«Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla» (Los condenados de la tierra, Frantz Fanon)
El 5 de julio de 1962 Argelia declaró su independencia luego de más de siete años de guerra revolucionaria, que pusieron fin a 132 años de colonialismo francés. La guerra de independencia había estallado el 1 de noviembre de 1954, pero habría que esperar a las masacres de Constantina —en agosto de 1955— para que el Frente de Liberación Nacional argelino (FLN) y la guerra desatada comience a resonar entre las bocas y periódicos metropolitanos bajo el eufemismo de «los eventos de Argelia».
A diferencia de las otras colonias francesas, Argelia tenía el estatuto de departamento Francés, es decir, era considerada parte del territorio metropolitano. De allí que todos sus asuntos fuesen monitoreados desde el Ministerio del Interior de Francia y no desde el Ministerio de Colonias o de Ultramar. Por otro lado, el 10% de su población eran colonos blancos o pieds-noirs, un grupo social heterogéneo pero que a su vez podía ser galvanizado por sus privilegios políticos, jurídicos y económicos. Sí, en la República más célebre de Europa existían dos clases de ciudadanos: los de primera y los indigènes. Estas características explican, en buena medida, la elección del FLN de la estrategia de la lucha armada y la profundización del terror por parte del aparato estatal francés.
El FLN priorizó la práctica sobre la teoría; el debate de ideas debía dejarse para más adelante, ya que lo primero era obtener la independencia. De esta forma, según palabras del historiador Jeffrey Byrne, el FLN reemplazó la ideología por sus dos principales métodos de lucha: la guerrilla y la diplomacia. De este modo fue creando la «nueva Argelia» al calor de la lucha, mientras que con su campaña diplomática consolidaba la soberanía en el exterior.
Para dimensionar el impacto de la guerra de Argelia no debe perderse de vista que se desarrolló en el contexto de la Guerra Fría, escenario que el FLN supo usar a su favor. En 1955 logró participar del primer Congreso Afroasiático en Bandung en calidad de Movimiento de Liberación Nacional para dar a conocer su causa. La campaña internacional continuó con giras por América Latina, Asia y África. Finalmente, estableció «la oficina argelina» en Nueva York, encargada de sumar votos en la Asamblea General de la ONU en favor de la causa independentista.
La solidaridad árabe, representada bajo la ideología panarabista, fue una de las principales influencias que recibieron los líderes del FLN, sobre todo después de la ascendencia que había alcanzado el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser en la región tras la nacionalización del Canal de Suez en 1956. Egipto se erigió como uno de los principales aliados del FLN durante la guerra, suministrando armas y apoyo financiero.
La independencia de los vecinos Túnez y Marruecos en 1956 (aceptada por Francia para concentrar todos sus esfuerzos en Argelia), también implicó un apoyo logístico importante para cuando el Ejército de Liberación Nacional tuvo que concentrar muchas de sus fuerzas en las fronteras.
Luego vendría el apoyo de la Cuba revolucionaria, expresado en el envío de armas a través de la frontera con Marruecos y en el envío de la primera misión internacionalista de médicos tras la independencia.
Una misión también de mujeres
A fines de 1956, el FLN decidió trasladar el epicentro de la guerra a las ciudades. El objetivo de lo que luego se conocería como «batalla de Argel» era que la guerra en la capital funcionara como caja de resonancia a nivel internacional, para poder dar cuenta no solo de la lucha que estaban entablando contra Francia, sino también demostrar la unidad del pueblo argelino.
Si bien la participación masiva de mujeres en las filas del FLN era una realidad, su accionar fue clave para la lucha en la ciudad. Ellas podían esconder armas y bombas bajo el tradicional velo blanco conocido como haik. Cuando este método fue descubierto, no dudaron en vestirse como europeas para continuar con las acciones.
Como señaló Frantz Fanon, con esta nueva apariencia las militantes podían entrar a los barrios europeos de Argel sin llamar la atención: «Los militares y las patrullas francesas le sonríen al paso, se escuchan cumplidos sobre su físico, pero nadie sospecha que en su bolsa duerme la metralleta». Tal vez este protagonismo explique que varias de las mujeres que participaron de estas acciones alcanzaran el nivel de dirección en la estructura que el FLN había organizado en Argel.
