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José Stalin y Nikolai Bujarin en la tribuna del Mausoleo de Vladimir Lenin durante la celebración del duodécimo aniversario de la Revolución Rusa de 1917, el 7 de noviembre de 1929. (Wikimedia Commons)

La Nueva Política Económica: ¿qué hizo y qué dejó sin hacer?

Traducción: Revista Transversales

La NEP ayudó a la joven Unión Soviética a recuperarse económicamente. Pero su falta de reforma política obstaculizó la capacidad de los trabajadores y los campesinos para resistir la llegada del estalinismo.

En su reseña de mi libro Before Stalinism: The Rise and Fall of Soviet Democracy, publicada en Jacobin, John Marot no sólo ignora la mayor parte del material incluido en mi libro, sino que además se centra exclusivamente en la Nueva Política Económica (NEP) puesta en marcha por Lenin en 1921.

La NEP fue una política que brindaba libertad económica a campesinos y pequeños comerciantes. Según Marot, la NEP era la alternativa al estalinismo. En mi libro sostengo que, aunque la NEP era una política oportuna, habría sido necesario que fuese acompañada de una apertura política que permitiera la organización independiente de trabajadores y campesinos, lo que, en definitiva, podría haber facilitado la resistencia al estalinismo. De ello, Marot deduce que estoy en contra de lo que fue la NEP. Pero en mi libro explico expresamente que la Nueva Política Económica era esencial para alejarse de las terribles políticas económicas del «Comunismo de Guerra» e ir hacia algo más racional y en sintonía con las aspiraciones populares, así como digo que los dirigentes bolcheviques cometieron un error al oponerse a una versión anterior de la NEP propuesta en 1920 por Trotsky.

Más aún, en mi artículo de noviembre de 2018 en Jacobin, The Russian Revolution Reconsidered, dije que «cualquier transformación socialista radical que ocurra en un país donde la mayor parte de la producción y de la distribución agrícola, industrial y de servicios no esté conducida por grandes empresas capitalistas industriales necesitará inevitablemente, para que sea un socialismo democrático y humano, alguna versión de una NEP para acomodar las posibilidades y necesidades de un gran número de pequeños productores, particularmente productores individuales y familiares».

Marot, al distorsionar mi punto de vista sobre la NEP, confunde dos cuestiones: la política económica en sí misma y las medidas políticas que la acompañaron. Como dije en Before Stalinism, la adopción de la NEP debería haber sido acompañada de lo que llamé una Nueva Política Política (NPP). Esencialmente, de la libertad de organización política pacífica para todos aquellos grupos dispuestos a respetar la forma original de democracia soviética que llegó al poder en octubre de 1917.

Desafortunadamente, la apertura política a la que me refería fue inconcebible para Lenin y la dirección bolchevique dominante en 1921: para ellos, permitir las concesiones económicas y las libertades culturales admitidas por la NEP era una cosa, y otra cosa, muy diferente y distante, era la libertad política, que según ellos tenía que ser restringida simultáneamente a la aplicación de la NEP.

Como señalé en mi libro, el final de la Guerra Civil provocó el deterioro, en lugar de una mejora, en el grado y alcance de la libertad política en Rusia, pasando de la represión durante la Guerra Civil, generalizada pero aún un tanto provisional, a la represión completa y sistemática de partidos y grupos de oposición después del final de esa guerra. Por ejemplo, en 1922 los últimos periódicos y diarios de oposición fueron cerrados, para nunca volver a abrirse. La reducción significativa de la libertad política estaba causalmente relacionada con las concesiones económicas otorgadas por la NEP. Lenin vinculó explícitamente las cuestiones políticas y económicas en el Undécimo Congreso del Partido de 1922 (su último congreso del partido):

Es terriblemente difícil retirarse tras un gran avance victorioso, ya que las relaciones son completamente diferentes. Durante un avance victorioso, incluso aunque la disciplina se relaje, todos empujan hacia adelante por su propia voluntad. Sin embargo, durante una retirada la disciplina debe ser más consciente y es cien veces más necesaria, porque, cuando todo el ejército está en retirada, no sabe ni ve dónde debe detenerse. Solo ve la retirada; bajo tales circunstancias, algunas voces de pánico son, a veces, suficientes para causar una estampida. El peligro es enorme.

