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Camisas Negras italianos alineados en formación militar durante la Segunda Guerra Mundial. (Foto: European / FPG vía Getty Images)

Los fascistas se benefician de la crisis mundial

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Valentín Huarte

Una serie de crisis ha sacudido el triunfalismo liberal de las últimas décadas y ha generado nuevas fuerzas antidemocráticas. Todavía tiene sentido hablar de «fascismo», pero las nuevas formas de reacción no son una mera repetición de las del pasado.

Entrevista de
Arjun Chaturvedi
[1]Arjun Chaturvedi es estudiante de la Escuela Universitaria de Irvine, California.

El ascenso de movimientos de extrema derecha en Estados Unidos, Brasil y la India motivó discusiones sobre el surgimiento de un «nuevo fascismo». El triunfo electoral de la italiana Georgia Meloni, dirigente de un partido que hunde sus raíces en el fascismo histórico, polarizó los análisis que tienden a centrarse en las comparaciones con el pasado y los que enfatizan sus rasgos conservadores. En cualquier caso, es innegable que las crisis contemporáneas están produciendo nuevas formas de política reaccionaria que no se parecen a las de hace cien años.

Geoff Eley es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Escribió mucho sobre la historia de la izquierda y la historia de la derecha. En este momento está trabajando en una historia general de la Europa del siglo veinte y en un nuevo estudio de la derecha alemana, Genealogies of Nazism: Conservatives, Radical Nationalists, and Fascists in Germany, 1860-1945.

En esta entrevista con Jacobin, Eley discute cómo cambiaron los estudios sobre el fascismo en las últimas décadas con el fin de explicar el ascenso de movimientos antidemocráticos y autoritarios en todo el mundo. Eley explica que «fascismo» es un concepto portátil, que tiene múltiples orígenes, que asume formas variadas y que los investigadores deben interpretarlo y contextualizarlo como parte de una estrategia de combate antifascista.

 

AC

¿Cómo cambiaron los estudios sobre el fascismo a lo largo de tu carrera? ¿Hubo fenómenos políticos específicos que estimularon nuevos enfoques sobre el tema?

GE

Más allá de algunos marxistas aislados, los estudios académicos sobre el fascismo durante mis años de formación (1967-1974) estuvieron más definidos por las ciencias sociales que por los historiadores, que eran más bien indiferentes, cuando no directamente hostiles, al concepto. Típicas de esta época son dos compilados de conferencias editados por Stuart Woolf en 1968 y titulados European Fascism y The Nature of Fascism. El primero contenía capítulos dedicados a los distintos países y escritos por historiadores nativos. Cada autor ofrecía una narrativa útil pero completamente carente de teoría. El segundo compilado contenía artículos escritos por especialistas en ciencias políticas y sociólogos, que elaboraban tipologías de gobierno y análisis políticos comparativos fundados en teorías del totalitarismo y de la sociedad de masas. Pocos historiadores de las ideas, como George Mosse, escribieron el fascismo como una desviación «antimodernista» de las normas de «Occidente».

Una importante excepción es Three Faces of Fascism de Ernst Nolte, publicado en 1963. El impacto de esta obra trascendió el conservadurismo oscurantista de su autor. Tomándose las ideas fascistas con seriedad y tratándolas en términos comparativos (no solo en Italia y Alemania, sino también en Francia), el libro despertó mucho interés en todo el espectro político. En líneas generales, los estudios permanecieron en este punto durante mucho tiempo: por un lado, acumularon muchas investigaciones monográficas en el marco de la historiografía nacional de movimientos fascistas particulares, sin mucha teoría; por otro lado, sociologías y tipologías institucionales de política comparativa que explicaban por qué la Italia fascista y la Alemania nazi eran distintas de «Occidente». Durante los años 1970 se publicaron una serie de grandes antologías que rompieron con este enfoque. La más grande y mejor era un enorme compilado de conferencias titulado Who Were the Fascists, que propuso un debate entre especialistas en ciencias políticas y los mejores investigadores de historia de toda Europa. Sin embargo, durante este período eran pocos los historiadores que se tomaban en serio la ideología fascista.

