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El presidente brasileño Jair Bolsonaro. (Alan Santos / PR vis Flickr)

¿Puede Bolsonaro dar un golpe de Estado en Brasil?

La herramienta para asegurar la derrota de Bolsonaro no será la conquista de la simpatía de un sector de la clase dominante hacia la candidatura de Lula, sino la capacidad que tendrá la izquierda de poner en movimiento a millones de personas en esta campaña.

Cuando Bolsonaro lanza amenazas golpistas, se imponen las trompetas de la terrible derrota que se avecina: el golpe fascista en Brasil que está llamando a la puerta.

Cuando Datafolha señala que Lula puede ganar en 1ª vuelta, se agita la espectacular victoria que se avecina: la humillante derrota de Bolsonaro que está llamando a la puerta.

Ni los alarmistas de la derrota final ni los proclamadores de la victoria triunfante están totalmente equivocados, ni tienen toda la razón. Pero se equivocan más de lo que aciertan porque son unilaterales: hay una cierta dificultad para observar las contradicciones conjuntas de la realidad. Hay muchas pruebas de que Bolsonaro se ha debilitado política y socialmente desde el estallido de la pandemia. Hay una mayoría del pueblo que lo rechaza rotundamente, sobre todo entre los trabajadores con menores ingresos, los negros, los jóvenes, los nordestinos y las mujeres.

Si dentro de una situación política todavía reaccionara, esta inflexión positiva no hubiera ocurrido (un momento de transición en la correlación de fuerzas cuyo resultado está en disputa), no habría forma de explicar racionalmente por qué Lula salió de la cárcel, recuperó sus derechos políticos y lidera las encuestas con posibilidad de victoria en la primera vuelta.

¿Cuál es la base material de este cambio positivo? La experiencia concreta de las masas trabajadoras y oprimidas con la tragedia social y económica provocada por el gobierno de Bolsonaro (hambre, miseria, desempleo, genocidio pandémico, violencia, hambruna, etc.), así como factores internacionales como la derrota de Trump en EEUU. Esta experiencia concreta tiene un impacto en la conciencia.

Sucede, sin embargo, que Bolsonaro, aunque debilitado, aún no está derrotado. Y eso marca una gran diferencia. El neofascista sigue teniendo cerca del 30% de apoyo en la sociedad (un número minoritario, pero significativo), una mayoría en el empresariado (pequeña y mediana burguesía), apoyo en sectores militares y policiales y todo tipo de conexiones con bandas criminales, además de tener el control del gobierno federal y una alianza con el centrão en el Congreso.

Sin embargo, lo más importante no son estos elementos por separado. Lo fundamental es la capacidad de combate del bolsonarismo que puede utilizar esos factores de fuerza, especialmente la potencial movilización de su base social (característica propia del fascismo). Por lo tanto, la fuerza política y la estrategia golpista de Bolsonaro no pueden ser subestimadas de ninguna manera en este año crucial.

La victoria estratégica de 2022 —la destitución de Bolsonaro de la presidencia— puede lograrse. Las condiciones para ello están dadas: hay una mayoría social en el país contra el miliciano y Lula se ha consolidado como la alternativa electoral para vencerlo. Pero la victoria debe ganarse en la lucha, no llegará sin la lucha. Y la lucha será dura y peligrosa: Bolsonaro no dejará el poder sin confrontación.

El doble reto de los próximos meses

Por un lado, es necesario asegurar la victoria de Lula en las urnas, de ser posible en la primera vuelta. Por otro lado, es necesario formar y organizar un sector de las masas para derrotar el golpe mediante la movilización directa. La campaña de Lula, por lo tanto, tiene que ir más allá de la importante batalla por el voto popular, debe convertirse también en un instrumento de lucha contra el fascismo en las calles.

En este sentido, la estrategia de girar «hacia el centro» de la campaña de Lula y aumentar las concesiones políticas y programáticas a las élites económicas, no bastando con el nombramiento de Alckmin como vicepresidente, es una orientación equivocada y peligrosa también en el plano táctico. No tiene en cuenta seriamente que no se trata de una disputa electoral normal. Lula se enfrenta a un fascista con un plan golpista, con capacidad de movilización de masas y con un apoyo social y militar considerable.

Lula sí necesita ampliar su campaña, pero en el sentido de convertirla en un amplio movimiento de masas para derrotar al fascismo y luchar por los intereses más sentidos por el pueblo trabajador y oprimido (la lucha contra la carestía, por el empleo, los salarios, la educación, la salud, el fin de la violencia racista y machista, etc.).

La herramienta para asegurar la derrota de Bolsonaro no será la conquista de la simpatía de un sector de la clase dominante para con la candidatura de Lula, sino la capacidad que tendrá la izquierda de poner en movimiento a millones de personas en esta campaña. Si amplios sectores de la clase trabajadora y de la juventud entran en escena en estas elecciones, no sólo votando a Lula, sino también con los pies en la calle, la derrota de Bolsonaro será inevitable y cualquier intento de golpe estará condenado al fracaso.

Y la batalla electoral debe combinarse, en este momento, con la lucha inmediata por las condiciones de vida del pueblo. Ya sea la lucha por el aumento de los salarios de los trabajadores frente a la inflación, o la movilización contra los continuos actos de exterminio policial de vidas negras.

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