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La Durée Poignardée (El tiempo perforado), de René Magritte (1938).

Hacia el siglo veintidós

Traducción: Valentín Huarte

El siglo XXI heredó buena parte de las condiciones del pasado, pero las crisis sucesivas actualizaron los problemas y crearon nuevas contradicciones. Toda estrategia ecosocialista debe comenzar por reconocer y analizar los obstáculos que presenta el capitalismo contemporáneo.

La cuestión de una estrategia de cambio político radical exige que tengamos una perspectiva clara de los antagonismos, las alternativas y las vías de implementarla. Aunque reconozcamos que hoy muchas crisis son efectos comunes del capitalismo —más que desviaciones de él— debemos saber nombrar el antagonismo de forma que la gente sea capaz de identificarlo como la fuente del problema y oponerse a él. No es fácil porque la hegemonía capitalista también está vinculada a la  capacidad del capitalismo de enmascarar la realidad, crear consenso y generar miedo entre aquellos que se atreven a cuestionar lo que está mal. Luego tenemos que descifrar lo que vendrá después. No alcanza con oponernos a algo sin brindar una alternativa que sea a la vez atractiva y posible. Si el capitalismo es malo, ¿qué sistema debería reemplazarlo? Hay muchas opciones en juego, incluso algunas que podrían ser peores que el capitalismo. Por ejemplo, si el capitalismo destruyera el planeta, podría venir una nueva época de capitalismo colonial en el espacio. Los multimillonarios recurren a esta fantasía para llenarnos la cabeza con sus desarrollos tecnológicos para conseguir más contratos rentables y atraer a nuevos inversores, mientras que los científicos y el movimiento ecológico enuncian lo que se hizo obvio en el siglo veintiuno: no hay planeta B. Nuestro trabajo es mostrar que no basta con reemplazar el capitalismo porque sus reemplazos pueden ser frágiles y temporales. Lo que venga deberá resolver las actuales fallas del sistema y ser mejor hasta el punto de que el capitalismo simplemente dejará de tener sentido, incluso para aquellos que —de manera equivocada— todavía piensan que es el único sistema capaz de garantizar la producción, la innovación y el empleo. Nuestra alternativa, en cambio, tiene que mostrar que el capitalismo es inútil y obsoleto.

Por último, tenemos que abordar el problema de «cómo» llegar ahí. Muchas veces este problema fue concebido como un simple juego de instrumentos y mecanismos que podríamos elegir de un arsenal predeterminado. Si tenemos que ir de Ciudad de México a Guadalajara, tenemos que elegir entre manejar, tomar un colectivo, volar o incluso caminar. Una perspectiva puramente instrumental de la cuestión del «cómo» despolitiza las condiciones y consecuencias de los métodos empleados y evita que evaluemos continuamente la compatibilidad entre una táctica elegida y la estrategia general. Nuestras herramientas están sujetas a condiciones políticas, tiempos y lugares, cadenas de suministro determinadas y disponibilidad de recursos, compromiso de los actores, contenido y posibilidad de desvíos y ajustes. Esto significa que una vez que identificamos que el capitalismo es el problema principal y proponemos que la mejor alternativa es en efecto el socialismo —que a su vez deberá ser superado por el comunismo— el modo que propongamos para alcanzarlo no implica optar simplemente entre la reforma y la revolución, sino generar condiciones para que el nuevo poder reemplace al anterior y pueda sostenerse. No basta con desear que el capitalismo desaparezca y declarar la existencia de una sociedad socialista de la noche a la mañana.

Las condiciones que heredamos

Cuando Karl Marx escribió que los humanos hacen su propia historia en condiciones heredadas del pasado, no quiso decir que debemos aceptar las condiciones como un límite, sino que nuestro trabajo es generar condiciones diferentes que legaremos al futuro, condiciones que contribuirán a incrementar las probabilidades de implementar determinados elementos de nuestra estrategia. Cuando proponemos el socialismo como un sistema que nos salvará del capitalismo dejándolo obsoleto, debemos saber que no alcanza simplemente con declarar la necesidad de la revolución socialista como única posibilidad de supervivencia. Para aquellos que están familiarizados con la funesta necesidad del colapso del capitalismo, esto no es más que una perogrullada utilizada para reafirmar sus posiciones radicales. La realidad —duele reconocerlo— es que no estamos ni cerca de un levantamiento revolucionario ni de la fundación de un paradigma socialista alternativo a nivel mundial o en el futuro inmediato. Pero más que ceder ante el anticomunismo derrotista, reconocer críticamente nuestros fracasos nos lleva a lidiar con las contradicciones temporales de la construcción socialista en un mundo que está calentándose a toda prisa. Es decir, hace que enfrentemos el tiempo: el tiempo que desperdiciamos, el tiempo que tenemos y el tiempo que no tenemos. Aunque la revolución sea, según la metáfora de Walter Benjamin, el freno de emergencia del veloz tren del Antropoceno, también necesitamos un plan de evacuación que es tan importante como hacer sonar la alarma. La transición ecológica pasa por la implementación de medidas de seguridad que refuercen el impacto de la revolución y nos brinden el equipo adecuado para desembarcar en una tierra desconocida.