Mi interés estuvo bien definido desde el principio: me crié en la estela de la Segunda Guerra Mundial y quería comprender de dónde venía el nazismo. ¿Cómo había podido triunfar en la dinámica democracia de la República de Weimar, que contaba con una de las izquierdas más fuertes de toda Europa? ¿Por qué había fracasado esta izquierda? ¿Qué tipo de crisis había abierto camino al fascismo y cuáles habían sido sus causas? Después de mi primer libro, Reshaping the German Right, en el que estudié las «condiciones de posibilidad del fascismo» entre los años 1890 y 1920, decidí ordenar mis ideas sobre el tema con un artículo de 1983, «What Produces Fascism: Preindustrial Traditions or a Crisis of the Capitalist State». Me resultaron de mucha ayuda los Cuadernos de la cárcel de Gramsci, las respuestas a Fascismo y dictadura de Nicos Poulantzas, los debates marxistas de los años 1920 y 1930 (Bauer, Trotski, Thalheimer, Togliatti), y, sobre todo, Ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, publicado en 1977.

Más tarde amplié mis intereses teóricos: cuestiones de ideología y subjetividad, la utilidad del concepto de esfera pública, los problemas del nacionalismo y todo lo que hoy denominamos el «giro cultural». En el mundo académico en general, Nature of Fascism de Roger Griffin renovó el interés en el fascismo. Pero la tendencia principal conducía a la historia cultural y a la historia intelectual, con énfasis en las artes, la estética y el mundo del espectáculo, además de la sexualidad, la cultura popular y la vida cotidiana. Poco a poco, los investigadores de cine y literatura empezaron a marcar el camino y terminaron conquistando la atención de los historiadores. Este proceso acompañaba mis propios intereses y me ayudó a profundizar en cuestiones de ideología y subjetividad fascista.

Fue un poco después, a comienzos de los años 2000, cuando hice otra vez del fascismo mi prioridad. Terminé mi historia de la izquierda europea con Forging Democracy, pero después del 9/11 empecé a sentir una nueva urgencia política que creció con el desarrollo implacable de una derecha antiinmigrante y xenófoba en toda Europa. Los debates en torno a los «estados de excepción» centraron todavía más mis preocupaciones, especialmente en torno a los espectáculos de Guantánamo, el huracán Katrina y las fronteras del sudoeste. Empecé a pensar en las nuevas condiciones de posibilidad de un fascismo contemporáneo. Pocos meses después de Katrina, un querido amigo me sugirió que el mejor aporte de un historiador alemán en esta época era brindar una orientación para pensar el fascismo contemporáneo. Después del huracán me puse manos a la obra. El primer resultado fue una actualización de mi artículo de 1983 (que presenté por primera vez en una conferencia de 2009). Inmediatamente después vino mi libro de 2013, Nazism as Fascism. Con el surgimiento de Donald Trump, su llegada al gobierno después de las elecciones de 2016 y los acontecimientos de enero de 2021, la urgencia de ganar claridad sobre los sentidos pasados y presentes del fascismo no hizo más que fortalecerse. Con este objetivo publiqué otro ensayo, que terminé en septiembre de 2020.

 

AC

Uno de los argumentos de tus escritos que los investigadores tienden a interpretar el fascismo como un concepto portable que tiene múltiples orígenes y formas variadas. ¿Podrías definir las principales características que presenta el fascismo en todos los contextos históricos?