Como sostengo en Before Stalinism, las crecientes restricciones y limitaciones de la libertad política impuestas por los líderes soviéticos durante la NEP debilitaron considerablemente la capacidad de la sociedad soviética para resistir, facilitando en ese sentido el establecimiento del estalinismo. Extremando su distorsión de mis puntos de vista sobre la NEP, Marot procede a caricaturizar mi argumentación sobre la necesidad de una apertura política, alegando que para mí tal apertura habría garantizado la derrota del estalinismo, una gran simplificación de mi posición.

Contradiciendo otra acusación de Marot, según la cual mi libro ignoraba las luchas sindicales de la década de 1920, lo cierto es que en él si se analizan las numerosas huelgas que tuvieron lugar en Rusia durante ese periodo. Sin embargo, es importante señalar que las luchas en los centros de producción, aunque tienen una importancia crítica, no necesariamente indican el poder de la clase trabajadora en la sociedad en su conjunto, como parece que Marot supone.

La Yugoslavia de Josip Broz Tito permitió más control de los trabajadores en los puntos de producción que la Rusia posterior a 1921. Sin embargo, eso tampoco fue suficiente para establecer el poder y el gobierno de la clase trabajadora, visto el monopolio político del Partido Comunista Yugoslavo, su monopolio de los medios de comunicación y el poder de la policía secreta.

El hecho es que, independientemente de la actividad huelguística, en la Rusia soviética de los años veinte los sindicatos no podían organizarse políticamente fuera de los límites del Partido Comunista, cada vez más burocratizado y antidemocrático. La existencia de sindicatos políticamente independientes habría ayudado a resistir la arremetida de la estalinización, aunque, contrariamente a la caricatura que Marot hace de mis argumentos, ignoro si su existencia pudiera haber dado lugar a una resistencia exitosa al estalinismo.

Algo similar ocurrió con el campesinado: su autoorganización política, independiente del Partido Comunista, podría haber ayudado a evitar el advenimiento del estalinismo. John Marot me acusa de haberme centrado exclusivamente en la libertad y la democracia para la minoritaria clase obrera y de no tener en cuenta a la mayoría campesina, pero eso es exactamente lo contrario de lo que defendí en mi libro y, hace un año, en mi artículo en Jacobin. Pero lo más importante es su implícita indiferencia ante la organización política independiente del campesinado y ante el concomitante monopolio político del Partido Comunista, cuando afirma que el campesinado ruso de la década de 1920 estaba contento con su relativa autonomía económica y, por tanto, no tenía interés en la organización de partidos políticos orientados hacia el campesinado.

Frente al brutal, cuando no genocida, impulso colectivizador de finales de los años veinte y principios de los treinta, ¿el monopolio político del Partido Comunista no facilitó en gran medida una campaña tan atroz? ¿No podría el campesinado haber tomado en consideración medios políticos de resistencia si estos hubieran existido o, al menos, si hubieran podido ser concebidos como posibles?

Sin embargo, es reconfortante estar de acuerdo con algunas cosas escritas en su reseña. Una de ellas es su crítica a la política de Trotsky a finales de los años veinte, señalando que el doctrinarismo de Trotsky «bloqueó el camino a una alianza con Bujarin y con la derecha, allanando el camino para la victoria de Stalin». Como escribí en mi artículo en Jacobin, tanto el programa de Bujarin como el de Trotsky fueron dos versiones diferentes de una Nueva Política Económica revisada, y estaban más cerca el uno del otro que del curso monstruoso seguido por el supuesto «centro» liderado por Stalin con su superexplotación de la clase trabajadora y con la muerte de millones de personas causada por la colectivización forzosa del campesinado, que incluyó el fomento deliberado de la hambruna en Ucrania en 1932 y 1933.