La crisis ecológica, más que cualquier otra crisis de las que nos afectan hoy, altera radicalmente nuestro sentido de la urgencia, porque implica el colapso de las condiciones materiales/físicas que hacen posible la vida, incluso la vida bajo una hipotética sociedad socialista. Esta crisis, como tantas otras, fue producida por el sistema capitalista. Factores como la «gran aceleración», el aumento de la temperatura mundial y la pérdida de biodiversidad, están vinculados a la insostenibilidad del actual modo de producción. Las soluciones capitalistas no pueden solucionar estos problemas porque el capital exige cada vez más recursos naturales para mantener el ciclo de la acumulación. Hoy el capitalismo verde es más peligroso que el típico negacionismo del cambio climático. Aceptar el consenso científico sobre el cambio climático es lógico, pero al mismo tiempo, ocultar el rol del capitalismo en la crisis es negar la ciencia. La distorsión del cambio climático como un problema que puede ser gestionado sin una enorme intervención en el modo de producción lleva a falsas soluciones y es a su manera una especie de negacionismo. Las soluciones propuestas sirven para solucionar algunos problemas críticos, pero solo son consideradas en la medida en que son compatibles con la generación de ganancias. Cambiar el modo en que compramos ciertos productos no arreglará nuestros problemas. Los esquemas de compensación de carbono permiten que los grandes contaminadores mantengan sus actividades mientras otras empresas amasan grandes fortunas reduciendo ligeramente sus emisiones. Los fondos de inversión multimillonarios consideran métodos de geoingeniería cuya efectividad no fue probada a gran escala y que probablemente tengan graves implicancias éticas y biológicas. No podemos simplemente reemplazar la forma en que alimentamos energéticamente nuestra industria y la producción de bienes y servicios en la actualidad por una alternativa renovable, porque los recursos de la Tierra son finitos. Debemos hacer ajustes de cantidad y de calidad, y la desigualdad sigue siendo un problema.

El capitalismo debe terminar para que la vida pueda continuar. Sin embargo, las condiciones políticas actuales no permiten un cambio suficientemente rápido y radical como para afrontar la crisis ecológica con un antídoto perfecto. Hoy pesan sobre nosotros la amenaza de reorganización de la derecha y de las fuerzas fascistas —incluidas las ecofascistas— y la creciente influencia del capitalismo verde. Mientras nos organizamos para hacer frente a estas amenazas, nuestro trabajo es identificar y comprometernos con posibles cursos de acción que solucionen varios problemas a la vez.

Como dice David Schwatzman, es de vital importancia diseñar un programa de prevención que pueda empezar a funcionar bajo el capitalismo. Para escapar al choque del tren antes de fundar una sociedad socialista, el «cómo» de nuestro plan de evacuación implica implementar ideas, políticas, microsistemas, reformas y otros acuerdos sociopolíticos que desacelerarán el ritmo de la crisis y construirán los cimientos de un poder popular que pueda superar y respaldar el nuevo sistema. Se trata de una cuestión radical de sustentabilidad. Necesitamos una estrategia que avance en dos sentidos, de modo que uno de cuenta de las contradicciones del otro. La estrategia requiere que pensemos simultáneamente el corto, el mediano y el largo plazo, pero de manera flexible y asumiendo una posición que reconozca que la historia es una secuencia lineal de acontecimientos en la que surgirán nuevas contradicciones. Garantizar el fundamento sustentable de acciones radicales en el futuro es generar condiciones que conducirán a problemas que nos exceden y de los que ni siquiera tenemos conciencia. Sin embargo, son problemas que deseamos, dado que solo pueden materializarse una vez que aquellos que nos asedian hoy hayan sido resueltos. Si nuestra estrategia es exitosa, nuestros problemas no estarán relacionados simplemente con posponer el cada vez más cercano fin del mundo, sino que versarán sobre nuestra acción en este planeta durante los próximos siglos.

¿Quién puede implementar esta estrategia? Solo aquellos cuyos intereses reales están puestos en preservar las condiciones de la vida en la Tierra y hacer que la vida valga la pena en un sentido inclusivo y pacífico. Son las personas que deben reclamar el tiempo que les quita la explotación capitalista con el fin de extender el tiempo de la sociedad humana en la Tierra. Incluso en las primeras etapas, nuestra estrategia no corre el riesgo de enredarse con el capitalismo verde porque el agente de cambio es la mayoría de la sociedad explotada por este sistema. Son los trabajadores, los inmigrantes y los refugiados, los indígenas, los discapacitados, las mayorías racializadas, las mujeres y las personas LGTBIQ+ que son marginadas y no son absorbidas por los espacios bien limitados que el capitalismo ofrece en términos de movilidad social. Nuestra estrategia implica construir poder colectivo mediante acuerdos que demuestren realmente ante los ojos de la mayoría de la clase subalterna que es posible reorganizar la sociedad y que los resultados de esta reestructuración son deseables.

Los resultados deseables ocupan el centro de una estrategia exitosa. La vida debe mejorar desde el primer momento en la implementación de una estrategia socialista si lo que queremos es construir un respaldo de largo plazo y la posibilidad de una ruptura, especialmente cuando estamos bajo amenazas externas de represión, sanciones y guerra. Debemos estar preparados para estos escenarios porque la estrategia pondrá en cuestión las ganancias de los capitalistas desde el primer momento, modificará los modos en que lidiamos con la naturaleza y creará condiciones para organizar acciones contrahegemónicas y expandir la conciencia socialista. Las amenazas crecerán a medida que nosotros mismos vayamos convirtiéndonos cada vez más en una amenaza. Sin embargo, esto no debería servir para justificar las dificultades ni desviar la energía de los espacios en los que la vida puede mejorar inmediatamente. Los ataques limitan nuestro curso de acción y ejercen presión en nuestra toma de decisiones y en los planes que desarrollamos, pero no pueden ser una excusa para elegir el camino fácil de restringir nuestras libertades en el socialismo. En efecto, nuestra estrategia nos preparará para la guerra, pero la evitará generando condiciones para la paz.