Con la profundización de la guerra, las denuncias contra las torturas y desapariciones cobraron envergadura. Las campañas por la conmutación de la pena de muerte a guerrilleras conocidas como «las ponedoras de bombas» (brillantemente caracterizadas en la película de Gillo Pontecorvo, «La Batalla de Argel», de 1966), cobraron relevancia internacional. Particularmente, la campaña por Djamila Boupacha aglutinó a un comité de reconocidas personalidades que llevaron a la redacción de un libro, Por Djamila Boupacha de Gisèle Halimi y Simone de Beauvoir, así como la elaboración de un retrato de la guerrillera por Pablo Picasso.
Las simpatías internacionales que despertaron las argelinas que lucharon contra el colonialismo francés no solo se reflejaron en las campañas internacionales: más de una generación de niñas de Medio Oriente y norte de África lleva el nombre Djamila en honor a las militantes más icónicas de esa guerra; Djamila Bouhired, Djamila Boupacha y Djamila Bouazza. Incluso con el estallido de la revolución palestina a mediados de la década de 1960, las mujeres que se sumaban a la lucha eran conocidas como al-Jamilat («las Djamilas»), en honor a las argelinas.
En diciembre de 1960, las mujeres volvieron a ser protagonistas de la guerra en las masivas movilizaciones que se realizaron en Argel, en claro y abierto apoyo de la sociedad civil argelina al FLN y a la causa de la independencia. Era la primera vez que el FLN lograba este tipo de demostración, clave para reafirmar en todas partes su influencia sobre gran parte de la población argelina.
El final de la guerra
La determinación del FLN condujo a Francia a atravesar una de sus crisis políticas más profundas del siglo XX, que implicó la creación de una nueva constitución en 1958 que daría nacimiento a la 5° República (vigente hasta nuestros días). Los cambios institucionales, sin embargo, no implicaron un relajamiento de la guerra, más bien lo contrario: el terrorismo de Estado aplicado en Argelia llegó a la propia metrópoli.
El 17 de octubre de 1961 «se vieron en la plaza del Opéra los parias de las villas miserias», en palabras del escritor argelino Kateb Yacine. Se movilizaban contra el toque de queda racista contra los franceses musulmanes que vivían en París y por la independencia argelina. La represión fue feroz. Cientos de cadáveres arrojados al río Sena aparecieron flotando los días siguientes con claras señales de torturas. Años después aún se leía un grafiti sobre el puente de Saint Michel que decía: «Aquí ahogamos argelinos». Otras personas movilizadas aquel día jamás aparecieron. Todavía no se conoce la cifra exacta de las víctimas fatales. Se calculan entre 150 y 200 personas.
En marzo de 1962 el gobierno francés y el FLN firmaron los Acuerdos de Evian, decretando un cese al fuego. El FLN y la presión internacional lograron sentar a la potencia colonial en la mesa de negociaciones para establecer la hoja de ruta que establecería la independencia del país norafricano. Francia intentó mantener bajo su órbita la región del Sáhara (donde recientemente se habían descubierto grandes yacimientos hidrocarburíferos además de ser escenario de prueba para el arsenal atómico francés), pero el FLN pudo mantener en los acuerdos la integridad territorial de Argelia. El 5 de julio fue la fecha elegida por los argelinos para declarar su independencia, haciéndola coincidir con el aniversario de la toma de Argel por los franceses, 132 años atrás.
El primer año de independencia fue tumultuoso. Una guerra civil enfrentó al ala militar contra el ala más política del FLN. Muchos de los argelinos que habían colaborado con el Ejército francés —conocidos como harkis—, fueron abandonados a su suerte por la antigua metrópoli. Los que lograron emigrar a Francia fueron alojados en campos hasta bien iniciada la década de 1970. Los que quedaron en Argelia fueron asesinados. En cuanto a los pieds-noirs, más de dos terceras partes abandonaron Argelia temiendo represalias. Sin ser tampoco bienvenidos en Francia, más de 150 familias decidieron migrar a Argentina a partir de un acuerdo entre el gobierno de aquel país y el de Francia, donde se asentaron en las Provincias de Formosa, Salta, Entre Ríos, San Juan y Río Negro.
