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«Q Train», de Nigel Van Wieck (2012).

La insignificancia de la política y la construcción de alternativas

Si los problemas estructurales se viven como sufrimientos privados, entonces el desafío pasa por tender puentes que los conviertan en causas colectivas y apunten a construir soluciones públicas.

La distancia cínica de la ciudadanía hacia la política es la contracara de la impotencia del poder político formal para implementar transformaciones y dar respuestas a las variadas demandas materiales. Zygmunt Bauman plantea que en el marco de la globalización neoliberal los gobiernos han perdido la capacidad de resolución de los problemas públicos frente a la emergencia de poderes globales. Los Estados nacionales han mermado su soberanía a mano de las grandes corporaciones globales, que actúan por encima de las autoridades locales.

Más que a un orden opresivo y orquestado por la voluntad humana, esta situación parece asemejarse más a una maquinaria de gobernanza global sin sujeto, abstracta y automatizada, lo que dificulta encontrar los puntos de resistencia. Las variantes de localismo primitivista con democracia directa no presentan una alternativa al globalismo del capital y, por otro lado, tampoco existen instituciones supranacionales de coordinación y planificación que funcionen como contrapoder.

El capital se caracteriza por una necesidad de crecimiento constante en función de lograr ventajas competitivas mediante innovaciones tecnológicas y aumento de la explotación laboral. Un mecanismo de destrucción creativa que, en lo social, aumenta la fractura, porque a medida que aumenta la automatización algorítmica de la economía también aumenta la población sobrante y se precariza el trabajo. Lo que debería ser liberador para el ser humano, se transforma así en una experiencia de mayor desigualdad y explotación. 

De esta manera, el capitalismo impulsa el progreso pero también lo frena. Y, aunque el malestar social es creciente, nuestro contexto está desprovisto de alternativas a futuro. El aluvión cultural de distopías críticas no afecta al sistema, que las convierte en consumo e incluso las alienta para entretener, creando una fascinación de masas por el apocalipsis. Tal como señala Mark Fisher, la ideología capitalista puede convertirse de hecho en anticapitalista. El neoliberalismo como tecnología de poder captura el deseo, no ofrece perspectivas de futuro y se agota en una cultura del presentismo.

Las plataformas, donde hoy por hoy transcurre gran parte de la interacción social, se hacen dueñas de los datos. Y los datos, como apunta Srnieck, son la materia prima más importante en el capitalismo del siglo XXI: retroalimentan el algoritmo, habilitan la predicción y abren la posibilidad de regular los comportamientos con el objetivo de obtener mayores ganancias. El lucro y la vigilancia coinciden en este capitalismo de plataformas, que tiende a una cada vez mayor concentración de la propiedad de las infraestructuras claves de la sociedad. Es por ello que Srnicek plantea una solución radical: socializar las plataformas y convertirlas en servicios públicos.

¿Es posible controlar el panóptico digital? Su importancia estratégica deriva de un proceso de subjetivación que da forma a la mentalidad algorítmica que pareciera limitar las formas de pensar. Vivimos una apariencia de libertad individual dada por la elección entre una serie de opciones que en realidad son ajenas, agotando el tiempo entre el consumo y el entretenimiento. Hay creencias y gustos preconstruidos para cada uno, ya sea que se trate de elegir un producto o un político. Da igual: todo es mercancía, y en tanto tal entra en el juego de la ilusión por alcanzar la distinción individual, la construcción de una identidad propia y exclusiva.

Si los problemas estructurales se viven como sufrimientos privados, entonces el desafío pasa por tender puentes que los conviertan en causas colectivas y apunten a construir soluciones públicas. La cuestión es cómo traducir esas frustraciones individuales, esa impotencia que en realidad es colectiva, en modos organizativos que le den salida. Debemos imaginar otra sociabilidad, formas de asociación que puedan darle cauce a las explosiones aisladas y evitar que el explotado se convierta en depresivo.

Cambio climático y soberanía 

El Antropoceno designa a una era geológica marcada por la acción humana. Como señala Bratton en La Terraformación, «las respuestas al cambio climático antropogénico deben ser igualmente antropogénicas». La idea del cambio climático es de hecho un logro epistemológico de la tecnología computacional que ha permitido hacerlo medible, legible y comunicable a escala planetaria. 

Los conflictos que se anuncian a futuro en caso de no darse cambios drásticos antes de 2030, con una población mundial actual de nueve mil millones de habitantes y un agotamiento de recursos, conducen naturalmente a interrogarse por los procesos de decisión. ¿Dónde se asentará la soberanía en fenómenos que son globales como el cambio climático y la automatización de la economía? ¿Qué arquitectura institucional emergerá de la crisis? Como plantea Bratton: «si el soberano no es solo aquel que puede proclamar un estado de emergencia, sino también aquello que la emergencia produce a su propia imagen, ¿qué soberanos traerán las emergencias del cambio climático?».

En esta línea no existe aún una geopolítica, un mecanismo de gobierno que funcione para hacer frente a los desafíos que se imponen. Por el contrario, la actual arquitectura de la gobernanza institucional funciona como un obstáculo, y ello en parte explica el descrédito ciudadano hacia las instituciones democráticas.