En síntesis, nuestra estrategia apunta a una transición ecológica que haga posible la transición socialista. Pretende llevarnos de una sociedad básicamente insostenible a una en la que el riesgo del colapso se retrasará varios siglos. Dado que este siglo el colapso del planeta es un riesgo real, como muestra el Informe de Evaluación Mundial de Reducción del Riesgo de Desastre de 2022, la transición ecológica debería ocurrir en un período de tiempo breve, que abarca desde el presente hasta los próximos veinte o treinta años. Asumiendo que el capitalismo será el sistema dominante durante las próximas décadas, la transición ecológica deberá desarrollarse bajo este sistema. Esto no es así porque nos guste que la transición ocurra bajo el capitalismo, sino porque si no empieza inmediatamente, el agotamiento de las condiciones que sostienen la vida hará desaparecer hasta la posibilidad del socialismo. Después de todo, todavía estamos en el tren de Benjamin. Por supuesto, una vez que haya una ruptura que nos lleve del capitalismo al socialismo, los aspectos más radicales de la transición ecológica cobrarán fuerza, y podrán realizarse e integrarse en lo que será una transición ecosocialista con fundamentos de propiedad y poder distintos. La transición ecológica es nuestra primera respuesta y, si actuamos de forma adecuada, nos permitirá implementar el mejor curso de acción para lidiar con el riesgo a largo plazo. Dado que las reformas promovidas por muchos planes y acuerdos de transición ecológica no son suficientes como para superar realmente el capitalismo, nuestra estrategia requiere la construcción de un movimiento fuerte que garantice estas reformas, pero que también genere las condiciones para una ruptura. André Gorz hablaba de reformas no reformistas y destacaba su potencial de «contrapoder» frente a las reformas que simplemente modifican el sistema para mejorarlo. Nuestra estrategia socialista requiere un período centrado en el emparejamiento de la organización y de un programa de transición ecológica fuerte que inicie durante el capitalismo. Serán los frutos de esta organización los que podrán romper con el sistema y construir un punto de convergencia completo en una sociedad ecológica y socialista.

Dos corrientes políticas interactúan y se alimentan una de otra en nuestra estrategia. Una implica una transición rápida desde el punto A hasta el punto B, y nos permite ganar tiempo ecológico y mostrar indicios de la buena vida mientras todavía habitamos las condiciones que impone el capitalismo. La transición ecológica implica una combinación de planes de transición y de acuerdos verdes que aprovecharán el poder limitado de las reformas poniendo el eje en las reformas estructurales que afrontan las crisis inmediatas, fortalecen el sector público, alientan la participación política en distintos niveles, hacen un uso informado de métodos de campaña y de propaganda para generar conciencia, empoderan las organizaciones socialistas para que solucionen los problemas que están a su alcance, nacionalizan los recursos, construyen infraestructura que favorece el uso eficiente de los recursos y la vida común y atraviesan fronteras desde una perspectiva de integración regional, reparación y solidaridad internacional. La otra corriente está anclada en el desarrollo del movimiento y lleva a fortalecer el poder colectivo hacia una ruptura más radical que combata de una vez por todas los fundamentos de la propiedad privada, la ganancia y la acumulación, en un proceso que será de transición entre el capitalismo y el socialismo. El desarrollo del movimiento brinda agencia a la transición ecológica, pero a la vez excede a sus tiempos, dado que apunta a la generación de las condiciones del poder socialista. Una vez establecido el régimen ecosocialista, el desarrollo del movimiento será fundamental para consolidar el poder popular, y una corriente recubrirá a la otra mientras sometemos nuestra estrategia a reevaluaciones y ajustes durante la transición al comunismo.

Pero ahora debemos centrarnos en el período de transición ecológica de nuestra estrategia durante las próximas dos o tres décadas.

Carrera contra (y por) el tiempo

La crisis ecológica hace sonar la alarma de que si ciertas condiciones ecológicas no son satisfechas, no hay posibilidad de construir una sociedad socialista. Esto será así incluso en el caso de que la clase obrera esté preparada para el socialismo. Nuestra estrategia parte del conocimiento y la materialidad del Antropoceno; apunta, sin embargo, a acortar esta era por medios ecológicos.

Esta tesis debería guiar las conversaciones sobre un posible Green New Deal (GND) y sobre las distintas versiones que adopta en todo el mundo. En general, un GND es un paquete de reformas, inversiones y ajustes vinculados a la mitigación y adaptación al cambio climático, pero también a otros aspectos de la crisis ecológica que deben ser solucionados en un breve periodo de tiempo. Un GND debe formar parte de nuestra estrategia, pero no debe ser nuestra única estrategia dado que está fuertemente relacionado con la política pública y es vulnerable a los cambios de gobierno. Además, los programas nacionales de este tipo también deberían ser coordinados mediante programas regionales y seguir una orientación mundial más general. Los debates sobre un Green New Deal Global que plantean algunos movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil deben definir principios y generar medios para establecer acuerdos internacionales y fortalecer alianzas. La transición ecológica requiere una fuerte acción coordinada para alcanzar metas de corto y mediano plazo, y estos programas son una gran oportunidad de realizar proyectos que pueden ser evaluados en términos objetivos.

