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«La obra de Mike Davis se inscribe una corriente de los estudios críticos que podríamos catalogar como la escuela californiana del marxismo» (Imagen Wikimedia Commons)

Lean a Mike Davis

Mike Davis, geógrafo e historiador estadounidense, falleció este martes 25 de octubre. No hubo mejor escritor socialista en las últimas cuatro décadas.

En 2017 o 2018, finalmente recogí la copia de El monstruo llama a nuestra puerta de Mike Davis de los estantes en los que había estado durante unos años y la leí. Davis había acertado en tantas cosas —el auge del Estado carcelario y la vigilancia omnipresente, los desastres ecológicos que se apoderarían de la California suburbana, el auge de los «paraísos del mal» despiadadamente protegidos y patrullados con vistas a los barrios marginales, por nombrar un puñado al azar— que me sentí honestamente aliviado de que se equivocara en cuanto a que una desastrosa pandemia de gripe aviar se apoderaría de las ciudades del mundo en las décadas de 2000 y 2010. 

El libro era excelente, como siempre, en su relato del modo en que la agricultura industrial y los patógenos naturales se combinaban para crear nuevos virus que podían ser fácilmente transmitidos por los humanos, pero… no ocurrió, ¿verdad? Por fin, pensé, Mike Davis estaba equivocado en algo, y volví a poner el libro en la estantería. Y aquí estamos, en el otoño de 2022, al final de tres años de una pandemia desastrosa y evitable, resultado de un nuevo virus que surgió en gran medida de la manera descrita en El monstruo llama a nuestra puerta. Y ahora, nos quedamos sin Mike Davis.

Habrá mucha gente que llore a Mike Davis, y en todo esto es importante recordar, mientras las anécdotas se suceden, lo jodidamente bueno que era como escritor. No ha habido casi nadie con sus dotes en las cuatro décadas —1980, 1990, 2000, 2010— en las que publicó prolíficamente. Su talento para pasar repentinamente de lo panorámico a lo minuciosamente particular, para obligarse a mirar lo peor de las «cosas nuevas y malas» sin abandonar la búsqueda de las semillas de un cambio positivo y socialista, la oscuridad de su humor, la amplitud de su lectura, el ímpetu crepitante y sin jerga pero denso y contundente de su prosa: en todo ello no tuvo rival.

Vale la pena detenerse a recordar estos libros, leerlos y volver a leerlos. Cuando lo hagan, descubrirán que tienen una sutileza que desmiente el fácil retrato de Davis como un profeta de la fatalidad unidimensional. Empecemos, por ejemplo, con su primer libro (un libro atípico, ya que es uno de los pocos que no es en cierto sentido una obra de geografía), Prisioners of the American Dream, publicado en 1986. Allí Davis interviene en el interminable debate sobre por qué Estados Unidos, a pesar de la fuerza que tuvo en su día el movimiento obrero, nunca ha producido un partido socialista de masas de ningún tipo. Su respuesta es esencialmente una palabra —racismo—, pero argumenta a través de los diversos momentos en los que parecía que podría haber sido diferente, especialmente las enormes olas de huelgas de los años 30 que culminaron en la creación de la federación sindical CIO como alternativa de lucha a la profundamente racista y conservadora AFL; pero la CIO fue derrotada en su intento de organizar el Sur, y ambas se fusionaron en los McCarthyianos años 50.

Es popular en algunos círculos el argumento de que los fracasos históricos de la izquierda estadounidense para desafiar el racismo y el imperialismo condenan al movimiento obrero estadounidense de forma permanente en una versión maoísta del pecado original; pero ese no era el argumento de Davis. Hace unos años, argumentó, respondiendo a una frase demasiado citada de Raymond Williams, que «la esperanza no es una categoría científica. Tampoco es una obligación necesaria en la escritura polémica». Pero si «esperanza» no es la palabra adecuada, su obra, incluso en sus momentos más oscuros, siempre ha buscado posibilidades y formas de intervenir en el presente, y en Prisioners la encontró, hasta cierto punto, en la «coalición arco iris» de activistas sindicales, de derechos civiles y de la izquierda en torno a la campaña presidencial de Jesse Jackson, antes de que fuera hundida tanto por la maquinaria del Partido Demócrata como por los propios fallos manifiestos de su figura.

Esta insistencia en analizar lo que está sucediendo, sin importar lo sombrío que sea, significa que algunos de los libros son excepcionalmente oscuros. Un gran número de teóricos del urbanismo han encontrado que la expansión de los asentamientos autoconstruidos en los márgenes de las ciudades del Sur Global es «super interesante», ejemplos fascinantes de una arquitectura sin arquitectos, un ejemplo inspirador de autoayuda a la antigua. Planeta de ciudades miseria no lo hace. En su lugar, pinta un cuadro espantoso de la pobreza victoriana, con la «esperanza» canalizada principalmente en iglesias evangélicas ferozmente reaccionarias. 

La escalofriante antología Evil Paradises (editada con Daniel Bertrand-Monk), por su parte, trata de los enclaves construidos por los ricos desde los Emiratos Árabes Unidos hasta Shangai, pasando por Johannesburgo y Budapest; y esos «paraísos» no han hecho más que proliferar desde que se publicó ese libro (pensemos en la ciudad lineal de «pisos de lujo» que se extiende a lo largo del Támesis desde la central eléctrica de Battersea hasta el Arsenal de Woolwich). La otra obra de Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía, describe con gran detalle cómo los fenómenos meteorológicos y la destrucción por parte de las potencias imperiales occidentales de los sistemas de ayuda a la hambruna crearon varias oleadas de muertes masivas evitables en el mundo colonizado, especialmente en la India, entre las décadas de 1870 y 1890; una catástrofe sistemáticamente ocultada a la escala de los desastres más conocidos del siglo XX. Estos libros no están impulsados por la desesperación, sino por la rabia.

