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Marceau Pivert pronuncia un discurso en una reunión socialista en París, Francia, en 1936. (Keystone-France / Gamma-Rapho vía Getty Images)

Marceau Pivert y el socialismo francés

Traducción: Valentín Huarte

Marceau Pivert jugó un rol central en la turbulenta historia de la política francesa de los años 1930. Su estrategia de trabajar dentro y fuera del movimiento obrero tradicional sigue siendo un caso interesante de estudiar.

Aunque hoy el nombre de Marceau Pivert es poco conocido, fue uno de los principales dirigentes de la izquierda del movimiento obrero francés que enfrentó el fascismo y la guerra en los años 1930. Pivert participó de algunos de los acontecimientos políticos fundamentales de su época, desde la huelga general de 1936 y la guerra civil española, hasta el levantamiento anticolonial de Argelia durante los años 1950.

Nuestro mundo es muy distinto, y no es fácil extraer enseñanzas claras de aquella época. Pero la experiencia de Pivert tal vez sirva para arrojar algo de luz sobre aquello que los socialistas pueden —y no pueden— lograr dentro de las organizaciones de masas del movimiento obrero.

Hacia la izquierda

Nacido en 1895, Pivert era hijo de un trabajador agrícola y de una empleada doméstica. En este contexto, su única posibilidad de acceder a la educación superior era formarse como docente. Fue lo que hizo, y terminó de estudiar justo cuando estalló la Primera Guerra Mundial.

Pivert, joven patriota, recibió con alegría su reclutamiento en el ejército francés. Peleó en las trincheras, pero tuvo que licenciarse por invalidez en 1917. Su experiencia de guerra probablemente le ayudó a desarrollar el antimilitarismo que tanta importancia tuvo en su carrera política posterior.

Se convirtió en un eficiente y querido profesor de ciencias y matemáticas. Defendió con tenacidad la laïcité y combatió toda influencia religiosa en la educación. Además escribió un libro sobre estos temas.

Su defensa de los intereses de la educación hizo que empezara a participar activamente en el sindicalismo, y esto a su vez lo llevó a comprometerse cada vez más con la política en un contexto de división del movimiento socialista francés.

De hecho, en 1920, el Partido Socialista Francés (SFIO) había sufrido una ruptura. La mayoría había votado afiliarse a la Internacional Comunista y fundar el Partido Comunista Francés (PCF). La minoría mantuvo el nombre SFIO. Desde mediados de los años 1920, el PCF empezó a sufrir cada vez más la influencia de Moscú, y muchos de sus miembros más militantes fueron expulsados. Pivert no estaba muy interesado en unirse al PCF y pensó que el SFIO ofrecía un ambiente más abierto y acogedor.

Mientras que el PCF se tornaba cada vez más monolítico, el SFIO permitía la convivencia de distintas tendencias que estaban habilitadas a proponer distintas estrategias para el partido. Pivert sintió la atracción de Bataille socialiste, tendencia dirigida por Jean Zyromski, y no tardó en militar en sus filas defendiendo la idea de que el SFIO debía ser abiertamente revolucionario y comprometerse con el derrocamiento del capitalismo.

La resistencia al fascismo

La izquierda de Pivert tuvo que enfrentar la amenaza del fascismo. En 1933, Adolf Hitler había tomado el poder en Alemania, y la negativa de socialistas y comunistas a colaborar había facilitado el trágico desenlace. Poco tiempo después, en febrero de 1934, una enorme movilización de la derecha en París intentó derrocar al gobierno, dejando en claro que el triunfo del fascismo en Francia era una posibilidad real.

Pivert fue uno de los que convocaron a la conformación de un Frente Popular, una alianza antifascista de comunistas, socialistas y el partido radical, que era el representante de las clases medias bajas (abogados, comerciantes y empleados estatales). Después de idas y vueltas, un brusco cambio de línea del Partido Comunista habilitó la creación de la alianza electoral del Frente Popular.

Sin embargo, el descontento de Pivert con Zyromski era cada vez mayor. Este último defendía la necesidad de la defensa nacional y estaba cada vez más cerca del Partido Comunista (al que terminó uniéndose en 1945). En septiembre de 1935, Pivert abandonó la tendencia para formar otra propia, denominada Izquierda Revolucionaria, que reconocía que el gobierno del Frente Popular implicaría una confrontación directa con el capitalismo, que no podría ser resuelta por medios puramente electorales, y que requeriría la movilización y la acción directa de los trabajadores.