Desde que el debate en torno al Green New Deal volvió a emerger en los Estados Unidos después de 2018, adoptó distintas formas —algunas más capitalistas y otras más radicales— a lo largo y ancho del mundo. Independientemente del nombre que recibe en cada país, la ventaja de presentar programas de tipo GND en nuestra estrategia es doble: implican cambios que deben implementarse inmediatamente y también pueden ser herramientas de movilización. En boca de políticos y periodistas, todo GND tiende a convertirse en un paquete de inversión, pero en nuestra estrategia es mucho más que eso. Los paquetes de inversión son importantes, especialmente cuando consideramos los enormes cambios de infraestructura que requiere la transición climática. Por ejemplo, la transición a la energía renovable plantea costos netos de entre 30 y 60 billones de dólares que deberían ser desembolsados antes de 2050. Hacer que las viviendas sean más eficiente y construir nuevos hogares cómodos y sustentables requeriría otros tantos billones de dólares. Cambiar la red de transportes, promover nuevas tecnologías útiles y alimentarnos de forma eficiente, pero saludable y sustentable, también requerirá mucha inversión.

Hoy el sector financiero dice que podría destinar más de 100 billones de dólares a acciones para financiar la carrera hacia la emisión de carbono cero. Pero este marco normativo implica aceptar la normalidad del ciclo de negocios, no solo porque permite que el capital fósil siga encontrando respaldo en el sistema, sino porque es imposible aplicarlo suficientemente rápido como para evitar que superemos los 2 °C en los próximos 30 años, y mucho menos los 1,5 °C que necesitamos. La razón es simple: este marco considera la inversión desde dentro del paradigma capitalista, donde hay mucha más diversificación y conversión que transición real hacia otra cosa. La justificación de que la transición climática puede generar muchos billones de dólares en crecimiento capitalista atrae a los inversores y complace a los representantes políticos dispuestos a incorporar la agenda climática, pero hace depender las transformaciones de su confianza. El mercado financiero invertirá en la «neutralidad de carbono» de la misma manera en que evalúa cualquier acción, y no tendrá ningún interés en los problemas ecológicos de la Gran Aceleración. En este marco la lógica de la acumulación capitalista permanece intacta. Además, cuando las propuestas de GND se convierten en programas políticos generales, muchos elementos de la transición ecológica terminan siendo minimizados, como sucede con la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 en los Estados Unidos. Cuando la política está dictada más por la inversión climática que por la justicia climática, la izquierda todavía tiene espacio para luchar, pero es probable que el capital fósil también luche en defensa de sus intereses. Aunque tenemos que asumir algunas de estas batallas para garantizarnos ciertas conquistas marginales, su lógica no puede dictar nuestra estrategia.

En nuestra estrategia, los programas de GND promueven la inversión con el propósito de combatir múltiples crisis y combinarlas con iniciativas que involucran a gobiernos, comunidades, movimientos y pequeñas empresas para reorganizar aspectos de cómo producimos, consumimos y vivimos. Un GND puede enfocarse en cosas que se pueden lograr rápidamente y, debido a la conveniencia de estos cambios, servir como un punto clave a la hora de convocar a más personas que puedan ayudar con la ejecución del programa y con las demandas más radicales. Cuando se ofrece una garantía de empleos verdes, por ejemplo, la movilización puede garantizar que los empleos creados paguen salarios más justos, ofrezcan beneficios, subsidien la capacitación, incluido el cambio de plan de estudios para formar nuevos trabajadores, y hasta la sindicalización. Además de estas medidas, la presión desde abajo también puede conducir a un GND a hacer de la reducción de la semana laboral una demanda primordial.

Reducir las horas de trabajo a niveles de productividad sustentables altera la tasa de explotación de los trabajadores. Por eso es una reivindicación anticapitalista radical. Una larga historia de organización logró reducir significativamente la jornada laboral en los estados capitalistas centrales. Hace poco España empezó a experimentar con una semana laboral de cuatro días. En 2000, Francia adoptó una semana laboral de 35 horas y las encuestas indican que el nuevo tiempo libre se asignó a actividades como el tiempo familiar, el descanso y los deportes. Donde las tasas de productividad son altas, las semanas laborales más cortas podrían implicar más eficiencia, y esto es deseable en ciertos sectores. Aumentar el tiempo libre implica beneficios para la salud, menos desplazamiento y abre oportunidades para la organización política. De esta manera alimenta las dos corrientes de nuestra estrategia. Además, el aumento del tiempo libre también contribuye a repartir más equitativamente el trabajo de reproducción social en los hogares y alterar las percepciones de las personas sobre qué tan rápido deben llegar a alguna parte.