Siguiendo con el autor, el cambio tecnológico debería provocar el cambio político más que a la inversa. Se trata de que la geoingeniería, la geotecnología, y la geopolítica estén sincronizadas y puedan asemejarse entre sí. Ello requiere una planificación que se sobreponga al individualismo conservador que domina la cultura, que sea una planificación democrática para una planetariedad viable distinta a la de las plataformas monopólicas (Google, Walmart, Amazon, Facebook, etc.) y que también aborde las consecuencias de la automatización algorítmica. Esto implica dejar atrás el «modelo avatar de la representación política», entendido como 

una cadena de suministro simbólica para la articulación de intereses transitorios y el cumplimiento de deseos: primero, designa un mal que perjudica a la gente, y luego imagina lo contrario de lo malo para convertirlo en lo bueno y que todo el mundo se identifique con ello. A continuación, encuentra avatares humanos que lo personifiquen (…) mientras tanto, la bioquímica planetaria permanece impasible.

Este modelo funciona como un guion ordenador del sistema político que está agotado porque no resuelve los problemas. Basta analizar su expresión en las denominadas «grietas», polarizaciones políticas que viabilizan una dimensión identitaria emocional. Este modelo puede producir gratificaciones instantáneas encontrando culpables, pero inmediatamente después tiene como efecto un aumento de la frustración y su potencial canalización en salidas autoritarias. Necesitamos un giro copernicano. Como observa Bratton,

el ser humano individual no debería ser el centro de la geotécnica ni de la geoeconomía más de lo que ya es el centro del mundo. Los mecanismos de gobernanza algorítmica en sí deben ser menos antropocéntricos, mucho menos movilizados en torno a los deseos y anhelos individuales, y mucho menos obsesionados con la microgestión de la cultura humana. En cambio, deben tomar como propósito de su proyecto la transformación material de la bioquímica planetaria, los ecosistemas regionales incluidas las ciudades, la heterogeneidad ecológica viable (tanto dada como artificial) y demás.

Construir un futuro que ilusione

La descripción crítica de las tendencias a futuro no puede agotarse en un aferrarse al presente, porque las cosas podrían ponerse peores. Pero, más allá de esta caracterización, debemos evitar caer en el fatalismo catastrofista y conservador, que es a lo que lleva el aparato cultural de propaganda del individualismo y el libre mercado. Si la imaginación está capturada y predeterminada por el sistema, entonces es necesario salir de ese lugar y construir otros futuros que ilusionen. Al respecto, Bauman se pregunta:

si la libertad ya ha sido conquistada, ¿cómo es posible que la capacidad humana de imaginar un mundo mejor y hacer algo para mejorarlo no haya formado parte de esa victoria? ¿Y qué clase de libertad hemos conquistado si tan solo sirve para desalentar la imaginación y para tolerar la impotencia de las personas libres en cuanto a temas que atañen a todas ellas?

Como plantean los aceleracionistas de izquierda, la democracia debería definirse por sus fines (el autodominio colectivo) y no por sus medios formales. También debería reconstruirse el poder de clase, integrando en un sujeto político a las diversas identidades fragmentadas del precariado posfordista. Si las ideas del neoliberalismo fueron diagramadas a partir de 1947 —con la fundación de la Sociedad Mont Pelerin por parte de Friedrich Hayek y Milton Friedman— en contra el socialismo y a favor del libre mercado, habría también que construir una infraestructura intelectual de carácter global que reproduzca ese tipo de experiencia cristalizando nuevos modos de organización política y económica.

Por último, es necesario agregar que estos desafíos que mencionan los aceleracionistas se enfrentan con un problema derivado de los encierros de la experiencia pandémica, que han profundizado un tipo de vínculo identitario con la política. Y, sin dudas, las redes sociales potencian esta circunstancia, puesto que allí se exacerba el mostrar y comunicar todo el tiempo lo que es el individuo enunciando principios morales. Las redes separan a la gente para hablarle solo al espejo que son los iguales.

El desafío reside entonces en lograr una política que parta de lo común. Una política que sea duradera, que se desprenda de las polémicas efímeras que alimentan los egos en las redes y que intervenga en la realidad.

 

Referencias bibliográficas

Bauman, Zygmunt (2001) En busca de la política, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Bratton, Benjamin (2021) La Terraformación: Programa para el diseño de una planetariedad viable, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, Mark (2016) Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra.

Galliano Alejandro (2022) «El planeta se quema, el país se estanca y esta democracia ya no sirve» en El DiarioAr, 23 de abril de 2022. Disponible en https://www.eldiarioar.com/cultura/planeta-quema-pais-estanca-democracia-no-sirve_129_8936055.html 

Entrevista a Francisco Martorell Campos (2021) «¿Por qué el capitalismo no les teme a las distopías?» en Revista Nueva Sociedad, diciembre de 2021. Disponible en https://nuso.org/articulo/distopias-capitalismo-izquierdas-neoliberalismo-libro/ 

Srnicek Nick y Willians Alex (2013) Manifiesto por una Política Aceleracionista. Disponible en https://syntheticedifice.files.wordpress.com/2013/08/manifiesto-aceleracionista1.pdf 

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