El programa de fundación de Izquierda Revolucionaria lo pone en estos términos:

Tan pronto como el gobierno del Frente Popular intente satisfacer las aspiraciones más modestas de las masas, enfrentará la resistencia extraparlamentaria violenta de las fuerzas del capitalismo. Entonces deberá, o bien traicionar a dichas masas y capitular vergonzosamente, o bien entregarse —bajo presión de las masas— a un gobierno de combate que avance hacia el socialismo. Solo un gobierno fundado en la voluntad de las masas organizadas, comprometido con la lucha y al menos parcialmente preparado para conducirla con éxito, será capaz de convertirse en un gobierno de obreros y campesinos y satisfacer su objetivo revolucionario […]. El Partido Socialista debe preparar a las masas para la acción directa, para todas las formas de lucha (desde reuniones y manifestaciones callejeras hasta una huelga general organizada junto con los sindicatos).

Cuando la extrema derecha tomó las calles, Pivert jugó un rol fundamental en la organización de TPPS —Toujours prêts pour servir [siempre listos para servir]—, organización de activistas que enfrentó a los fascistas, y que Yvan Craipeau, uno de sus participantes, definía así:

No era simplemente una organización militar, sino un agrupamiento de activistas listos para tomar cualquier tarea en cualquier momento. Organizados de a diez, treinta o cien, con dirigentes elegidos desde abajo, TPPS salía de noche a pegar carteles, pintar paredes con tinta roja y arrojar panfletos en las fábricas. TPPS también participaba de reuniones de delegados sindicales, y cuando era necesario, es decir, cuando se esperaba un combate, enviaba refuerzos. Defendía a los diarieros obreros, y a veces impedía que los fascistas vendieran sus periódicos. No hace falta decir que estaban pobremente armados (por lo general, un revólver entre seis, y el resto con porras o armas improvisadas). Algunas veces sufrían una paliza, otras veces lograban derrotar a los fascistas y expulsarlos de los barrios obreros.

Todo es posible

Finalmente la alianza entre comunistas, socialistas y radicales tomó cuerpo y conquistó la mayoría parlamentaria en las elecciones de abril-mayo de 1936. El dirigente socialista Léon Blum se convirtió en primer ministro. Sin embargo, antes de que el nuevo gobierno entrara en funciones, los obreros, entusiasmados con los resultados, se hicieron cargo de la situación. Casi dos millones fueron a la huelga, y muchos ocuparon sus fábricas.

Blum estaba más interesado en hacer cosas por la clase obrera que en que la clase obrera hiciera cosas por su propia cuenta. Como había dicho en su campaña electoral,

El programa presentado por el Partido Socialista no apunta a establecer el socialismo sino a aliviar el sufrimiento causado por las crisis en el marco del orden social actual.

Pivert, sin embargo, recibió bien la acción, que percibió como una posibilidad de presionar al nuevo gobierno en una dirección anticapitalista. Con este objetivo escribió, en el periódico del SFIO, un artículo titulado «Todo es posible»:

Lo que millones y millones de hombres y mujeres exigen desde las profundidades de su conciencia colectiva es un cambio radical inmediato en la situación política y económica. No podemos posponer una vigorosa ofensiva anticapitalista bajo el pretexto de que el programa del Frente Popular no la definió explícitamente. Las masas están mucho más avanzadas de lo que imaginamos. No están interesadas en las complejas consideraciones doctrinarias, sino que, con un instinto certero, exigen las soluciones más sustantivas: sus expectativas son elevadas.

Las huelgas fueron responsables de las únicas conquistas reales del Frente Popular, especialmente las dos semanas de vacaciones pagas para todos los trabajadores y el resguardo de los derechos sindicales. Pivert y la Izquierda Revolucionaria apoyaron estas luchas sin matices. 

Daniel Guérin, uno de sus aliados, participó activamente como secretario del comité local de propaganda y acción sindicales en los suburbios nordestinos de París, visitó las fábricas ocupadas y alentó a los obreros a la acción. Sin embargo, más tarde reconoció el carácter limitado del rol de Izquierda Revolucionaria:

En mi modesta esfera de actividad, en el Comité Intersindical de Les Lilas, me cuidé de no politizar las huelgas. No creía que fuera posible, adoptando una posición interesada, ganarse la confianza de las masas trabajadoras que llegaban a los sindicatos. Habría sido contrario a mi naturaleza, y sobre todo torpe y deshonesto, sacar ventaja de una posición sindical para darle impulso al partido o a la tendencia a la que yo pertenecía. Respeté escrupulosamente la independencia sindical y los trabajadores de los que yo era responsable nunca sospecharon de mis intenciones ni de mis objetivos […]. Jugamos demasiado escrupulosamente el juego de la seriedad sindical.

En otros términos, Izquierda Revolucionaria apoyó completamente las huelgas, pero no hizo ningún intento de construir una alternativa política. Pivert estaba en una posición ambigua, comprometido con un programa anticapitalista, y no obstante perdido en cuanto a la orientación del partido.