Disminuir el ritmo de vida tiene consecuencias particularmente interesantes en cuanto a las inversiones de GND en transporte público e infraestructura ferroviaria. Al tener que elegir entre tomar un tren o un avión, las personas consideran el costo, la duración y la conveniencia. El crecimiento de las aerolíneas de bajo costo hace que los viajes sean más accesibles, pero también contribuye en gran medida al cambio climático. El enfoque «verde» de algunas de estas aerolíneas pasa por compensar sus emisiones de carbono en el mercado o hacer posible que los clientes compren sus propias compensaciones. Por otro lado, la investigación sobre combustibles alternativos para la aviación avanzó bastante. Las tecnologías de combustible solar tienden a ser más eficientes que los biocombustibles, pero tiene impacto en el uso del agua y plantea la necesidad de captura directa de CO2 o de otras opciones de captura y almacenamiento. Esto significa que por mucho que deseemos mejorar ciertas tecnologías para simplificar ciertos aspectos de la transición energética mediante la conversión directa de combustibles fósiles a energías renovables, las cosas no son tan simples. Una cosa es querer implementar la transición en el sector de la aviación, que también implica modificar su tamaño, y otra es apostar por la simple conversión de combustible en energías renovables ignorando cualquier otra presión ecológica asociada con la cadena de producción y el volumen excesivo de vuelos en todo el mundo, especialmente en las sociedades más ricas.

Nuestra estrategia debe alentar la investigación y la innovación en mejores tecnologías bajas en carbono o sin carbono, pero debe reconocer que el mero avance tecnológico no solucionará nuestros problemas. Las consideraciones de la cadena de suministro en la minería nos ayudan a comprender que existen límites para la producción y la implementación de nuevas tecnologías en el sector del transporte. Thea Riofrancos muestra que el papel central del litio en los escenarios de energía renovable es parte de un delicado «nexo seguridad-sostenibilidad» influenciado por expectativas de crecimiento que introducen un capítulo verde en la larga historia de zonas de sacrificio creadas por el extractivismo, que en general está concentrado en el Sur Global o en territorios racializados del Norte Global. Es simplemente absurdo que nos contentemos con minar cada vez más regiones del mundo para extraer los materiales necesarios para producir mil millones de vehículos eléctricos (EV) de pasajeros que reemplazarán los que circulan hoy. Pero, por más absurda que sea, esta lógica está completamente normalizada en los paradigmas actuales de inversión verde, y algunos gobiernos, por ejemplo en Canadá o en Noruega, están optando por otorgar subsidios a clientes, concesionarias y fabricantes de automóviles para fomentar la venta de vehículos eléctricos individuales en vez de expandir el transporte público tanto cuantitativa como cualitativamente.

Nuestra estrategia debe establecer prioridades. Una forma de hacerlo es emparejando los intereses de las personas con la infraestructura que debe proporcionar el sistema. Si es necesario reducir los niveles de aviación, ¿cómo podemos ofrecer a las personas otros medios de transporte de larga distancia adecuados en términos de costo, duración y conveniencia? Por ejemplo, fabricando más trenes de alta velocidad que reemplacen ciertas rutas aéreas, aprovechando las estaciones ubicadas en el centro y abaratando el precio de los pasajes, ¡quizás hasta deberían ser gratis! En 2022, el costo de vida y las crisis energética europea llevaron a Alemania y España a experimentar con subsidios temporales para trenes regionales y locales. Si toman en serio la crisis climática, los países y regiones pueden invertir en programas similares al GND y cambiar la forma en que las personas usan el transporte. Con la generación de infraestructura vienen otros efectos positivos, como la reducción de la congestión y las tasas de accidentes automovilísticos. Aun cuando un tren de alta velocidad no pueda ser más rápido que un viaje en avión, si el proceso implica desacelerar el ritmo de vida y permitir que las personas tengan más tiempo libre, el resultado podría no ser malo. La conveniencia de abordar un tren en vez de tener que pasar por el check-in del aeropuerto, o de tomar un colectivo gratuito sin preocuparse por los giros y la compra de boletos ayuda a educar la conducta y obtener el consentimiento de la población. Cuando el capitalismo ofrece conveniencia, suele ser a un precio que pagan los clientes y el medio ambiente. Las verduras cortadas en cubitos son convenientes en un mundo donde el tiempo para las tareas domésticas es escaso, pero implican pagar más y lidiar con el exceso de paquetes que generalmente son de plástico. Nuestra estrategia brinda otro tipo de conveniencia mediante la provisión de infraestructura pública verde que simplifica la vida y es más barata, es decir, que reconcilia las necesidades de las personas y la transición ecológica. Necesitamos mitigar el cambio climático y adaptarnos rápido. La transición ecológica solo ganará esta carrera contra el tiempo si es capaz de crear tiempo mediante la reorganización de la producción y de nuestros entornos de vida.

Primero lo primero

Nuestra estrategia también es desigual y combinada. Entendemos que el capitalismo se desarrolló de manera desigual en todo el planeta y que el colonialismo aún juega un papel en el progreso industrial y en la división internacional del trabajo. El subdesarrollo del Sur Global se combina con el avance del Norte Global. Cuando el sociólogo brasileño Florestan Fernandes explica este fenómeno, destaca que la persistencia del capitalismo dependiente en los países periféricos es parte de un cálculo capitalista. El desarrollo del capitalismo en los márgenes termina fuertemente disociado de las estructuras democráticas y favorece el establecimiento de autocracias en su lugar. La intervención imperialista contribuye y aprovecha el déficit democrático para promover los intereses de los Estados más poderosos, incluso apoyando o promoviendo dictaduras como hizo tantas veces en América Latina, y también en África y en Medio Oriente.