Meca del Tercer Mundo
Como la revolución cubana, la guerra de independencia argelina estimuló nuevos imaginarios políticos y culturales, además de correr aún más el horizonte de lo posible en cuanto a la capacidad de transformar la realidad social. Argelia se convirtió en un lugar de peregrinación para todos los Movimientos de Liberación Nacional del mundo.
Tras ocho años de guerra, el país estaba destruido, y luego de la salida de los pieds-noirs solo quedaban un puñado de cuadros técnicos. El gobierno, que se proponía la construcción de una Argelia «árabe y socialista», aceptó la llegada de extranjeros que trabajaran en la gestación del nuevo Estado. Estos jóvenes fueron conocidos como pieds-rouge («pies rojos»), en claro juego de espejos con los antiguos colonos blancos.
A partir de los años de combate contra el Estado francés, el FLN había entrado en contacto con movimientos de liberación nacional de todo el mundo: desde Nelson Mandela hasta el Partido Comunista de China. El Movimiento 26 de julio, liderado por Fidel Castro, ocupaba un lugar muy importante en esta red de solidaridades. Claro ejemplo fue que Ricardo Masetti, fundador de Prensa Latina y bautizado «Comandante Segundo» por el Che Guevara, se entrenó junto al FLN a inicios de la década de 1960, antes de partir hacia la provincia argentina de Salta con el objetivo de instalar un foco guerrillero en ese país.
Con el correr de los años de guerra y producto de las alianzas establecidas con las nuevas naciones africanas, Argelia también se había africanizado. El mismo Frantz Fanon había sido embajador del FLN en Accra (Ghana), estableciendo toda una red de relaciones que serían muy importantes para el futuro de varios Movimientos de Liberación Nacional.
El liderazgo argelino dentro del movimiento panafricanista quedó sellado con la organización del mítico Festival Cultural Panafricano de Argel en 1969. Allí, delegaciones de todos los rincones de África asistieron a diferentes eventos culturales y políticos, donde las actuaciones de Miriam Makeba, Archie Shepp y Nina Simone fueron de las más destacadas. Argelinos y argelinas asistieron masivamente a estas jornadas, donde también los Black Panthers tuvieron su propia delegación y pudieron organizar el «Centro Afroamericano», desde donde se distribuía literatura partidaria y se proyectaban películas hasta altas horas de la noche. Argel se había convertido en una de las capitales del Tercer Mundo, meca de los revolucionarios.
Entre fines de 1960 y principios de 1970, muchos exiliados políticos del cono sur encontraron refugio en Argelia. La comunidad argentina en Argel se fue ampliando y juntando con la chilena y la brasileña. Así, los latinoamericanos también ampliaron la comunidad cosmopolita de revolucionarios del Tercer Mundo que habitaba el país norafricano.
El golpe de Estado impulsado en 1965 por Huari Bumedián contra el primer presidente de la Argelia independiente, Ahmed Ben Bella, apenas había llamado la atención de los argelinos, que pensaron que aquellos tanques que cruzaban la capital eran parte de la filmación de la película que Gillo Pontecorvo estaba rodando por esos días.
El cambio de gobierno pareció más un reacomodamiento de fuerzas que una fuerte ruptura en el camino trazado para construir el socialismo árabe. Los proyectos de autogestión continuaron. La reforma agraria fue una de las políticas más perseguidas y también uno de los principales fracasos. Los recursos generados por la empresa estatal de hidrocarburos, Sonatrach, comenzaron a tapar muchas de las deficiencias de la política de gobierno y a llenar los bolsillos de otros tantos dirigentes.
La revolución argelina, una cuenta pendiente
Las promesas revolucionarias incumplidas, la crisis económica que se vislumbraba a finales de 1970 producto de la deuda externa y la muerte de Bumedián en 1979 delinearon el horizonte sombrío que se profundizaría en las décadas siguientes. La década de 1980 estuvo atravesada por grandes protestas y represiones. Comenzó con las mujeres movilizándose masivamente contra el nuevo código de familia de 1984 (que las condenaba a una minoridad civil indefinida) y finalizó con las masivas protestas de la juventud amazigh en 1988, duramente reprimidas.