GE

Tenemos que aislar lo que distingue al fascismo como un tipo de política de otras formas de acción y creencia de derecha. Los fascistas son mucho más extremos en todo sentido. Pero también hay una ruptura cualitativa con el conservadurismo, que acepta la necesidad de operar en el marco del constitucionalismo liberal o de la democracia constitucional, sea por principio o por consideraciones pragmáticas. En el centro de esta ruptura —que abre una brecha con la civilidad— está la adopción de la violencia política. En vez de debatir los temas honestamente desde una plataforma y según protocolos de conducta consensuados, los fascistas quieren eliminar, lastimar físicamente y hasta matar a sus oponentes.

En segundo lugar, los fascistas prefieren —absolutamente y con vehemencia— un Estado autoritario en vez de la democracia. En tercer lugar, operan con una idea de la nación excluyente y agresiva, que atenta contra el pluralismo que reconoce y hasta prioriza la diferencia. Podemos profundizar en estos criterios. La misoginia, la sexualidad agresiva y la masculinidad invasiva y blindada también definen un conjunto de prácticas y actitudes del fascismo. Las marchas, los uniformes, la portación de armas, el colectivismo beligerante y la estética del espectáculo son otros elementos que debemos considerar. Pero los criterios fundamentales son los que mencioné primero: el extremismo de derecha radical que idealiza la violencia política, defiende el autoritarismo frente a la democracia jurídica y proclama formas excluyentes de patriotismo y de nacionalismo radical. Estos son los criterios que definen la differentia specifica del fascismo. Se repiten en distintos momentos y lugares, no solo en la Europa del siglo veinte, sino también en nuestra coyuntura contemporánea.

Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué tipo de crisis hace que cobre relevancia una política así? ¿En qué momento la gente empieza a encontrar que los rasgos de esta política son atractivos, especialmente el recurso a la violencia política? ¿Qué hace que las personas la vean como algo necesario? ¿Qué tipo de crisis produce el fascismo? De nuevo, hay elementos comunes que se repiten estructuralmente en diferentes momentos.

Sobre este punto mi enfoque sigue siendo bastante «poulantziano»: el fascismo encuentra posibilidades de desarrollarse bajo el signo de una crisis dual especialmente extrema. En primer lugar, los acuerdos políticos dejan de garantizar una gobernanza estable y efectiva; en segundo lugar, estos acuerdos de gobierno funcionan tan mal que pierden el consentimiento de las personas. Cuando concurren estas crisis gemelas —crisis de representación, crisis de consentimiento; parálisis del gobierno, impasse democrático— surgen estados de excepción en el marco de los cuales puede empezar a ganar fuerza una política específicamente fascista.

 

AC

También sugeriste que, en el marco de las crisis del mundo contemporáneo, no surgirá un fascismo de tipo clásico semejante al de los años 1920 y 1930. Entonces, ¿cuáles son las formas más responsables en las que la izquierda puede luchar, responder o resistir al fascismo?

GE

Si tengo razón en todo lo que dije antes, debería ser esencial articular el frente político más amplio posible en defensa de la democracia. Esto implica buscar la coalición más gruesa posible dentro y a través de la desconcertante y variopinta multiplicidad de voluntades progresistas que responden a agendas distintas: desde los órganos del Partido Demócrata y de otros partidos progresistas, los movimientos y las organizaciones en general (de afroestadounidenses, latinxs, nativos, etc.), pasando por las nuevas plataformas, revistas de izquierda y periódicos y grupos de presión, hasta las iniciativas de defensa del voto y la plétora de grupos que hacen campaña por termas específicos, como el feminismo, los derechos reproductivos y LGTBQ, la salud pública, el ambientalismo, el combate contra la pobreza, las libertades civiles, el combate contra el odio, los derechos humanos, los derechos sindicales, etc. Implica desarrollar una conversación urgente que atraviese a estas movilizaciones que suelen desarrollarse por separado. Es la única forma de conducir al establishment demócrata a avanzar más decisivamente en la dirección necesaria.