Esta relación centro-periferia también tiene profundas implicaciones ecológicas. El Rastreador de Acción Climática evalúa que, con las políticas actuales, el mundo alcanzará un nivel de calentamiento de aproximadamente 2,7 °C a finales de siglo. El Pacto Climático de Glasgow de 2021 fracasó nuevamente en el cumplimiento de compromisos y en la aplicación de recortes más radicales. No solo están diluyéndose las políticas actuales, sino que está creciendo una brecha en la implementación que conducirá a resultados aún peores y desiguales. El Antropoceno es una era de la historia del planeta profundamente marcada por la sociedad humana, pero de manera asimétrica. Los países más ricos tienen mucha más responsabilidad histórica en el cambio climático que los países menos desarrollados. Our World In Data estima que los Estados Unidos, el Reino Unido y los 27 países miembros de la Unión Europea representan el 47% de las emisiones globales acumuladas. Y aunque el cambio climático afecta a todo el planeta, los países más pobres están menos adaptados a sus efectos.

En nuestra estrategia, los países más ricos deberían cargar con la mayor parte de los costos de la transición ecológica. Los programas nacionales de GND deben financiarse con fondos públicos y los más ricos deben pagar impuestos más altos. Las amenazas de despidos, reducciones de personal y los intentos de transferir los costos a los consumidores deben combatirse mediante una fuerte alianza entre las organizaciones obreras y el movimiento ambiental. Además, los mecanismos internacionales deben garantizar que los países más pobres tengan acceso a fondos, exenciones de patentes tecnológicas y apoyo técnico para la implementación de sus programas en la transición ecológica. No se trata solo de una cuestión de finanzas verdes y promesas hechas a las Naciones Unidas. La naturaleza voluntaria de estas acciones hizo que su aplicación sea defectuosa. En Copenhague, los países ricos prometieron invertir 100 000 millones de dólares al año en financiamiento para proyectos de adaptación y mitigación climática en el Sur Global, pero se quedaron cortos todos los años, incluso con la ayuda de financiamiento privado. Para empeorar las cosas, una suma significativa de los miles de millones disponibles fue entregada en concepto de préstamo. Japón y Francia cumplieron bastante sus promesas, especialmente en comparación con los Estados Unidos, pero el núcleo de su contribución fueron préstamos reembolsables. Esto ayuda a explicar el desequilibrio en el financiamiento, que privilegia las iniciativas de mitigación sobre los proyectos de adaptación que no generan dinero, y empeora el escenario desastroso de endeudamiento que ahoga las economías de los países más pobres. En su discurso inaugural, el nuevo presidente de izquierda de Colombia, Gustavo Petro, enfatizó que la deuda es un obstáculo para la transición en el Sur Global.

Autores como Olúfẹ́mi O. Táíwò exigen un paradigma de reparación climática y condonación de deuda que permita a los países más pobres abordar el legado negativo de la esclavitud y la colonización en su camino hacia una transición ecológica. Las reparaciones empalman con las dos corrientes de nuestra estrategia porque van más allá de una transferencia de dinero y ofrecen un marco para una transición justa que politiza las condiciones presentes y pasadas. La selva amazónica se extiende por nueve Estados y, aunque estos territorios tienen derecho a mejorar la vida de sus habitantes, también comparten la responsabilidad de cuidar el Amazonas. Tienen que hacer lo contrario de lo que hicieron los países del Norte Global, que no cuidaron sus propios ecosistemas. La mentalidad de que «ellos lo hicieron primero, nosotros también podemos» que impregna algunos discursos desarrollistas en la región es a la vez peligrosa y tonta. Las organizaciones socialistas de los países de la periferia deben aprender a exigir reparaciones, pero la credibilidad de esta acción radica en asumir la responsabilidad de otro camino de desarrollo. Nuestra estrategia reconoce que los Estados del Sur Global tienen responsabilidades ecosistémicas, pero a menos que los países ricos asuman su responsabilidad histórica, el resto del mundo será materialmente incapaz de efectuar la transición ecológica.

Todavía hoy existen antiimperialistas que argumentan que el cambio climático es un engaño ideado por los países imperialistas para retrasar el desarrollo del Sur Global. Aunque es una posición marginal, está presenta hasta cierto punto en algunos enfoques de izquierda de la crisis climática. El petróleo proporciona un buen ejemplo. Venezuela tiene cerca de 300 000 millones de barriles en reservas de crudo, las mayores del mundo, y se suele decir que de ello depende su soberanía. El desarrollo y las exportaciones petroleras pueden garantizar un gran flujo de capital extranjero para apoyar inversiones en servicios públicos e infraestructura, como se hizo en los mejores años de la presidencia de Hugo Chávez. Sin embargo, el capitalismo dependiente sostiene un escenario en el que Venezuela no puede convertirse en un productor de petróleo autosuficiente. Carece de la infraestructura y de los recursos subsidiarios necesarios para el refinamiento, y también es blanco de intervenciones extranjeras que ayudan a la derecha venezolana y atentan contra la soberanía local, y de brutales sanciones que desestabilizan la economía y empeoran el nivel de vida creando un estado de crisis permanente. Pero incluso si los socialistas venezolanos tuvieran todo lo necesario para utilizar todas sus reservas de petróleo, la ansiada soberanía seguiría siendo imposible. El nivel de emisiones de carbono haría inhabitable el planeta y no hay soberanía sin vida. Lo único que quedaría sería una especie de apartheid y unas fuerzas ecofascistas alineadas con empresas que segarían el resto de la Tierra en busca de las sobras, y que condenarían a la mayoría de la humanidad a la mera lucha por la supervivencia.