Ciudad de Cuarzo es el clásico por excelencia, el que «si tienes que leer solo uno», debes leer. Hablando por mí, es el libro que, por encima de todos los demás, hizo que me interesara por el choque entre la geografía y la política, y lo releo cada pocos años. Su descripción de Los Ángeles como la monstruosa ciudad del futuro, una fábrica de sueños protegida por un cuerpo de policía casi fascista, se desarrolla junto a la historia de una LA en la sombra, una ciudad industrial y multicultural de experimentos socialistas, revueltas por los derechos civiles y erupciones justas. Uno de ellos, los disturbios de Los Ángeles de 1992, se produciría tan pronto después de la publicación del libro que inició la percepción, no del todo inexacta, de Davis como una especie de vidente, aunque él habría señalado con razón que trazar el desarrollo de una ciudad capitalista y mantener el oído en el suelo no es ninguna profecía. 

El reverso de la apocalíptica LA de Ciudad de Cuarzo y Ecology of Fear es la nueva ciudad americana que emerge en Urbanismo mágico, un libro sobre la hispanización de las áreas urbanas de Norteamérica, y cómo eso ha creado un nivel de politización y (para robar una frase de Paul Gilroy) una «cultura convivencial» en contraste con los nuevos mundos privatizados, paranoicos y brutalmente vigilados descritos en los libros anteriores. Davis tenía reservas justificadas sobre el socialismo electoral, pero sin duda se alegró por el hecho de que el reciente resurgimiento del socialismo democrático en Estados Unidos fuera especialmente fuerte en el sur de California y Nevada.

Pero hay dos textos tardíos en los que me he encontrado pensando más en los últimos años, en medio de otro ciclo de vertiginosa esperanza y miserable derrota, en una situación en la que simplemente no podemos permitirnos como especie que la izquierda desaparezca de nuevo, como lo hizo de Europa y Norteamérica en las décadas de 1990 y 2000. Uno de ellos es el ensayo, incluido en Old Gods, New Enigmas, «Who Will Build the Ark?». Dentro de este ensayo sobre la necesidad del ecosocialismo hay un pasaje sobre las formas que podría adoptar el arca, una clara afirmación de un modernismo socialista que a menudo se echa de menos en los escritos de Davis.

(…) las conversaciones de finales del siglo XIX y principios del XX sobre la «ciudad socialista» proporcionan puntos de partida inestimables para pensar en la crisis actual. Consideremos, por ejemplo, a los constructivistas. El Lissitzky, Melnikov, Leonidov, Golosov, los hermanos Vesnin y otros brillantes diseñadores socialistas —limitados como estaban por la temprana miseria urbana soviética y la drástica escasez de inversión pública— propusieron aliviar la congestionada vida en los apartamentos con clubes obreros, teatros populares y complejos deportivos espléndidamente diseñados. Dieron prioridad urgente a la emancipación de las mujeres proletarias mediante la organización de cocinas comunales, guarderías, baños públicos y cooperativas de todo tipo. Aunque preveían que los clubes de trabajadores y los centros sociales, vinculados a las grandes fábricas fordistas y a los eventuales rascacielos, serían los «condensadores sociales» de una nueva civilización proletaria, también estaban elaborando una estrategia práctica para mejorar el nivel de vida de los trabajadores urbanos pobres en circunstancias por lo demás austeras.
En el contexto de la emergencia medioambiental global, este proyecto constructivista podría traducirse en la propuesta de que los aspectos igualitarios de la vida en la ciudad proporcionan sistemáticamente los mejores soportes sociológicos y físicos para la conservación de los recursos y la mitigación del carbono. De hecho, hay pocas esperanzas de mitigar las emisiones de efecto invernadero o de adaptar los hábitats humanos al Antropoceno, a menos que el movimiento para controlar el calentamiento global converja con la lucha por elevar el nivel de vida y abolir la pobreza mundial. Y en la vida real, más allá de los escenarios simplistas del IPCC, esto significa participar en la lucha por el control democrático del espacio urbano, los flujos de capital, las cuencas de recursos y los medios de producción a gran escala.
La crisis interna de la política medioambiental actual es precisamente la falta de conceptos audaces que aborden los retos de la pobreza, la energía, la biodiversidad y el cambio climático dentro de una visión integrada del progreso humano.

Demasiado largo para un banner o un tuit, pero si tengo un credo, es éste. El otro está en su último libro, escrito con Jon Wiener, Set the Night on Fire. L.A. In the Sixties. El libro trata de cómo esta ciudad brutalmente segregada, plagada de clases y razas, produjo la proliferación de una nueva cultura de movimientos socialistas y de liberación, y cómo estos fueron finalmente aplastados. Al final del libro, Davis y Wiener destacan ese doblegamiento y los horrores del sur y el este de Los Ángeles en las décadas de 1980 y 1990 que resultaron de la derrota.

Desde esta perspectiva se podría concluir que todo el sueño, la pasión y el sacrificio de aquella época no sirvieron para nada. Pero la mejor manera de concebir los años sesenta en Los Ángeles es como una siembra cuyas semillas crecieron hasta convertirse en tradiciones vivas de resistencia. Los movimientos surgieron y cayeron, pero los compromisos individuales con el cambio social fueron duraderos y heredables. Miles de personas siguieron llevando vidas activistas como organizadores de sindicatos, médicos y abogados progresistas, maestros de escuela, defensores de la comunidad, empleados de la ciudad y, quizás lo más importante, como padres.

Pocos escritores han sembrado tanto como Mike Davis.

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Publicado en Artículos, Ciudades, Estados Unidos, homeCentro3, Ideas, Sociedad and Teoría

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