos poco realistas.

Si todas las fotografías de cualquier librería de imágenes fueron en cierto sentido manipuladas manualmente, con Photoshop o con filtros, no está claro cuáles son los límites que definen una imagen no generada con IA, por no decir nada de la posibilidad de probarlos con evidencia. DALL-E introdujo una función de «outpainting» que permite utilizar la IA para ampliar una imagen más allá de sus bordes reales. Es la función que permitió crear la abarrotada cocina que está fuera de los marcos de La joven de la perla de Vermeer, y también permite cambiar el foco y la profundidad de campo de fotografías reales. Por lo tanto, es probable que la prohibición de imágenes generadas con IA termine siendo una tarea infructuosa.

El sector de la cultura está sufriendo bastante con el gobierno de los tories. A pesar de que este sector de la economía generó 32 000 millones de libras en 2018, nuestro gobierno pasa más tiempo discutiendo la pesca, que generó solo 1 000 millones de libras el mismo año. Independientemente de la apreciación o la percepción del público de lo que significa crear una obra de arte, ¿la IA podría representar una amenaza para el sector de la cultura? Los ilustradores tal vez estén en una situación de riesgo porque dependen de la creación de imágenes de stock utilizadas por las revistas y por los diarios, que ahora pueden crear imágenes a medida con cualquier estilo y en menos de un minuto. En una industria en la que los personajes más famosos —pensemos en Rankin, Damien Hirst o Taylor Swift— pueden llegar a ganar mucho, el dinero, no obstante, no fluye río abajo hasta alcanzar a los freelancers y a los trabajadores invisibles. Las tecnologías que eliminan la necesidad de ciertos trabajadores —desde  artistas de efectos especiales hasta animadores, ilustradores o desarrolladores de videojuegos— representan una gran amenaza, no solo para el sector de la cultura en términos económicos, sino también para el aura manual que está en la base de una de las tareas más antiguas de la humanidad.

El fenómeno no está limitado a las artes visuales. Equity informó que el 65% de los actores y de los trabajadores de artes performativas están preocupados por la posibilidad de que la IA los deje sin trabajo. El 93% de los trabajadores del sector del sonido teme que la IA reemplace sus habilidades en producción, edición, ingeniería y eventos en vivo. Los artistas de la voz comparten la preocupación porque piensan que sus voces podrían ser grabadas y después utilizadas sin su consentimiento en futuras producciones, lo cual, por cierto, añade la posibilidad del robo de su identidad existencial a la desazón que les genera la eventual pérdida de sus empleos.

En los años 1800 los hiladores que trabajaban en los telares se quejaban de que las nuevas tecnologías los hacían perder ingresos y exigían un «impuesto a las máquinas». En 1835, un trabajador de Leeds reclamaba que «el telar mecánico los había despojado de sus trabajos» y destacaba que «el pan paga impuestos, la malta paga impuestos, el azúcar paga impuestos, pero el telar mecánico no». Si un telar mecánico permitía que el dueño de una fábrica redujera su fuerza de trabajo en un volumen equivalente a diez personas, el telar representaba un considerable ahorro pero también una enorme pérdida para la sociedad en general. Hasta Bill Gates tomó posición a favor de un impuesto a los robots, y en la medida en que la IA siga desarrollándose, es evidente que la izquierda y los sindicatos de artistas y trabajadores creativos implementarán estrategias para compensar a aquellas personas cuyas obras son parte de repositorios online y están siendo utilizadas para crear los mismos artefactos culturales que apuntan a reemplazar su trabajo.

Hace poco, la artista visual y musical Holly Herndon creó Spawning, un proyecto que pretende desarrollar herramientas para que los artistas hagan valer sus derechos y gestionen sus datos, y desarrolló un motor de búsqueda para que cualquiera pueda comprobar si su obra original está incluida en algún repositorio. El nombre Spawning es un término nuevo, «creado para definir el acto de crear arte completamente nuevo con una herramienta de IA entrenada con obras de arte anteriores», y Herndon espera desarrollar un sistema consensual de referencia y creación fundado en un enfoque comunitario. Sin embargo, es probable que la regulación sea la única forma de resistir a los gigantes de la tecnología que extraen valor de las obras de arte históricas y de los productos que generan los trabajadores creativos. Un informe del gobierno del Reino Unido de 2022 delinea algunas de las consecuencias financieras de la adopción empresarial de la IA, pero no considera específicamente el sector de la cultura. Por otro lado, el gobierno creó un Departamento de Inteligencia Artificial. Sin embargo, nadie espera que la actual ministra de Cultura, Michelle Donelan —la duodécima persona que ocupa este cargo en una década— aborde activamente las consecuencias de la tecnología en una industria en la que no había mostrado tener ningún interés antes de su designación.

Benjamin acuñó conceptos para pensar cómo el arte reproducible podría tornarse útil en la «formación de reivindicaciones revolucionarias en la política artística». Ahora es tiempo de imaginar cómo las tecnologías de IA pueden mantenerse al servicio del sector cultural, de sus trabajadores y de las ideas progresistas, en vez de convertirse en una herramienta para extraer valor del trabajo actual o pasado de otros. No cabe duda de que podríamos tener un sistema en el que la IA y los humanos trabajen juntos en la producción de una cultura más democrática y equitativa, y ahora que la IA está siendo utilizada para definir la economía del futuro, tal vez tenemos que intervenir y crear este sistema antes de que nosotros mismos nos convirtamos en las herramientas de la IA.

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