Reducir las emisiones de combustibles fósiles a nivel mundial no es una opción, sino una necesidad. La reducción debe aplicarse de manera distinta según los niveles de desarrollo para que los países periféricos no sufran una penalización excesiva. La ventaja es que los países que habitan los márgenes del desarrollo no necesitarán pasar por una etapa lineal de mayor dependencia del petróleo, el carbón y el gas fósil. Brindar acceso a la electricidad a las comunidades pobres puede ser un movimiento más limpio, que pase directamente de la falta de energía a la implementación de una red eléctrica renovable de fuentes mixtas teniendo en cuenta los impactos ecológicos y comunitarios. No hay necesidad de una etapa de combustibles fósiles siempre que nuestra estrategia cuente con un marco de reparaciones centrado en la democracia energética. Un país subdesarrollado no puede planear su soberanía en torno a los combustibles fósiles porque su propiedad del recurso lo convierte en un objetivo de la estrategia, su nivel actual de desarrollo no es un simple producto del destino sino una realidad mantenida por la economía política internacional, y el resto del mundo, incluidos los países subdesarrollados, deben eliminar gradualmente la dependencia de los combustibles fósiles. Un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles dentro de un marco de transición igualitario puede ayudar a gestionar este proceso de manera justa entre los países.

Hacer sustentable el internacionalismo

Nuestra estrategia exige un replanteamiento de la soberanía en términos de sostenibilidad radical. La transición energética por sí sola nos da tiempo y, si aborda en primer lugar las necesidades básicas, ayuda a organizar los esfuerzos en torno a los servicios públicos, la vivienda, la planificación comunitaria, el impacto tecnológico y un paradigma minero posextractivista. La transición ecológica asumirá formas distintas en cada país, según sus responsabilidades históricas, pero debe combinarse con la planificación del comercio y el desarrollo para optimizar el cuidado de las responsabilidades ecosistémicas. La historia enseña que los países poderosos no someterán voluntariamente sus intereses económicos al bien común. El imperialismo ecológico de los recursos camina de la mano con el imperialismo político-militar, y ambos colaboran con la extinción y la barbarie. Los programas de transición ecológica requieren la participación de los trabajadores de los países más ricos y de los más pobres, que deben trabajar en conjunto para alinear sus intereses y cerrar esta brecha, y ejercer una presión común sobre los gobiernos y las instituciones internacionales. El uso de energía en la OCDE y el resto de los países europeos es casi diez veces mayor que en los países de bajos ingresos. Si bien los ajustes en la eficiencia reducirán esta brecha, los patrones de consumo y el modo general de vida de las sociedades más ricas también deben cambiar. El mundo desarrollado también está lleno de desigualdad y muchos trabajadores no comparten lo que Ulrich Brand y Markus Wissen llaman el modo de vida imperial. Este modo de vida ejerce mucha presión ecológica sobre la Tierra y está conectado con el extractivismo industrial que afecta a ciertas comunidades del Norte mientras convierte regiones enteras del Sur en zonas de sacrificio. La demanda de recursos minerales para alimentar el apetito capitalista y sostener un modo de vida que promete grandes automóviles, grandes casas, mucha carne y viajes aéreos baratos no deja de ser problemática incluso si está impulsada por energías renovables. Por eso nuestra estrategia también implica un decrecimiento desigual y combinado.

El «decrecimiento selectivo» versa sobre sectores económicos, fronteras y territorio. Algunas regiones necesitarán un nivel de inversión mucho más alto para que las personas puedan disfrutar de buena comida, vivienda, transporte y trabajos estables por primera vez. Otras regiones, especialmente los países de altos ingresos, también deberán invertir y desarrollar sectores estratégicos, y tendrán que aplicar medidas de redistribución y construir una infraestructura más inclusiva y conveniente para mejorar las vidas de los trabajadores que hoy sufren los altos costos de vida de estos países. Esto plantea la necesidad del control popular de los recursos —tema candente en México, Bolivia, Chile, Colombia, entre otros— y de alternativas al modelo extractivista hegemónico. La lucha de clases dentro de la política climática está planteada, de hecho, entre los trabajadores y el capital, como dice Matt Huber, pero esto no debería hacernos perder de vista que los trabajadores y el capital están organizados de formas muchas veces contradictorias en el Norte Global y en el Sur Global, como argumenta las tesis del decrecimiento, muchos autores ecosocialistas y los marxistas de la teoría de la dependencia. Las contradicciones económicas y políticas suelen confundir los intereses de los trabajadores de diferentes países. Reconocerlas adecuadamente nos ayuda a identificar hacia dónde convergen dichos intereses. Nuestra estrategia solo funcionará si también nos dedicamos a la educación política crítica en la organización laboral y del movimiento, de modo que la praxis transformadora compense la influencia de la ideología capitalista.

Es posible reconocer la existencia de un modo de vida imperial y de su distribución desigual. Muchas veces la metáfora del Norte y del Sur Global es un obstáculo porque insinúa la existencia de líneas geográficas en vez de patrones históricos de producción y distribución de recursos, incluida la mano de obra. Los trabajadores de la industria automotriz en Alemania y en Brasil viven realidades diferentes en cuanto a infraestructura, salarios, derechos y geopolítica. Sin embargo, en sus respectivas sociedades, están sujetos a antagonismos de clase similares y enfrentan los mismos desafíos.

