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Simpatizantes del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, en la manifestación del 7 de septiembre de 2021 en São Paulo. (Foto: Fernando Bizerra / EFE)

Derrotar el golpismo de Bolsonaro en las calles y en las urnas

Hoy, 7 de septiembre, Brasil recuerda los 200 años de su independencia. En un escenario sumamente convulso y a menos de un mes de las elecciones presidenciales, la efeméride es utilizada por el bolsonarismo como una oportunidad para mostrar fuerza en las calles.

Este 7 de septiembre Brasil conmemora 200 años de su independencia. Jair Bolsonaro, en un intento de apropiarse de la efeméride, ha convocado a sus bases a una «última manifestación» y puesto todos los recursos a disposición de lo que espera sea una gran demostración de fuerzas callejera. Hoy los neofascistas enseñarán los dientes. Ha llegado el momento de que la izquierda confirme que tiene ganas de morder. Sangre caliente y una cabeza fría y glacial. El principal reto a estas alturas de la campaña electoral es recuperar la supremacía política en las calles el próximo sábado 10 de septiembre.

Hacer realidad la consigna del título es, pues, una tarea tan complicada como ineludible. Es complicada por la magnitud del desafío que implica. Pero es ineludible porque la esencia de la lucha electoral de 2022 es si una derrota de Bolsonaro en las urnas tendrá el poder suficiente para debilitar de forma devastadora a la ultraderecha, en particular a la corriente neofascista.

La clave es si será o no devastador. Porque hay una diferencia fundamental entre las derrotas electorales y las derrotas políticas: las derrotas electorales son transitorias, efímeras y temporales; las derrotas políticas son severas, graves y potencialmente irreversibles. Al fin y al cabo, la marcha de Copacabana es el principal «as en la manga» del bolsonarismo para incidir en el proceso electoral.

La magnitud de lo que presenciaremos hoy será una muestra de la fuerza muscular de la ultraderecha. Subestimar el poder de choque social de los neofascistas y los impactos políticos que estos provocan ha sido el mayor error de la izquierda brasileña desde 2015-2016. La movilización de hoy nos dará la pauta de dónde estamos parados. Si las manifestaciones de apoyo al golpismo son potentes, el reto de la movilización antifascista recae en el próximo sábado 10 de septiembre, por ahora muy poco preparado y convocado.

Aún es temprano para predecir si estas elecciones se decidirán en la primera o en la segunda vuelta. La hipótesis más peligrosa —pero probable— es que Bolsonaro logre ganar un lugar en la segunda ronda. Nos guste más o menos, lamentablemente es así, e ignorar esa posibilidad es sumamente riesgoso. Pero una hipótesis es solo una conjetura. El cálculo de este análisis se basa en dos premisas: la primera es que, mientras la candidatura de Lula mantiene un claro favoritismo, el bolsonarismo conserva la simpatía de la «masa» de la burguesía y una audiencia en las capas medias de tal envergadura que sugiere una presencia en la segunda vuelta. La segunda es que es posible que el rechazo a Bolsonaro, después de casi cuatro años en el poder y aunque sea mucho mayor que el rechazo al PT, no sea lo suficientemente grande como para desplazar a una parte de los votantes de Ciro Gomes —y en menor medida de otros candidatos— a votar por Lula el 2 de octubre.

¿Es posible derrotarlo, entonces, sí o no? En las urnas es posible, aunque la disputa está lejos de terminar. En la calle, depende de la voluntad de lucha de las masas y de la determinación de las organizaciones y grupos dirigentes. Una respuesta afirmativa, un «sí» sin mediaciones es, por tanto, políticamente ingenuo. El bolsonarismo no dejará de existir como segunda fuerza política del país si Bolsonaro pierde las elecciones. Pero sobrevivirá incólume si no es investigado y detenido, lo cual dependerá de la fuerza de la movilización social antifascista.

Una apuesta unilateral por la victoria en el terreno electoral menospreciando la importancia de una demostración de fuerzas propia el próximo 10 de septiembre podría ser fatal. Sobreestimaría la importancia de las elecciones presidenciales en el diseño actual del régimen e ignoraría el peso de la mayoría reaccionaria que probablemente será elegida en el Congreso Nacional. Además, desconocería el peso político que ha ganado el poder judicial con la operación Lava Jato, olvidaría la fuerza económico-social de la clase dominante y subestimaría la presión imperialista sobre Brasil.