Responsabilidad sin poder

En su intento de cooptar y amordazar a su oponente más vigoroso, Blum ofreció a Pivert un puesto de jerarquía que lo hacía responsable de la prensa, la radio y el cine. Era un cargo hasta cierto punto equivalente al de ministro de Información, aunque Pivert no sería nombrado ministro ni tendría voz y voto en las decisiones del gabinete.

En estas condiciones, era prácticamente imposible que Pivert evitara convertirse en un apologista del gobierno de Blum. Decidió profundizar el desarrollo de la propaganda política de SFIO, y se puso en contacto con Sergei Chakhotin, un sociólogo ruso que tenía ideas más bien excéntricas sobre las técnicas propagandísticas.

Guérin describió las grotescas proporciones que asumió todo esto después de que una banda de extrema derecha intentara asesinar a Blum:

Por iniciativa de Marceau, el Partido Socialista dedicó una película al atentado contra la vida del dirigente socialista, en la que presentaron a Blum como uno de los mejores servidores del pueblo francés, uno de los mejores luchadores por el pan, la paz y la libertad. La película fue anunciada en carteleras gigantes. El 7 de junio, un día después de hablar en el parlamento, Blum asistió al Vélodrome d’Hiver y rogó al pueblo francés que nunca permitiera que lo sacaran del gobierno sin luchar. Su entrada fue acogida con un espectáculo extraordinario. Los proyectores siguieron cada uno de sus pasos y una orquesta tocó la Internationale. Los militantes se transformaron en coristas. La joven guardia de remeras azules formó una doble línea entusiasta. Los fieles cantaron hasta quedarse sin aliento: ¡Viva Blum! O ¡Blum! ¡Blum! El hombre detrás de este culto fue Marceau Pivert.

La ruptura con Blum

Cuando estalló la guerra en España, el primer impulso de Pivert fue respaldar la negativa de Blum a enviar armas a los oponentes del general fascista Francisco Franco por miedo a que esto condujera a una guerra europea. Pero no pasó mucho tiempo hasta que Izquierda Revolucionaria se comprometió prácticamente con los oponentes de Franco, y envió camiones de armas a través de los Pirineos. Las críticas a la política de no intervención de Blum crecieron.

Pivert y la Izquierda Revolucionaria, sobre todo bajo influencia de Guérin, también empezaron a impulsar una revisión radical de la posición de Francia frente a su imperio colonial. Sostenían un vínculo estrecho con Messali Hadj, dirigente del movimiento independentista de Argelia, aun a pesar de que, en 1937, el gobierno del Frente Popular había proscripto la organización de Messali, Estrella Norteafricana.

Tal vez convenga notar en este punto una falencia importante de la política de Pivert. En aquella época, las mujeres francesas todavía no tenían derecho de voto. El Frente Popular había acordado no otorgar ciudadanía plena a las mujeres, bajo la hipótesis de que la mayoría estaba influenciada por la Iglesia católica y votaría por partidos de derecha. De hecho, fue el régimen pronazi de Vichy el primero que registró el derecho de voto de las mujeres en la constitución que redactó durante la guerra.

Como sea, el Frente Popular fue amansándose cada vez más. La inflación destruyó prácticamente todas las conquistas económicas de los trabajadores: en 1939, el poder de compra de la clase obrera era menor que el de junio de 1936. Las fricciones entre la dirección de Blum y la Izquierda Revolucionaria crecieron, y Pivert renunció a su cargo a modo de protesta.

Aunque Pivert se comprometió formalmente con la disolución de su tendencia, él y sus simpatizantes siguieron criticando el liderazgo de Blum. Poco tiempo después, en junio de 1938, el Congreso del SFIO votó excluir a Pivert y a sus seguidores.

Las sombras de la guerra

Después de la expulsión, Pivert y sus compañeros fundaron un nuevo partido, el Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP). Tenía como mucho ocho mil miembros (dentro del SFIO, Izquierda Revolucionaria había llegado a tener treinta mil).

EL PSOP tuvo que enfrentar la oposición, no solo del SFIO, sino también del Partido Comunista, que tramaba con calma alianzas hacia la derecha, pero no toleraba tener rivales a la izquierda. En una ocasión, trescientos miembros del PCF irrumpieron en una reunión pública del PSOP y atacaron a Pivert, a quien tildaron de «asesino trotskista».

El problema más grande con el que lidiaba el PSOP era la amenaza de una nueva guerra mundial. Pivert argumentó contra la unidad nacional, que podía conducir, insistía, a una repetición de la gran guerra: «Los trabajadores no tienen la obligación de defender la nación mientras no hayan conquistado la dirección económica y política del país».

Para Pivert, la única alternativa a la guerra era la acción revolucionaria de los trabajadores franceses. Esto estaba bien en principio, pero el PSOP no tenía fuerza para traducir su teoría a la práctica.