La transición ecológica debe tener sentido para los trabajadores de todo el mundo y garantizar una conversación internacional sobre magnitudes y calidad. El imperativo habitual del crecimiento económico da lugar a empleos precarios y altas tasas de explotación, por lo que una conversación sobre el decrecimiento desigual y combinado, si centráramos nuestra estrategia en marcos alternativos de suficiencia, solidaridad y justicia, como sugiere Bengi Akbulut, podría mejorar la reivindicación de buenos empleos verdes socialmente necesarios y aclarar las perspectivas de vida de las que podrían beneficiarse las comunidades.

La clase obrera mundial tendrá que ajustar sus expectativas a la transición. Tenemos que rechazar las construcciones ideológicas del capitalismo de una vida consumista y considerar las restricciones energéticas y materiales en nuestra planificación de una buena vida. Estas restricciones crean conflictos sobre quién puede usar un recurso y cuánto, y no todos los problemas pueden resolverse con mejoras de alta tecnología. De hecho, a veces son las tecnologías más antiguas las que pueden salvarnos, como el giro hacia la agroecología, que promueve un uso más eficiente del suelo y colabora con la reducción de emisiones. La reforma agraria y un proceso de restitución de tierras indígenas justo son condiciones previas para que los trabajadores rurales se beneficien de la transición ecológica superando la pobreza. Esto también debe llevarnos a modificar la forma en que alimentamos el mundo. Dado que no hay transición justa sin soberanía indígena, nuestra comprensión de la distribución de infraestructura y recursos, sean turbinas eólicas o bosques regenerados, requiere mejorar nuestro enfoque de los derechos territoriales y las formas de vida. Los trabajadores urbanos, independientemente de la región, sabrán sacar ventaja de la nueva situación y deberían coordinar acciones en función de la reivindicación de que la explotación de los recursos no cree una nueva zona de sacrificio. En este sentido, la alimentación y la regeneración del bioma deberían ser una prioridad. También debemos ser honestos y aclarar que muchos trabajos prometidos durante la transición son temporales, y están vinculados a la construcción de nueva infraestructura. Superar la obsolescencia programada también implicará una producción más eficiente, menos reemplazos y un mantenimiento menos intenso. Algunos trabajos podrían pasar de sectores sucios a limpios, mientras que otros tendrían que desaparecer por completo, como la industria armamentística. Esta franqueza fortalecerá la organización de los sindicatos, asociaciones y movimientos sociales en general para que no abandonen a ningún trabajador. 

El éxito de nuestra estrategia dependerá de la calidad del movimiento internacionalista que construyamos y de nuestra capacidad de coordinar la planificación. La clase obrera es muy diversa. Incluye a los trabajadores industriales. Los sindicatos tienen un papel importante que desempeñar. Pero también hay trabajo informal. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2019 había alrededor de 2000 millones de trabajadores informales. Algunos de ellos corren un riesgo particularmente alto de perder sus empleos y de sufrir problemas de salud a medida que se profundiza el cambio climático. Es el caso de los trabajadores precarios de granjas y pesquerías, o el de las entre 15 y 20 millones de personas que hoy se ganan la vida reciclando. Estos trabajos también están relacionados con el clima. Las mujeres que realizan trabajos de cuidado también son clave en este proceso y no solo por el papel estratégico que cumple el sector de los cuidados en la mejora de las condiciones de vida sin consumir carbono. Las mujeres tienden a ocupar roles de dirección importantes en la resistencia a las empresas de capital fósil en sus territorios, en la reivindicación de la reducción de la semana laboral y en contra de la doble jornada, y pueden ayudar a construir puentes entre los intereses de los trabajadores del Norte y del Sur a través del movimiento feminista. La organización en todos estos sectores es importante para una transición  justa y realmente internacionalista, y puede fortalecer las campañas para presionar a los gobiernos para que apliquen los programas que necesitamos. Cuanto más exitosos sean, más probable es que consigamos que miles de millones de personas se unan, no solo a la clase profesional más consciente del medio ambiente y a los activistas comprometidos, sino también a los movimientos sociales nacidos en zonas de sacrificio que están involucrados desde hace siglos en las luchas por el agua, el bosque y la buena vida. Este movimiento internacionalista debe estar fundado en la clase trabajadora por su desafío al capitalismo y por su comprensión de las formas en que este determina la naturaleza de la crisis, pero debe integrar las diversas identidades marginales de aquellos que perderán todo si el fascismo fósil o el ecofascismo se sale con la suya.

Por eso en nuestra estrategia la corriente de construcción de movimientos abordará los asuntos urgentes de la transición ecológica, pero también deberá planificar la ruptura, constatando la absoluta insostenibilidad de la locomotora capitalista. Nuestra estrategia plantea la necesidad de una acción audaz orientada por una utopía capaz de guiarnos desde este siglo hasta el próximo para construir una sociedad justa y deseable. En este sentido excede el asunto de la mera supervivencia. Se trata de la vida, de una vida mejor, y solo esto nos diferencia de los capitalistas y de las tragedias que construyen. El largo camino de la transición estará lleno de contradicciones y presentará más desafíos de los que cualquier movimiento socialista haya enfrentado hasta la fecha. El tiempo es esencial y no podemos darnos el lujo de seguir desperdiciándolo porque el objetivo es conquistar una sociedad emancipada y conservarla durante los siglos venideros.

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