Una política de este tipo requerirá: (a) esfuerzos pacientes y «detrás de escena» que busquen armar coaliciones rara vez vistas en el incorregiblemente fragmentario progresismo de Estados Unidos; (b) una presión sostenida de las bases, semejante a la de Black Lives Matter, porque los grupos que se reúnen a puerta cerrada nunca se lanzarán a la acción sin el impulso de las «calles»; y (c) definir adecuadamente el peligro del fascismo por su nombre. Cuándo hacerlo exactamente es una cuestión estratégica compleja, porque para ser utilizado responsablemente, el lenguaje específico del «fascismo» y del «antifascismo» requiere mucha claridad, en el sentido que conversamos antes.

 

AC

Dijiste que Donald Trump puede ser antidemocrático y autoritario, pero carece de una ideología coherente, que es uno de los aspectos cruciales del fascismo. ¿Cómo deberíamos interpretar en este contexto a un personaje como Narendra Modi, considerando que adhiere a la ideología del hindutva? En términos más generales, ¿cómo deberíamos interpretar los vínculos entre la religión y el fascismo?

GE

En primer lugar, tengo que aclarar cómo pienso la «ideología» per se. Por un lado, tenemos el sentido que asigna a esta palabra el lenguaje ordinario, y que refiere en general a cierto cuerpo de ideas políticas, a un programa fácilmente reconocible o a un cuerpo dominante de valores y creencias (por ejemplo, el liberalismo, el conservadurismo, el socialismo, etc.). Tenemos poca evidencia para decir que Trump tiene una ideología coherente en este sentido restrictivo. La tiene solo en términos infundados, indisciplinados y banales. Por otro lado, Trump efectivamente ve y lee el mundo a través de una serie de lentes bastante definidas, estructuradas en función de supuestos, prejuicios, pedazos de ideas y citas retóricas y fragmentarias, impulsos viscerales y pensamientos inconscientes, cuya coherencia es posible reconstruir como una relación imaginaria con sus condiciones reales de existencia, según la célebre frase de Louis Althusser. Trump, por supuesto, tiene una mirada y podemos buscar su coherencia. Pero esta no está organizada en función ni deriva conscientemente de ningún sistema de creencias. Es más bien una matriz de disposiciones, un conjunto de tropos centrados que giran en torno a una masculinidad tóxica, deseos monstruosamente egoístas, la codicia y la riqueza, la idea de «América», la violencia, el éxito, la dominación, la lealtad, el poder, etc.

Si queremos comprender las especificidades del fascismo en cualquier período o lugar, tenemos que separar aquello que definí como el núcleo portable —la violencia política mortífera, el carácter negligentemente antidemocrático y el nacionalismo excluyente, sumados a la masculinidad misógina y a una estética política desvergonzadamente conflictiva— de las formaciones discursivas particulares del fascismo y de los recursos ideológicos como el hindutva o el nacionalismo cristiano blanco. A lo largo de los años, los fascistas tuvieron la tendencia de adoptar y apropiarse de ciertas ideas, imágenes y técnicas, incluso las de sus propios enemigos, y de modificarlas y rearticularlas según sus propios objetivos. Después de todo, la asociación entre «nacional» y «socialismo» marcó los orígenes del fascismo. Antes de 1914-1915, Benito Mussolini elaboró su política a partir de posturas maximalistas defendidas en el marco del Partido Socialista. Las formas políticas de masas de la izquierda terminaron siendo una fuente vital de las propias técnicas políticas y estética de masas del fascismo. Modi es un buen ejemplo de esta inventiva y y sincretismo. La religión siempre fue un campo de ideas, prácticas y organización complejo pero fértil para los fascistas de ayer y hoy. En este sentido, vale la pena consultar el clásico de Richard Steigmann-Gall, The Holy Reich: Nazi Conceptions of Christianity, 1919-1945.

 

AC

Considerando tu interés en el cine y en la estética, ¿qué películas y obras de arte contienen las mejores interpretaciones y críticas del fascismo?