No tendría en cuenta el desplazamiento de una parte importante de la clase media hacia la derecha y disminuiría el impacto del surgimiento de un movimiento neofascista. Finalmente —aunque no menos importante—, fantasearía con que un posible futuro gobierno dirigido por el PT estaría dispuesto a llegar hasta el final en la revocación de la obra del golpe. Esto solo será posible apelando a la movilización popular permanente, condición ineludible para los previsibles enfrentamientos. Y ocurre que el PT está autolimitado por las contradicciones internas de su dirección, evidenciadas en los últimos veinte años.

Pero una simple respuesta negativa también es unilateral. Considerar que no es posible derrotar al bolsonarismo en las elecciones porque el neofascismo sobrevivirá a una derrota electoral, nos arroja al terreno de la acción directa para conseguir la victoria política y social. Hay una pizca de verdad en este razonamiento; pero es peligroso si se interpreta de forma unilateral. La gran mayoría de la izquierda —incluida la radical— decidió no medir fuerzas con el bolsonarismo en las calles en este día del bicentenario. Fue una decisión madura y sensata.

Se equivoca la izquierda radical que subestima el impacto monumental que tendría la victoria de Lula en el ánimo de los sectores más organizados de la clase trabajadora y de las masas populares, seis años después del impeachment y de la terrible experiencia con el gobierno de Bolsonaro. Equivale a decir «revolución o nada», que es un discurso ultimatista. Peor aún: en función de la desfavorable relación social de fuerzas actual —en la que no existe ni remotamente la disposición para un enfrentamiento frontal en las calles con los fascistas, que sería de la mayor gravedad—, es un ultimátum dirigido a los trabajadores y no al enemigo de clase.

La izquierda radical tiene como uno de sus lemas clásicos la consigna «solo la lucha cambia la vida». Es un eslogan justo. Debería repetirse, incansablemente, porque es educativo e inspirador. Pero no autoriza a concluir que las elecciones no cambian nada. Porque esto no es cierto. Las elecciones son también un terreno en el que se desarrolla la lucha de clases, y la indiferencia ante su resultado revela una inocencia inexcusable. La consecuencia es la falta de comprensión de quién debe ser combatido prioritariamente. No es posible luchar contra todos con la misma intensidad todo el tiempo. En política hay que elegir adversarios prioritarios y secundarios si se quiere ganar. Y hoy tenemos a un fascista con peso en las masas que se presenta a las elecciones.

Además están las elecciones en los estados. Por ahora, lo más probable es que al menos diez de los actuales gobernadores reaccionarios puedan ser elegidos, incluso en estados clave como Río Grande do Sul, con Milk, Minas Gerais, con Zema, Paraná con Ratinho Jr. y Goiás con Ronaldo Caiado… incluso en Río de Janeiro, con Cláudio Castro.

Evidentemente, la victoria de Lula será la más espectacular. Incluso tendría algo de justicia poética. Pero aunque consideremos que este resultado tendría como consecuencia una elevación de la moral de la clase obrera y una previsible desorientación, al menos temporal, de la clase dominante —de lo que se derivarían condiciones de lucha más favorables—, esto no permite concluir que un futuro gobierno del PT se correspondería directamente con una anulación de la obra del golpe. Sería un escenario más favorable, pero solo el comienzo de una nueva coyuntura de lucha.

En este contexto, cuanto mayor sea la votación de los candidatos a diputados del PSOL en la primera vuelta, mejores serán las condiciones para la lucha político-social que vendrá después de las elecciones. Por tres razones. Primero, porque serán un punto de apoyo combativo para impulsar la lucha contra la ultraderecha bolsonarista hasta el final. En segundo lugar, porque así las condiciones para presionar al PT desde la izquierda serán más favorables. Y tercero, porque la reorganización de la izquierda será impulsada con mayor fuerza, favoreciendo las condiciones de lucha de las masas populares.

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