Marot parece pertenecer a la escuela marxista que minimiza, si no elimina por completo, cualquier consideración de la política y de las ideas políticas como factores importantes en los desarrollos históricos. Así, para él las políticas del «comunismo de guerra» fueron únicamente producto de circunstancias objetivas. Pero el «comunismo de guerra» no fue sólo una «respuesta coyuntural» a las dificultades extremas y al caos económico creado por la Guerra Civil que comenzó a mediados de 1918. También fue el resultado del impulso ideológico y político que impulsó a la mayoría de los líderes bolcheviques a establecer lo que definieron como «comunismo» independientemente de las condiciones económicas y sociales objetivas, no tomadas en consideración.

Es así como Lenin, a pesar de su habitual realismo y sentido práctico y de sus críticas posteriores a las locuras del «comunismo de guerra», afirmó en 1919 que «ahora la organización de las actividades comunistas del proletariado y toda la política de los comunistas han adquirido una forma final y estable, y estoy convencido de que estamos en el camino correcto». Y es así como Bujarin cantó las alabanzas y se convirtió en el principal teórico apologista del «comunismo de guerra» en su The Politics and Economics of the Transition Period [1920], un estudio de lo que pretendía ser nada menos que «el proceso de la transformación de la sociedad capitalista en sociedad comunista».

Ciertamente, hubo factores objetivos muy poderosos detrás de muchas de las políticas adoptadas durante el «comunismo de guerra». Sin embargo, habría sido muy diferente si los líderes políticos las hubieran reconocido como respuestas necesarias y temporales a las condiciones de guerra en lugar de haberlas convertido, como hicieron, en virtudes revolucionarias.

La conversión de las políticas del «comunismo de guerra» en virtudes tuvo una influencia muy importante para la cristalización de una cultura política que ratificó la represión de los sóviets multipartidistas, el Terror Rojo, la fuerte restricción de la democracia en los sindicatos y de su independencia, y la represión de las libertades legales y de la oposición socialista. Fue esta nueva cultura política la que condujo, por ejemplo, a la adopción de «castigos colectivos» – deliberadas medidas punitivas tomadas por el gobierno contra personas que sabía que no estaban involucradas en actividades contrarrevolucionarias pero que pertenecían a ciertos grupos étnicos, regionales y de clase, caracterizados por el gobierno como contrarrevolucionarios- o a la represión de las rebeliones campesinas «verdes» en la región de Tambov en 1920-1921. Es importante tener en cuenta que esta práctica tuvo graves consecuencias para el gobierno, entre otras cosas haciendo perder al gobierno revolucionario el apoyo de grandes sectores de la población.

El Terror Rojo fue otra consecuencia de esa cultura política represiva. Inicialmente fue instaurada por Lenin en lugares como Petrogrado, como respuesta al asesinato de importantes líderes bolcheviques. Sus víctimas se definieron en función del origen de clase y no de lo que realmente habían hecho, como en el caso de muchas personas perseguidas por su origen burgués aunque en realidad estaban colaborando con el gobierno bolchevique.

Como el historiador Alexander Rabinowitch relata en su libro The Bolsheviks in Power, una parte sustancial del liderazgo bolchevique local se opuso al terror rojo indiscriminado en Petrogrado, lo que demuestra que, a pesar de la cultura represiva del «comunismo de guerra», la capa dirigente del bolchevismo aún estaba lejos de ser el monolito en que se convertiría bajo Stalin.

Naturalmente, algunos lectores pueden considerar que esta controversia entre John Marot y yo es un oscuro debate sobre asuntos históricos irrelevantes para las realidades actuales. Pero la cuestión de la democracia y de la organización política independiente, tanto hoy como bajo un sistema socialista, es una cuestión clave para la gente de izquierdas hoy en día. Tengo clara cual es mi posición al respecto.

 

Este texto fue publicado en Jacobin Magazine y traducido originalmente para la Revista Transversales

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Publicado en Artículos, Historia, homeIzq, Política, Rusia and Sociedad

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