GE

Es una pregunta difícil porque las posibilidades son ilimitadas. Tengo debilidad por John Heartfield y el fotomontaje, y un equivalente contemporáneo serían figuras como Bansky y los artistas callejeros, además de otras formas de «guerrillas» artísticas. En cuanto a las artes visuales, algunos de los catálogos de las exhibiciones más importantes de las últimas décadas ofrecen índices útiles y realmente impactantes —por ejemplo, la exhibición de State of Deception: The Power of Nazi Propaganda en el marco de Art and Power: Images of the 1930s. Hace poco publicamos junto con Julia Adeney Thomas la antología Visualizing Fascism: The Twientieth-Century Rise of the Global Right para explorar el asunto en términos comparativos en distintos momentos y lugares. En aras de la brevedad, y con el mismo espíritu de recorrer el camino entre el fascismo de principios del siglo veinte y el fascismo contemporáneo, sugeriría yuxtaponer El conformista, de Bernardo Bertolucci, y 300 de Zack Snyder. 1900 de Bertolucci sería otro candidato. En cuanto al cine de los años 1920 y 1930, combinaría Metrópolis y M, de Fritz Lang, y El triunfo de la voluntad y Olympia, de Leni Riefenstahl. ¿Y qué decir del movimiento que abarca desde Noche y niebla, de Resnais, pasa por La tristeza y la piedad de Marcel Ophuls, y llega hasta Shoah de Claude Lanzmann y La lista de Schindler, de Steven Spielberg?

 

AC

¿Qué cabe esperar del combate de la política de izquierda contra el ascenso del autoritarismo, la globalización neoliberal y la catástrofe climática, con el espectro del fascismo que todavía sobrevuela el mundo?

GE

Mi respuesta anterior contiene implícitamente cierta autolimitación «frentepopulista». Dadas las derrotas históricas de la izquierda de las últimas cuatro décadas, las consecuencias de la reestructuración capitalista (a nivel mundial y a nivel de cada sociedad individual), la generalización de los preceptos y los supuestos neoliberales, y la repartición actual de las capacidades democráticas en los Estados Unidos y en otros países del capitalismo tardío, cualquier política de izquierda efectiva deberá pasar por la dura escuela de unas expectativas modestas.

Por otro lado, la creación de un «mundo sin fronteras» (en el sentido neoliberal actual de este término), el colapso de las soberanías estatales en el marco de una enorme expansión territorial que va de África Occidental y llega hasta Afganistán y Paquistán, y la imparable profundización de las crisis de migración (por mencionar solo algunos elementos) están acumulando la materia prima de un malestar popular virulento vinculado a la preocupación por los límites y las fronteras de las sociedades de los países capitalistas avanzados. Y estas condiciones desatan una dinámica que no hará otra cosa que contribuir de manera creciente a la desestabilización a medida que la competencia por los recursos se hace cada vez más impredecible y extrema a causa del impacto del cambio climático. Es este síndrome general, especialmente el malestar vinculado a los límites y a las fronteras y a la «diferencia» y lo extranjero, el que impulsa en gran medida la vehemencia de la derecha nacionalista contemporánea.

La profundización de la competencia por los recursos (sobre todo los alimentos, el agua, la energía y el combustible), las mentalidades cerradas, una gramática política organizada en función del malestar, el cierre de las fronteras como paradigma social emergente: todo esto impulsa las tendencias de los reclamos sociales y de la gubernamentalidad intrusiva contemporáneas. Si sumamos todo llegamos al tipo de crisis que habilita el surgimiento de una política que se parece al fascismo. Este es el terreno en el que prosperaron Trump y las fuerzas políticas asociadas a él. Y es esta situación la que me hace volver a poner el énfasis en la importancia de formar la coalición democrática más amplia posible.

Notas

Notas
1 Arjun Chaturvedi es estudiante de la Escuela Universitaria de Irvine, California.
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Publicado en Crisis, Entrevistas, homeCentro3, Ideología, Política and Sociedad

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