Es más probable que termines siendo un artista si tu familia es rica. Quelle surprise.
Eso demuestra un estudio publicado por Karol Jan Borowiecki, profesor de la Universidad de Dinamarca del Sur. Examinando una enorme cantidad de datos censales de Estados Unidos, relevados durante un período que abarca desde 1850 hasta la actualidad, la investigación identifica y documenta distintas tendencias —demográficas, geográficas y socioeconómicas— en el desarrollo de las profesiones creativas.
Las conclusiones no son sorprendentes, pero aún así vale la pena leer el informe por la precisión y el detalle con los que las cuantifica. En palabras de Borowiecki:
La proporción de mujeres abocadas a tareas creativas es relativamente alta, las restricciones de tiempo pueden ser un obstáculo para elegir una ocupación creativa, la desigualdad racial está presente y tiende a cambiar muy lentamente, y la educación juega un rol significativo a la hora de elegir una ocupación creativa.
Tal vez más importante, el estudio muestra también que, además de la educación, la riqueza de la familia de una persona juega un rol fundamental en la determinación de las probabilidades de que se convierta en un artista o en un profesional creativo. La cuantificación de este enunciado expone la imponente medida en la que la riqueza contribuye a determinar la ocupación de una persona.
De hecho, como nota Kristen Bahler, los descubrimientos de Borowiecki sugieren que cada 10 000 dólares que se suman a los ingresos de una familia, las probabilidades de que una persona decida seguir una carrera creativa aumentan en un 2%. Eso significa que alguien que viene de una familia que tiene un patrimonio de 1 millón de dólares es diez veces más propenso a convertirse en un artista que alguien cuya familia tiene 100 000 dólares. (Por supuesto, eso no significa que la mayoría de los artistas sean ricos: de hecho, el estudio muestra que los ingresos de los trabajadores creativos tienden a situarse por debajo del promedio).
Aparentemente, la investigación de Borowiecki simplemente confirma la típica caricatura que representa a los artistas como sujetos privilegiados y educados que vienen de familias ricas y disfrutan de mucho tiempo de ocio. Leídos de esa forma, estos descubrimientos podrían ser la oportunidad de replicar un viejo y buen resentimiento de clase. Después de todo, los miembros de la burguesía siempre se volcaron a las artes, a la vez como una distracción entretenida de sus cómodas vidas y como un espacio donde consumir de manera ostentosa.
Pero también contamos con la posibilidad de interpretar el estudio de un modo menos sesgado y potencialmente más constructivo. Si la actividad creativa está vinculada con la educación, la seguridad económica y el tiempo de ocio que tiende a acompañar a la riqueza, el problema no está en ninguna de estas cosas en sí mismas, sino en su distribución desigual. Leídos así, los descubrimientos de Borowiecki podrían complementar perfectamente el argumento a favor del socialismo democrático, que busca garantizar sobre todo que la mayoría de la población goce del tiempo libre, de la educación y del bienestar material que actualmente están en manos de unos pocos privilegiados.
Si tener tiempo, una buena educación y seguridad económica aumenta las probabilidades de comprometerse en tareas creativas, tenemos otro motivo por el que considerarlos como derechos universales. Después de todo, la libertad real implica la posibilidad de gastar el tiempo como uno lo crea conveniente —escribir, pensar, pintar, esculpir o no hacer nada en particular— y, bajo el capitalismo, los ricos tienen mucha más libertad que el resto de nosotros. Pero no es necesario que sea así.