Al calor del descontento, la base social del movimiento islamista comenzó a crecer. El FIS (Frente Islámico de Salvación), ganó las primeras elecciones multipartidarias realizadas en el país y el FLN decidió desconocerlas y clausurar la apertura democrática con un autogolpe. La guerra civil estalló. Fue tan violenta como la guerra de independencia. El «decenio negro» dejó una dura marca en la sociedad argelina, que entró en el nuevo milenio con nuevo presidente, Abdelaziz Bouteflika.
Bouteflika supo estabilizar políticamente al país a partir de políticas de «reconciliación» que más bien estaban basadas en el olvido. La Primavera Árabe, que había comenzado en la vecina Túnez, se salteó a Argelia. El país temía volver a abrir la espiral de violencia de la década anterior, además de que la renta gasífera supo ser administrada para descomprimir tensiones.
Sin embargo, en 2019, la sociedad argelina se volcó masivamente a las calles diciendo «No» a un quinto mandato de un presidente que ya no aparecía públicamente y se sospechaba que estaba gravemente enfermo. Bouteflika renunció a su candidatura y las calles volvieron a respirar optimismo. El Hirak (como se conoce a este movimiento de protesta) creció. El 1 de noviembre de 2019, conmemorando un nuevo aniversario del inicio de la guerra de independencia, más de un millón de argelinos y argelinas se movilizaron con banderas nacionales, banderas amazigh y carteles donde se leía «los verdaderos herederos del 1 de noviembre» y «un solo héroe: el pueblo».
La pandemia y una elección presidencial boicoteada adormecieron el Hirak, aunque la sociedad argelina parece mantenerse alerta y con intenciones de retomar el camino iniciado en 2019.
Argelia 60 años después
En el 60º aniversario de su independencia, Argelia aparece en los análisis de los principales medios de comunicación como una de las claves para dar respuesta a la crisis energética desatada en Europa a partir de la guerra en Ucrania.
El país sufrió profundas transformaciones desde aquel 5 de julio de 1962. La dependencia total de la economía a las riquezas hidrocarburíferas hizo que el país cubra solo el 55% de sus necesidades alimentarias, quedando a merced del alza constante de los precios que genera grandes tensiones en una sociedad cada vez más empobrecida. La universidad pública —que sigue siendo rémora de los años revolucionarios—, ahora forma a muchos y muchas jóvenes que abandonan el país en busca de empleo y un mejor futuro. La fractura entre el gobierno y la sociedad es palpable.
Elaine Mokhtefi, una antigua simpatizante norteamericana del FLN que vivió en Argelia desde su independencia hasta 1974, me contó que cuando pudo regresar al país, tras 44 años de haber sido expulsada, no pudo reconocer nada de la sociedad que había dejado. Su sensación no se debía solo a que las calles de Argel ahora aparecían repletas de gente tras el boom demográfico post independencia, sino a que no quedaba nada del pasado fervor revolucionario que tanto había contagiado décadas atrás. Acuerdo con ella. Los pocos rastros que había podido encontrar en mis viajes a Argelia era la siempre presente librería del Tiers Monde en la plaza del Emir Abdelkader de Argel, o el Havana Coffee de la calle Ben M’hidi de la ciudad de Oran.
Con Elaine también coincidimos que las movilizaciones que estallaron en 2019 parecen recuperar un poco el espíritu independentista. Los y las hirakistas acusan al gobierno de haber «secuestrado los valores de noviembre», en alusión al mes del estallido de la guerra de independencia. De ahí que este movimiento no solo posea un pliego de reclamos políticos, sociales y económicos, sino que busque dar una disputa de sentido sobre el pasado nacional.
La guerra de independencia de Argelia continúa sobrevolando conversaciones y periódicos nacionales. Sigue siendo, hasta hoy, fuente de orgullo de toda la sociedad. La historia, como siempre, sigue abierta.