Pivert había planeado que el PSOP se convirtiera en una organización clandestina cuando estallara la guerra. Pero en septiembre de 1939, el comité secreto se vio obligado a aceptar que no tenía dirección: todos sus miembros estaban en el exterior o detenidos. El PSOP terminó desintegrándose en pocos meses.

En ese momento Pivert estaba de gira por Estados Unidos y permaneció en México durante la guerra. Cuando el general de derecha Charles de Gaulle escapó a Londres para organizar la resistencia a la ocupación alemana, Pivert le escribió una carta argumentando que «solo una revolución socialista libre puede liquidar el fascismo» y ofreciéndole poner a su disposición algunos «paquetes de dinamita política».

De Gaulle contestó de manera educada, pero evitó deliberadamente responder a la propuesta de Pivert de distribuir literatura marxista. El episodio muestra el desfase de Pivert.

Durante la guerra, Pivert trabajó con otros exiliados de la izquierda no estalinista mexicana, entre los que estaba Victor Serge, que había participado de la Oposición de Izquierda en la Unión Soviética. En varias ocasiones tuvieron que soportar ataques violentos de parte de los defensores del Partido Comunista Mexicano.

Después de la liberación

En 1946, Pivert retornó a Francia y volvió a unirse al Partido Socialista. En la época de la liberación, hubo un debate bastante fuerte en el interior del SFIO. Una tendencia pretendía que el SFIO pusiera fin a su adhesión formal al marxismo y se convirtiera en algo más parecido al Partido Laborista británico.

En el congreso de 1946, los defensores de esta línea fueron derrotados por la tendencia de Guy Mollet, cuya posición representaba una reivindicación de la pureza marxista. Inicialmente, Pivert apoyó a Mollet. Pero su experiencia en México lo había convertido en un ferviente anticomunista, y se oponía a toda colaboración con el PCF. Cuando en 1947 estalló una oleada de huelgas, Pivert se opuso bajo el argumento de que estaban dirigidas por el PCF.

En 1948, el filósofo Jean-Paul Sartre y otros fundaron la Agrupación Democrática Revolucionaria (RDR), una alianza abierta a miembros de otros partidos que rechazaba la «podredumbre de la democracia capitalista, la debilidad y los defectos de cierta socialdemocracia y las limitaciones del comunismo en su forma estalinista». Pivert jugó un rol central en la decisión del SFIO de prohibir a sus miembros participar de la RDR, y colaboró de esta manera con el rápido colapso de la organización.

Como sea, Pivert terminó a la izquierda de la dirección del SFIO. Se opuso a la guerra en Indochina, y reivindicó en general el fin del colonialismo francés. En 1947, ayudó a fundar el Comité Internacional de Estudio y Acción para los Estados Socialistas Unidos de Europa, que reivindicó una Europa no alineada con ninguno de los oponentes de la Guerra Fría:

Apelamos a la solidaridad de los trabajadores estadounidenses en nuestros esfuerzos, y trataremos de asociar a nuestra tarea a los trabajadores de Europa del Este, y también a los rusos, tristemente aislados del resto del mundo.

En 1956, Mollet se convirtió en primer ministro, y condujo a la SFIO hacia el desastre. Produjo una escalada de la guerra en Argelia y otorgó «poderes especiales» al ejército para que detuviera e interrogara a sospechosos, y reemplazara las cortes civiles por cortes militares.

En sintonía con el gobierno británico de Anthony Eden, Mollet inició la invasión de Egipto después de que su líder, Gamal Abdul Nasser, nacionalizara el Canal de Suez. Lo hizo con la vana esperanza de interrumpir la revuelta argelina, por la que responsabilizaba a Nasser.

Pivert en contexto

Pivert siempre se opuso a este intento de mantener el poder colonial francés, y se asoció en este sentido con otros miembros de la SFIO. Pero cuando el gobierno de Mollet empezó a mostrar sus cartas, la salud de Pivert estaba bastante deteriorada.

Y, aunque decidió permanecer en la SFIO cuando todos empezaron a abandonarla, en su último artículo escribió que «no es posible coexistir» con el «traidor de Mollet». Murió el 3 de junio de 1958, poco tiempo después de que De Gaulle volviera al poder como consecuencia de un golpe militar en Argelia.

Si hubiera vivido, probablemente habría militado con aquellos que rompieron la SFIO para formar el Partido Socialista Unificado (PSU), que jugó un rol importante en oposición a la guerra en Argelia y al gobierno autoritario de De Gaulle.

Pivert era un hombre íntegro y valiente, de los que escasean en la política francesa. Sin embargo, aunque sus mejores momentos sigan siendo una fuente de inspiración, en términos de táctica y de estrategia sostuvo un modelo inaplicable en el presente. 

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